A contrapelo de la expectación previa, la última encuesta del Centro de Estudios Públicos, cuyo trabajo de campo se efectuó entre los días 8 y 28 de octubre pasado, no generó mayor impacto político, simplemente por el hecho de que sus resultados coincidieron, a grandes rasgos, con el sentido común que se ha establecido respecto […]
A contrapelo de la expectación previa, la última encuesta del Centro de Estudios Públicos, cuyo trabajo de campo se efectuó entre los días 8 y 28 de octubre pasado, no generó mayor impacto político, simplemente por el hecho de que sus resultados coincidieron, a grandes rasgos, con el sentido común que se ha establecido respecto de la próxima elección presidencial; a saber, que la de Piñera es una candidatura estancada y que lo más probable es una segunda vuelta entre Piñera y Frei, a pesar de que Marco Enríquez ha conseguido una inesperadamente alta intención de voto transversal y de que Jorge Arrate ha representado con propiedad la opción programática de la izquierda.
Sin embargo, la reverencia casi ritual que le conceden a la encuesta CEP los partidos políticos, los medios de comunicación y la ciudadanía ilustrada, muestra hasta qué punto los sondeos de opinión, particularmente los de naturaleza electoral, han mutado desde un dispositivo técnico de conocimiento, a un arma arrojadiza del arsenal político; desde una herramienta para medir el clima de un instante a un instrumento para construir opinión, desde un mecanismo para predecir la realidad a un artefacto para producirla; por cierto, con ventaja para quienes, en virtud de su poder económico, tienen bases de operación en las dos puntas del camino, los centros privados de estudios de opinión y los medios de comunicación.
Historia
En Chile, no siempre fue así.
La prehistoria de las encuestas remonta a 1958, cuando un estudio del sociólogo Eduardo Hamuy, de la Escuela de Sociología de la Universidad de Chile, predijo la victoria de Jorge Alessandri. Para la crucial elección de 1970, tres institutos, Gallup-Chile, CESOC y CEDOP hicieron encuestas. El único que acertó con la victoria de Allende fue el CEDOP, de Eduardo Hamuy.
Como es fácil imaginar, ninguno de los eventos electorales de la dictadura, la consulta de 1978 y el «plebiscito» de 1980, necesitó de encuestas, pero un notable trabajo de campo de un equipo organizado por Hamuy, demostró probalísticamente el fraude en este último.
Alrededor de veinte centros privados e institutos ligados a ONG’s y partidos políticos, entre ellos FLACSO, Gemines, CEP-Adimark, CED, CIEPLAN, ILET, y CERC, incursionaron en las encuestas electorales para el plebiscito de 1988. En un ejemplo de lo que nunca se debe hacer, hacia las 14:00 hrs. de ese día decisivo, Skopus, sucesora de Gallup Chile, por encargo del Comando del Sí, publicó el resultado de una encuesta en boca de urna, que le daba el 46% al Sí, y un 33% al No, aunque la maniobra no tuvo consecuencias.
Punto de inflexión
Pero quizá el punto de inflexión en la historia de las encuestas electorales en Chile lo marca la elección de 2005. En invierno de 2002, cuando una foto de la entonces Ministra de Defensa Michelle Bachelet, arriba de un tanque del Ejército, inspeccionando labores de rescate durante una inundación, la instaló como opción en las encuestas, se inició un fenómeno que culminó con su elección como primera mujer presidente en la historia de Chile, y cambió el paradigma de la figura presidencial. Si antes para aspirar al cargo era necesario un nutrido currículo político y una vasta trayectoria, un liderato indiscutible y una identidad política e ideológica definida, así como cierto aire de distante solemnidad, desde entonces bastan el carisma, la empatía…y una alta visibilidad mediática, que garantice aparecer en las encuestas. Es del caso recordar que estas no sólo pavimentaron la ruta de Bachelet a La Moneda, sino que simultáneamente liquidaron la opción de la también ministra Soledad Alvear, y convencieron a Piñera de asestarle una puñalada por la espalda al sonriente Joaquín Lavín.
Trampolín y tobogán
Si imágenes poderosamente evocadoras como la Ministra tripulando un tanque, y declaraciones conciliadoras en el tema de derechos humanos a pesar de ser hija de víctima, catapultaron la figura de Bachelet, los generosos y escasamente proporcionales espacios concedidos por el duopolio de El Mercurio y La Tercera, seguidos por el efecto manada de toda la batería mediática, fueron el factor que instaló a Marco Enríquez O. en el trampolín de las encuestas; las mismas que mandaron las opciones de los senadores Alejandro Navarro y Adolfo Zaldívar por el tobogán; esto, naturalmente, sin perjuicio de las condiciones estructurales que genera la crisis del sistema político chileno, aherrojado por la camisa de fuerza del sistema electoral binominal.
El caso de Jorge Arrate presenta perfiles antitéticos.
Si bien mientras permaneció invisibilizado por los medios, marcó el mismo 1% que Navarro y Zaldívar, apenas rompió el cerco mediático, en el debate de TVN, su intención de voto se multiplicó por cinco, sin que todavía haya alcanzado su techo.
Para influir en una opinión pública altamente desideologizada, individualista y tornadiza, condiciones que abonan el florecimiento de las encuestas, y para construir realidades, éstas ni siquiera necesitan el truco, la trampa o la malicia.
Basta con metodologías poco rigurosas, marcos muestrales dudosos, preguntas capciosas, altas tasas de reemplazo, violaciones a la norma del azar, omisión o disimulo de los niveles de confianza o del margen de error, y un sistema mediático aquiescente con los intereses de quienes encargan las encuestas. A modo de ejemplo, un meta-análisis de los estudios electorales de la elección de 2005, efectuado por el Grupo ISOC del Departamento de Sociología de la Universidad de Chile, llamó la atención sobre la » importante cantidad de centros que se encuentran realizando estudios electorales»; detectó deficiencias en cuanto a «tamaños muestrales utilizados, al cálculo y presentación de los márgenes de error y los niveles de confianza», cuestión que que «pone en duda la correcta interpretación de los resultados presentados por los distintos centros, y la representatividad de los estudios en cuanto a la población que representan», y encontró «diferencias amplias en los porcentajes de votos otorgados a los candidatos».
Con el fin de analizar el fenómeno de la manipulación política por la vía de las encuestas, conversamos con dos reputados especialistas. El primero, Manuel Vivanco, es profesor titular del Departamento de Sociología de la Universidad de Chile, d octor en Sociología, diplomado en Estadística y autor de varios libros sobre la materia, tales como Muestreo Estadistico: Diseño y Aplicaciones ; Muestreo Estadístico y Análisis Estadístico Multivariable . El segundo es también sociólogo con postítulo en estadística, y trabaja en uno de los centros privados que se dedica a los estudios de opinión. Para opinar con libertad sin comprometer su estabilidad laboral, solicitó reserva de identidad. A efectos de esta crónica, se llamará Eugenio Electorat.
Dispersión
Como primera pregunta, les consultamos a qué atribuyen la alta dispersión de resultados, en la profusa diversidad de las encuestas.
Manuel Vivanco: «Hay varios factores que lo explican. Primero, las poblaciones son disímiles. Cuando sólo es Santiago, Concepción y Valparaíso, el universo es distinto de cuando es sólo telefónica en Santiago, o cuando es presencial, urbano, rural y nacional. Cuando el universo es diferente, eso genera sesgos. A universos distintos, resultados distintos. El segundo punto remite a que unas encuestas trabajan con dispositivos metodológicos y teóricos más potentes que otros. Hay encuestas de mayores recursos que otras, y eso genera productos de distinta calidad. Que uno disponga de un buen marco muestral, es decir, que conozca bien los elementos que van a participar en la encuesta, tal que tenga las viviendas y las manzanas perfectamente identificadas, mejora el resultado respecto a gente que opera con marcos muestrales más económicos y funcionales, con métodos de rutas aleatorias. O sea, marco muestral, población diferenciada y dinero invertido en las encuestas, también influyen. Un tercer elemento es la volatilidad, o si se prefiere, lo blando que es el voto hoy. Pruebas de ello son Marco Enríquez como fenómeno político, con un voto muy heterogéneo, y el elevado voto de confianza que obtiene la Presidenta Bachelet. O sea, mucha gente que vota por Piñera, está confiando en Bachelet. Esta volatilidad hace más impredecibles los resultados, y eso hace más difícil que las encuestas den con lo que opina la población origen de la muestra. Esos son los tres elementos que explican la disimilitud de resultados. Excluyo la mala fe o la voluntad, como hubo alguna vez cuando se dio ganador a Fra Fra, o trampa, como hizo una vez una empresa cercana a la UDI».
Eugenio Electorat: «Sin entrar a prejuzgar o suponer mala fe, las diferencias de los resultados se pueden explicar por las diferencias de las metodologías, que pueden sobrestimar a algunos candidatos sobre otros. Por ejemplo, las encuestas donde Marco Enríquez aparece más posesionado, son de metodología telefónica. El teléfono residencial sobredimensiona a los sectores más altos sobre los bajos, o a la población urbana sobre la rural. En ese sentido, se producen sesgos. Eso también se ve en la forma como se tratan los resultados. La cobertura que se le da no es igual si convienen a un candidato o a otro. Por ejemplo, El Mercurio estuvo publicando las encuestas de Adimark, Ipsos y otras, en las que Piñera salía bien parado, pero que metodológicamente eran muy débiles. Pero cuando salió la de Universidad Diego Portales, más sólida metodológicamente, en la que Piñera marcaba alrededor de los 30 puntos, no pasó de ser una caluga en la versión electrónica de El Mercurio, que desapareció con rapidez».
Producción de realidad
-¿Está usted de acuerdo con que las encuestas se han ido convirtiendo en un mecanismo que, más que medir la realidad, la construye?
M.V.: » La encuesta como dispositivo epistemológico, como instrumento para conocer, tiene sustentos teóricos muy frágiles. Se sustenta en el hecho de que todos los individuos sean elegidos en forma aleatoria, al azar, tal que todos los individuos parte de la muestra tengan una probabilidad conocida y distinta de cero de ser elegidos. Eso se violenta a menudo. Es el caso del encuestador que reemplaza a algún sujeto de la muestra, que representa, digamos, a 20 mil individuos de la población, al no encontrarlo en su casa. A pesar de estos supuestos frágiles, que se violentan a menudo, las encuestas se toman como datos de la realidad, como evidencia empírica. La gente toma decisiones a partir de las encuestas. Si damos por cierto el resultado de las encuestas, estas tienen consecuencias reales. Se generan hechos políticos a partir de un dispositivo epistemológico sumamente frágil en su sustentación teórica y que además se viola en su aplicación estándar. Entonces, sí. Las encuestas producen realidad».
E.E.: » El objetivo científico de la encuesta es medir un momento, pero el uso que se les da es para posesionar candidatos. Por eso hay encuestas que se muestran más que otras. La intención ahí no es mostrar la distribución del electorado, sino influir en la gente. Las encuestas están validadas como método científico para medir las conductas electorales. Lo que hace la derecha, a través de las encuestas y los medios de comunicación es posesionar candidatos en función de sus intereses. Los organismos que hacen encuestas persiguen una finalidad. Lo ideal sería que la información que se entregue a los votantes fuera en términos programáticos o qué piensa cada candidato, más que quien se cree que va a ganar, para que la gente se posesione detrás de ese. En ese sentido, las encuestas se prestan para una utilización negativa, y creo que deberían regularse, ya que si tienen una pretensión científica, debieran juzgarse en torno a qué tan válidas son las metodologías que se están aplicando».
Cálculo político
-En ese mismo sentido, ¿es Enríquez O. una creación de las encuestas?
M.V.: » La pregunta del millón es qué hubiera pasado si la encuesta del CEP no pone en el listado de los presidenciables, a Michelle Bachelet. Si no lo hubieran puesto, eventualmente no sería lo que es. Es evidente que las empresas de encuestología, muchas veces vinculadas a sectores políticos, toman decisiones políticas que tienen efectos políticos. En ese sentido, si las encuestas no ponen a MEO como un candidato de interés, este no existiría. A la inversa, existe en gran medida porque los medios, pese a que marcaba el 1%, lo que indicaba que era anecdótico, le dieron un espacio importante, dado que le quitaba votos a la Concertación y facilitaba el porcentaje de votos de Piñera. Por tanto, Enríquez Ominami es una construcción política, producto de un cálculo político hecho por los dueños de los medios de comunicación. El Mercurio contrata a Opina, y le dice, hagan siete preguntas sobre Enríquez Ominami. Y en la medida en que lo hace reiteradamente, Enríquez Ominami termina existiendo. Pasa del 1% del CEP al 12% de El Mercurio-Opina. Las encuestas, más que como dispositivo de investigación, crean hechos políticos. Esos hechos no se crean arbitrariamente, sino responden a una decisión política de crear hechos políticos».
E.E.: «Me extraña el guante blanco con que es tratado Enríquez O. Durante mucho tiempo, las encuestas de La Tercera hacían crecer a Marco Enríquez, porque se hacían en zonas donde éste era más potente».
Estrecho desenlace
-En tanto analistas ¿qué les sugieren los datos de las encuestas en torno al resultado de la elección presidencial?
M.V.: «Según las últimas encuestas, si uno suma la intención de voto de Arrate, Frei y Enríquez Ominami, gana Frei o Enríquez Ominami, el que pase a segunda vuelta. Piñera tiene el 30% y los otros suman más. El punto es que no son fácilmente sumables, porque una parte de la intención de voto de Enríquez Ominami se va a ir a Piñera. En ese sentido, la suma pura y dura no funciona. Pero aún así, dando una parte de Enríquez Ominami a Piñera, hay un punto central para decidir la segunda vuelta. El voto volátil y heterogéneo de Enríquez Ominami puede decidir la elección, si no es el que pasa. Un gesto, una insinuación más que una orden, a ese 3 o 4% que está indeciso y que eventualmente va a votar en blanco, podría decidir la elección. El punto es si Enríquez Ominami hace el gesto, o no, y a cambio de qué».
E.E.: «Por lo que se ve en las encuestas, Piñera está estancado. Depende de las próximas mediciones si le alcanza o no. Si permanece en torno al 40%, no le alcanza ni en segunda vuelta. No tiene por dónde crecer. En términos reales, ninguna encuesta lo da por ganador. Lo que se da en segunda vuelta es un empate estadístico, porque todas las encuestas tienen un error de estimación de alrededor de dos o tres puntos. Piñera nunca sale ganando por más de dos o tres puntos en la segunda vuelta, en las encuestas. Tengo la impresión de que lo que va a definir la elección, será cuánto va a poder seguir creciendo Marco Enríquez. Mi hipótesis es que la gente tiende a votar por el que cree que va a ganar. MEO acapara mucha intención de voto de gente disconforme con la Concertación, y en ese sentido, creo que en algún momento se tiene que desinflar, porque le gente no ve en él una alternativa real de gobierno, sino una crítica hacia la Concertación. Pero los votantes, hacia el final del período, se van poniendo más pragmáticos, y tienden a inclinarse por el que creen que va a ganar. Si la elección fuera en seis meses más, pienso que MEO alcanzaría a Frei, pero en un mes, eso es muy difícil».
Candidaturas de izquierda
-¿Por qué, en su opinión, las encuestas siempre subestiman las candidaturas de la izquierda extraparlamentaria?
M.V.: «Las encuestas tienen un margen de error de más menos 3%, es decir, el margen de error puede fluctuar entre 0 y 6. Por tanto, cuando los candidatos tienen pocas preferencias, no tener ningún voto o tener el 6%, está dentro del margen de error. Es el caso de Arrate y todos los candidatos extraparlamentarios, en todas las elecciones, que han sido subvalorados, pero no por mala fe de los encuestadores, sino por el margen de error. No obstante, la vida enseña que las candidaturas extraparlamentarias, que tienen un voto duro, siempre sacan entre el 3,5 y el 5%. Y como el padrón electoral es el mismo, ese porcentaje se va a mantener a todo evento, independiente de lo que digan las encuestas».
E.E.: «Los candidatos de izquierda se tienden a posesionar después que se hacen públicamente visibles. Los medios de comunicación no visibilizaron a Arrate sino hasta después del debate. Las encuestas miden la foto del momento, o sea, cómo sería la elección si sucediera este domingo. Pero después del domingo, cuando la encuesta es publicada, la gente se posesiona en torno a eso, porque a la gente le gusta votar por el ganador, y se agrupa en torno a los que percibe con más posibilidades, y en ese sentido, siempre sale más perjudicado el candidato de izquierda, porque se hace visible cuando la población ya está distribuida».