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«La vida de los otros»: una emocionante «ópera prima» libre de conocimientos de historia

Fuentes: Junge Welt

: Traducido para Rebelión por Anahí Seri

Florian Henckel von Donnersmarck ha rodado una película sobre la vida de los otros. Sobre los otros alemanes de la RDA. Así se llama la película: «La vida de los otros». Los suyos se la aplauden con entusiasmo. Los otros no se pronuncian. ¿Un tema polémico? Se trata de la Stasi. Y es fácil caer en la sospecha de simpatizar con la malvada dictadura.

Y a juzgar por la película, desde luego que se hacían maldades en aquel noviembre de 1984. Por todas partes está la Stasi, en las calles vacías y en los bares vacíos. Apenas hay alguna vivienda en los edificios miserables que no esté llena de micrófonos; los jefazos del partido y los oficiales de la Stasi son los amos de todo. El peor es el ministro de cultura Hempf (Thomas Thieme), que desea y consigue hacer suya a Christa-Maria Sieland (Martina Gedeck), una actriz de teatro y esposa de dramaturgo Georg Dreyman (Sebastian Koch), dramaturgo exitoso fiel al partido.

Y como se supone que así funcionaban las cosas entonces, el ministro (al fin y al cabo, miembro del Comité Central del Partido) encarga al teniente coronel de la Stasi Anton Grubitz (Ulrich Tukur) que encuentre motivos para quitarse de encima al dramaturgo rival. Éste, en el marco de un control operativo del personal, contrata a Gerd Wiesler (Ulrich Mühe), un viejo amigo de la escuela de oficiales y capitán de la Stasi, persona de poco éxito, para que se encargue de Dreyman. A diferencia de Grubitz, que es un arribista, Wiesler es un comunista fanático y convencido. Pero al penetrar en el mundo íntimo de las personas a quienes espía, el espía de 47 años sufre una súbita transformación. La película pretende sugerir que al profundizar en la vida de los otros, en el amor, la literatura, el pensamiento libre, Wiesler toma conciencia de la miseria de su propia vida y abre los ojos a un mundo desconocido que se va apoderando de él.

Ojalá le hubiera ocurrido lo mismo a Donnersmarck. A pesar de que es muy joven para ser director de cine, ya ha conseguido unos cuantos premios por documentales y cortos. Nació en 1973 y pasó su infancia y adolescencia en Nueva York, Berlín, Francfort y Bruselas. Después de dos años de estudios universitarios en Leningrado / San Petersburgo y una breve carrera profesional como profesor de ruso, se licenció en filosofía por la Universidad de Oxford. Según dice su productora, para su primer largometraje se ha documentado en profundidad y ha entrevistado a innumerables testigos de la época, entre ellos a colaboradores de la Stasi. Éstos, o bien han perdido la memoria, o el director y guionista ha tenido el valor de ignorar sus relatos, considerándolos como propaganda comunista. En cualquier caso, no es posible que la vida de los otros lo haya cambiado, pues si no, habría hecho otra película. Desde luego que Donnersmarck conoce los ingredientes que requiere una buena película. Sabe que se necesita una historia con «suspense» y con sustancia, que no pueden faltar las grandes emociones, la tragedia y el humor, y que es imprescindible recurrir a buenos actores.

La película parte de una historia realmente buena, aunque se podría haber narrado de forma algo más escueta. La tragedia la aportan el capitán Wiese y la actriz Christa-Maria Sieland. El humor viene de los catetos de a pie de la Stasi, que sin embargo se retratan de forma harto estereotipada. Y en cuanto a los actores, Donnersmarck ha sabido hacerse con la crème de la crème. El capitán de la Stasi Wiesner lo interpreta Ulrich Mühe, posiblemente el mejor actor alemán en estos momentos. Él, Gedeck y Tukur son lo más sobresaliente de la película.

Así pues, están todos los ingredientes. Aparentemente, una buena ópera prima de un director novel. Lo que pasa es que «La vida de los otros» no es una película sobre la RDA real. Por las noches apenas había lugares donde aparcar, y para encontrar sitio en un bar había que tener suerte. El arte y la cultura tenían mucha importancia, la limitación era casi exclusivamente individual. Ni los oficiales de la Stasi ni los demás jefazos tenían acceso a un servicio de prostitutas aparentemente gratuito; y un ministro de cultura que ni siquiera formaba parte del Politburó no podía dar órdenes a un oficial de la Stasi ni impulsar su carrera. En cualquier caso, la gente no pensaba tanto en hacer carrera como en la sociedad de la República Federal. Y por eso la historia no cuadra, porque las cosas eran distintas. Más bien, lo que hace la película es utilizar el resentimiento de los alemanes federales antiguos*, y constituye un intento más de restar legitimidad a la RDA.



* Es decir, los ciudadanos de la RFA original, por contraposición a los «nuevos alemanes federales», como se denomina a los ciudadanos de la RDA integrados en la Alemania reunificada. (N. de la T.)

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Juan Antonio González