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La última frontera de la derecha

Fuentes: Rebelión

Hoy la derecha política puede conquistar la última parcela esencial de poder que aún le es esquiva: la Presidencia de la República. Si el conservador Sebastián Piñera, candidato de la Alianza por Chile, logra derrotar a la socialista Michelle Bachelet, abanderada de la Concertación, unirá el principal resorte del poder político a su control económico […]


Hoy la derecha política puede conquistar la última parcela esencial de poder que aún le es esquiva: la Presidencia de la República. Si el conservador Sebastián Piñera, candidato de la Alianza por Chile, logra derrotar a la socialista Michelle Bachelet, abanderada de la Concertación, unirá el principal resorte del poder político a su control económico y financiero del país, a su dominio de los dos grandes grupos comunicacionales y a su connivencia con la jerarquía católica en la defensa de los valores morales tradicionales.

En principio, Bachelet parte con una mínima ventaja ya que obtuvo el 46% de los votos en la primera vuelta celebrada el 11 de diciembre y ha recibido el apoyo público del Partido Comunista, resolución que puede reportarle al menos el 5% de sufragios que la eleve por encima del 50% necesario. De hecho, ya Ricardo Lagos requirió del apoyo de los comunistas hace seis años para derrotar por estrecho margen al pinochetista Joaquín Lavín, miembro de la Unión Demócrata Independiente (UDI), principal fuerza de la Alianza por Chile. Las últimas encuestas predicen un 52%-48% a favor de Bachelet.

Por ello, la estrategia y el discurso de Piñera se han dirigido al sector más conservador de la Concertación, encarnado por el Partido Demócrata Cristiano (PDC), y, frente al perfil de Bachelet (socialista y agnóstica), ha insistido en adscribirse al «humanismo cristiano» y se ha vanagloriado de que sus padres fueron fundadores de esta fuerza política y de que cultivaron la amistad de los ex presidentes Eduardo Frei Montalva (1964-1970) y Patricio Aylwin (1990-1994). Sólo si logra capturar todos los votos recaudados por Lavín en la primera vuelta y penetrar en el notable electorado democratacristiano, Piñera puede aspirar a convertirse en el primer derechista que conquista la Presidencia de la República desde que Jorge Alessandri lo hiciera en 1958.

Sin duda alguna, no dejaría de ser una sorpresa que se convirtiera en el nuevo inquilino de La Moneda el 11 de marzo, puesto que su candidatura presidencial obedeció principalmente a la disputa por la hegemonía en el seno de la derecha frente a la soberbia UDI, el partido más votado del país y en imparable ascenso desde las elecciones legislativas de 1997 hasta su estancamiento en las del pasado 11 de diciembre, cuando perdió algunos senadores emblemáticos. De hecho, ya en 2001 las maniobras de la UDI le forzaron a retirar su candidatura al Senado por Valparaíso.

Además de su publicitado «humanismo cristiano», Piñera maneja otros dos argumentos centrales: su alejamiento de la dictadura militar encabezada por el general Pinochet y su éxito como empresario «hecho a sí mismo». En efecto, fue una de las escasas personalidades de la derecha que rechazó la permanencia del dictador durante ocho años más en la Presidencia de la República en el histórico plebiscito del 5 de octubre de 1988. Sin embargo, y como toda la derecha, es partidario de imponer una ley de «punto final» para los responsables de los crímenes de lesa humanidad cometidos durante los 17 años de régimen militar, tal y como acaba de prometer a un grupo de destacados militares retirados.

Por otra parte, en un cuarto de siglo Sebastián Piñera ha amasado una de las mayores fortunas del país, que supera los 400 millones de dólares, según reveló el periodista Ernesto Carmona en su libro Los dueños de Chile. Es uno de los paradigmas de la extrema concentración de la riqueza que caracteriza el Chile actual, uno de los países donde la brecha social entre los segmentos sociales con mayores y menores ingresos es más aguda. Es propietario de la principal línea aérea chilena, privatizada durante la dictadura y que por cierto entonces prestó asistencia a los criminales de la siniestra Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), y participa en las juntas directivas de numerosas empresas: de telefonía, centros comerciales, clínicas, fondos privados de pensiones…

Ciertamente, el suyo es un perfil muy diferente al que exhibió la candidata socialista hasta 1990: hija del general constitucionalista Alberto Bachelet, muerto en la penitenciaría de Santiago el 12 de marzo de 1974 a consecuencia de las torturas sufridas a manos de sus ex compañeros de la Fuerza Aérea; detenida junto a su madre, Ángela Jeria, y conducida a Villa Grimaldi, sinónimo del horror de la dictadura, el centro de desaparición y tortura más cruel de la DINA; exiliada y retornada a Chile para participar en la lucha social y política contra la dictadura; comprometida con la defensa de los derechos humanos en la Fundación PIDEE, que prestaba ayuda a los niños víctimas de la represión, y ayudista del insurgente Frente Patriótico Manuel Rodríguez; ministra de Salud y Defensa durante el sexenio neoliberal de Ricardo Lagos.

La gran paradoja del Chile actual es que quienes se enriquecieron al amparo del modelo neoliberal instaurado a sangre y fuego por Pinochet y una parte de quienes lucharon contra su régimen convergen en la defensa acrítica de un modelo económico caracterizado por la injusticia social, el poder omnímodo de los grandes grupos económicos, la indefensión de los trabajadores, la privatización de la sanidad, la educación y la pensiones y la cesión de la explotación de la gran minería del cobre a las transnacionales. Este fue el precio de la Transición. Este es el precio para que los «socialistas renovados» chilenos exhiban su éxito electoral ante el mundo: la renuncia a los ideales y las utopías que encarnó la Unidad Popular, el abandono de los principios revolucionarios del socialismo histórico chileno y del Presidente Salvador Allende, el compromiso con una sociedad deshumanizada que ha hecho retroceder un siglo a los trabajadores chilenos.

El magro balance de los 16 años de gobierno de la Concertación posibilita que la derecha pueda reconquistar hoy la Presidencia de la República y frustre por tanto su aspiración de culminar dos décadas de administración neoliberal del país en la fecha emblemática del 2010, bicentenario de la independencia nacional.