Desde hace más de 20 años, Héctor  Mondragón asesora a organizaciones campesinas e indígenas y a movimientos  sociales urbanos en Colombia. Su labor le permite conocer de cerca los problemas  diarios de todos estos grupos y de sus dirigentes, saber cómo se organizan y  denunciar los ataques de los que son víctimas.
Hace unos días, Mondragón  visitó Barcelona para presentar su libro Movimientos sociales, una alternativa  al conflicto colombiano, publicado con el apoyo del colectivo Maloka. Durante su  estancia, el activista colombiano conversó con Canal Solidario sobre la enorme  violencia contra los movimientos sociales en su país, las estrategias de  supervivencia que éstos han desarrollado, la impunidad ante amenazas y  asesinatos de líderes y la presión que él mismo recibe.
 ¿Cuál es  la realidad de los movimientos sociales en Colombia? 
Los  movimientos sociales colombianos comparten las luchas fundamentales del  movimiento social que hay en todo el mundo, pero presentan algunas diferencias.  La principal es que el movimiento social en Colombia está tremendamente  desangrado por la violencia y ha costado la vida a miles de personas,  campesinos, indígenas, miembros de sindicatos y de movimientos urbanos… la  lista de los dirigentes que han sido asesinados es  interminable.
 ¿Quiénes son los culpables de estas muertes y  amenazas? ¿Los actores armados? 
 
La mayoría de los dirigentes han sido asesinados para  eliminar su acción social y por sectores poderosos. Se pagan sicarios y algunas  veces se utiliza a los grupos armados, como los paramilitares, pero realmente  estaríamos en un error si creyéramos que la mayoría de las muertes se deben al  conflicto armado.
Se trata de intereses económicos y de una práctica que  está logrando eliminar los derechos humanos y laborales en Colombia. Por  ejemplo, en poco más de 20 años los grandes propietarios del campo han pasado de  tener el 32% de la tierra a tener el 61%, cifra que refleja esa liquidación de  los dirigentes sociales. En este contexto, algunos movimientos como el indígena  han logrado conservar sus derechos, aunque por eso mismo son objeto de más  asesinatos.
Todo esto no significa que el movimiento social haya sido  derrotado definitivamente, al contrario, hay una persistencia que en cierta  manera es milagrosa. Porque, si en un país como España el movimiento sindical  hubiera perdido en los últimos 20 años 4.000 activistas ¿seguiría existiendo y  trabajando? Toda esta violencia ha hecho que los movimientos sociales adquieran  mecanismos de resistencia que le han permitido resistir.
 ¿La  justicia colombiana ampara a los movimientos sociales de toda esta  violencia? 
 
En Colombia el sistema jurídico es todavía bastante  democrático pero no se refleja en la realidad de la sociedad. Hasta hace poco  existían todas las posibilidades para que la víctima reclamara, pero el actual  Gobierno adapta las normas a la realidad, cuando esta realidad no es  democrática. Un ejemplo es la Ley de Prescripción de la Propiedad, que ha bajado  de 20 a 10 años el plazo para que la gente con títulos de propiedad reclame su  tierra y que sólo da cinco años de margen para reclamar a los campesinos, ¡en un  país con tantos desplazados!
Con las leyes anteriores era muy difícil reclamar pero  algunas veces se ganó. El problema, entonces, era que un éxito judicial podía  generar un castigo tremendo para la gente que se había atrevido a reclamar sus  derechos judicialmente. Todo esto marca al movimiento social, pero sigue  luchando. Un ejemplo claro son los campesinos e indígenas, que en estos momentos  juegan un papel determinante. Fueron los indígenas quienes, tras 14 años  esperando a que el Gobierno cumpliera su promesa y les devolviera una hacienda,  decidieron ocuparla, movilizaron a mucha más gente y forzaron negociaciones con  las autoridades.
Movilizaciones de este tipo se dan también en las  comunidades afrocolombianas y en regiones como el Chocó, donde a pesar de las  represiones y los asesinatos de varias gentes, han continuado las movilizaciones  contra la guerra, contra el Tratado de Libre Comercio y contra las reformas  constitucionales que propone el Gobierno de Álvaro Uribe.
 ¿Los  movimientos campesinos e indígenas son ejemplos a seguir por el resto de  organizaciones sociales? 
 
Sobre todo el movimiento indígena, que a pesar de todas  las dificultades se sigue movilizando. En 1996, por ejemplo, y después de ocupar  la conferencia episcopal y tomar carreteras y oficinas públicas de todo el país,  el Gobierno dialogó con los indígenas y acordó crear tres organismos permanentes  de diálogo.
Se trata de una comisión de derechos humanos que  investigue y repare a comunidades víctimas de violencia, una Mesa de  Concertación en la que consultar a los indígenas las medias legislativas y  administrativas nacionales que les pueden afectar, y una Comisión de Territorios  Indígenas que vele por la propiedad de las tierras. Estos organismos funcionaron  dos años pero el actual Gobierno los ha boicoteado. Sin embargo, en estos  momentos el movimiento social ve en los grupos indígenas un modelo a seguir,  centrado en la cuestión de la tierra pero también en otros temas como el Tratado  de Libre Comercio, y muy bien organizado.
 ¿De qué manera se  inspiran en el movimiento indígena? 
 
Un caso muy claro es el del movimiento estudiantil, que  se ha visto muy influido por las luchas indígenas y ha adoptado muchos de sus  mecanismos. Los estudiantes protestan contra una reforma que quiere reducir a  cuatro años los estudios en la universidad pública y que les daría títulos menos  cualificados que los de la universidad privada, que mantendrá las carreras de  cinco años.
Por eso se manifiestan y responden con imaginación a la represión  que se ejerce contra ellos, una represión muy grande que ha acabado con la vida  de varios jóvenes. Y ellos, en lugar de optar por el enfrentamiento directo,  llenan de flores los vehículos de la policía, pintan consignas, organizan bailes  en la calle…
Por todo esto, es de esperar que el movimiento social no  se acabe en muchos años, porque si los muchachos participan masivamente  tendremos muchos años de lucha social.
 ¿Significa esto también  que los movimientos sociales se están renovando académicamente? 
 
Sí. Muchos jóvenes campesinos estudian en la universidad  pública, están implicados en el movimiento estudiantil y del campo, saben  informática, inglés y tienen una capacidad de comunicación inmensa. En las  comunidades indígenas, por ejemplo, es impresionante ver lo que saben del  Tratado de Libre Comercio e incluso en muchas universidades es difícil encontrar  gente que hable de este tema tan fluidamente como en las comunidades  indígenas.
 Las mujeres dirigentes sufren violaciones y ven cómo  secuestran a sus hijos para obligarlas a dejar los movimientos sociales. En todo  este contexto, ¿qué papel juegan las mujeres? 
 
Un papel muy importante. En los últimos años el asesinato  de líderes del movimiento campesino ha llevado a muchas mujeres a puestos de  dirección, y lo han hecho muy bien, tanto que hoy día comparten la persecución  al mismo nivel que los hombres. Muchas de éstas líderes campesinas están ahora  exiliadas en España y otros países europeos. En España está la presidenta de la  Asociación de Mujeres Campesinas Indígenas y Negras, una organización  terriblemente agredida desde 2003. En esta campaña de terror se ha secuestrado a  sus hijos para exigir a las mujeres su renuncia a la organización y se han hecho  violaciones múltiples a mujeres de movimientos sociales, para atemorizarlas a  ellas y a sus compañeras. También muchas han muerto  asesinadas.
 Como asesor de muchos de estos movimientos, ¿recibes  también presiones y amenazas? 
 
Sobre todo he colaborado con organizaciones campesinas e  indígenas. Soy asesor de la Convergencia Campesina Negra e Indígena, una entidad  que aglutina numerosos movimientos campesinos, indígenas y negros. Colaboro con  la Organización Nacional Indígena, con entidades afiliadas a Vía Campesina y con  compañeros del Cauca, de la Amazonía… pero también de las ciudades y con  sindicatos como el petrolero. Por trabajar con el movimiento campesino fui  detenido y torturado, y aún sufro las secuelas de esa  tortura.
 ¿Cómo te ha afectado a ti y a tu familia? 
 
Durante un tiempo me marché fuera con mis hijos, porque  todavía eran muy niños. Ahora ya son mayores y todos vivimos en Colombia.  Durante cinco años no hablé por teléfono y son las razones por las que estoy  vivo. No tengo oficina ni una rutina. No acepto tener una rutina porque,  analizando los casos de miles de amigos asesinados, te das cuenta de que el  factor fundamental que se aprovecha para asesinar a una persona es la rutina.  Compañeros del sindicato minero pidieron a la empresa que les dejara vivir en la  mina porque les iban a matar del trabajo a casa y en la mina estarían seguros.  Pero la empresa no aceptó y hoy están todos muertos. A la mayoría de los  dirigentes los matan de camino al trabajo, a otros en el mismo trabajo, o en su  casa… no se puede tener una rutina. Que un activista social tenga una rutina  en Colombia significa dejarse matar.
 ¿Alguna vez has pensado en  exiliarte? 
 
No. He estado fuera por la seguridad de mis hijos y dando  clases en Estados Unidos, en el marco de un programa para defensores de derechos  humanos en peligro. Pero nunca he tenido la perspectiva de irme porque tengo la  esperanza de que la lucha que estamos haciendo va a servir de algo.
Las cosas están empezando a cambiar en América Latina.  Desde luego, el último lugar donde cambiarán es Colombia, porque es donde más  violencia hay contra el movimiento social pero nosotros seguiremos trabajando  para que la situación mejore.