Si la mirada es el espejo del alma, la sonrisa es el espejo del espíritu y la risa es el espejo del subconsciente. Hillary Clinton, al comentar acerca del linchamiento del líder libio Gadafi, transforma su sonrisa cínica en una risa maligna, con la que, aunque parezca imposible, empequeñece su sórdido comentario «Fuimos, vimos y […]
Si la mirada es el espejo del alma, la sonrisa es el espejo del espíritu y la risa es el espejo del subconsciente. Hillary Clinton, al comentar acerca del linchamiento del líder libio Gadafi, transforma su sonrisa cínica en una risa maligna, con la que, aunque parezca imposible, empequeñece su sórdido comentario «Fuimos, vimos y se murió». Esta frase, por más de mal gusto que sea, es una nimiedad en comparación con la risa de la que va acompañada.
Cuando Robert de Niro, en la película ‘Los intocables’, transforma el llanto que derramaba al escuchar ‘Una furtiva lágrima’, en un destello de sonrisa, para luego volver a llorar, permite imaginar la satisfacción sentida por Al Capone al enterarse del asesinato de Jim Malone, el honrado policía que lo combatía. Esa sonrisa es artística, en cambio la de Hillary Clinton es torpe, por más que lo disimule. Torpe porque dice, no tan en el fondo, «Somos exclusivos, lo matamos». Ese ‘lo matamos’ ni siquiera los criminales más avezados lo han logrado pronunciar.
Hitler, con su sonrisa en el bosque de Compiegne, luego de rendición de Francia ante Alemania, expresa el gusto de saberse en la cúspide del poder de Europa. Pero se trata de una sonrisa humana, en la que se refleja la satisfacción por la victoria, pero en ella para nada hay algo de malignidad.
La sonrisa de Margarita, transformada en carcajada estrepitosa luego de arrasar con el departamento del crítico literario que destrozara la vida de su amado Maestro, expresa satisfacción, y nada más. No se vislumbra en ella que se trata de alguien que ha tenido que pactar con el demonio para alcanzar su meta, un desquite justo, sino que más bien refleja el malhumor de una niña traviesa.
En cambio, la sonrisa y la risa de la posible candidata por el partido demócrata de EE.UU. no sólo que son diabólicas sino que superan a las del mismo diablo, por lo menos en la creación de Paganini. La ruindad que denotan no requiere de un análisis psicológico, son tan prístinas que podrían ser patentadas por Hillary Clinton. Ningún mal político, de esos que tanto abundan en la actualidad, las han usado hasta ahora, le pertenecen a ella, únicamente a ella. No es que reflejen la maldad, son la maldad misma, e indican hasta que extremos pudiera llegar ella si es que contara con más poder. Si cuando a duras penas era Secretaria de Estado de EE.UU. fue capaz de jactarse con tanta desfachatez de sus delitos, ¿a qué niveles de maldad sería capaz de llegar de tomar el mando del país más poderoso del planeta?
No en vano, desde su reclusión en la Embajada del Ecuador en Londres, Julián Assange nos advierte: «Hillary es un halcón de guerra a la que matar a la gente le emociona indecentemente», y él sabe por que lo dice, lo dice porque se trata de una representante del complejo militar industrial de EE.UU. y como bien lo advirtiera el ex presidente Eisenhower: «Cada arma de fuego que se fabrique, cada buque de guerra botado, cada cohete lanzado, significa al fin de cuentas un robo a quienes tienen hambre y no son alimentados, a aquellos que tienen frío y no son arropados».
Estadounidenses, todavía estáis a tiempo de evitarle al mundo una tragedia más. Escoged a Sanders, porque si no, ¡Dios nos libre de una Hitler con faldas!
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