Leo la indignación que ha provocado entre la clase artística francesa el decomiso, por parte de la policía gala, de dos obras del artista ruso Oleg Kulik , expuestas en la Feria Internacional de Arte Contemporáneo de París por considerar que estimulaban la zoofilia, y adhiero mi consternación a la condena de tan incalificable […]
Leo la indignación que ha provocado entre la clase artística francesa el decomiso, por parte de la policía gala, de dos obras del artista ruso Oleg Kulik , expuestas en la Feria Internacional de Arte Contemporáneo de París por considerar que estimulaban la zoofilia, y adhiero mi consternación a la condena de tan incalificable censura.
Reconozco que no comparto con el artista ruso sus criterios al respecto del arte que practica y que, según decía el periódico, «centra su trabajo en las fronteras entre la humanidad y la animalidad» porque, reconoce el artista, «ser un hombre exige la exclusión de todo lo que no es humano; sea animal o divino». Digo, tampoco es que no comparta su credo conceptual sino que, después de tres lecturas consecutivas del mismo, no estoy seguro de haber entendido nada. Pero lo que me parece inadmisible es que se le niegue su derecho a exponer su arte y que, además, se haga de tan arbitraria y represiva manera. La policía llegó, incluso, a detener por espacio de varias horas a los representantes de la galería de arte en que se exponían las censuradas obras del artista ruso que si no fue, también, conducido preso sólo se debió a que no estaba presente.
Una de las obras censuradas muestra a un hombre besando a un perro. No se trata de un beso apasionado, de uno de esos besos de loco frenesí en el que las lenguas de los dos animales compiten entre sí por ver quien va más lejos. Tampoco aparece una mano o una pata dispuesta a la caricia y que haga más próximo e íntimo el abrazo, no. Apenas sus cabezas, poco más, una frente a la otra, inexpresivas ambas, en un encuentro de morros tan sutil y discreto que, lo confieso, aún hizo parecer más absurdo tanto celo policial.
De hecho, si no fuera porque cualquier degenerado pudiera acusarme de practicar la zoofilia, hasta me atrevería a reconocer que yo también he besado en el pasado a perros y gatos, entrañables animales con los que he convivido, con más ternura que la que muestra la foto y casi con más frecuencia que a mis propias hijas.
El problema y, obviamente, Oleg Kulik lo ignora, es que su fotografía aparecía expuesta en un museo y, en consecuencia, a su pretendida naturaleza artística le cabía la acusación de estimular la zoofilia, que para eso es que existe el arte, para que los ignorantes multipliquen sus fantasmas.
Diez años antes, Clinton, en lugar de colgar sus relaciones con Buddy en un museo, las expuso en todos los grandes medios de comunicación, y ni a Buddy ni al ex presidente estadounidense los molestó jamás la policía por estimular el amor hacia los animales, que para eso es que existen los medios, para que aprendamos a distinguir la zoofilia de Walt Disney.