Si consideramos las fuentes de información, la televisión tiene sin duda características ubicuas. Los efectos de la programación de TV por los 40 años del golpe son elementos fundamentales para comprender esta extraña grieta en la continuidad de la transición, la que abre inpredecibles consecuencias en el andamiaje político y su institucionalidad. Hay varios factores […]
Si consideramos las fuentes de información, la televisión tiene sin duda características ubicuas. Los efectos de la programación de TV por los 40 años del golpe son elementos fundamentales para comprender esta extraña grieta en la continuidad de la transición, la que abre inpredecibles consecuencias en el andamiaje político y su institucionalidad.
Hay varios factores a considerar antes de interpretar la función que tuvo la televisión en este giro en el relato del 11 de septiembre de 1973, y la representación detallada de la brutalidad de los crímenes de la dictadura. Como contexto, podemos situar el creciente cambio en la percepción política, instalada inicialmente por los jóvenes desde finales de la década pasada y hoy extendida a través de variadas movilizaciones sociales. Es en este nuevo escenario crítico, esta nueva mirada política, donde se desarrolla el discurso mediático que saca a luz el verdadero rostro de la dictadura, un relato que había sido matizado y velado durante 40 años. En esta operación de la puesta en escena propia de cualquier espacio de televisión -avisadores incluidos y búsqueda de rating-, es necesario hacer una acotación. Quien llevó la delantera en el proceso no fue la televisión local, pública o privada. Fue Chilevisión, cuya propiedad está en manos de la cadena estadounidense Time Warner, así como CNN Chile, también del mismo dueño.
Prácticamente toda la población se informa por la televisión abierta. Según un reciente sondeo del Consejo Nacional de Televisión, apenas un 20 por ciento de los espectadores dice informarse por un medio de comunicación adicional a la TV. Un 23 por ciento usa también la prensa escrita y revistas, un 21 por ciento la radio, un 19 por ciento la televisión pagada por cable, y sólo un 16 por ciento Internet. Vale mencionar el uso de las redes sociales como fuente de información, que según ese sondeo no alcanza ni a cinco puntos. Sobre esta base estadística, podemos afirmar el tremendo poder que tiene la televisión abierta como fuente de información masiva. Las grandes corrientes de opinión, temibles para el poder político, parecen no venir desde los editoriales de El Mercurio, sino desde la pantalla de la televisión abierta.
A grandes rasgos, es la televisión en sus diferentes modalidades la que construye la imagen que la ciudadanía tiene de la realidad. Diversos estudios han concluido que el poder que tiene este medio le permite modelar esa realidad, influyendo en el pensamiento y actitudes de las personas. El rol que ha tenido esa televisión durante los últimos 40 años, sumada a la prensa escrita del duopolio, ha sido fundamental y funcional con el sector político y los poderes fácticos.
Pero algo ha pasado este año. No vamos a hablar de un cambio estructural en la televisión, pero sí de un evento, un programa, un reportaje capaz de remover los últimos restos de una falsa narración histórica levantada por el ejército y defendida por la derecha. Sagazmente, la fuerza de aquellos programas estuvo en las imágenes, en viejos registros, lo que es la esencia de la representación de la realidad.
La clásica afirmación que los medios, y en especial la televisión, crean realidades, podemos contrastarla o matizarla: la información mediatizada ha de corresponderse con la realidad social y política. No existe oferta sin una demanda, y los programas sobre el golpe tuvieron un muy alto rating. La televisión mostró lo que la ciudadanía demandaba. De cierta manera, aunque parezca increíble, tuvieron que pasar cuatro décadas para que la sociedad tomara conciencia de la bestialidad de las violaciones a los derechos humanos. Y si ocurrió con la televisión, es posible que también suceda en otras áreas de la vida política y social.
Los efectos de esta programación han sido inmediatos. Los hay sociales, pero hasta el momento los más claros han sido los políticos. Porque ya no es posible desvincular a la política de los medios. La política está mediatizada, se canaliza por los medios y se recoge como sondeos de opinión. Que el presidente Piñera haya apuntado a los «cómplices pasivos» por aquellos mismos días, y más tarde haya decidido cerrar el penal Cordillera, son parte de la permanente retroalimentación entre la política institucional y los medios de comunicación. Piñera, y lo ha reconocido en medios de prensa, no hubiera tomado estas decisiones sin haber considerado el contexto mediático. Y los medios, pese a todos sus sesgos, también expresan el contexto social. Algo parece estar cambiando en Chile.
Publicado en «Punto Final», edición Nº 791, 11 de octubre, 2013