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Tunez

La visible invisibilidad

Fuentes: aesteladodelparaiso.wordpress.com/rebelion

La silueta del coliseo de El Jem se recorta sobre el intenso azul del cielo tunecino con majestuosa elegancia. Los visitantes, más inclinados hacia las cálidas arenas de Hammamet, llegan hasta la antigua Thysdrus con indisimulada pereza. Con todo, el evocador juego de luces y sombras acentuado por la curvatura de arcos y pasadizos pronto […]

La silueta del coliseo de El Jem se recorta sobre el intenso azul del cielo tunecino con majestuosa elegancia. Los visitantes, más inclinados hacia las cálidas arenas de Hammamet, llegan hasta la antigua Thysdrus con indisimulada pereza. Con todo, el evocador juego de luces y sombras acentuado por la curvatura de arcos y pasadizos pronto despierta las más recurrentes fantasías de cuádrigas desbocadas, fieras acechantes y gladiadores agonizantes. Es el imaginario Cecil B. de Mille (1) al servicio de la industria turística, incluso antes de que se inventara el cinematógrafo. Así lo muestran sus muros garabateados con las cicatrices que el bisturí impertinente del turista le ha ido arañando durante lustros: cientos de iniciales empeñadas en dejar constancia de su anónima presencia y retahíla de fechas que dan fe de cada visita: 2009… 1958… 1914… 1833…

A unas decenas de kilómetros de allí, en Mahdia, la misma herida deja su señal en su costa de pescadores. Es esa gangrena de hormigón y parasoles expandiéndose por sus playas del norte como una necrosis de aparente felicidad. En el extremo, la estrecha y minúscula península que da cobijo a su medina aguarda resignada la llegada de la infección mientras los más jóvenes, casi todos, siguen en los cafés -con la aparente indolencia que provoca el sin futuro- el último partido de fútbol televisado. A escasos metros de ellos el mar: antaño, reino indiscutido del pirata berberisco; hoy, líquida barrera que les separa de Lampedusa, el lugar donde los sueños se hacen tierra y el agua, demasiado a menudo, muerte. Por ello, como una premonición, el cementerio local parece precipitarse desde lo alto del faro como una lluvia de blancas ausencias sobre las ruinas marineras de los fatimíes. (2)

La tragedia se esconde así entre los pliegues de un deseo de antenas parabólicas, en la fascinación despertada por el extranjero que busca baratijas en los bazares, ávido de sol a pensión completa en los hoteles o de caricias fáciles entre las terrazas solitarias de la avenida Habib Burguiba cuando la noche oscurece y vacía las esquinas de Túnez. El turista se transmuta de este modo en incandescente, emisor todopoderoso de señales que atrae todas las miradas, al tiempo que eclipsa los mensajes de un país que intenta en vano tener presencia propia.

Pese a ello, ese afán por hacerse visible parece dar sentido a los gestos más cotidianos de los tunecinos. Se halla en la paciencia silenciosa con que hombres, mujeres y niños aguardan a las salidas de los pueblos al coche compasivo que les traslade a su próximo destino. Se encuentra también en ese desespero de náufrago con que los vendedores de fruta agitan sus bolsas de plástico junto a los caminos, o en el sinfín de corderos sacrificados y expuestos como reclamo de asaderos al borde de la carretera a Gabes. Una sed de presencia, en fin, capaz de convertir el hijab (3) en bandera frente a un régimen que no puede ocultar el fracaso de su deriva neoliberal desde la lejana revuelta del pan (4) de 1984 pese a las grandes magnitudes macroeconómicas.

Gritos visuales frente al mutismo impuesto. Quejas frustradas, anuladas, supervisadas por la mirada de la autoridad omnipresente. Mirada, eso sí, discreta, como la que durante sus años de preparación en las cloacas del Estado aprendió a desplegar Zini el Abidin ben Ali, siempre dispuesto a satisfacer democráticamente los deseos de Washington, París, Roma o Madrid: Y si había que llenar las urnas, se llenaban. Y si había que llenar las cárceles, se abarrotaban.

Discreta e implacable la mirada. Sobre los cielos deshidratados del hermoso Chott El-Jerid los helicópteros vigilan la nada. Bordeando los palmerales de Douz, Kebili o Tozeur los vehículos militares sofocan con sus motores el más leve susurro que incomode al turista en su aventura del desierto. La carrocería de 4X4 y la fuerza pública mantendrán así al intrépido viajero aislado de las impertinencias mineras de la cercana Gafsa (5): del olor a carne quemada que desprende el recuerdo deHichan Ben Jeddou, electrocutado mientras ocupaba junto a otros parados un generador eléctrico, o de las articulaciones rotas de Nabil Chabra, arrollado hasta la muerte por un coche policial durante una manifestación en Redeyef, o de la sangre reseca de Hafnaoui Magzaoui yAbdeljaleq Aamidi, caídos a balazos en la revuelta.

Muertos tan insignificantes que ni siquiera precisan ser ocultados. Ninguno de ellos tuvo la oportunidad de adentrarse por los caminos del mar buscando otra costa que importunar. Ninguno de ellos evocará jamás historias de gladiadores a los despistados turistas que en autobuses climatizados lleguen hasta el coliseo de El Jem siguiendo el programa de sus agencias de viaje.

 

Notas

  1. http://es.wikipedia.org/w/index.php?title=Cecil_B._DeMille&oldid=22778221
  2. http://es.wikipedia.org/w/index.php?title=Califato_Fatim%C3%AD&oldid=25863606
  3. http://www.rebelion.org/noticia.php?id=59575
  4. http://www.elpais.com/articulo/internacional/TuNEZ/aFRICA/muertos/balance/oficioso/revuelta/pan/Tunicia/elpepiint/19840106elpepiint_3/Tes/
  5. http://www.rebelion.org/noticia.php?id=75853