Sobre como la violación no es un hecho aislado ni conductas de locos sino una pauta cultural basada en la construcción social de un tipo de masculinidad la hegemónica o «machista» que tiene sus raíces en la estructura de desigualdad de género existente.
La violación no es un suceso extraño y aislado
Lamentablemente es algo que se da en nuestro medio, pero en este caso comentado se presenta un aditamento particular: la grabación realizada por los mismos autores que llevan a cabo la agresión. Cabe preguntar, ¿Qué les impulsa a grabar semejante atrocidad? ¿A quién o quiénes va dirigido la grabación? ¿Qué ganan teniendo estas imágenes? ¿Se dan cuenta de la magnitud del daño que realizan? ¿Por qué hay víctimas que no se animan a denunciar?.
Empezaremos intentando responder a esta última pregunta, que en muchos casos similares salen tardíamente a conocimiento público, estas grabaciones son usadas por los mismos agresores para chantajear a la víctima, a quien extorsionan para no hacer públicas esas imágenes a cambio de dinero o «favores sexuales», por lo que el daño no cesa, sino que continúa prolongándose por mucho tiempo más. La víctima luego de ser agredida, humillada y vejada, cae presa del pánico que la inmoviliza, no la deja pensar, no la deja actuar racionalmente, se ve perturbada en toda su esfera emocional, situación que en muchos casos le dificulta informar del suceso a su familia, a esto se suma el miedo a la recriminación que responsabiliza a la mujer de lo que le pasa, que van desde frases condenatorias como ¡Tú no debes salir! ¡Quién te manda a estar con chicos! ¡Es que vistes provocativamente! ¡Si fueras una chica de casa no te hubiera pasado eso!.
Al respecto vale la pena recordar las declaraciones vertidas en un programa de televisión por el senador del MAS Ciro Zabala que refleja la actitud naturalizada del pensamiento machista de una parte de la sociedad boliviana. El postulante hacía las siguientes declaraciones cuando el presentador le preguntó su opinión acerca de los constantes casos de feminicidio, violaciones y agresiones en contra de las mujeres en Bolivia:
«En el proceso educativo debemos enseñar también a las mujeres a cómo comportarse para no ser objetos y que sea atractivo el objeto para producir muchos de los conflictos que se producen, que ciertos tipos de vestimenta, ciertos tipos de actitudes, personas que se dedican al alcohol, personas que están borrachas y lo vemos frecuentemente en los famosos festivales y demás van a ser obviamente y con mayor probabilidad atacadas y cometerse delitos con ellas» (1).
Estos enunciados, que no son simples frases pues reflejan lo que social y culturalmente se exige del como debe ser la mujer y del lugar que debe ocupar tanto en la esfera pública como privada, son capaces de crear en la víctima un sentimiento de culpa que puede ocasionar depresión y suicidio, sino recibe el apoyo correspondiente en su círculo familiar, que en algunos casos llegan a tranzar económicamente con los agresores quedando así impunes del hecho, peor se animará a hacer pública la denuncia sabiendo que gran parte de la sociedad la culpabilizará de lo sucedido por no «saber comportarse», de esa manera le cuesta realizar la denuncia ante autoridades policiales, y más aún permanecer hasta el final del proceso judicial, pues éste además de ser largo y costoso económicamente, implica una segunda victimización que genera igual o mayor dolor que la experiencia misma de violación.
Desigualdad de poder y la construcción socio-histórica de la masculinidad hegemónica o masculinidad machista.
En cuanto a las primeras preguntas planteadas, la respuesta que esbozamos tiene que ver con una elocuencia de poder, que delata las relaciones asimétricas entre varón y mujer resultado de la construcción social de masculinidad y feminidad que da la superioridad al primero, cuyos orígenes se remontan a la instauración del patriarcado que cambió radicalmente los roles de la mujer y el hombre, teniendo actualmente al machismo como expresión máxima de esta violencia.
La conducta machista se aprende desde la más tierna infancia, desarrollándose desde cosas aparentemente simples como el vestir, peinar, formas de expresarse y sentir hasta diferencias marcadas en la educación, acceso a fuentes de trabajo, remuneración económica, roles domésticos, espacios públicos, etc. Por lo tanto el machismo no se puede comprender de otro modo que no sea lo estructural, situación que da paso a una sociedad en la que hombres y mujeres interiorizan la superioridad masculina dando lugar al primer desprecio, al primer insulto, al primer golpe, acciones que finalizan en muchos casos en la violación, que lamentablemente para la víctima no acaba ahí, pues este hecho grabado, desde la óptica de los agresores no debe quedar aislado y oculto sino que debe ser conocido para posesionarse ante sus pares en el lugar de machos transgresores dueños de la mujer, objeto de su propiedad despojada hasta de su voluntad más primordial que es el decidir cuándo, cómo y con quién o quiénes tener relación sexual.
Estas imágenes además tienen una intención comunicativa, obedecen a una lógica desde el punto de vista de quienes lo ejecutan, la crueldad ejercida en el corpus y animus de las mujeres, exhibe una absoluta falta de sensibilidad compasiva, adolescentes que manifiestan su masculinidad a través de la grabación de la violación que da testimonio de sus actos para sentirse igual de machos que los demás, como una demostración de virilidad así mismos y ante sus pares con el objetivo de garantizar y preservar un lugar entre ellos, esto es característico sobre todo del accionar de pandillas; es por ello que psicoanalíticamente hablando, en estos casos el acto de violación encuentra su sentido más pleno en la agresión, dominio, crueldad, humillación y sometimiento de la víctima que en el mismo deseo de satisfacción sexual.
En la mente de estos agresores impera el mandato del «hacerse hombre», es por eso que la mayoría de las violaciones en grupo son perpetrados por adolescentes, que se encuentran en transición a la adultez y necesitan de este paso para encontrar un lugar en el mundo ideario de superioridad masculina, puesto que vivimos en una sociedad que impone en cada hombre el deber de afirmar en cualquier circunstancia su virilidad.
Es por eso que no todas las sociedades a lo largo de las diferentes épocas de nuestra historia percibían a la violación como un crimen, sino que era el resultado natural de las relaciones desiguales entre hombre y mujer, siendo el corolario para la restauración del poder masculino.
Por lo tanto la violación va más allá de las explicaciones patológicas individuales a las que a veces se reduce la psicología, puesto que la violación se sustenta en la desigualdad entre hombre y mujer, que denota el sometimiento a estructuras jerárquicamente constituidas, desigualdad que esta naturalizada en base a una construcción social que se remonta a los albores del patriarcado.
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