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La tradición en España

Fuentes: Rebelión

Cuando Inglaterra ofrece algo al mundo asociado a una tradición, independientemente del interés que suscita la no­ticia en sí en España se recibe de tres maneras: una es con indi­ferencia, otra con repulsión por venir precisa­mente de aquel país con toda la historia de su supuesta al­tanería y de hostilidad hacia España, y la tercera, […]

Cuando Inglaterra ofrece algo al mundo asociado a una tradición, independientemente del interés que suscita la no­ticia en sí en España se recibe de tres maneras: una es con indi­ferencia, otra con repulsión por venir precisa­mente de aquel país con toda la historia de su supuesta al­tanería y de hostilidad hacia España, y la tercera, con la en­vidia que pro­voca en el español, campeón en esa compe­tencia, todo lo que despierta sentimiento de inferiori­dad o frustración…
 
En estas dos semanas se viene celebrando allí, en Wimbledon,  el tradicional torneo de tenis que un mes de ju­lio hace 140 años se inauguró e incluye el descanso depor­tivo en los dos domingos que jalonan el evento.
 
La tradición en España, en cambio, sólo reside en el hecho religioso y en las fiestas populares generalmente san­grientas más o menos ligadas a él. Lo poco tradicional que exista por aquí de carácter civil, a buen seguro será sólo local. Tradición, lo que se dice tradición a nivel nacio­nal, sólo pode­mos decir que son las procesiones -en todos los forma­tos y colores-, y la fiesta de los Toros y otras en las que el ani­mal sufre martirio de maneras varias.
 
No puede extrañar. Hasta ayer, el catolicismo tremen­dista, la Inquisición, el absolutismo monárquico y las dicta­duras son las superestructuras sociales que vienen re­inando en Es­paña después de los reinos de Taifas. Y cuando se superó un periodo de terror más o menos institu­cional, quienes protago­nizaban el siguiente rompie­ron con todo vestigio de la etapa precedente salvo lo intoca­ble: procesiones y Toros. Cualquier otra posible tradi­ción civil no llega nunca a confor­marse. En unos ca­sos porque la fuerza de su profani­dad competiría con el alarde religioso, y en otros porque sofo­caría un poco más las fanfarrias del festejo sanguina­rio…
 
El caso es que en España no hay tradiciones dignas de ser compartidas por todos. Pues de las dos citadas, una es vista por una parte gruesa de la población como algo trufado por la mojiganga y la otra como práctica que mueve a repulsión. Lo mismo que, al otro lado, no hay ten­dencia que no esté aso­ciada al frenesí del cambio, en unos casos, o al ansia de se­pultar, en otros, cualquier vestigio de su historia negra aba­rrotada de episodios tene­brosos que cierran las puertas a toda tradición hermosa de alcance nacional. Esto da idea de los dividido que está siempre este país…

 
Jaime Richart, Antropólogo y jurista.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.