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Texto de la ponencia de Iniciativa Comunista en el acto sobre el 160 aniversario del Manifiesto Comunista en el Ateneo Republicano de Vallecas, Madrid

La vigencia del Manifiesto

Fuentes: Kaosenlared

Los eloi y los morlock El héroe de la novela The time Machina (la máquina del tiempo), que el joven Wells publicó en 1895, viaja, mediante un artificio mecánico, a un porvenir remoto. Descubre que el género humano se ha dividido en dos especies: Los Eloi, aristócratas delicados e inermes, que moran en ociosos jardines […]

Los eloi y los morlock

El héroe de la novela The time Machina (la máquina del tiempo), que el joven Wells publicó en 1895, viaja, mediante un artificio mecánico, a un porvenir remoto. Descubre que el género humano se ha dividido en dos especies: Los Eloi, aristócratas delicados e inermes, que moran en ociosos jardines y se nutren de fruta; y los Morlocks, estirpe subterránea de proletarios, que, a fuerza de trabajar en la oscuridad, se han quedado ciegos y que siguen poniendo en movimiento, urgidos por la mera rutina, maquinas herrumbradas y complejas que no producen nada. Pozos con escaleras en espiral unen ambos mundos. En las noches sin luna, los Morlocks surgen de su encuerro y devoran a los Eloi. (Jorge Luis Borges. «El libro de los seres imaginarios»)

En este año se han cumplido 160 años de la publicación de «El Manifiesto Comunista», emblemático libro-programa redactado por Marx y Engels. Pese a que 160 años no es una cifra tan redonda como por ejemplo 100 ó 200 años, no deja de ser revelador que, salvo la honrosa excepción de un acto organizado por el Ateneo Republicano de Vallecas, quien suscribe estas líneas no tiene conocimiento de la realización este año de eventos para debatir, reflexionar o conmemorar la efeméride de dicho texto.

No es casualidad que el los años de vida del el «Manifiesto» no ha transcurrido un solo día sin que apologistas del vigente sistema productivo, en sus versiones clásica y socialdemócrata, hayan intentado enterrarlo en la obsolescencia y el olvido.

Para abordar la lectura contemporánea del Manifiesto Comunista, un escrito de 1848, caben diversas actitudes:

a) La de hijos devotos, basada en la sacralización del texto como si fuera la plasmación de ideas inmutables. Tal concepción es ajena al pensamiento marxista y supone matar intelectualmente a Marx, ya que el devenir histórico requiere un análisis profundo y sereno.

b) La visión de los detractores de siempre, para los cuales el pensamiento marxista no significa más que otro intento frustrado de ofrecer una alternativa teórica y práctica al liberalismo y a la sociedad capitalista. Alternativa condenada «ab initio» al fracaso ya que según esos autores las premisas teóricas y filosóficas en las que se funda no han correspondido en absoluto a la dinámica y naturaleza de la sociedad moderna.

c) La lectura socialdemócrata en sus vertientes clásica y postmoderna que, si bien parten de un reconocimiento del valor teórico del marxismo como denuncia de las desigualdades sociales, consideran que el desarrollo del capitalismo ha propiciado la posibilidad de reducir o minimizar tales desigualdades, a través de los mecanismos compensadores del llamado «estado del bienestar», para unos, o por medio del florecimiento y la acción de la «sociedad civil», para otros.

Por el contrario, el autor de esta alineas propone una lectura desde la contemporaneidad, y, por ende, la vigencia de Marx y del Manifiesto Comunista inspirada en el valor que hemos de conceder a los clásicos y lo que representan realmente en la actualidad. Y decimos que Marx es un clásico en la perspectiva que adopta Norberto Bobbio a la hora de considerar como clásico a un pensador: Bobbio expone que para ser considerado como tal, un pensador debe reunir tres características: debe se considerado como un intérprete de la época en la que vivió, de modo que no pueda prescindirse de su obra si se quiere conocer el «espíritu de la época»; debe ser actual, en el sentido de que cada generación sienta la necesidad de releerlo y al hacerlo brinde una nueva interpretación de él; y debe haber elaborado categorías generales de la comprensión histórica que no se puedan menospreciar al interpretar una realidad incluso diferente de aquella de la que derivó y a la que se aplicó.

En este sentido considero que Marx y Engels y particularmente el manifiesto Comunista reúnen las características para ser considerado un clásico de la política y de la acción revolucionaria, indispensable para quienes abogan por una sociedad sin clases.

Como expresa Engels en el prólogo a la edición alemana de 1883, la idea cardinal del Manifiesto es el Materialismo histórico, según la cual la historia de las sociedades es la de la lucha de clases y en la fase rpesente la clase explotada y oprimida, el proletariado, no puede emanciparse sin emancipar a la sociedad entera de la opresión.

Ahora bien, llegados a este punto cabe hacerse la siguiente pregunta: ¿Tiene el mundo actual algo que ver con el pronosticado por los autores del Manifiesto? Y, a este respecto, si bien reconocen muchos autores que es cierto que la burguesía se forjó un mundo a su imagen y semejanza, utilizando una expresión contenida en dicho texto, no lo es menos que en un medio intelectual y político como el actual, dominado por los sofistas y los adoradores del neoliberalismo y el nihilismo postmoderno, muchos contestarán negativamente a tal pregunta y se centrarán en tratar otros temas como el equilibrio presupuestario o las capacidades de los discursos para generar sujetos sociales, afirmando solemnemente que el marxismo ha muerto.

Como expresa certeramente el profesor argentino Atilio Boron, estas posturas obedecen menos a una actitud antimarxista o a un irrefrenable macarthismo que a la visceral repulsa que la «sensibilidad postmoderna» de nuestros días siente por la teoría y, en general, por todo lo que huela a herencia del Iluminismo. Para el postmoderno las ideas del marxismo son hoy menos combatidas que ignoradas. El Muro de Berlín fue demolido, la Unión Soviética saltó por los aires como consecuencia de una tremenda implosión y el capitalismo parece triunfar por doquier.

Planteada así la cuestión, desde un punto de vista meramente positivista, si las experiencias reales de puesta en práctica de la teoría marxista han fracasado mayoritariamente, el capitalismo globalizado ha triunfado y no tiene sentido indagar en las ideas socialistas.

Pero un análisis detallado más allá de los lugares comunes a los que nos lleva la aplicación del mal llamado «sentido común» del neoliberalismo, nos induce a considerar que, sin ignorar la necesidad de reflexionar sobre los avatares sufridos por lo que podemos denominar primer ciclo de las revoluciones socialistas, nada autoriza a pensar que la tentativa de las masas populares de transformar radicalmente el mundo esté definitivamente acabada de cara al futuro.

La tesis que suscribo es que las causas por las cuales se produjo dicho primer ciclo están hoy en día más vigentes que nunca. Dicho en otros términos, la vitalidad de las ideas socialistas se nutre de la imposibilidad estructural del capitalismo de asegurar el bienestar de las mayorías. En este sentido, hemos de constar que, si se produjeron progresos sociales y políticos muy significativos durante el periodo keynesiano, donde el capitalismo llegó a las más altas cotas de lo que puede ofrecer en términos de derechos civiles y bienestar colectivo, aquello no se debió a la vocación humanista del sistema sino más bien a la fortaleza del movimiento obrero, las organizaciones políticas de izquierdas y el campo socialista tras la derrota del fascismo. Una vez que dichos elementos se debilitan o desaparecen, el supuesto afán democratizador y la sensibilidad social del capitalismo se esfuma como por arte de magia y triunfan las tendencias neoconservadoras que desmantelan los avances logrados en el periodo precedente, con los resultados conocidos de precarización y depauperización creciente de la población del planeta, con efectos especialmente devastadores en la periferia del capitalismo.

Pero, con independencia de lo anterior, aún cuando las más significativas experiencias socialistas hayan fracasado en el siglo XX, no existe ningún elemento serio que permita afirmar que nuevas revueltas o proyectos no hayan de producirse en el futuro. A este respecto la historia de las revoluciones burguesas es muy ilustrativa. Entre los primeros ensayos en las ciudades italianas a principios del siglo XVI y la revolución inglesa de 1688, que se puede considerar la primera revolución burguesa triunfante, pasaron casi dos siglos de intentos fracasados. Si bien se dio un primer ciclo frustrado, más tarde se inició otro de intentos victoriosos. Si las lecciones de la historia tañen como campanas ¿Por qué hemos de suponer que las revoluciones socialistas tendrán un ciclo único, agotado el cual desaparecerán para siempre de la historia? Más bien al contrario, la reestructuración neoliberal del capitalismo está generando en los últimos años propuesta y proyectos en América Latina pero también en Asia que, con sus particularidades y contradicciones, vuelven a hablar de socialismo como proyecto de avance y bienestar.

De alguna manera esta es la tesis del marxista británico John Roemer cuando afirma que el fracaso de un modelo socialista muy peculiar, el modelo soviético «que ocupó un periodo muy corto en la historia de la humanidad» (sic), no significa para nada que los objetivos a largo plazo del socialismo, que se resumen en la construcción de una sociedad sin clases, se encuentren condenados a la imposibilidad de llevarse a cabo. Tal visión es considerada por este autor como «miope y anti-científica» porque confunde el fracaso de un experimento histórico con el destino final del proyecto socialista.

Al contrario, podemos concluir que, si el advenimiento del estado del bienestar, la socialdemocracia y el fin del colonialismo se debieron, en su génesis, a la revolución bolchevique, es la propuesta socialdemócrata la que hace aguas en la actualidad ya que defiende un modelo periclitado.

Además de lo antedicho, el Manifiesto, no siendo una obra de carácter teórico, es el documento fundacional del mayor movimiento de masas de la historia universal, al menos hasta ahora, por lo que, aunque solo sea por curiosidad intelectual, merece la pena asomarse a la lectura de un texto que ha sido apoyado por gentes de todas las razas, naciones y culturas.

Pero el argumento fundamental de su interés y, por consiguiente, de su vigencia, es que los cambios experimentados por el capitalismo en las últimas dos décadas no hacen sino revalidar algunas de sus tesis fundamentales. Y ello es así porque, si en los años 50 y 60 del siglo XX la visión del manifiesto aparecía cuestionada por el capitalismo de posguerra que aparecía dispuesto a construirse con «rostro humano», a partir de los años 90 se muestra el avance de los rasgos más regresivos de este modo de producción: la consolidación de los monopolios, la degradación del trabajo humano y del medio ambiente, el resurgimiento del racismo y la creciente desigualdad internacional son ejemplos palmarios de la vigencia de los pronósticos de Marx y Engels en 1848.

Así, la restauración neoliberal que sufrimos en la actualidad, al lanzar una brutal ofensiva contra la clase trabajadora, justifica la justeza de la frase del Manifiesto que afirma que el Estado es el Consejo de Administración de los intereses de la burguesía.

A este respecto hemos de detenernos sobre la polémica teoría formulada en El Manifiesto sobre la miseria creciente de la clase obrera. Haciendo un análisis económico global hemos de constatar que la parte del producto Nacional bruto de la clase obrera decae constantemente en todos los países del mundo aunque haya habido periodos en los que ésta, debido a su movilización y fortaleza, hay sido capaz de obtener concesiones importantes. Existe por tanto en términos relativos un declive constante de sus niveles de bienestar respecto a la burguesía. Incluso en el periodo de espectacular auge económico de 1950-73, cuando los niveles de vida de la clase obrera crece en el mundo industrial avanzado, no pasa lo mismo en el mundo colonial y neocolonial. Pero con el tsunami neoliberal el capitalismo se quitó la máscara: Así, en Estados Unidos, entre 1980 y 1996 la proporción de ingresos del 5% de familias más ricas creció del 15,3% al 20,3% del PNB y, en ese mismo periodo, los ingresos del 60% más pobre descienden del 34,2% al 30%.

Tendencias análogas se observan en lo que respecta a la concentración del poder económico en un número cada vez más reducido de inmensas corporaciones, de modo que, en 1998, de las 100 entidades mayores de la Tierra 51 eran corporaciones y solo 49 países. Cuarenta mil agentes económicos en todo el planeta daban cuenta de más de la mitad del comercio mundial de manufacturas y de las tres cuartas partes de los servicios. En Estados Unidos 300 grandes monopolios ejercen el poder sobre el mercado y la economía de ese país, y unos 150 hacen lo propio en el Reino Unido, controlando el 85% de la economía de ese estado.

Todo ello supone que 358 súper millonarios dispongan de los ingresos equivalentes a los de los 2.300 millones de personas más pobres del planeta.

¿Para cuando la revolución?

Hemos de referirnos a continuación a la afirmación efectuada por Marx y Engels en 1848 de que la revolución proletaria se produciría a continuación de un breve periodo de dominación burguesa, partiendo de la base de que el dominio de la burguesía había llegado a su límite en Europa Occidental y, por tanto, la revolución era poco menos que inminente.

Haciendo una retrospectiva histórica, hemos de recordar que en 1848, año de la publicación del manifiesto, Europa se agitaba convulsa. En Francia, bajo la restauración monárquica, ardía la llama de 1789, lo que dio lugar a la insurrección de 1848. Pero en el resto de Europa la situación era también explosiva: Insurrección polaca en 1846, victoria de los cantones progresistas sobre los clericales en la guerra civil suiza de 1847, situación insurreccional en Italia frente a la ocupación austriaca, ascenso de las reivindicaciones obreras en Inglaterra (el llamado «cartismo»)…

Unos años después, a la luz del fracaso de la revolución proletaria francesa de 1848, en la admirable introducción de Engels a la obra «La Lucha de Clases en Francia» se sientan las bases para una profunda matización de algunos de los contenidos del Manifiesto sobre aquellas afirmaciones que vaticinaban el próximo agotamiento de la dominación burguesa y la inminencia de la revolución proletaria. Sobre esta cuestión desarrollaría Gramsci en los años 30 del siglo XX unas muy interesantes reflexiones sobre el «estado ampliado» y la «guerra de posiciones».

Sobre este tema esbozó Trotsky, en su texto sobre el 90 aniversario del manifiesto, que «el error de Marx y Engels en relación con las fechas históricas surgía por un lado de la subestimación de las posibilidades futuras latentes en el capitalismo y, por el otro, de la sobrevaloración de la madurez revolucionaria del proletariado» en 1848, argumentando que la experiencia de la Comuna de París demostró que el proletariado no puede quitarle el poder a la burguesía si no tiene para conducirlo un partido comunista experimentado, aunque luego Trotsky sobrevalora a su vez las posibilidades revolucionarias de su época y de sus partidarios afirmando que en pocos años la organización de éstos será la fuerza revolucionaria decisiva.

Actualidad del manifiesto

Pero con independencia de tales cuestiones, la actualidad del manifiesto se basa sobre todo en que Marx y Engels pronosticaron con una exactitud notable los rasgos fundamentales que habría de caracterizar a las sociedades del capitalismo desarrollado, sobre todo si lo comparamos con las previsiones de futuro que efectuaron los padres del liberalismo, Adam Smith y David Ricardo que, si bien no pensaban que las desigualdades sociales desaparecerían con el desarrollo del capitalismo, queían que lña «mano invisible» del mercado iría lenta pero firmemente elevando de un modo armónico el nivel de bienestar de toda la población. Smith pensaba que los monopolios, a los cuales combatió con todas sus fuerzas , eran un producto del favoritismo y la corrupción de la corona y no una dinámica interna de los mercados, de modo que, si el poder dejaba de intervenir en la economía, éstos se disolverían en una multitud de empresas familiares. Es obvio que el desarrollo capitalista, con la depauperización de las condiciones de vida de inmensos sectores de la población en Africa, Asia y Latinoamérica, pero también el los países centrales del capitalismo, ha sido inclemente con tan idílicos pronósticos.

Todas estas consideraciones nos llevan a la conclusión de que la vigencia en 2008 del Manifiesto Comunista es innegable por más que existan lógicamente elementos que deban ser matizados o modificados a la luz de la experiencia. Los propios autores del texto, en el único prólogo que escribieron conjuntamente, el de 24 de junio de 1872, encaran esta última cuestión afirmando que «Algunos puntos deben ser retocados. Ya el propio Manifiesto advierte que la aplicación práctica de estos principios dependerá en todas partes y en todo tiempo de las circunstancias históricas existentes» y, a este respecto, afirman que la experiencia de la Comuna de Paris ha demostrado que «la clase obrera no puede tomar posesión simplemente de la máquina estatal existente y ponerla en marcha para sus propios fines».

Por tanto, frente a quienes declaran muerto al marxismo al estilo de Fukuyama, hemos de constatar que la tendencia hacia la pauperización de los trabajadores, el carácter cíclico de las crisis, la naturaleza de clase del Estado, la imposibilidad para el proletariado de conquistar el poder político en el marco de las instituciones burguesas y, por ende, la necesidad de derrocar por la violencia el orden social existente son elementos y conclusiones que derivan de la realidad y de la experiencia.

Omisiones del manifiesto

Mención expresa merecen los temas relevantes no tratados en el manifiesto Comunista, siendo dignos de destacar tres cuestiones: el sexismo, la cuestión ecológica y el problema del nacionalismo. Como primera aproximación, hemos de constatar que dichos temas no estaban demasiados desarrollados en el horizonte de visibilidad de la época, sin que tal afirmación sirva como excusa sino simplemente para contextualizar la crítica situando la elaboración teórica en la realidad histórica.

La cuestión ecológica:

La omisión en el Manifiesto Comunista de toda referencia a la problemática medioambiental es evidente y sobre esta base ha sido lugar común la crítica a marx y Engels por su desarrollismo y por atribuírseles la idea de prometeo de la conquista de la naturaleza.

Sin embargo no es enteramente cierto que tales autores no trataran tal cuestión. Si bien el manifiesto es un texto de agitación y por tanto teóricamente limitado a su finalidad, nos encontramos con que Marx en el primer tomo de «El Capital» efectúa algunas reflexiones sobre la forma en que la producción capitalista socava y deteriora «las fuentes originales de toda riqueza. El suelo y el trabajador» (Capítulo sobre «Maquinaria y Gran industria») y más adelante afirma en el tomo tercero que «ni siquiera todas las naciones, consideradas simultáneamente, son las dueñas del planeta. Ellas solo lo poseen, son sus usufructuarias, y como boni patres familias deben transmitírselo a las sucesivas generaciones en mejores condiciones que aquellas en que lo recibieron».

 

Existen igualmente algunos textos de Marx y Engels donde se reflejan preocupaciones sobre cuestiones como deforestación, contaminación de ríos y mares, calidad del aire, residuos industriales, etc.

Insuficiente si se quiere, pero hemos de constatar que ellos tuvieron una sensibilidad ecológica muy superior a la de cualquiera de sus contemporáneos. Llegados a este punto, hemos de manifestar que priorizar las relaciones de tipo ecológico sobre las relaciones de producción son un error de perspectiva ya que son las relaciones de producción las que median entre sociedad y medio ambiente y las que fijan un modo de relación con la naturaleza. Utilizando un ejemplo de Atilio Boron; si los campesinos de la Amazonía queman la selva, practican unos pocos años la agricultura y luego, cuando se desertifican los terrenos, los abandonan para seguir reproduciendo este ciclo nuevamente, no es porque sean ecológicamente inconscientes sino porque el latifundio y el despojo campesino en Brasil les obligan a ello.

La opresión de la mujer:

Hemos de constatar que el silencio respecto a la opresión de la mujer en el Manifiesto es un hueco lamentable y más en relación al llamamiento a la emancipación completa de la humanidad de postula el texto. Y es tal vez la más grave omisión porque la cuestión sobre la doble jornada de la mujer y el resto de temas que se refieren a la opresión de las mujeres bajo la estructura del patriarcado, al que se refieren los autores en otros textos, no justifican su ausencia en el programa general de la revolución.

No existe más explicación a tan clamorosa carencia que lo que lagunas autoras han denominado la «invisibilidad de lo evidente», que desgraciadamente se ha reproducido en numerosos textos revolucionarios posteriores y que pone en valor la específica tarea de las revolucionarias de mantener una tensión constante en la elaboración de una teoría y práctica emancipadora que preste atención a la liberación de toda la humanidad.

Sin ánimo de justificar tal omisión en el manifiesto, hemos de recordar que en textos marxistas posteriores el tema comienza a ser objeto de serias reflexiones; en «El origen de la familia, la propiedad privada y el estado» Engels habla de la esclavización abierta o velada de la mujer en la familia. Poco antes August Bebel, en su texto «La mujer y el socialismo» expone la cuestión de género desde una perspectiva marxista.

Modestamente, apuntar tan solo que si bien no cabe la menor duda de que la explotación sexual antecedió por miles de años a la aparición del capitalismo, ello no significa que en la realidad actual la opresión de la mujer pueda agotarse explicándola como un producto de una estructura patriarcal que transciende impertérrita todos los modos de producción.

Dicho en otros términos; es preciso analizar el papel que la opresión de la mujer juega en el modo de producción capitalista, ya que existen algunas tendencias en la actualidad a disocia la emancipación de la mujer de la liberación global de la humanidad. Tal como apuntara Ellen Meiksins Word, el capitalismo puede admitir y promover el «florecimiento de la sociedad civil» y las más variadas expresiones de «lo diferente», pero hay una desigualdad que es un tabú intocable y que no se puede atacar; la desigualdad de clases. El postmodernismo y el neoliberalismo pueden aparecer como campeones en la lucha por la igualdad en todas las esferas de la vida social, menos en el de las clases sociales. No es causal que el Banco Mundial, guardián del capitalismo planetario, promueva sin pudor programas de desarrollo y fortalecimiento de la sociedad civil, cuando existe una clara tendencia al menos en las sociedades capitalistas centrales a la proletarización de las tareas domésticas (limpieza, ayuda a domicilio, etc.), sin que deba entenderse por ello que el feminismo no plantea serios conflictos a la dominación burguesa.

La cuestión nacional:

 

El silencio sobre el nacionalismo unido a la descontextualización de la expresión «los trabajadores no tienen patria» contenida en el texto del Manifiesto, ha servido para que diversos autores minimizaran interesadamente la importancia de tal cuestión.

Al contrario, superando el eurocentrismo que impregna el texto y merced al cual se atribuye a la burguesía un cierto papel «civilizador», la realidad posterior, en la que se puso de manifiesto la influencia del nacionalismo en la clase trabajadora, hace que incluso en la obra posterior de Marx y Engels este asunto sea objeto de una creciente atención.

Lo cierto es que ninguno de los dos podría haberse imaginado la situación que originó la Primera Guerra Mundial, en donde obreros y campesinos se alinearían mayoritariamente con sus burguesías en defensa de la «nación». Tal horror originó que los autores marxista se pusieran a reflexionar sobre este tema, habiendo al respecto textos de Lenin, Rosa Luxemburgo y Gramsci, entre otros muchos.

El triunfo de la revolución China, en 1949, y el proceso de descolonización pusieron en primer plano la urgencia del tratamiento de la cuestión nacional, siendo más o menos unánime en el marxismo que la cuestión nacional puede adquirir un matiz progresista en países coloniales y semicoloniales.

Más complejo resulta el tratamiento de dicha cuestión en el seno de las estructuras estatales plurinacionales del centro del capitalismo, cuyas contradicciones fueron expuestas en trabajos de Lenin, Conolly, etc.

Podemos decir que, como dice Capella «quien de hecho no tiene patria es el capital», y la tarea de animar un genuino espíritu internacionalista entre la clase trabajadora debe contemplar la existencia de nacionalidades oprimidas y opresoras, y tratar diferenciadamente ambos fenómenos.

Un texto de futuro

Como expusimos anteriormente, la realidad de nuestros días ha puesto de nuevo en valor al manifiesto Comunista, con la finalidad de lo que supone, un llamamiento a la acción, instando a la clase trabajadora a unirse para poner fin a la prehistoria de la especie humana.

La persistencia del capitalismo, con lo que supone de trabajo infantil, el resurgimiento de las nuevas formas de esclavitud laboral, el tráfico de niños y órganos, la devastación del medio ambiente, los bombardeos sobre ciudades y países, la creciente importancia del crimen organizado en el funcionamiento de los mercados, han dotado de renovado vigor al texto clásico cuyos contenidos son, curiosamente, más actuales que nunca.