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Labrando la paz en la Serranía del Abibe

Fuentes: Alianza de Medios Alternativos

Habitada y protegida por los indígenas Emberá Katío, la Serranía del Abibe es uno de los principales ecosistemas naturales de Antioquia. En sus montañas se conserva una gran variedad de flora y fauna, siendo la reserva hídrica que abastece de agua a todo el Urabá y parte del departamento de Córdoba. Desde mitad del siglo […]

Habitada y protegida por los indígenas Emberá Katío, la Serranía del Abibe es uno de los principales ecosistemas naturales de Antioquia. En sus montañas se conserva una gran variedad de flora y fauna, siendo la reserva hídrica que abastece de agua a todo el Urabá y parte del departamento de Córdoba.

Desde mitad del siglo XX, este territorio ha sido impactado con la aplicación de un modelo de acumulación capitalista basado en la desposesión violenta de indígenas y colonos. En 60 años de expansión agroindustrial el paisaje cambió abruptamente: en la llanura de la serranía se dibujaron plantaciones interminables de banano, plátano y, más recientemente, palma africana. La agricultura parcelaria fue debilitada, aislada a las partes altas y desconectada de los mercados locales.

La inversión extranjera amenaza con devorar el sistema montañoso, pues son conocidos los intereses de multinacionales por extraer los recursos naturales que allí reposan.

Además, junto a su vecino geográfico: el Nudo del Paramillo, la Serranía del Abibe permite conectar los departamentos de Antioquia, Córdoba y Chocó, convirtiéndose para los grupos armados en una zona estratégica del noroccidente colombiano. Sus bosques, ríos y caminos se transformaron en escenarios de confrontación militar; en la memoria de sus habitantes aún están abiertas las heridas que han dejado décadas de amenazas, persecuciones y asesinatos contra amigos y familiares.

Como en el resto del país, con el Acuerdo de Paz, el mapa político y militar en este territorio se está reorganizando. Inicialmente, con la dejación de armas por parte de las FARC-EP se estableció que el Frente 58 del Bloque Efraín Guzmán tendría su Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación (ETCR) en la vereda Gallo, Sur de Córdoba; pero con el correr de los días y debido a las demoras en el proceso de reincorporación económica, 45 ex guerrilleros decidieron salir con sus familias y algunos animales en busca de tierras para hacer efectiva su apuesta de paz.

«Fue así como nos enrutamos hacia un nuevo destino en el Urabá. Era un viaje que normalmente debía demorarse día y medio pero que terminó convirtiéndose en una odisea de tres días en lanchas y buses. Con varada incluida en San José de Ralito, como para no olvidar la historia», recuerda con ironía Angie, una de las campesinas que decidió salir del Paramillo por temor a la avanzada de las Autodefensas Gaitanistas de Colombia (AGC) en los territorios controlados anteriormente por la insurgencia.

San José de León: semilla de reconciliación en el Urabá

Esta situación se ha repetido en varios de los 26 ETCR que contemplaba inicialmente el punto tres del Acuerdo de Paz. Ya sea por incapacidad institucional, burocracia o corrupción, centenares de ex combatientes farianos se han visto en la obligación de resolver con sus propios medios los incumplimientos del establecimiento. Desde la firma del Acuerdo, en noviembre de 2016 hasta el día de hoy, se han creado más de 30 Nuevos Puntos de Reagrupramiento (NPR) en todo el país.

«Los primeros mensajes que recibimos de parte de la de la institucionalidad fueron de señalamiento y estigmatización. Decían que éramos disidentes, que nos estábamos replegando estratégicamente por las veredas de la región, cuando en realidad buscábamos un lugar idóneo para continuar con el tránsito a la vida civil. Nuestra moral no decayó y con el conocimiento del terreno que adquirimos durante la confrontación armada, logramos enterarnos de unas tierras que estaban a la venta y por medio de una vaca colectiva, hecha con los recursos de la bancarización, compramos 21 hectáreas en la vereda La Fortuna, del Municipio de Mutatá», dicen con orgullo los ex combatientes a quienes los visitan para conocer su experiencia después de la dejación de armas.

El primero de octubre se cumplió el primer aniversario de la fundación del NPR San José de León, uno de los pocos espacios para la reincorporación en Colombia, cuyas tierras pertenecen a ex guerrilleros. «Aún no tenemos tierra para los proyectos productivos, pero sí logramos asegurar un lugar donde vivir y continuar en nuestra brega por mantenernos como organización, ojalá incidiendo en la vida política local», sostiene con vehemencia Tito, el ex guerrillero más antiguo del NPR, mientras hace una pausa en las anécdotas por los diferentes frentes de las FARC-EP desde que llegó a la región en 1975.

En un año de labores se han levantado 37 casas en madera, la estructura de la caseta comunitaria y un pequeño salón que hace las veces de escuela. El trabajo comunitario es vinculante para todos; así mantienen su cohesión como colectividad. El ambiente en el lugar trae a la memoria una instantánea de los caseríos más lejanos del campo colombiano: sin vías de acceso, energía y agua potable pero rodeado de los más bellos paisajes naturales.

Aprovechando las aguas del río La Fortuna que baja serpenteando por las montañas del Abibe, se han construido nueve peceras colectivas y ocho individuales donde crían cachama y tilapia para la comercialización local. Además, con recursos donados por el PNUD y el gobierno de Suecia se instaló un galpón de gallinas y pollos para el consumo propio.

Con la posibilidad de moverse entre las montañas, sin la amenaza del combate y el letal bombardeo, los ex guerrilleros no ocultan su gusto por el campo y el trabajo agrícola. Desde tempranas horas están activos atendiendo tareas relacionadas con el mejoramiento de la infraestructura: con rapidez abrieron una trocha para conectarse con la vía al mar y gestionaron la llegada del servicio de energía para sus hogares.

«Los campesinos de la región nos recibieron con mucha expectativa, positivamente, pues creemos que para ellos es la posibilidad de que la institucionalidad mire a sus territorios históricamente olvidados y, que con los acuerdos de paz, puedan ser transformados con desarrollo y dignidad para todos», afirma Rubén Cano, líder del NPR y uno de los mandos medios de la guerrilla más observados luego de la dejación de armas.

Un guerrero jugado por la paz

Joverman Sánchez Arrollave, conocido en las filas guerrilleras como Rubén Cano, nació en 1970 en Puerto Berrío, Antioquia, y se crió en la vereda Currulao de Turbo. Hasta los 15 años su vida transcurrió normalmente, en la finca de propiedad familiar que trabajaba junto a su hermano mayor y que solo abandonaba cuando visitaba a sus padres en la heladería que administraban en el casco urbano del municipio.

La región era un hervidero de intereses antagónicos, caldo de cultivo para el surgimiento de conflictos sociales. La tensa relación entre obreros agrícolas y patronos en el enclave bananero propicio la aparición de sindicatos con gran fuerza y aceptación entre la población. El EPL y las FARC-EP expandieron su influencia por todo el territorio en medio de profundas diferencias ideológicas, al tiempo que iniciaba la ejecución de políticas contrainsurgentes con la creación de ejércitos mercenarios (AUC) y el asesinato sistemático de líderes cívicos y de oposición. Desde mediados de 1980, los manuscritos sobre la violencia en Colombia abrieron sus páginas a los habitantes de este territorio, convirtiéndoles en protagonistas de algunos de los capítulos más dolorosos en la historia reciente del conflicto armado.

«Los jóvenes no podíamos disfrutar de la vida nocturna por los toques de queda que empezaron a ser recurrentes en toda la región», recuerda Rubén mientras observa las montañas que durante tres décadas fueron su hogar.

En este contexto, se da una situación de acorralamiento contra todos los habitantes de su vereda y su padre es víctima de varios atentados. Estos hechos lo llevan a enfrentar la zozobra, vivir sin miedo a la muerte y así, mas por instinto que por convicción, ingresa en 1985 al quinto frente de las FARC-EP.

«Primero consideraba las armas como la posibilidad de darle seguridad al campesino violentado, pero con el tiempo, en las escuelas y cursos al interior de la guerrilla, entendí que hacía parte de un proyecto político donde la lucha es por la construcción de un gobierno que favorezca los intereses de las mayorías», afirma quien comandara el Frente 58 por 19 años mientras toma un respiro en las labores diarias que le demanda el caserío.

Herido cinco veces en combate. En dos ocasiones la inteligencia militar informó que había sido abatido, convirtiéndose en un mito para las fuerzas armadas. De su trajinar guerrillero conserva recuerdos de varias operaciones militares en el noroccidente colombiano. Cuando se le pregunta por las épocas de mayor intensidad en el conflicto armado, su memoria lo remite a las negociaciones de Paz con Andrés Pastrana:

«Mientras en el Caguán se negociaba la posibilidad de lograr un acuerdo de paz, el resto del país era un teatro de operaciones con fuertes combates entre la guerrilla y las fuerzas militares, quienes asociadas a los paramilitares adelantaron masacres contra población civil indefensa. Nosotros despejamos mucho territorio pero combatiendo, quizás por eso cuando se terminó esa negociación y el gobierno implementó el Plan Colombia, nosotros no lo sentimos ya que nunca estuvimos en tregua».

Terminar con el estado de guerra que desgarra sin descanso la geografía nacional es la respuesta que los ex guerrilleros dan cuando se les pregunta por sus objetivos a futuro. En la noche de San José de León, los niños del caserío descansan arrullados por las aguas del cristalino río y Rubén, mientras disfruta de un tradicional menú campesino cocinado por su madre, expone los argumentos sobre por qué no es viable para los colombianos repetir un nuevo ciclo de violencia:

«La guerra es ciega, nunca se miran los efectos ni a quién se puede hacer daño cuando estás en combate. Por eso, uno lamenta que entre hermanos, entre colombianos hayamos derramado tanta sangre. Nos estábamos matando entre los mismos: el pueblo humilde pone los muertos mientras la oligarquía acumula cada vez más riquezas en sus manos».

Al terminar la conversación insiste en que está listo para comparecer ante la Jurisdicción Especial de Paz (JEP), «ya que la paz con mentiras no se mantiene». Aunque tiene claro que debido a los altos niveles de desinformación y engaño que padece la sociedad, «los colombianos vamos a tardar muchos años en conocer las verdades y responsabilidades sobre el conflicto social y armado».

Fuente: http://www.alianzademediosalternativos.org/index.php/territorio/225-labrando-la-paz-en-la-serrania-del-abibe