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Cronopiando

La tortura en el Estado español

Fuentes: Rebelión

La eliminación por parte del congreso español de 2 artículos del Código Civil que permitían a padres y tutores «corregir razonable y moderadamente» a los niños, ha convertido en ilegal el popular bofetón con el que tantos adultos enseñaron a la infancia, especialmente en el pasado, respeto y obediencia. A partir de ahora, quienes pretendan […]

La eliminación por parte del congreso español de 2 artículos del Código Civil que permitían a padres y tutores «corregir razonable y moderadamente» a los niños, ha convertido en ilegal el popular bofetón con el que tantos adultos enseñaron a la infancia, especialmente en el pasado, respeto y obediencia.

A partir de ahora, quienes pretendan levantar la mano contra un niño, deberán recordar primero que semejante acción puede conducirlos a la cárcel, no importa el parentesco o los motivos que aleguen en favor de su benemérito delito, porque no hay justificación alguna que ampare la violencia contra la infancia, así se trate de un simple guantazo, un sopapo o una torta.

Pero para los tantos sesudos violentos, letrados de los golpes, que aprendieron su oficio con sus hijos y hoy ven frustrada su carrera, no todo está perdido. No hay que desesperarse.

Antes de renunciar a la virtud del golpe y hacer entrar la letra con moderada y razonable sangre, quienes todavía no acepten semejantes disposiciones o sigan creyendo en los valores terapéuticos de la bofetada aplicada a la infancia, sólo deben esperar a que el niño, sobreviva, se desarrolle, crezca y se convierta en joven, y si además es vasco, tanto mejor, porque entonces podrán mantenerlo desnudo e incomunicado durante cinco días, propinarle toda clase de puñetazos y patadas, o simular su asesinato de un tiro en la cabeza, aplicarle la «bañera» y provocar su asfixia, violarlo introduciéndole un palo por el culo, entre otras aberraciones y torturas.

Si ya no es posible recurrir al hombre del saco para que el niño se coma la sopa, siempre se podrá apelar al hombre de la bolsa para que el joven se trague el cuento, se confiese el lobo o firme ser la bruja perversa y desdentada que envenenó a la princesa.

Si hoy es censurable castigar al niño de rodillas, de cara a la pared, por haber sido niño, siempre tendrán a mano castigar al joven de rodillas, de cara a la pared, por seguir siendo joven.

Si ya no se acepta el cuarto oscuro como destino del niño que no entre en razón y se niegue a crecer, siempre quedará el recurso del cuarto oscuro para el joven que no entre en razón y se niegue a morir.

Y todo ello sin que la justicia se interese en el caso, la ciudadanía se alarme y los medios de comunicación se enteren.

El mismo Estado español que escrupuloso como nadie de las buenas formas y los mejores modos, penaliza la bofetada asignada a la infancia con la cárcel, nada tiene que decir al respecto de la tortura aplicada a personas que no sea negarla hasta su evidencia y justificarla con su impunidad.

Amnistía Internacional, el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas y otros muchos organismos nacionales e internacionales han venido y siguen condenando al estado español por tolerar y promover la tortura.

Con harta frecuencia llegan denuncias de nuevos casos de torturas practicadas a personas detenidas bajo la acusación de terrorismo que, antes de pasar por un tribunal que dilucide su inocencia o culpabilidad, podrían ser bomberos, pasan por las salas de urgencia de los hospitales donde curar sus «confesiones».

Uno creía que la tortura, la más aberrante de todas las violencias, es incompatible con eso que llaman estado de derecho; que la tortura, el más infame método de terror, es inconciliable con eso que llaman democracia, pero ocurre que no, que en el Estado español todo principio moral y jurídico tiene sus excepciones y bien lo saben ellas, porque si existiera la justicia, más allá de la burla de la toga y el birrete; si la ética no fuera un mal respingo, por ende inoportuna y nada lucrativa; si los medios fueran independientes y no cautivos de los intereses de sus dueños; si la verdad no estuviera secuestrada tras un código de barras y fuera la dignidad la única propuesta; si la impunidad no siguiera amparando a quienes no responden a la vergüenza de sus cargos y han sido, además, recompensados con cargos sin vergüenza, si este Estado fuera sólo un remedo de lo que dice ser… no existiría la tortura.

Yo, por si acaso, me declaro culpable. Que ellos pongan los cargos.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.