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La vuelta de Keynes y Marx y la crisis del neoliberalismo

Fuentes: Argenpress

Mientras la crisis mundial parece entrar en la fase donde veremos todas las consecuencias en materia de recesión, se está produciendo una verdadera revolución en el pensamiento económico. Retrocede en desorden el neoliberalismo y vuelven a «estar de moda» Marx y Keynes. Alan Greespan, el presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos anterior […]

Mientras la crisis mundial parece entrar en la fase donde veremos todas las consecuencias en materia de recesión, se está produciendo una verdadera revolución en el pensamiento económico. Retrocede en desorden el neoliberalismo y vuelven a «estar de moda» Marx y Keynes.

Alan Greespan, el presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos anterior a Ben Bernanke, era una eminencia en el establishment económico. Todavía hoy, por esos naturales retrasos de la industria editorial, se puede encontrar en las mesas de las principales librerías la traducción al español de «La era de la turbulencia», texto con un fuerte contenido autobiográfico donde Greespan se proponía revelar los «secretos» de casi veinte años al frente de las finanzas norteamericanas.

Pero el libro llegó en mal momento. Cuando se habla de otra cosa: la crisis, que se come las estadísticas y, más importante que eso, los empleos y las esperanzas de millones en el mundo. Y será el propio Greespan, ícono de la economía ortodoxa, quien termine declarando a principios de octubre ante el Comité de Control de Acción Gubernamental de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos: «se me reveló una laguna en la ideología capitalista en la que siempre creí. Mi opinión era que los mercados libres y competitivos son de lejos la mejor manera de organizar la economía. A lo mejor cometí un error al confiar en que los mercados podían regularse a sí mismos». A confesión de partes, relevo de pruebas.

El mundo se derrumba

La crisis arrecia. Nombres como Ford, General Motors o Chrysler figuran en primera fila como candidatos a la quiebra. Los economistas neoliberales, que durante tres décadas se autodefinieron como «la única economía», guardan un oportunista silencio. Es, naturalmente, la hora de la «heterodoxia». Pero, como siempre, tenemos que tener cuidado con la nueva oleada de travestismo ideológico que todo cambio trae consigo. No se trata de hacer historia, que se podría, preguntándose donde estaban Joseph Stiglitz, George Soros o el propio Paul Krugman a comienzos de la década del ’90. Limitémonos a sus planteos actuales. En todos los casos se limitan a un diagnóstico simple y una recomendación. El diagnóstico: faltó regulación en los mercados financieros y así «emergió» la especulación. La salida: dar recursos a los bancos para salvar una quiebra en masa.

Repasemos. Dijo Soros (reportaje en Ambito Financiero, 22/9/2008): «La culpa de la actual crisis la tiene el fundamentalismo de mercado, que no es otra cosa que el laissez faire (dejar hacer) del siglo XXI; las finanzas se han vuelto tan irracionales que habrá que ponerlas nuevamente bajo control; el monetarismo es una doctrina errónea». Joseph Stiglitz, por su parte, agrega (Página 12, 21/9/2008): «Hemos aprendido que no se puede dejar a los bancos de inversión regularse a sí mismos. No se puede dejar a la Reserva Federal, que está aliada estrechamente a los banqueros, a cargo de toda la regulación del sistema financiero. Se suponía que la Reserva retiraba el ponche cuando la fiesta se volvía escandalosa, pero en su lugar echó más alcohol». Por último, escuchemos a Paul Krugman (New York Times, 14/10/2008): «¿Cuál es la naturaleza de la crisis? Los detalles pueden ser demencialmente complejos, pero los rasgos básicos son bastante sencillos. El estallido de la burbuja inmobiliaria ha producido grandes pérdidas para todos los que compraron activos respaldados por hipotecas; estas pérdidas han dejado a muchas instituciones financieras con demasiada deuda y muy poco capital para proporcionar el crédito que necesita la economía. ¿Qué se puede hacer frente a la crisis? La ayuda a los propietarios, aunque es deseable, no puede impedir las grandes pérdidas ocasionadas por los préstamos fallidos, y en cualquier caso, sus efectos serán demasiado lentos para mitigar el pánico existente. Lo natural sería, entonces, buscar la solución adoptada en muchas crisis anteriores, que es enfrentar el problema del inadecuado capital financiero haciendo que los gobiernos proporcionen a las instituciones financieras más capital a cambio de una parte de las empresas».

Marx y Keynes

Mientras la crisis arrecia, los neoliberales se esconden y los «heterodoxos» ofrecen estas tibias salidas, donde ni siquiera hay un salvavidas para los que pierden sus casas, algunas otras noticias nos llaman la atención. En Alemania se ha transformado en best seller, nada menos que «El Capital» de Carlos Marx. Las revistas de todo el mundo desempolvan, a la vez, y hacen conocido para el mundo, el viejo rostro del economista inglés John Maynard Keynes. Todo esto merece, sin duda, una reflexión.

Ambos, Marx y Keynes, comparten algo que los hace atractivos. Demostraron, cada uno en su momento y con distintas herramientas teóricas, la realidad de la crisis en el capitalismo, frente a los que creían que se la podía exorcizar simplemente haciendo como si no existiera. Los dos, también, se mostraron escépticos frente a lo que siempre se vendió desde la ortodoxia económica: la mano invisible del mercado como mejor asignador de los recursos. La reaparición de estos viejos íconos es un verdadero cross en la mandíbula a tantos economistas del establishment que se autodefinían como «la» economía, remitiendo a todos los que teníamos ideas diferentes al destierro de «las ideologías perimidas».

La propuesta de Keynes

Pero ambos también interpelan a la heterodoxia. Una lectura básica del gran economista inglés llenaría de vergüenza a los hoy de moda Krugman o Stiglitz. Hay un abismo entre sus tibios planteos y las propuestas intervencionistas de Keynes, sus planes de obras públicas, su desparpajo para afirmar «que se hagan pozos de día y se los tape de noche» como afirmación de que lo fundamental era reactivar la demanda efectiva, e incluso su respuesta cínica a quienes dudaban de la consistencia de sus propuestas («en el largo plazo estamos todos muertos»). Salvar a los bancos, bajar la tasa de interés de referencia, ampliar el crédito sirve para poco, nos dirían Keynes, cuando reina la incertidumbre y caemos en la preferencia por la liquidez, donde nadie se desprende de su propio dinero y así se ahonda la depresión. Keynes no se fijaría en «cómo financiar» la obra pública, o cuán prolijas quedan las cuentas públicas. Propondría un shock, como hizo en su famosa carta a Roosevelt de la década del ’30. Lejos, muy lejos, incluso de Krugman, que sí propone un plan de obras públicas, pero inmediatamente advierte de «no excederse». Y mucho más lejos de las políticas concretas de Estados Unidos, donde su Congreso votó 700.000 millones para salvar a sus bancos, pero se negó a poner 30.000 para evitar que tres millones de obreros quedaran sin empleo ante la quiebra de las automotrices.

El fantasma de Marx

Pero Keynes no es «socialista». Su imagen brilla ante la palidez de los nuevos heterodoxos. Pero debemos tener cuidado con el riesgo inverso. El embellecimiento del inglés puede llevarnos a creer que se trata simplemente de imponer un conjunto de medidas más «radicales» que las actuales, pero que finalmente existe un capitalismo «bueno», «productivo», que puede imponerse a otro «especulativo», «de exclusión», «neoliberal». Y aquí es donde emerge, con todo, la sombra barbada del viejo Marx. ¡Enhorabuena la «moda» de volver a leer El Capital! Allí, el alemán afirma, blanco sobre negro, que el capitalismo engendra siempre, inevitablemente, crisis, miseria y opresión. Que es el escándalo de la pobreza y el hambre en medio de la opulencia y el despilfarro. Y que eso no es producto de los «excesos», sino que está en la lógica misma de un sistema que se mueve en base a la mayor ganancia y la acumulación del capital.

Keynes no era socialista. Sus medidas tenían como objetivo salvar a un sistema que el veía, en medio de la crisis del ’30, seriamente en peligro. Pero dejemos que sea el propio Keynes quien nos aclare su posición: «(los conservadores) están conducidos por hombres incapaces de distinguir las nuevas medidas para salvaguardar el capitalismo de lo que ellos llaman bolchevismo». (¿Por qué no me afilio al Partido Laborista?) «En primer lugar, es un partido de clase, y de una clase que no es la mía. Si yo he de defender intereses parciales, defenderé los míos. Cuando llegue la lucha de clases como tal, mi patriotismo como tal, mi patriotismo local y mi patriotismo personal estarán con mis afines. Yo puedo estar influido por lo que estimo que es justicia y buen sentido, pero la lucha de clases me encontrará del lado de la burguesía educada». (Ensayos en persuasión, 1925).

Marx y Keynes. Dos miradas distintas, pero claramente más útiles que las actuales para reflexionar sobre los desafíos que nos depara el 2009, el año donde la crisis nos pegará de lleno. Que, como dice el ideograma chino, «crisis» se transforme también en oportunidad de cambio. Felices fiestas.

José Castillo es economista. Profesor de economía política y sociología política en la UBA. Miembro del EDI (Economistas de Izquierda).

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