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Reseñas extemporáneas

La vida cotidiana del dibujante underground, de Nazario

Fuentes: Rebelión

Siempre me apasionó contar mis aventuras, incluyendo, por supuesto, las más íntimas, educado como fui en rigurosas confidencias en los confesionarios. Pero resulta muy difícil hallar a las personas adecuadas que sepan o quieran oír nuestras confidencias. Quizás sea ésta una de las razones por las que un día los exhibicionistas nos volcamos en nuestros […]

Siempre me apasionó contar mis aventuras, incluyendo, por supuesto, las más íntimas, educado como fui en rigurosas confidencias en los confesionarios. Pero resulta muy difícil hallar a las personas adecuadas que sepan o quieran oír nuestras confidencias. Quizás sea ésta una de las razones por las que un día los exhibicionistas nos volcamos en nuestros diarios, como el náufrago que mete un escrito en una botella y lo lanza al mar (p.223). 

Conviene empezar aclarando ante qué tipo de libro nos encontramos y, a tal fin, la cita inicial tal vez pueda preparar el terreno. Nada más fácil, en principio, que endosarle la etiqueta de «memoria» o «autobiografía». Pero, ancha es Castilla y a buen seguro las naturalezas más inquietas no darían su curiosidad por satisfecha con una afirmación tan vaga. Más aún si tenemos en cuenta el amplío abanico de productos de mayor o menor calado autobiográfico que hoy día discurren por este nuestro atiborrado mercado editorial. Incluso partiendo de una definición acotada y restringida de lo autobiográfico, no nos quedaría más remedio que reconocer que la categoría en cuestión se presta y da cabida a fórmulas dispares: desde los registros más testimoniales hasta los estilos más introspectivos. La primera modalidad, próxima a la práctica de las ciencias sociales y propia de autores extrovertidos y dotados de las cualidades de un buen observador, pierde hoy la partida frente aquella otra basada, fundamentalmente, en la circulación libre y desinhibida de reflexiones íntimas y personales, más propias de un diario que de un escrito con pretensiones de proyección pública, a menudo envueltas por una oportuna pátina de atribulada profundidad, generalmente relacionada con alguna faceta de orden identitario y de dudoso interés para el común de los mortales. Verbigracia: ese tipo de libros que se leen con la ambivalente y contradictoria sensación de estar, por un lado, hurgando en los rincones más íntimos de la existencia humana; pero, al mismo tiempo, bajo la irreprimible convicción de que todo ha sido medido y orquestado al milímetro: el rastro irreductible y hediondo, en definitiva, de la impostura y el artificio.

Pues bien, el libro de Nazario se asemeja a un diario por varios motivos. Para empezar, porque, como él mismo revela, sus páginas están repletas de intimidades mostradas sin aprensión, vergüenza o inhibición; casi como si de un ejercicio de exhibicionismo se tratara, haciendo uso de los mismos términos que él emplea. No obstante, esa exhibición se ajusta a un prosaísmo claro y directo; una suerte de sinceridad desprovista de engolados artificios, desde la cual se construye un discurso bajo cuyo paraguas incluso las reflexiones más íntimas y personales se ajustan al molde de un lenguaje asequible, libre de requiebros y fatuidades. La vida sexual del autor, sus encuentros y desencuentros con las drogas o sus posicionamientos políticos son sólo algunas de las dimensiones vitales que aquí se proyectan hacia el exterior sin ningún atisbo represivo. Por añadidura, en estas memorias el entorno es tanto o más relevante que la vida interior del autor y si antes decíamos que incluso los párrafos más reflexivos asumían la claridad como principal criterio expositivo, hay que señalar ahora que todas ellas toman pie en realidades bien sólidas, concretas y palpables, alejándose de divagaciones etéreas. De modo que, no teman los asendereados lectores de la editorial Anagrama: en Nazario no encontrarán a un epígono trasnochado de Karl Ove Knausgård o de tantos otros miembros de la «cofradía del autobombo». Por consiguiente, habría que encuadrar La vida cotidiana del dibujante underground dentro del primer paradigma del escrito autobiográfico, tal y como lo hemos definido.

Pero este libro también tiene trazas de diario o, en todo caso, de producto pensado para el «consumo» personal, en otro sentido, estrictamente formal. No en vano, adopta una estructura peculiar, regida, en apariencia, por el desorden y la espontaneidad. Tanto la apertura como el cierre del libro dan cumplida cuenta de este rasgo, desprovistas la una y la otra hasta del distintivo más elemental: algo que revele al lector, en cada caso, que se encuentra al principio o al final de la lectura. Los acontecimientos narrados tampoco se suceden de forma lineal, acordes a un criterio cronológico de ordenación. No obstante, tras la construcción de los capítulos, inconexos entre sí, pero internamente coherentes y relativamente autónomos, se adivina un criterio organizativo de tipo temático. Esta elección contribuye a suavizar la sensación de desconcierto y desorientación que, por momentos, asalta al lector y llega a convertir la lectura en una tarea ardua y farragosa.

Concluidas estas líneas introductorias, a medio camino entre el preámbulo y la advertencia, ha llegado el momento de enumerar las virtudes que este libro atesora para merecer un juicio genéricamente benigno y positivo. Algo apunté ya, al recalcar la importancia concedida al entorno en el curso de la narración. Y es que buena parte del texto agota su extensión en descripciones vivas pero metódicas de personajes, lugares, anécdotas, eventos y acontecimientos de todo tipo y de mayor o menor relevancia histórica. Llegados a este punto, tal vez no obedezca a un vano capricho traer a colación la figura de Mesonero Romanos, a título meramente ilustrativo; pues no se puede negar el peso de una incuestionable impronta costumbrista en las descripciones de las cofradías sevillanas y de su peculiar composición, de las muchas tascas, garitos y tugurios frecuentados por Nazario o del formidable supra-mundo de las azoteas barcelonesas, con sus palomares y «jardines» improvisados. En ocasiones, la perspectiva microscópica, casi ubicua, deja paso a la narración de acontecimientos y fenómenos de mayor envergadura, de esos que suelen ir acompañados del epíteto «histórico». En este punto sale a relucir la faceta política de Nazario; faceta de signo antagonista e indisociable del resto de dimensiones de su existencia (lo que, a su vez, le sitúa a años luz de esos divos disipados devenidos en mandarines que «la Movida» produjo a espuertas); lo hace para hablarnos de las célebres Jornadas Libertarias, de la antipsiquiatría, del tándem SIDA-heroína y de su malhadada proyección epidémica o de los primeros pinitos de la gentrificación en la Barcelona pre-olímpica. Pedacitos desmigajados de una historia mal avenida con los relatos «oficiales» y complacientes. Conviene recordar que, a tenor de su propio «oficio» o condición de «dibujante underground», el periplo vital de Nazario coincide con y en sí mismo constituye un capítulo relevante del complejo y abigarrado fenómeno de la «contracultura» nativa en su completo devenir vital: gestación, evolución y fenecimiento. De resultas de todo lo dicho, un producto singular sale a la luz: un fresco, más bien un mural de formidables dimensiones que, a modo de retablo en movimiento, retrata las muchas caras, vértices y aristas de una época cronológicamente abierta y de límites difusos (que se extiende, con saltos y omisiones, desde el tardofranquismo hasta el presente).

Lo dicho hasta el momento constituye, sin lugar a dudas, el punto fuerte del libro: su veta más feraz y productiva, el depósito fundamental de su potencia. A ello suma, no obstante, otra virtud digna de reseña: su diversidad temática. Como ya apunté, no hay en este libro rastro de más criterio organizativo que el temático: bajo la forma de capítulos bien delineados, Nazario aborda temáticas muy dispares y distantes entre sí. Mucho más de lo que el propio título haría suponer; de hecho, las partes dedicadas al mundillo del dibujo underground representan una porción relativamente escasa del conjunto, predominantemente entregado al retrato de una cotidianidad entendida en sentido lato. Juzgo positiva esta pluralidad temática porque ensancha la base de lectores potenciales, evitando así las estrecheces sectarias y monomaniacas que un público demasiado selecto suele imponer. Así pues, quienes ante todo conozcan a Nazario como dibujante, encontrarán jugosos apartados dedicados al particular, aunque tal vez no tantos como cabía esperar. Si, por el contrario, uno siente especial curiosidad por las dimensiones más disipadas de su existencia, no son pocas las páginas que dedica a describir, de forma pormenorizada, juergas, tascas y un sinfín de carnavalescos episodios. También verán su apetito saciado los lectores particularmente atraídos por la inefable cuestión de las drogas, pues estas memorias contienen pasajes a la altura de la engolada y pretenciosa «fenomenología» de Escohotado. Pueden unirse al público receptor los lectores encandilados por esa Barcelona pre-olímpica en tantas ocasiones y por tantas plumas retratada, mientras que quienes prefieran entretener su atención en el relato de anécdotas e intimidades (una categoría, la de lo «íntimo», que en el caso que nos ocupa solo puede admitirse por un puro convencionalismo), encontrarán una minuciosa y detallada descripción de su vida «hogareña». Por supuesto, una composición tan heteróclita encierra en sí misma posibles contradicciones; contrapartidas lógicas y predecibles de su faceta virtuosa: una capacidad variable y cambiante, pero en todo caso irregular y difícilmente regulable, para despertar el interés del lector, que bascula entre el entusiasmo y la duermevela. Asimismo, la elogiada pluralidad podría exacerbar la percepción de las peculiaridades formales señaladas, inclinando aún más el fiel de la balanza hacia un tono general de apariencia improvisada.

Intuyo que mis comentarios, genéricamente favorables y positivos, pueden transmitir una idea global un tanto alejada de la valoración parca y mesurada que, en última instancia, el libro merece. valoración que encabeza la reseña, dedicaré las líneas finales a justificar mi decisión. Así, la naturaleza cambiante y camaleónica del libro ampara, a la postre, cotas elevadas de irregularidad y desequilibrio que no deben perderse de vista. A ello habría que sumar el hecho de que este volumen forme parte de una trilogía en construcción, con lo que se introduce un elemento de omisión e incertidumbre que, hasta cierto punto, mediatiza y condiciona el juicio, dándole un aire provisorio y proyectándolo hacia el futuro.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.