Habría que precisar para iniciar esta reflexión que la solución política y la paz en Colombia no podrían converger con la guerra, la explotación y dominación que ejercen las clases dominantes, y que constituyen las causas internas de la rebelión y de la revolución social. El sentido histórico de la paz para las mayorías nacionales […]
Habría que precisar para iniciar esta reflexión que la solución política y la paz en Colombia no podrían converger con la guerra, la explotación y dominación que ejercen las clases dominantes, y que constituyen las causas internas de la rebelión y de la revolución social.
El sentido histórico de la paz para las mayorías nacionales está integrado a las luchas emancipadoras concretas que libran l@s desposeid@s, pero con una conciencia de organización, que toma en sus manos su propia historia y liberación.
La problemática plantea que la paz en disputa debe conducir a una sociedad libre y humanista, es decir en la que desaparezcan el saqueo, la explotación, la barbarie militar y paramilitar como expresiones vivas del sojuzgamiento social.
Lucha y libertad deben avanzar para mejorar de raíz las condiciones de vida de las grandes mayorías, y para construir una nueva sociedad con la autodeterminación de la nación Colombiana preñada hoy, – y pese al discurso oficial de la paz-, de hambre, miseria, muerte y sangre.
Si la paz, – con la ilusión de conjurar la crisis-, mantiene las fuentes cotidianas de recolonización o neoliberalismo, y que conducen a nuevas guerras, la situación sería más compleja, cruel y de entrampamiento, y no contribuirían a una paz verdadera.
La fuerza práctica de la transición y/o de la solución política, debe ser acordada por el pueblo, con su unidad y para un nuevo gobierno, no será entonces, de naturaleza reaccionaria o para mantener desde la clase dominante la expoliación de las grandes masas populares, o para financiar la crisis del imperio , y donde la oligarquía asegure por siempre el poder y la generación de impresionantes ganancias.
Así es, que l@s Colombian@s preferimos una paz que no sea legitimada como un nuevo instrumento para profundizar y extender la recolonización, con los mismos intereses económicos, políticos y geo-estratégicos del pentágono y sus renovados sueños imperiales, que no verán, ni menos reconocerán el papel del sujeto revolucionario: el pueblo y la vigencia y contemporaneidad de las luchas populares y revolucionarias de Nuestra América.
La solución política debe ser para no continuar al servicio del «progreso» de los antiguos y nuevos colonizadores, hoy enfrentados a pueblos en resistencia y a la ofensiva para una paz verdadera, y como repudio al capitalismo, la violencia fratricida, y/o la eliminación de pueblos enteros castigados a muerte por el orden burgués.
Esto se traduce en seguir construyendo con mayor celeridad el camino a la solución política, y un escenario de unidad de acción desde la clase popular, cuyas mayorías viven en la absoluta pobreza ( hambre, enfermedades, miseria), además de desnutrición, falta de vivienda, educación; y que afectan a miles y miles de jóvenes, como reserva de un ejército para la rebelión, o para formar bandas de sicarios, que viven de la prostitución, el narcotráfico, robo, el para-militarismo; y /o que desempeñan trabajos siempre temporales, (emboladores, vigilantes, tragafuegos, lavacarros etcétera), así como millones de refugiados internos, producto del fracaso del neoliberalismo, y expresiones de las formas más violentas de ruptura del control social, como de crecimiento de las insurgencias populares y sociales, que se niegan al embrutecimiento, o a envilecerse , como a atarse al miedo, la ignorancia y la apatía.
Identificar las rutas para la solución política y la paz, implica entender históricamente que para el poder solo cambian las técnicas, los matices y las coyunturas; pero se mantiene esencialmente la estrategia imperial: conquista, rapiña y opresión nacional para enfrentar, dividir y vencer a los pueblos oprimidos, como para destruir los derechos del hombre y de los pueblos a través de bombardeos, muertes, desapariciones, «falsos positivos», torturas, sufrimientos, ejecuciones extrajudiciales, y en fin crímenes perpetrados por el Estado en defensa de las estructuras de dominación y explotación interna e imperialista, sujetas a la narco-economía local y de consorcios financieros, y de alcance transnacional.
Esta lógica recurrente, contrasta con la versión oficial del sistema que intenta «vender» al país y a la comunidad internacional una paz, sin reconocer que el origen de la violencia en Colombia es político, echando mano de una doble maniobra: por un lado ocultar las verdaderas causas y responsables de la crítica situación de Colombia, y, por otro, satanizar y tratar maniqueamente a las insurgencias, y al movimiento popular, incumpliéndoles, o presentándolos como causantes, para legitimar la continuidad de la confrontación, y propiciar la entrega, liquidación o reversión de los avanzado en las agendas populares a las que el Estado intenta colocar una «camisa de fuerza», a lo que debería ser la ruta popular para la paz con una agenda nacional, sin «señuelos de ilusos», ni calumnias con las que Uribe-Santos se reacomoden como fracciones dominantes, o para el remozamiento de las «viejas alternativas», para negar la paz de las mayorías y enfrentar nuevamente fundamentalmente al pueblo.
El pueblo en las calles reitera nuevamente la urgencia histórica de la paz como su construcción colectiva, así como la importancia de las transformaciones de fondo para trascender al capitalismo salvaje, responsables con el imperio de la guerra contra los pueblos.
Hay que repudiar el terrorismo de Estado y a la barbarie militar y paramilitar, expulsar las bases militares gringas, e iniciar la construcción de la verdadera paz con las transformaciones económicas, políticas y sociales reales, y por los caminos que en manos de pueblo Colombiano unido y movilizado, conducirán a la solución política y a la paz con justicia social.
Las «concesiones» que las partes se «arranquen», están sujetas a la dialéctica antagónica capitalismo-revolución popular, y que desde los revolucionarios debe avanzar siempre junto y a favor del pueblo, y con este como el protagonista central.
´Pero nadie deberá soñar en un paraíso sin clases ni lucha de clases; ni con el reino de la paz justa y duradera, ni con la democracia real, menos con el desarrollo ni la independencia. Estas tareas ya no le corresponden a las burguesías del sur porque todas son subalternas del imperio. Ahora son tareas de la clase obrera y de los pueblos recolonizados.
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