¿Hay alguna relación entre la UDI y cualquiera de los partidos que forman la Nueva Mayoría (NM)? Aunque mantengan ciertos emblemas, lemas y una retórica que se hunde en los albores del siglo pasado, los vínculos presentes son demasiado estrechos como para saber cuáles son las hebras que pertenecen a los diferentes tejidos. Todos, y […]
¿Hay alguna relación entre la UDI y cualquiera de los partidos que forman la Nueva Mayoría (NM)? Aunque mantengan ciertos emblemas, lemas y una retórica que se hunde en los albores del siglo pasado, los vínculos presentes son demasiado estrechos como para saber cuáles son las hebras que pertenecen a los diferentes tejidos. Todos, y aquí tal vez la única excepción fue el Partido Comunista (PC), hundieron sus raíces en aquel espacio difuso y artificialmente sobrevalorado que marcó el fin de la dictadura y el ingreso en un extraño e innombrable interregno. Y todos, y hoy cada uno de ellos, nos atrevemos a decir que sin excepción, comparten y también celebran la institucionalidad económica y su extensión política (el orden de los factores no altera el producto).
Hoy todos quieren iniciar su historia a partir del fin de la dictadura. El traspaso de ese umbral temporal es hoy, lo mismo en el PC como en la UDI -y sin duda en el PS o la DC-, el ingreso en un espacio borroso entregado a la desmemoria. Los cálculos electorales convirtieron la historia en una opaca representación icónica desligada de idearios y convicciones. Bajo el alero del mercado y de las abúlicas mayorías, la apuesta está acotada a nuestra estrecha y circular transición.
Los eventos no hacen más que confirmar este fenómeno de patología social y política. La UDI, partido fascistoide con presencia territorial con una otrora fuerte militancia, eligió en comicios internos bajo una abstención inédita a una candidata que clama por el retorno a un momento utópico que, no siendo la dictadura, florecía durante los primeros años de la transición. Ni esta epifanía levantada por la senadora Jacqueline Van Rysselberghe (JVR) logró estimular a los alicaídos militantes. La UDI, partido «poblacional y popular», como podían entender «lo social» santos de la UDI como Jaime Guzmán o Miguel Kast, hoy se enreda en la misma hilacha del resto del fatigado binominal. Víctima del mismo desprecio y abstención, la creación guzmaniana rueda por el mismo acantilado que sus socios y competidores. La UDI se va al suelo junto a todo el tablero político.
El olvido es una condición buscada. Lo mismo que hace el PS, al relajar los puños en alto, borrar o confinar a los rincones más oscuros a sus otrora líderes en pos de esa nueva identidad que conjuga un progresismo globalizante, la UDI también ha clavado sus orígenes, por lo menos los más nombrados, en el mismo escenario compartido. JVR, la senadora y flamante presidenta del partido levanta aquellos años marcados por el mito que puso a Chile como ejemplo de modelo neoliberal exhibido por la OMC, el FMI y Wall Street. Un periodo para el rebalse económico desde La Dehesa y las torres de El Golf a las poblaciones entonces controladas por la UDI Popular. Hacia esa leyenda mira la senadora.
La UDI, y todos los partidos y las figuras mecidas en la cuna del mercado desregulado, comparten los mismos rasgos. Un nido hoy convertido en telaraña que mantiene atrapada a toda la institucionalidad desarrollada en aquellos años pero instalada, bien lo sabe la UDI y por cierto la NM, durante la dictadura. Todo el andamiaje político de las grandes coaliciones, inmovilizadas por la crisis de representación y alejamiento ciudadano, incapaz de proyectar un futuro diferente, sólo atina a mentar el pasado.
El PPD ha mostrado la misma fruición por los años de la transición y los consensos. El aplauso «a rabiar» que recibió hace unas semanas desde sus acólitos del partido instrumental el ex presidente Ricardo Lagos en su incierto periplo a La Moneda, es una muestra más de esta jaula postdictatorial en la cual también circula el PPD.
Más que crisis de representación, estos partidos y coaliciones padecen los complejos síndromes de una enfermedad terminal. Con la evidencia, pero sin la plena conciencia del fracaso neoliberal como herramienta de desarrollo e integración social, están, por un lado, inhibidos de volver a integrar sus acariciados mecanismos de mercado en sus programas. En la otra cara apuntan al pasado, ejercicio retórico inútil que sólo sirve para retroalimentar sus propios espíritus alienados.
Publicado en «Punto Final», edición Nº 867, 23 de diciembre 2016.