En un artículo en El País de hace unos días que titula «La cultura adormidera», Vargas Llosa propone una teoría peregrina sobre la suerte que en la sociedad debe correr el artista y su obra. Casi produce escalofríos… Yo le diré de momento a este inquieto activista que en el mundo, a diferencia de lo […]
En un artículo en El País de hace unos días que titula «La cultura adormidera», Vargas Llosa propone una teoría peregrina sobre la suerte que en la sociedad debe correr el artista y su obra. Casi produce escalofríos…
Yo le diré de momento a este inquieto activista que en el mundo, a diferencia de lo que predica él, somos muchos más de lo que algunos piensan y desean que, con tal de que todo el mundo coma y tenga una existencia digna, preferiríamos un régimen estatalista aunque tuviésemos que extirparnos las libertades formales de un tajo. Ya nos ocuparíamos luego de ir reconquistándolas poco a poco. China, a la que, por su posición geopolítica los energúmenos de Occidente no han tenido más remedio que respetar a la fuerza, es un buen ejemplo de colectivismo en progresivo desarrollo. Está alcanzando al otro coloso en todo…
Pero por el momento nos movemos en un régimen articulado bajo economía mixta. Nos movemos y nos moveremos, por lo menos hasta que Vargas Llosa y sus colegas del fascio no se apropien de lo poco comunal que nos van dejando. Porque lo cierto es que si en el planeta vivimos pasablamente dos mil millones y unos cuantos millones en la opulencia, cuatro mil millones se las ven y se las desean para sobrevivir. Es un fenómeno económico sujeto a la física: el dinero y la riqueza, abandonados a su natural desenvolvimiento, tienden a concentrarse irrefragablemente.
Pero, como digo, todavía rige la economía mixta en Europa. Y regirá hasta que, repito, ellos, mediante las armas y las malas artes consigan privatizarlo todo; es decir hasta que el proceso de concentración privada se consume de manera que todos los bienes de producción vayan a parar a menos manos aún de las pocas en que ya están. Y en ese momento odioso ellas, y sólo ellas, serán las dueñas del destino de la humanidad. Eso es lo que nos proponen Vargas Llosa y su neoliberalismo militante. Ahora nos traslada su idea también al Arte.
Para defender al neocapitalismo salvaje no era preciso llevar la polémica político social al ámbito de la creatividad. Deje Vargas Llosa al menos a ésta en paz para que prospere. Dispara desde todos los ángulos. Antes, en otro artículo, hablaba de la excepción cultural. Llama él excepción cultural a las culturas minoritarias, por oposición a la cultura anglosajona e hispana, por ejemplo. No se sabe si considera así también a la francesa, a la alemana o a la rusa. Dada su insolencia y nulo respeto por lo singular, habría que preguntárselo. Pero lo cierto es que, artículo tras artículo, va cerrando el círculo de la perversión que existe en toda propuesta que signifique excluir de auxilio a los más débiles en esta jungla llamada «libre competencia».
En esta ocasión Vargas nos trae la expresión «arte adormidera», empleada, según él, por el poeta surrealista peruano César Moro. La desempolva para aplicarla a la inspiración que, en su opinión, se ve coartada por la tutela eventualmente prestada por el Estado. Inspiración que por la sumisión que el tutelado debe a los gobiernos, ve prostituída y menguada. Es decir, Vargas Llosa no quiere proteccionismos, ni ayudas para nada. Tampoco para el arte y los artistas. Ya se encargará, dice, cada artista de encontrar a su propio mecenas… Esta es la propuesta de Vargas en pocas palabras. Tan respetable como odiosa. Tan odiosa como mezquina…
Como Vargas Llosa ha debido colmar otras aspiraciones, al igual que el otro pseudointelectual comprometido peninsular, Savater, ahora se dedica, como éste, a la agitación social. No quiere que se ayude al artista fuera de los recovecos interpersonales de la sociedad de consumo y de influencia, fiando exclusivamente a la generosidad de los demás el progreso del arte y de los artistas. Mejor dicho, espera que o los que ven negocio o los generosos del mundo les ayuden, como la Iglesia Católica confía en que el hambre desaparezca conociendo perfectamente el egoismo congénito del opulento. En definitiva, Vargas no quiere que sea el Estado quien se ocupe de ayudar a la cultura. No quiere que Estado libere a la cultura de las garras de la contracultura. Quiere que sea la propia sociedad, por generación espontánea, y su maremagnum quien la salven; una sociedad, para colmo en plena civilización y que por el camino que lleva, va sin remedio hacia la contracultura total, esto es, la barbarie…
Tratándose de un neoliberal convicto y confeso, podemos asegurar que Vargas hace esta oferta porque, en la medida que le hagamos alguna concesión podrá respondernos luego: ¿no véis?, pues lo mismo es para todo. Si bueno es para las artes y el pensamiento dejarlos a las fricciones del mercado, ¿por qué no ha de serlo para el tráfico de bienes materiales y el desenvolvimiento de la sociedad toda? Vargas Llosa viene decidido a consagrar por su cuenta y desde su púlpito el capitalismo salvaje; al que, como todos los teóricos neoliberales, no pone más brida que los códigos penales. Códigos, por cierto y como todo el mundo sabemos, hechos a la medida del sistema y sobre todo en provecho de la clase actualmente dominante: la plutocracia.
Pero Vargas no repara en que tenemos hoy día una ventaja, y es que sabemos perfectamente lo que ocurre en el libre mercado, tanto en cuanto al trasunto cultural como al material. Sabemos qué suerte depara a los artistas que esperan a que sea las condesas quienes les financien o sufraguen la promoción de sus obras, sus borradores, sus esculturas o sus lienzos. Cita el caso de Buñuel a este propósito. Pero sabemos también la que depara al simple mortal que no dispone de padrinazgos, apoyos, ayudas e influencias.
Vargas debiera tener en cuenta tres cosas. La primera es que la relativa y pequeña protección que el Estado del bienestar (que ya empieza a debilitarse) puede prestar, no es tanto propiamente a los artistas como al arte y a la cultura en abstracto. Segundo, que el hecho de que el Estado dispense ayudas no quiere decir que quienes no las quieran para no tener que agradecerle nada ni sujetarse a condiciones ideológicas, no puedan buscarlas en los circuitos de marchantes, condesas, amiguetes y mercadillos, que es lo que Vargas propone. Y en tercer lugar que, con subvenciones o sin ellas, quien despunta o triunfa, en vida, sigue siendo, como siempre, el destino, la moda y en función de «lo que vende», y no según el valor intrínseco de la obra de arte. Es decir, desgraciadamente, por motivos que tienen demasiado a menudo mucho más que ver con el azar y las circunstancias que con el mérito y categoría del arte propiamente dichos. Y por si fuera poco, ¿quién podrá contar hoy día con la ayuda de una condesa amante además del Arte? Hoy día, cuando, afortunadamente, las condesas son especie animal a punto de extinguir…
Vargas Llosa dice: «No estoy en contra de que escritores, músicos, bailarines, cineastas, escultores, pintores, reciban apoyos para salir adelante, pero, para ser eficaz y no coartar su libertad, esta ayuda debe venir principalmente de la sociedad civil y no de la burocracia, porque el Estado (que, en este caso, como en muchos otros, es indistinguible de los gobiernos), impone un precio que a la corta o a la larga tiene efectos perniciosos para la cultura y la salud cívica y moral de la sociedad en general». Menos mal que dice «principalmente», pues en este adverbio debiera ver su innecesario esfuerzo por debilitar la res publica. Pero es que además, si tanto le preocupan los efectos perniciosos y la salud cívica y moral de la sociedad ¿no le parece pernicioso para la cultura y la salud cívica y moral de la sociedad en general que el adinerado rara vez lo sea con justicia, pues si cumple escrupulosamente con las reglas de la salud cívica y moral, difícil y legítimamente alguien puede enriquecerse? Porque aquí se encuentra la clave de la controversia: ¿»mercado libre o colectivismo»?.¿»anarquía o liberalismo»?. El liberalismo degenera, lo mismo que el anarquismo mal entendido termina en caos. Lo que sucede es que mientras que la anarquía no ha tenido todavía ocasión de ensayarse en nuestras latitudes, el liberalismo prueba constantemente su insania e injusticia intrínsecas… Hace bien en mirar por la salud cívica y moral. Pero no podemos esperar que esa salud le preocupe en absoluto al sector privado. Las pruebas con incontables, pero bástenos fijarnos en la red televisiva y de los medios…
Convengamos en que el arte y la producción artística es otra mercancía más. ¿Es lícito someter al artista a la imperiosa necesidad de ser también un buen marchante o de tener que ponerse en manos de terceros para colocar su producto en el mercado?
Una cosa es defender la libre concurrencia intelectual y artística recomendando al Estado no extralimitarse en apoyos y subvenciones institucionales al artista y al arte, y otra hacer caer el peso de la producción del arte en las ayudas de condesas liquidando al mismo tiempo a las excepciones culturales como indignas de respeto y de apoyo.
Y todo porque Vargas Llosa es un fanático del capitalismo salvaje. Como sus compadres Bush, Aznar, etc.
Ya lo dije, pero voy a repetirlo. Suponemos que Vargas Llosa llama excepción cultural así a las culturas minoritarias y a las corrientes, hábitos y orientaciones que aspiran a convertirse en cultura nueva. Pero para hablar de excepción, es preciso señalar antes la norma. Y, que sepamos, aún no ha dicho Vargas Llosa cuál es esa norma a la que opone la excepción. Es muy tuno este Vargas. Mediante elipsis, para no llevar la polémica a la línea de flotación sociopolítica,nos arrastra a su huerto. Nos hace comulgar, antes de debatir el asunto viejo de capitalismo-socialismo con sus neologismos y variantes conceptuales a cuestas, con la idea de que lo «normal» es el libre mercado -y especialmente el neoliberalismo de los teóricos norteamericanos-, y la excepción todo lo que se le opone o estorba. Nos lo plantea así para reforzar, fingiendo preocupaciones literarias o artísticas, a los que inventaron la tesis de que la concurrencia libre (falsamente libre en la práctica), llevada a sus últimas consecuencias y caiga quien caiga, es la mejor solución para la porción de la humanidad ya de por sí privilegiada. Es decir, que eso, el capitalismo atroz, es lo que los que vivimos bien necesitamos para salir airosos frente a los que nos acosan psicológica y espiritualmente porque no tienen donde caerse muertos…
Si el mercado fuese verdaderamente libre, tal vez podría prestarse atención a su propuesta. Pero él sabe bien que no lo es. Es libre mientras alguien, algún poder asociado al poder político, no se proponga monopolizar una mercancía. Incluida, claro está, la producción artística o intelectual. Por otro lado, convendrá con nosotros que entre recibir ayudas del Estado aunque éste exija una cierta gratitud y llamar a todas las puertas inútilmente mendigando ayuda para la presunta obra de arte, no hay más que ponerse en el lugar del artista y darle a elegir. La elección también forma parte del mercado. La economía mixta no obliga a nadie a acogerse a ayudas que puedan buscarse en otra parte. Por eso es una indecencia condenar radicalmente al artista a los iniciales desprecios que debe sufrir hasta que alguien se decide a reconocer el potencial valor de su obra. Y mucho más no reservarle siquiera un reducto neutro e institucional donde acudir. Porque ¿qué hacen quienes no pueden soñar ni de lejos el trato no ya con condesas sino simplemente con la clase media? ¿Quién servirá de puente y oirá siquiera a quien intenta que le lean su guión o su borrador o examinen su lienzo, y esté luego además dispuesto a promocionar la obra?
No permitamos que nos desenfoque el asunto. Lo que importa es saber si queremos concurrencia salvaje, intervencionismo salvaje, o si la solución está en lo que la sociedad ha previsto con sus leyes perteccionistas: una combinación de libertad, de estímulos y de restricciones dirigidos desde el Estado subsidiariamente. El Estado gestiona, el Estado cubre deficiencias, el Estado nos ampara. El día que el Estado del bienestar desaparezca, si no disponemos de una tarjeta de crédito no podremos siquiera aspirar no ya a que nos recojan en una cuneta, sino a que nos entierren…
Evitemos la trampa de Vargas Llosa que nos incita a discutir según un planteamiento sesgado que va mucho más allá del asunto subvenciones sí, subvenciones no. Su categoría intelectual, y con mucho mayor motivo sociopolítica, no da la talla, aunque tenga una tribuna fija en El País. Menos mal que Perú se libró de él. Toda su imaginación en materia social la consagra a su bienestar y al de su clase. Carece de conciencia social. Es un mutilado del espíritu. Si no, no defendería de manera tan indecorosa que el artista y el creador literario, a menudo retraídos, tengan que soportar tanto portazo de quienes se niegan a leer sus galeradas, ver su cuadro o su escultura o escuchar su música. ¡Alto ahí, Vargas Llosa! ¡De menudo tipo se libró Perú…!