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Declaraciones del embajador mexicano en Chile en 1973

La víspera de su muerte Neruda no estaba catatónico

Fuentes: La Jornada

La denuncia del presunto asesinato del poeta Pablo Neruda debe ser investigada, dice el embajador Gonzalo Martínez Corbalá, una de las últimas personas que vio con vida al Nobel de Literatura en el cuarto de la clínica Santa María, donde murió el 23 de septiembre de 1973. Si yo fuera chileno la investigaría, subraya quien […]

La denuncia del presunto asesinato del poeta Pablo Neruda debe ser investigada, dice el embajador Gonzalo Martínez Corbalá, una de las últimas personas que vio con vida al Nobel de Literatura en el cuarto de la clínica Santa María, donde murió el 23 de septiembre de 1973.

Si yo fuera chileno la investigaría, subraya quien en ese entonces se desempeñaba como embajador de México en Chile ante la polémica por las acusaciones de asesinato, presentadas por Manuel Araya, quien fue asistente del poeta, y recogidas por la prensa internacional.

Por lo pronto, el próximo martes el Partido Comunista de Chile, por medio del diputado Guillermo Teiller, presentará una querella contra quien resulte responsable, adelanta don Gonzalo Martínez Corbalá, articulista y fundador de este diario, quien narra en entrevista con La Jornada lo ocurrido en los últimos días del autor de 20 poemas de amor y una canción desesperada y militante del Partido Comunista.

En esta charla corrige algunos datos expuestos por Araya y destaca, además, un dato relevante: el acta de defunción de Pablo Neruda señala que el sábado 22 el poeta se encontraba en estado catatónico. Lo que dice el documento no es cierto, porque yo estuve con él. Era el día pactado para su salida de Chile con rumbo a México.

Regresar a Chile

La historia acerca de Neruda comienza el 16 de septiembre de 1973, cuando el avión que transportaba a la viuda de Salvador Allende, Hortensia Bussi, a decenas de exiliados chilenos y al embajador Martínez Corbalá, aterriza en el aeropuerto de la ciudad de México.

Ese mismo día por la noche, después de contar al presidente Luis Echeverría Álvarez lo ocurrido en Chile, don Gonzalo recibió una única orden del mandatario: buscar a Neruda y traerlo a México. Habían pasado cinco días del golpe de Estado contra el presidente Allende.

En el regreso a México «tuvimos que demorar el avión para llegar después del desfile (de Independencia) porque el presidente iba a ir con todo el gabinete a esperar a Tencha (Hortensia Bussi) y a la familia de Allende. Me asomé por la ventanilla del avión hacia el salón oficial del aeropuerto y vi a lo lejos al presidente de la República y a todo el gabinete formado, vestido de negro, de luto riguroso. Yo venía barbudo, hecho un desastre con dos o tres noches sin dormir, en fin, alguien me dijo: ‘embajador, aféitese’; creo que fue uno de los pilotos y me dio una maquinilla para darme una rasurada y acomodarme la corbata para no llegar haciendo la escena de llegar en esas fachas».

El presidente, acompañado por la viuda de Allende, ofreció una conferencia de prensa a la cual el embajador llegó un poco tarde al ser retenido por familiares y amigos. Al terminar la reunión con los medios, el presidente le dio cita a Martínez Corbalá para las 5 de la tarde de ese 16 de septiembre. Desde esa hora y hasta las 11 de la noche don Gonzalo respondió al mandatario todas sus preguntas acerca del golpe que llevó al poder a Pinochet.

«A las 11 de la noche interrumpió la conversación, y me preguntó: ‘en su opinión cuál es el siguiente paso que tenemos que dar’. Respondí que el siguiente paso era que yo tenía que regresar a Chile, porque teníamos aquello prendido con alfileres: 300 asilados en la embajada, 200 en la residencia, y ahí puede pasar cualquier cosa, nos cortan el agua, la luz, se nos enferma alguien y se hace una epidemia. ‘Yo tengo que regresar’.»

Echeverría «tomó la red y marcó el número de (Jesús) Castañeda Gutiérrez (jefe del Estado Mayor) y le dijo: ‘necesitamos un avión para que salga nuestro embajador de regreso a Chile. Que sea de buen tamaño para que pueda regresar con algunos asilados. Me avisa usted cuando esté listo’. A los 10 minutos sonó la red y era Castañeda Gutiérrez. El presidente me dice que el avión salía a la una de la mañana del hangar presidencial».

Colgó y entonces dijo la única orden: «Busque usted a Neruda en Santiago, sabemos que está enfermo, que está mal, ofrézcale, dígale que le ofrecemos que venga a México como huésped distinguido invitado del presidente y del pueblo de México o si lo prefiere que venga como asilado acogido, a los términos del tratado de asilo con la protección que le corresponde. Que él lo decida».

En el avión que lo llevó a Chile de nuevo sólo él iba de pasajero y la tripulación completa de otro avión, que llevaba refacciones para un aparato mexicano que no tuvo permiso de aterrizar en Chile y tuvo que hacerlo en Jujuy, Argentina. Llegamos a Santiago el lunes 17, después del toque de queda, es decir, después de las 7 de la noche. Era una locura viajar después de esa hora del aeropuerto a la ciudad. Esa noche dormimos en el avión.

Al día siguiente envió al agregado cultural Pascual Martínez Duarte a buscar a Pablo Neruda a su casa en Isla Negra. «Regresó y me dijo que no estaba en Isla Negra. ‘Neruda está en Santiago, en la clínica Santa María’. Me fui a verlo inmediatamente.»

Asiduo en Isla Negra

Según la versión de Araya, el embajador había hecho los arreglos para trasladar a Neruda a la clínica, que en ese entonces era lo mejor que había. «Dice Araya que yo fui el que preparó el cuarto en la clínica Santa María. No lo conseguí yo. Ahí lo encontré, ahí le expliqué a qué iba. Había llevado una relación muy fluida con él y con Matilde que muchas veces nos habían invitado a mí y a mi mujer a almorzar en Isla Negra. Almorzábamos en la recámara de Pablo porque ya no se podía parar, no podía caminar, y nos habíamos visto varias veces, me contó la idea que tenía de hacer una ciudad en los terrenos de Isla Negra, donde había invertido todo lo que él había ganado, que no debe haber sido poco.

Tenía la idea de hacer ahí una ciudad. La comparo con La ciudad del sol de Campanella, de intelectuales, artistas, escritores, pensadores. A esa ciudad la iba a llamar Cantalao, que no quiere decir nada, era un nombre eufónico que había inventado Pablo. Cantalao, igual la misma idea que tuvo en México el doctor Atl, que quería hacer una ciudad pero en el valle de Jiquilpan, entre la laguna de Chapala y el estado de Michoacán. Un lugar así paradisiaco, pero él le iba a llamar Ollincatl, que el Ollin es el primer signo que expresó una idea y que aparece en el códice Borbónico, en tres versiones gráficas muy bellas. Aquí en la familia lo usamos como escudo de armas.

La amistad con Neruda comenzó en 1972, año en que don Gonzalo llegó como embajador a Chile. «Habíamos hecho amistad y nos veíamos con frecuencia. Cuando me mandó el presidente tratamos de ejecutar la orden. Pablo aceptó al punto de que me dieron sus maletas y las de Matilde (Urrutia, esposa de Neruda) y un paquete con el manuscrito de Confieso que he vivido, escrito con la tinta verde que usaba Pablo.»

Neruda, recuerda Martínez Corbalá, había aceptado la opción de venir como invitado de honor del presidente y del pueblo de México. «Lo planteé a la Junta, a la cancillería chilena de facto, lo aceptaron sin poner objeciones, le dieron su pasaporte y en la embajada le dimos la visa. Ya estábamos listos.»

Salida postergada

-¿Cuándo nos vamos don Pablo?, le pregunté

-Pues nos vamos el sábado 22, respondió. Matilde ya estaba de acuerdo con él.

Así que en los días siguientes se dedicó a cargar los cuadros de la colección Carrillo Gil, rescatados del Museo Nacional de Bellas Artes de Santiago. Castañeda me había sermoneado para que no me fuera a entretener más de lo necesario, porque ese avión, más grande, lo habían sacado de una aerolínea internacional y eso costaba mucho dinero, pero ni modo.

El sábado 22, alegre y chiflando, fue a recoger al autor de Residencia en la Tierra a la clínica Santa María.

«Creo que eran las 11 de la mañana. Veo a don Pablo, que era un hombre como todos los hombres en ese nivel que han vivido toda su vida entre la creación artística y era una vida muy diferente a la nuestra. Le dije: ‘Ya don Pablo, vámonos. Ya estoy listo. Todo está preparado’. Teníamos una ambulancia para llevarlo de la clínica al aeropuer-to y me dijo simplemente: ‘embajador, no me quiero ir ahora’.

«‘Chin’ dije. Sentí que se me abrió el piso. Ya los cuadros adentro del avión, y Castañeda encima de mí, pero no me iba a poner a discutir con Pablo Neruda y menos en el hospital. Le dije ‘bueno don Pablo ¿cuándo quiere que nos vayamos? Me dijo: ‘Nos vamos el lunes embajador, categóricamente, nos vamos el lunes’.

El funcionario mexicano habló con Matilde, se quedó con las maletas del Nobel y de su esposa así como con el manuscri-to (que pudo regresar a las manos de la mujer del poeta cinco años después).

El sábado y el domingo se dedicó a despedirse de algunos amigos, entre ellos la esposa de Clodomiro Almeyda, Irma, y de Hugo Miranda, ambos colaboradores del presidente Allende, presos en la isla Dawson.

El domingo por la noche recibió una llamada de México, era el subsecretario de Relaciones Exteriores, José Gallástegui, quien a gritos, porque la comunicación era muy mala, le dijo: «¡Oye Gonzalo, aquí en México está el rumor de que Pablo Neruda murió. Me quedé verdaderamente impactado.

-Aquí estoy, no me he movido y no sé nada. Ahorita voy a la clínica Santa María y después te hablo.

Con todo y que ya era de noche, con el toque de queda encima, salió con rumbo al nosocomio amparado con un salvoconducto obtenido días antes que le permitía transitar después del toque. «Cuando llegué ya había muerto. Entonces ya con Matilde nos pusimos de acuerdo en qué podía ayudarla. Al día siguiente, lunes, llegué a la Chascona temprano. La Chascona era la casa de Neruda en Santiago. Chascona, en Chile es una mujer que se corta el cabello cortito.

Llegué exactamente con los tres representantes de la Fuerzas Armadas que iban a dar el pésame Matilde, quien por supuesto no los recibió. Yo pasé inmediatamente y los oficiales se quedaron fuera con su palmo de narices.

La Chascona era un desastre, recuerda Martínez Corbalá. Los militares habían asaltado el lugar y la escena era de caos: Estaban todos los cuadros en las paredes rasgados con las bayonetas. Neruda coleccionaba de todo, muy ordenado y clasificado. En La Chascona tenía relojes de péndulo, a culatazos despedazados y en el suelo tirados los engranes y las piezas. Las ventanas también habían sido rotas de modo que el piso estaba cubierto de vidrios. Había una acequia: la desbordaron, la desviaron y la hicieron pasar por en medio de la sala. Ese era el ambiente que había en La Chascona. Lo único que no rasgaron fue un retrato de Matilde que le había hecho Siqueiros, que estaba en la cabecera de su recámara, donde estaba el ataúd de Neruda.

De ahí salieron con rumbo al panteón, en dos o tres automóviles. «Yo iba en el de Matilde. A los lados de la avenida que iba al panteón había dos filas de soldados a cada lado, con unos grandes escudos para defenderse seguramente de Matilde y de nosotros los embajadores. Cuando se inició el cortejo, éramos los únicos acompañantes pero conforme iba pasando la gente salía de sus casas y se incorporaban, se hacía más grande. Gritaban: ¡Pablo Neruda!, contestaban todos ¡Presente! ¡Salvador Allende! ¡presente!

«Matilde se bajó del coche y nosotros junto con ella, ya fuimos hasta el panteón. En el reportaje que hace Proceso de este señor Araya hay una foto donde se ve el féretro y la gente al lado. Atrás estamos Matilde y yo.»

-¿Existe sustento para pensar que Neruda fue asesinado?

-Me llamaron de Chile el lunes o martes. Me habló Eduardo Contreras Mello (quien presentó la primera querella contra Pinochet y abogado de derechos humanos) y me dijo: Oiga embajador hay este asunto y nosotros necesitamos saber de usted qué fue lo que pasó, porque las únicas dos personas vivas en este mundo son usted y Araya. Ya investigamos a Araya, si no es un loco o un borracho, y no es ni loco ni borracho.

A Manuel Araya, «yo no lo conocí, nunca lo vi; probablemente lo vi haciendo alguna tarea o un servicio en la casa o de Isla Negra o de Chascona pero que me acuerde de alguien que fuera esta persona, no.

«Está el acta de la muerte de Neruda. Me dijo Contreras que según el documento, Neruda, el sábado 22 ya estaba en estado catatónico. Lo único que podría decir es que eso no es cierto porque yo estuve con él y me dijo que no se quería ir. Hablaba con toda normalidad y estuve un rato con él. Era una persona muy sensible, muy especial su manera de ser. Le gustaba jugar con juguetes de peluche que tenía en su cama, muy conversador, muy especial pero muy lejos de que ese sábado 22 estuviera como dice el acta de defunción catatónico.

Aparentemente ese grupo que encabeza Eduardo Contreras ya está sobre el asunto, ya están investigando y no lo van a dejar, sobre todo, si la primera investigación que hicieron acerca de Araya les dice que no es un hombre disipado, ni borracho ni loco.

-¿Qué tan grave estaba Neruda ese sábado?

-Lo vi tan mal, como el primer día que lo había visto. Como los otros días. No lo vi más mal en la clínica Santa María que lo que estaba en su casa en Isla Negra, cuando fuimos la primera vez a verlo, cuando nos contó lo de Cantalao.

-¿Se debe investigar entonces?

-Mira, creo que sí. Yo no debo dar una opinión de ‘sí o no, investiguen’. Pero si yo fuera chileno lo investigaría.

El profesor universitario Darío Salinas ofrece más detalles acerca de la querella que se presentará el martes. El querellante es Eduardo Contreras y formalmente la presentará el diputado comunista Guillermo Teiller, dijo el politólogo chileno a La Jornada.

La querella surge a partir de la declaración que ha hecho el asistente de Pablo Neruda, Manuel Araya, quien es un hombre comprometido, no sólo en el sentido de la lealtad hacia Pablo, sino también políticamente. Pablo Neruda no habría tenido de asistente a una persona con un horizonte diferente al de Araya.

Con la querella «se trata justamente de mostrar lo que siempre ha dicho don Gonzalo Martínez Corbalá: que tuvo contacto con Pablo Neruda un día antes de su muerte y que Neruda no estaba moribundo. Que mantuvo con él una conversación absolutamente fluida, más todavía cuando se trataba de los términos de la conversación que era la posibilidad de viajar a México. Esto está documentado en varios testimonios, nunca llegó a un plano jurídico como será ahora.

Pablo Neruda, como Allende, se merece una verdad histórica completa. Una verdad verdadera, valga la redundancia. El martes se presenta la querella y con eso se abre formalmente el proceso encaminado a establecer la causa de la muerte de Neruda».

– Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2011/05/28/index.php?section=cultura&article=a04e1cul&partner=rss