Entre otras muchas cosas, algunas de ellas recordadas y comentadas en anteriores conversaciones, Joaquín Miras Albarrán es miembro fundador de Espai Marx y autor de Repensar la política y Praxis política y estado republicano. Nos habíamos quedado en este punto. ¿Ves venir el ascenso del fascismo? ¿Es lo que puede suceder en estos momentos? […]
Entre otras muchas cosas, algunas de ellas recordadas y comentadas en anteriores conversaciones, Joaquín Miras Albarrán es miembro fundador de Espai Marx y autor de Repensar la política y Praxis política y estado republicano.
Nos habíamos quedado en este punto. ¿Ves venir el ascenso del fascismo? ¿Es lo que puede suceder en estos momentos?
Yo no soy muy dado a pronosticar, porque me suelo equivocar. Una vez un acontecimiento histórico ha acaecido, todo suele estar claro, o al menos, suele estar argumentado sensatamente. «Ex ante», nada lo es: ni la CIA tenía prevista la implosión de la URSS -digo «la Cia» para ponerle nombre a la inteligencia del país rival-.
Como ya he planteado en anterior ocasión, la incapacidad para el pronóstico se debe, no a que nuestra episteme sea «aún» deficiente, sino a que todo momento histórico social es singular, no repite el pasado, es, -esto es- «histórico».
Lo posible, lo prudente es tratar de registrar y comprender lo que ya en el presente apunta como novedad respecto de un pasado muy cercano, lo anterior al 2008. Creo que podemos afirmar que nos encontramos de lleno metidos en un proceso de deslegitimación del proyecto hegemónico capitalista, que había instalado sus reales tras 1945. La deslegitimación es consecuencia de la adhesión del capital al proyecto neoliberal. Justo tras el hundimiento de la URSS, desde los años noventa del siglo pasado, el capitalismo toma la senda del neoliberalismo, ya sin cautela ninguna. Las consecuencias de las políticas desatadas durante estos más de 25 años, se han manifestado a las claras desde la crisis de 2008, tras la bancarrota de la compañía de servicios financieros Lehman Brothers, acontecimiento tras el cual se desencadena la crisis financiera. Tras la explosión de esa crisis, la situación no hizo sino empeorar, porque el capital, para salvarse, tuvo que acelerar y radicalizar la expropiación por desposesión de los trabajadores y subalternos. A fecha de hoy, nada se ha hecho para rectificar el estado de cosas que precipitaron la crisis que se declara en el 2008. Y economistas sensatos, sobre esa base, explican que es cuestión de tiempo -cada vez menos- que se vuelva a reproducir una situación como la del 2008.
Este tipo de pronóstico sí es solvente, dado que elabora una proyección a partir de las condiciones existentes y sus consecuencias anteriores.
De acuerdo, capto la idea.
Esta situación creada por el neoliberalismo, la mundialización desreguladora o como queramos denominarlo, todo esto conduce al descrédito de un mundo cultural, de una cultura en el sentido antropológico del término, de un orden, y en primer lugar conduce al descrédito del régimen político que lo gestiona. Tal como vemos, el desgaste de las fuerzas políticas va en cabeza. Pero ese descrédito no solo afecta a las fuerzas políticas de la derecha; recae también sobre unas fuerzas que se dicen de izquierdas, pero que actúan como ala izquierda del régimen existente en cada país, no denuncian la globalización y los medios y recursos mediante los que se aplica en sus países; no señalan los problemas causantes, ni explican el calado y las consecuencias de posibles medidas a adoptar para retomar el control soberano sobre los instrumentos económicos de cada sociedad y poder así adoptar medidas democráticas institucionales. No lo hacen por temor a perder votos, a ser atacados como radicales, por el poder institucional. Es la falta de un movimiento de masas organizado, autónomo intelectual, informativa y culturalmente, que atienda a sus propios – hoy inexistentes- instrumentos intelectuales, y que sea el que imponga de veras y con su movilización las medidas a adoptar. Y unas fuerzas políticas que temen incluso ayudar a constituirlo.
Estamos ante una de esas situaciones en que unos ya no pueden -no es un «ya» escatológico, que habla de los «últimos tiempos», es un ya referido al proyecto que ha asumido el capital- pero otros tampoco se constituyen en alternativa, precisamente porque la gente no está organizada, está como patatas dentro un saco de patatas, cada una por su lado, aisladas, atomizadas.
Es una buena metáfora para entender la importancia de la organización.
Tomo esa frase de texto célebre, el libro en el que Marx estudia las condiciones sociales e históricas de un fenómeno histórico nuevo, que denominó Bonapartismo. El 18 brumario de Luis Napoleón Bonaparte .Marx registra allí que en una situación de crisis generalizada la inmensa mayoría de la sociedad se ha desapegado del proyecto capitalista y del régimen liberal monárquico mediante el que se expresaba. Pero la izquierda no había sido capaz de elaborar con antelación, pacientemente, un proyecto masivo que incluyera a la mayoría de la sociedad explotada, dentro de la cual, era el campesinado, con mucho, la fracción mayoritaria. En esas condiciones, la clase obrera, organizada y activa, pero minoritaria y aislada de la mayoría de la sociedad, el campesinado, es aplastada. La frase de Marx se aplica al campesinado, desmovilizado debido a que el proyecto democrático en el que no había participado organizadamente, no expresaba sus necesidades. Es una situación «gelatinosa» en la que el mundo social campesino a pesar de poseer una cultura de vida, un ethos, aspiraciones comunitarias, no está organizado como proyecto cívico político. Gramsci tomará esta idea -la palabra «gelatinosa» es de Gramsci, como sabemos- para analizar la Rusia anterior a la revolución, pero Gramsci no pretende elaborar una categorización ahistórica, solo apta para el «mundo asiático». La categoría vale como hilo heurístico para todo mundo social en el que la mayoría de los explotados esté desorganizada. Vale para todo momento en que se dé. Además Gramsci indica una diferencia sustancial para el capitalismo occidental. Puede entrar en quiebra el aparato político, las fuerzas e instituciones políticas, pero en ese mudno, bajo el temblor de esa «epidermis» se percibe la robustez de una sociedad burguesa sí organizada mediante sus instrumentos, que pone freno
En esa situación de desmovilización social y de precariedad o de casi inexistencia de poder -el poder es capacidad de organizar la actividad social de la mayoría-, pero en la que los problemas de la gente son acuciantes, se da el momento para los «golpes de mano». Para que una personalidad con predicamento sea capaz de concitar las voluntades de cientos de miles de personas disgregadas, que se sienten unidas a él y lo que dice. Es el momento de las diversas versiones de bonapartismo, semejantes, todas, a esta situación histórica que permite a este aventurero, Luis Napoleón Bonaparte, un sobrino lejano del Emperador, crear su grupo de acción con gentes heterogéneas, de diversas extracciones sociales y distintos proyectos previos, y hacerse con el poder.
Pero no todos los bonapartismos son fascistas…
No todos los bonapartismos son fascistas, sí son una movilización social masiva de personas que entre ellas no tienen otra conexión que la adhesión al líder que les parece que sí sabe cómo resolver la situación de crisis, de malestar social de miseria. Son adhesiones masivas, y resultan imprescindibles, puesto que, en el mundo de la contemporaneidad, la sociedad está interconectada constantemente, y sin ello no hay posible reproducción: estas son las bases de la democracia de la contemporaneidad. Unas bases que hacen que sin el consenso de la mayoría no se pueda gestionar la sociedad, y por ello, tal como ya he dicho, hasta los movimientos fascistas son en un determinado sentido movimientos de masas, de demos, de pobres -de democracia- Esos momentos, o momentos semejantes, han propiciado bonapartismos también de izquierdas. También lo fue el instrumento organizado de aluvión por Felipe González, en 1978.
Pero esta situación es la que explica el ascenso de los fascismos. O que personalidades que se presentan a sí mismos como personajes exteriores y enfrentados con régimen político existente, al que se le declara culpable de los males, como outsiders, puedan tener predicamento.
Trump por ejemplo.
Trump en Estados Unidos, Berlusconi en otro momento y en Italia, etc. Son regímenes que, si no evolucionan, no logran salir de la provisionalidad, debido a que se sustentan en una doble debilidad social, la de las fuerzas del capital y las populares, desorganizadas, pero no poseen organicidad. Si bien, una vez en el poder pueden aliarse con la clase que sigue controlando la economía y crear entonces regímenes prolongados, capitalistas. Creo que esto, el momento bonapartista, sí me atrevo a pronosticarlo para lo que está ocurriendo en occidente. Ninguna de las dos alternativas posibles es buena, deseable. Por más que una sea preferible a la otra.
Creo que sí podemos decir que estas notas reflexivas sobre historia social del capitalismo nos pueden ayudar a interpretar el momento, la «fase», o como se quiera decir, que estamos viviendo
De acuerdo, creo que ayudan. Una pregunta que acaso sea útil para asentar puntos esenciales. Jordi Llovet, resumo algunas de sus reflexiones de «Què queda de la democràcia?», El País, Quadern, 10 de noviembre de 2016, página. 6- señalaba lo siguiente. Resumo. En 1964, en los Estados Unidos, solo una minoría sabía que la URSS no formaba parte de la OTAN; el 73% no saben todavía hoy qué fue la guerra fría; el 40% no saben contra quien luchó su país durante la II Guerra Mundial; en las elecciones reciente solo un tanto por ciento muy pequeño de personas, todas ellas con título universitario, han aceptado calificar a Donald Trump de imbécil. Añade Llovet finalmente: «En España las cosas no son muy diferentes: muchos catalanes piensan que la Guerra de Sucesión fue una guerra entre españoles y catalanes; muchos otros no sabrán explicaros qué significó el ascenso de la casa de los Trastámara a la corona aragonesa, y muchos más -y esto es lo peor- los importa una nariz saber de todo esto, o ignorarlo». Concluye: «No puede haber democracia si está basada en la desinformación, en la mentira, en la manipulación, en la distorsión de la historia y, en suma, en una trabajada falta de soberanía intelectual ejercida por todos y cada uno de los ciudadanos». Sus palabras finales: «si la cosa ha de ir de este modo, mejor ser gobernados por una aristocracia: no de sangre, sino de conocimientos y de ética». ¿Qué te parece esta reflexión? Puedo imaginármelo pero tengo que preguntarte por ella.
Estoy de acuerdo con el balance de situación que hace: sin información, no hay democracia posible. Y por eso, dicho sea de paso, y entre otras varias razones, debemos organizarnos. Organizarnos para crear nuestros medios de información y de formación; organizarnos porque quien actúa, lucha, ese sí siente necesidad de saber, dado que se le abren dudas, se le plantean problemas, y descubre para qué sirve saber. No estoy de acuerdo con la alternativa que preconiza: eso es meter la zorra en el gallinero para que cuide de las gallinas. Excluir a la mayoría de los debates políticos, y el control de la política por parte de una minoría, esa, precisamente, ha sido la causa de esta situación actual. La aristocratización de la política es la causa de esto. Y para acabar con esto es imprescindible acabar con todo tipo de oligarquización de la política.
En cuanto a la referencia a una aristocracia de la moral… es tremenda. Lá supremacía moral ha sido siempre la coartada para los regímenes más abyectos y canallas. Desde Videla, bendecido por la iglesia católica argentina como defensor de la civilización y los valores, a Sudáfrica, pasando por Franco, cruzado según la iglesia católica española. La moralidad no se aprende en las universidades, no es asunto técnico, ni de saber superior. Nadie que se crea moralmente mejor y de primera tiene superioridad ética. Por el contrario, es un clasista menospreciador y cargado de prejuicios -a lo menos y como menos. Ni en dioses, ni en reyes, ni en tribunos está el supremo salvador, nosotros mismos realicemos el esfuerzo redentor.. ¿No nos acordamos? ¿No te acuerdas?.
Sí, sí que me acuerdo. Te he dicho antes pregunta final, pero no puedo evitar añadir otra, que toma en la conversación de Pestaña con Lenin. Si no ando muy errado tiene que ver con cosas señaladas en estas conversaciones sobre la primera parte de tu libro. Te resumo un poco. Hablan en francés y en un momento de la conversación, Lenin le pregunta: «A propósito, ¿qué concepto, como revolucionarios, os merecen los delegados que han concurrido al Congreso?». Pestaña le pregunta a su vez: «¿Queréis que os sea franco?». «Para eso os lo pregunto» responde Lenin. Pestaña le habla con claridad: «Pues bien, aunque el saberlo os cause alguna decepción, o penséis que no sé conocer el valor de los hombres, el concepto que tengo de la mayoría de los delegados concurrentes al Congreso, es deplorable. Salvadas raras excepciones, todos tienen mentalidad burguesa. Unos por arribistas y otros porque tal en su temperamento y su educación».
Lenin le pide que justifique su juicio tan desfavorable: «¡No será por lo que han dicho en el Congreso!» le comenta. No era por eso. La explicación de Pestaña es larga. Te copio y recuerdo algunos pasajes:
«Por eso exclusivamente no, pero me fundo en la contradicción entre los discursos que pronunciaban en el Congreso y la vida ordinaria que hacían en el hotel. Las pequeñas acciones de cada día enseñan a conocer mejor a los hombres que todas sus palabras y discursos; es por lo que se hace y se dice, por lo que puede conocerse a cada uno… A hombres y mujeres del pueblo los consideraban servidores, criados, lacayos, olvidando que acaso algunos de ellos se han batido y expuesto su vida en defensa de la revolución. ¿De qué les ha servido? Cada noche, igual que si viajaran por los países capitalistas, ponen sus zapatos en la puerta del cuarto para que el camarada servidor del hotel se los limpie y embetune. ¡Hay para morirse de risa con la mentalidad revolucionaria de esos delegados! Y el empaque y altivez y desprecio con que tratan a quien no sea algo influyente en el seno del gobiero o en el comité de la Tercera Internacional irrita, desespera. Hace pensar en cómo procederían esos individuos si mañana se hiciera la revolución en sus países de origen y fueran ellos los encargados de dirigirnos desde el poder… ¡Poco importan los discursos que hagan en el Congreso! Que hablen de fraternidad, de compañerismo, de camaradería, para obrar luego como amos, es sencillamente ridículo, cuando no infame y detestable…».
Pestaña sigue denunciando inconsistencias entre el decir y el hacer pero tal vez con lo anterior sea suficiente. Lenin, que mostró su acuerdo «aunque haya alguna exageración en vuestros juicios», le preguntó finalmente si escribiría algo acerca de lo que había visto y sobre el concepto que le merecía. Pestaña le comentó que muy probablemente. Antes de darle la mano para despedirse, Lenin le comento. «Si lo hacéis, no dejéis de enviármelo. Tendré mucho gusto en recibirlo y leerlo».
¿Te sugiere algo este interesante intercambio cenetista-bolchevique que conocemos por el propio Pestaña? Yo lo he tomado del libro de Paco Ignacio Taibo II, Que sean fuego las estrellas. Barcelona (1917-1923). Esta en Crítica (con alguna falta garrafal por cierto). Sé que la respuesta, lo conjeturo no va a saber breve. ¿Te importa que recojamos tu reflexión en la próxima conversación?
De acuerdo
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.