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Respuesta a Guillermo Rodríguez

La verdadera Historia del MIR la construiremos cuando deje de ser rehén del mito

Fuentes: Rebelión

El señor Guillermo Rodríguez, escritor y ex-militante mirista, termina su intervención sobre el MIR y la Lucha Armada, que dictó en un reciente seminario en la Universidad ARCIS señalando: «La Guerra es demasiado seria (…), como para tomarla con ligereza y a titulo de aventura personal» A esta acertada frase debemos agregar nosotros, que la […]

El señor Guillermo Rodríguez, escritor y ex-militante mirista, termina su intervención sobre el MIR y la Lucha Armada, que dictó en un reciente seminario en la Universidad ARCIS señalando: «La Guerra es demasiado seria (…), como para tomarla con ligereza y a titulo de aventura personal»

A esta acertada frase debemos agregar nosotros, que la historia de Chile y del MIR también es demasiado seria para analizarla con la ligereza que lo hace Rodriguez. Hoy existe una respetable comunidad de historiadores, trabajando y quemándose las pestañas para sacar adelante una balance científico de la historia del movimiento popular reciente, como para que se continué aceptando que cualquier opinólogo se pretenda historiador : «desde mi practica iniciada el año 1967 en una unidad técnico militar de la Brigada Secundaria del MIR» y quiera sentar cátedra sobre una historia tan compleja como la del MIR chileno.

Más aún el señor Rodriguez nos señala pontificando que al MIR hay que pensarlo a partir del resultado «de su propuestas a nivel del campo popular, muy lejanas del espontaneísmo y de las caricaturas que hoy día suelen transmitirse del MIR». Y sin embargo, él presenta una caricatura política del MIR, en la cual ni siquiera se toma la molestia de hacer una mínima periodización, ejercicio que permitiría por ejemplo entender que no se pueden mezclar en un mismo tiesto experiencias como «las corridas de cerco» de 1972 con la «propaganda armada» de 1981. Cualquier alumno de primer año de pedagogía en historia sabe que son momentos distintos y por lo tanto en alguna parte hay que tirar la raya divisoria, ya que una experiencia se vive en el marco de una «democracia burguesa» al decir del propio Rodríguez y otra en el marco de una dictadura militar. Que comparación se puede hacer entre una y otra, ¡por favor!

Los problemas de Rodríguez con la historia comienzan cuando trata de hacer la genealogía de la organización señalando «el MIR surgió (…) por la convergencia de diversos sectores de antigua militancia de izquierda revolucionaria y jóvenes del PS y del PC», es decir una mirada casi etaria del MIR, libre de conflictos, se olvida señalar que esa «antigua militancia», son anarquistas, sindicalistas, cristianos y troskistas, que son luego desalojados de la dirección política por los «jóvenes» que tenían a Miguel a la cabeza. Se reafirma, esta vez por omisión, el mito que cuenta que MIR nace ideológicamente inmaduro y madura cuando en 1967 Miguel se apodera de la conducción, por su brillantez dicen los mistificadores de la historia, nosotros agregaríamos, y con una buena máquina en sus espaldas. A nadie se le ocurre pensar que esa victoria de Miguel significó el primer paso hacia el estrechamiento ideológico de una organización que todos reconocen nació con una gran amplitud de orígenes.

Sin embargo, cuando nuestro comentarista ingresa al territorio de los historiadores comienzan los tropezones peligrosos. Sentencia en forma categórica; «Lo singular de la experiencia del MIR en décadas pasadas (…) es que surgió a partir del agotamiento de las estrategias reformistas y de los intentos de transformación del Estado mediante la legalidad burguesa».

Si consideramos que el MIR surgió en 1965 y Allende asume al gobierno en 1970 y es derrocado en 1973, ¿qué estrategia reformista se había agotado en 1965?. Aquí Rodríguez definitivamente desconoce de un plumazo lo que los historiadores de la escuela social-popular han reconocido como el período de mayor profundización democrática vivida por la sociedad chilena, los años comprendidos entre 1967 y 1973.

Por lo demás, no está de más considerar que cuando esta estrategia «se agota», o es agotada a cañonazos, también se agotan todas las otras estrategias de cambio social incluyendo la mirista.

En que sostiene esta visión del destino de fracaso ineludible de las estrategias políticas pacíficas el comentarista Rodríguez, lo hace en una recurrida estrategia de contramitificación muy extendida en un sector de la izquierda, que ante la fuerza arrolladora del mito del Chile estable y democrático levantado por la historiografía conservadora, intenta por su parte imponer el mito del Chile conducido por una oligarquía que a la única herramienta que hecha mano es la violencia, repite así Rodríguez un discurso aprendido (o recordado), «los poderosos que no vacilaron en desatar la guerra de exterminio en la araucanía, masacrar a trabajadores en Iquique, Ranquil, San Gregorio, La Coruña, Salvador, Pampa Irigoin, hipócritamente rasgan vestiduras respecto a la violencia». ¿Y entre esa matanzas que pasaba?, nada nos dice Rodríguez. Lo que pasaba es que existía la suficiente paz burguesa como para que un sector importante del movimiento popular se planteara la legitimamente la tarea de una transformación democrática y pacífica de la sociedad.

Y reincide el comentarista «En décadas pasadas, uno de los mitos presentes en la izquierda chilena era la existencia de Fuerzas Armadas neutrales, respetuosas de la ley». No es que pretendamos exculpar a nadie, lejos estamos de vestir algún tipo de uniforme, pero la historia es contundente entre 1924 y 1973 las FFAA se mantuvieron relativamente al margen de la política, por lo cual es difícil decir que Salvador Allende creía en mitos (aunque era masón), al diseñar un camino de transformación pacifica y democrática de la sociedad chilena, si hubiese intentado lo mismo en El Salvador o Bolivia, otra cosa pensaríamos.

Correctamente el opinologo en cuestión señala: «Estimadas compañeras y compañeros: es difícil en los pocos minutos con que contamos, sintetizar la experiencia del MIR, que cruza tres periodos de la lucha de clases y ya casi 43 años de existencia». Esto lamentablemente no lo motiva a sacar la conclusión correcta, que es dejar la historia a los historiadores e insiste, desarrollando ahora sus «ideas centrales», las cuales no vamos a comentar en extenso porque no pasan de ser lugares comunes como: «hemos asistido a una sola guerra, la guerra de los poderosos»; o misterios como » el campo popular no ha pasado de la fase de acumulación primaria de fuerza»; y agudos descubrimientos tales como «la estrategia de lucha armada se ha logrado instalar de manera puntual en franjas sociales reducidas, sin lograr acortar las brechas que le impiden ligarse al conjunto del pueblo».

Sin embargo, lo difícil de comprender son los denominados aciertos de la política mirista, que el historiador amateur enmarca en lo/las definiciones «táctico-estratégicas» ( es importante aclarar que el año 1987 el MIR discutió la ambiguedad de este término). Serían así acciones acertadas: «el correcto impulso de acciones directas de masas en diversos periodos, comprendidas como las tomas de terreno, de industrias, de predios agrícolas, de centros de estudios, las corridas de cerco y recuperación de tierras. El trabajo de Inteligencia desarrollado previo y durante el periodo de la Unidad Popular, así como el aporte a la seguridad personal del Presidente Allende. el correcto impulso del control obrero de la producción y desarrollo de poder popular embrionario en la etapa prerrevolucionaria. Lo acertado de la construcción de diversos tipos de fuerzas como milicias, grupos operativos, Fuerza Central, así como especializaciones en información, inteligencia, comunicaciones, talleres, logísticas, grupos caza-tanques, fuerzas guerrilleras rurales».

Es decir, reconstruir la estrategia política del MIR se reduce a dictar un catálogo de todo lo que el movimiento popular chileno hizo, trato de hacer, o soñó con hacer entre 1967 y 1973. Sin embargo, lo grave no esta en esto, ya que soñar no se le prohíbe a nadie, sino está en confundir en un mismo saco experiencias y formas de lucha que son impulsados por diversos actores, seguramente con motivaciones distintas y objetivos diversos. ¿Alguien puede afirmar la existencia de una línea que una social o políticamente las corridas de cerco de una comunidad agraria del maule y el aparato militar central del MIR? o ¿colocar las tradicionales luchas democráticas universitarias a la altura de un indeterminado «poder popular embrionario» ?.

¿Es posible creer que el «desarrollo del poder popular» reconocídamente alternativo a las políticas de gobierno de Salvador Allende es coherente con ser parte de la guardia personal de ese mismo Presidente?. No será mejor pensar que el MIR que decide abandonar las acciones armadas ante la eventualidad de la elección de Allende y luego se hace parte del GAP, expresa el momento más amplio de alianzas alcanzado por el movimiento popular en su historia y el otro MIR el que abandona el GAP y se lanza a radicalizar por la izquierda el proceso, con el «control obrero y corridas de cerco» expresa el rompimiento de esta alianza de facto. Preferimos pensarlo así, porque la otra alternativa, que se desprende del razonamiento de Rodríguez, nos resulta particularmente dolorosa: un MIR que con un oportunismo político de alcance histórico, le hace espacio al diseño allendista y se integra a la guardia personal del Presidente con el oscuro propósito de obtener algún provecho político o material de un líder cuya propuesta política en las ideas y en la práctica desprecian. Ve compañero Rodriguez que el trabajo de historiador político o social es un poco más complicado que hacer un catálogo de movilizaciones sociales o formas de lucha.

Finalmente el comentarista nos anuncia que todos estos «aciertos» tuvieron a la larga como conclusión : «la desarticulación, cerco y aniquilamiento de casi todas las unidades construidas, precipitando la crisis que de manera posterior quebraría a la organización». En que quedamos entonces, porque en la lucha revolucionaria como dijo muy bien Fidel se vence o se muere, pero no se pueden hacer las dos cosas al mismo tiempo.

Veamos la parte autocrítica del escritor Rodríguez, porque hay autocrítica que hacerse, porque según él hay errores y horrores (sic) cometidos por el MIR, pero aquí vuelven los lugares comunes ; «La poca preparación y capacidades a nivel estratégico», parece que no bastaba con considerar todas las formas de lucha como tan brillantemente el comentarista nos expone antes de llegar a esta mea culpa. «Debilidades para enfrentar los fenómenos del individualismo y falta de discusión colectiva…mesianismo de poner a la vanguardia y a la propia organización como sujeto protagónico y no a las masas…Rigidez estratégica, poca capacidad de maniobra para asumir los cambios de la situación política nacional o internacional. Esta vez podemos estar de acuerdo con Rodríguez, y podríamos gracias a esto excomulgar al MIR porque si estos son los «errores» y «horrores», entonces no cometió ninguno que no haya cometido la gran mayoría de las organizaciones de izquierda hasta 1989.

Hay uno de estos desaciertos en el cual queremos detenernos, dice Rodríguez: » visiones dispares desde Dirección Interior y Exterior, hasta llegar a impulso de políticas fraccionales y al quiebre por arriba de la organización». Señor Rodriguez sea consecuente con su mismo análisis: el MIR no se dividió por «políticas fraccionales», se dividió y desapareció por que su programa y práctica política no fue capaz de responder a los cambios que se produjieron a lo menos desde 1986 en adelante, por que el ethos mirista estaba diseñado para un mundo que nosotros cambiaríamos y no nuestros enemigos, como en realidad termino pasando y por ello el MIR no se fracciono, sino que se extinguió que es distinto.

Termina Rodriguez señalando, «el balance presentado, reitero a titulo personal, no me cabe duda que puede prestarse para que chillen y rasguen vestiduras los que detentan el poder y los reformistas que creen que dando certificados constantes de buena conducta ganaran un espacio en el tinglado del escenario político publico, mascarada que mantiene en la oscuridad a los poderes reales». Aunque su declaración final citando sus mismas palabras me suena a «rigidez estratégica» permítanme un «chillido». La verdadera HISTORIA del MIR la construiremos cuando ésta deje de ser rehén del mito, el ideologismo y el fetichismo político y sea objeto de estudio bajo responsabilidad de la historiografía y los historiadores y no de comentaristas u opinólogos por muy gloriosos o combativos que estos hayan sido.

Alvaro Vivanco H. (Ex-militante del MIR /Profesor de Historia y Ciencias Sociales)