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La traición de Régis Debray al Che Guevara

Fuentes: Rebelión

«El Judas del Che Guevara» Tomás Eloy Martínez «Le dio por traicionar a un hombre muerto». Carlos M. Vilas Recientemente la prensa mundial se ocupó con amplitud de la conmemoración del cuarenta aniversario de la muerte de Ernesto «Che» Guevara de la Serna. Con todo, nadie que yo sepa incursionó en el papel determinante que […]

«El Judas del Che Guevara»

Tomás Eloy Martínez

«Le dio por traicionar a un hombre muerto».

Carlos M. Vilas

Recientemente la prensa mundial se ocupó con amplitud de la conmemoración del cuarenta aniversario de la muerte de Ernesto «Che» Guevara de la Serna. Con todo, nadie que yo sepa incursionó en el papel determinante que el intelectual francés Régis Debray desempeñara en aquel histórico acontecimiento.

Supe de la existencia de Debray, si mal no recuerdo, un poco antes de que arribara a Bolivia para reunirse allí con Guevara a comienzos de 1967, concretamente el 20 de marzo, puesto que en su diario el Che se refería así a la llegada de quien por un tiempo cargara con el mote de Dantón o El francés: «…viene a quedarse, pero yo le pedí que volviera a organizar una red de ayuda en Francia y de paso fuera a Cuba, cosa que coincide con sus deseos de casarse y tener un hijo con su compañera». Algo, no retengo bien concretamente qué, oí y leí en París mientras me encontraba estudiando Filosofía en la Sorbona sobre sus actividades como intelectual progresista entre los años 64 y 66. En abril del 67 me informé por «Le Monde» que había sido detenido por el ejército boliviano y que se le seguiría un juicio por un tribunal militar como presunto jefe y responsable organizador de la guerrilla en dicho país. Inmediatamente se levantó una polvareda mundial orquestada desde Francia clamando por el respeto a su vida y a sus derechos civiles y humanos. Todos los de nuestra generación recordamos, también, el éxito editorial y la asombrosa divulgación por aquella época de dos de sus obras: «El castrismo: la larga Marcha de América Latina», pero sobre todo, el más publicitado libro político de aquellos tiempos, «¿Revolución en la revolución?». Después, Debray regresa libre a Francia y en París continua por un breve período su brega política e intelectual siempre dentro de las trincheras de la izquierda.

Pero como el andar de la Historia no se detiene ni oculta nada bajo el sol, el final de su «larga marcha revolucionaria» vino a ser expuesta en la triste dimensión que ya se conoce y que Tomás Eloy Martínez sintetizara al llamarlo sin tapujos como «El Judas del Che Guevara», o Carlos M. Vilas resaltando que, contrariamente a lo que le pasó a Pinochet con Allende, a Debray «le dio por traicionar a un hombre muerto».

El antiguo «Dantón» o «El francés» de entonces, en una entrevista define al Che como a un hombre arbitrario y sectario, insinuándolo como sicópata autoritario. Y más, se ha consagrado a publicar algunos libros en los que hace todo por deshonrar su figura mítica, llegando en uno de ellos, «Alabado nuestros señores», a calificarlo de «cruel, fanático y despótico». Y todo esto sin sonrojo alguno tras haber explotado su nombre.

Es por ello que ahora nos hemos preguntado si sus recurrentes injurias y el bullicio de su arrepentimiento, no serán acaso producto de un truco político o de un trueque comercial, de reblandecimiento, vejez, amnesia, ingratitud o locura. Lo cierto es que esta nueva postura oportunista del otrora «compañero del Che», nos da la oportunidad para volver sobre una vieja tesis según la cual Régis Debray con sus dos libros de corte revolucionario ya mencionados, antes que favorecer la imagen y la lucha por el nuevo hombre que libró el Che, lo que hizo fue vulgarizar su pensamiento llevándolo malintencionadamente a las categorías de voluntarismo, foquismo y guevarismo.

Además, respecto a su delación o traición, siempre quedó una estela de duda sobre las declaraciones que pudo haber dado al ser detenido por el general Ovando. Este general vociferaba pocos días después, y por primera vez en público, que tenía ahora sí la certeza de que Guevara se encontraba en territorio boliviano. «Se basa -dice el Che en su Diario refiriéndose a la perentoria afirmación de Ovando- en las declaraciones de Debray que, parece, habló más de lo necesario.» Pero, naturalmente, aquí no termina todo.

En abril 20 del 1967 el ejército boliviano captura a dos hombres que hacen parte de la red de apoyo del foco guerrillero creado por Guevara. Identificados, sus nombres responden a los de Régis Debray y Ciro Bustos. En un extenso reportaje de Miguel Bonasso a Bustos, cuando aquel le pregunta años después «si había leído lo que decía de él Oriana Fallaci en un reciente reportaje a Elisabeth Burgos, la mujer de Régis Debray», aseverando que «El único que habló fue Ciro Bustos que, atemorizado por la amenaza de muerte contra su mujer y sus hijos, el 23 de abril dibujó el retrato de doce guerrilleros entre los que se encontraba el Che», el pintor argentino, airado, replicó con una serie de detalles acusando de falsedad a la Fallaci pero no sin dejar de mencionar a nuestro hombre: «Además no te olvides -dijo textualmente- que se había producido la involuntaria confesión del Loro Vázquez, el guerrillero que estaba herido y al que Eduardo González de la CIA le montó una mise en scène para que creyera que un periodista enviado por Fidel Castro quería saber noticias del Che… a mí me hicieron escuchar la cinta en donde Debray, ante la evidencia de lo del Loro, también admitía que había venido a hacerle un reportaje al Che y que lo había conseguido.»

Ahora bien, suponiendo que es confiable todo lo dicho por Ciro Bustos durante sus 3 años de prisión hasta ser amnistiado junto con Debray por el presidente Juan José Torres unas pocas semanas antes de aquel 9 de octubre en que el Che fue asesinado, ¿quién puede asegurarnos que fue Debray quien tuvo menor o ninguna culpa en la delación? Tan la tuvo, que a partir de su mencionada amnistía conseguida por el gobierno y el «establishment» francés, se dedicó no tanto a limpiar su imagen como a mancillar la del Che.

Y habría que tenerse en cuenta, igualmente, lo que escribieran Tomás Eloy Martínez y Ana de Skalon. La cineasta y periodista esposa de Bonasso se explayó acerca de los orígenes familiares y sociales de Debray y por los mismos, las consecuencias casi lógicas de su traición: «Un informe confidencial de la Cancillería británica sostiene que el intelectual francés Régis Debray guarda en su memoria el haber hablado de sus amigos a sus enemigos durante su interrogatorio… este documento cuenta de relaciones de sus padres con el poder del Estado y de la Iglesia Católica el que se pondrá en marcha a partir de su detención en Bolivia. La familia Debray conoce bien qué timbres tocar en el gobierno… el Quai d’Orsay, a pesar de su desconcierto, instruyó a que la embajada francesa en La Paz actuase en el asunto… El Vaticano fue persuadido de presionar discretamente a favor de un juicio al menos razonable… y hasta el general De Gaulle se vio en la necesidad de enviar un mensaje personal al presidente Barrientos… Aparentemente les contó a sus interrogadores dónde y cuándo había conocido al Che Guevara. Posteriormente Debray sostuvo que no le dijo nada al ejército boliviano que ellos ya no supiesen. De todas maneras, Che Guevara fue descubierto y fusilado el 8 de octubre»

Entre tanto, Tomás Eloy, como ya dijimos, reputándolo como «El Judas del Che Guevara», sentencia: » «Todos los mitos se construyen alrededor de dos figuras antípodas: la del que crea y la del que destruye. Si alguien descubre el fuego, otro debe robarlo; si alguien elige sacrificarse para salvar a la humanidad, otro lo tiene que traicionar. Esa ley remota alcanzó también al Che Guevara, cuya imagen mitológica es ahora la del héroe obstinado que triunfa contra toda flaqueza, contra toda adversidad, y que elige la muerte antes de que la muerte lo elija a él. Si el Che encarna la pasión, ¿quién encarna entonces la traición, la codicia, la otra cara del mito?». Luego, retomando las conclusiones del ya famoso documental ¿Quién traicionó al Che Guevara?, recuerda cómo «dos testigos centrales de la historia afirman que el delator fue Debray: uno es un ex agente de la CIA; el otro es el comandante Gary Prado, jefe del pelotón que apresó al Che en la selva de Bolivia.»

Aleida Guevara, hija del Che, no duda en señalar que queriendo protegerlo, «mi papá se desvió para sacar a Debray de la selva y tenemos la impresión de que, cuando Debray cayó preso, habló de más.»

¿Podría entonces caberle responsabilidad tangible y culpa histórica a Régis Debray en la muerte del Che Guevara y en el fracaso de la revolución en Bolivia?

Sin embargo, no nos corresponde juzgar sobre este asunto puntual, o sobre lo que hizo o no hizo entonces o hace ahora el intelectual francés.

No sabemos lo que le reserve la Historia, y si lo juzga y lo perdona, pero no creemos que los latinoamericanos y los hombres y mujeres de muchas partes del mundo que creían y creen en aquella gesta, que se apasionaron con ella, le perdonarán a Debray su escupitajo en la tumba del Che.

En fin, lo que quisiera resaltar ahora es que, 40 años después, mientras el Che se inscribe en la Historia convulsionándola aún a través de sus imágenes, de su resonante nombre y de su ejemplo de hombre vertical, Régis Debray continúa mimetizado en ella vanagloriándose de su traición.

*Escritor colombiano

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