Recomiendo:
6

La verdad oficial y otras verdades

Fuentes: Rebelión

Las masas tienen bastante con las redes del mercado, cuyo mandato explícito o implícito es consumir, consumir y consumir, pasando a ser la meta de una mayoría de individuos en la sociedad de mercado, a ser posible, animada por el espectáculo permanente. Es de atender a tales necesidades de lo tiene que ocuparse cualquier Estado paternalista, de los que se llaman avanzados, para que el rebaño no se altere y se le salga del cercado, de manera que todo eso de los derechos, las libertades y el orden, como misión fundamental que tienen encomendada, se vaya al garete.

Este es uno de los motivos por el que, por una parte, se impone la doctrina y, por otra, se corta de raíz toda disidencia de lo que marca la verdad oficial. La doctrina es un producto elaborado por la superelite capitalista, que ha pasado a ser de obligado cumplimiento para las masas consumidores. Educadas en ella, no hay posibilidad de escape, porque lava el cerebro de las personas desde la más tierna infancia y se consolida en la etapa de la razón biológica; en definitiva, viene a decir, que fuera de lo que se te educa no hay nada. La verdad oficial es el corrector de cualquier tendencia heterodoxa, por la que se viene a excluir a lo que se aparta de la ortodoxia del sistema, siguiendo la dirección ideológica marcada por los altos gobernantes económicos.

Para que la verdad oficial tenga solera, no basta con que el mandamás de turno la establezca por decreto, requiere de la imprescindible colaboración de otros instrumentos para que adquiera consistencia ante las masas. En primer término, la acción mediática, debidamente controlada y manipulada por los correspondientes intereses económicos y políticos —públicos y privados—, es fundamental, ya que si no hay comunicación, algo de lo que se ha venido en llamar información —cada vez más escasa— y mucho entretenimiento —aunque sea de pago—, las masas ni se enteran de la fiesta que se celebra en el otro lado. Sin embargo los medios hablan mucho y dicen poca cosa, e incluso se contradicen, de ahí que sea imprescindible acudir a la verdad científica —aunque hoy sea blanca y mañana negra—, porque da cierta garantía de racionalidad a cualquier asunto; pasando a ser colaboradora, si su autorizada versión coincide con los intereses de los que mandan. La verdad científica es debidamente publicitada por la autoridad de cátedra, aunque dada su condición de asalariada de la maquinaria estatal y, haciendo horas extraordinarias para el poder económico, debidamente retribuidas, surge la duda de su neutralidad, incluso, en algunos casos, la certeza de parcialidad; pero en definitiva, el nombre pesa mucho para crear verdades. Queda por ahí, sin entrar en otro instrumental, la tecnología o si se quiere la ciencia y el ingenio al servicio del mercado, cuyos productos procuran estar en línea con la verdad oficial y contribuyen a confirmarla. Con semejante arsenal de respaldo, la verdad oficial juega con ventaja.

Al otro lado del espectro político, económico y social del establishment quedan las llamadas mentiras o, tal vez, se trata de otras verdades. El hecho es que todo cuanto no concuerda con la verdad oficial es etiquetado como bulo, noticia falsa o simple tontería, dado que no ha sido debidamente apadrinado desde la dimensión mediática, la ciencia, la autoridad de los científicos ni la tecnología o, cuanto menos, no se han atrevido a hacerlo. Los argumentos para tales determinaciones suelen basarse en que no conviene que se descubra el contubernio económico-político de los que manejan el negocio. Parece más efectivo, en la época de la razón y de los conocimientos científicos, que los situados por encima de los demás, continúen en su posición a perpetuidad ordeñando la ingenuidad de las masas, para lucro propio.

Pese a los apoyos con los que cuentan, convendría poner en cuarentena las verdades oficiales, hasta ver que pasa, porque puede ser que resulten verdades ocasionales, tal vez simples mentiras piadosas para salir del paso y no herir la sensibilidad de las masas o, si se quiere, para no sacarlas de su estado de ignorancia y respetar su bien-vivir. En cambio, las otras verdades —entre las que no se incluyen las abiertamente mentiras o simples majaderías ocasionales—, pese a que molesten, hay que analizar su fondo de verdad. En todo caso, es el paso del tiempo el que pone las cosas en su sitio, resultando que, a veces, las verdades oficiales no son tan verdades como se dice ni las otras verdades son tan mentirosas.

Por citar algún ejemplo de verdades oficiales de actualidad —realmente montajes propagandísticos para la gente, al objeto de ocultar la realidad de fondo de los distintos asuntos— son las que se establecen por decreto en torno a temas como las vacunas, el virus, las materias primas, la inflación o la recuperación, posiblemente todas ellas verdades —para salir del paso—, porque así lo dicen los que mandan, los expertos y los medios. Hay que creerlo todo sin rechistar, ya que en caso contrario se enfadan con la discrepancia, porque parece que no cree en su autoridad. Sin embargo, creyentes o no creyentes, no estaría de más acudir a otras explicaciones, incluso etiquetadas como mentiras, pero que pueden contener algo de verdad, para que la verdad que se vende como verdad excluyente se confirme. En otro caso, hay que seguir hablando de verdad oficial y otras verdades, a la espera de ver qué pasa y en qué queda lo que sostienen una y las otras.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.