A lo largo de la historia EE.UU. ha pretendido siempre dividir y enfrentar a los cubanos, una vieja paroniria que data desde los tiempos del colonialismo y el neocolonialismo, y que se le acentuó aún más a Washingtontras el triunfo de la Revolución del 1 de enero de 1959 en la mayor de las Antillas.
Sus propósitos: dominar a la nación caribeña, apagar el faro de unidad, lucha, resistencia e independencia que ha sido para América Latina y el mundo, y el ejemplo solidario que representa para la humanidad hoy más que nunca antes.
Con ese objetivo, sucesivas administraciones de la Casa Blanca han utilizado a pequeños grupos o ciudadanos pagados y alentados, como igual han hecho en muchos otros países, y que en el caso de Cuba lo conforman herederos de una minoría anexionista que desde antaño ha existido en la isla.
Esos neo-anexionistas son presentados como opositores y defensores de los Derechos Humanos, por supuesto los que propugna EE.UU., y avivados por medios de prensa al servicio de Washington y organizaciones tentáculos de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) que usan las redes sociales para promoverlos como elementos subversivos.
El régimen del derrotado presidente Donald Trump, considerado el más belicoso contra Cuba, no deja de estar obsesionado con la pesadilla de apoderarse de la nación caribeña, incluso en las postrimerías de su mandato.
Desde su llegada al trono del imperio, Trump no solo ha arreciado el bloqueo, las agresiones y el terrorismo hacia el decano archipiélago antillano, sino también ha desembolsado millones de dólares para desde dentro tratar de destruir la Revolución cubana.
Ha hecho de todo lo que puede hacer un país contra otro, incluso en medio de una pandemia mortal, y solo a dos meses de su salida de la Casa Blanca insiste en arreciar sus ataques a la isla.
Es evidente que su revés descomunal en las elecciones de EE.UU. frente al demócrata Joe Biden tiene a Trump desquiciado, a lo que se suma que con Cuba no ha podido, como todos sus predecesores, y tendrá que abandonar Washington, con muchas penas y sin gloria alguna.
Pierden tiempo los neo-anexionistas financiados y manipulados por el derrocado y frustrado mandatario de EE.UU., como les ha ocurrido a otros desde el 1 de enero de 1959, en pretender desestabilizar y acabar con la Revolución en la isla. Ello no lo ha conseguido nadie, y menos lo podrán lograr grupos que no tienen reconocimiento alguno en un pueblo digno, unido y defensor de sus conquistas.
Cualquier intento en ese sentido promovido por la rabia y el pataleo de Trump está destinado al fracaso, y seguirá siendo una paroniria para quienes insistan desde el norte brutal y revuelto, y quienes se vendan a un imperio que aletea como pez fuera del agua en espera de su muerte definitiva.