Recomiendo:
0

Ladrones molestos y policías impotentes

Fuentes: Rebelión

Fue el martes por la tarde en la estación de buses de Bilbo, Termibus. Una señora mayor, culta y elegante, antes de coger el Bizkaibus para Lekeitio llamaba por el móvil desde la barra del bar a una amiga. Y en un momento de descuido le birlaron el bolso con la cartera, las tarjetas de […]

Fue el martes por la tarde en la estación de buses de Bilbo, Termibus. Una señora mayor, culta y elegante, antes de coger el Bizkaibus para Lekeitio llamaba por el móvil desde la barra del bar a una amiga. Y en un momento de descuido le birlaron el bolso con la cartera, las tarjetas de banco y las llaves. Acudió la policía, que se encontraba por allí, y registraron las cámaras de la estación, que recogieron el momento y la jeta de la ladrona. Y por lo visto era marca registrada. Todavía merodeaba por allí, y devolvió el bolso intacto salvo el susto de la señora, que siguió temblando y remirando el bolso durante el viaje. Luego, en el trayecto, hizo un par de llamadas a viejas amigas relatándoles alborotadamente el hecho.

*

Y me acordé de aquella conversación, días atrás con el viejo amigo alemán, Harald Martenstein, que me dejó pensativo. Porque también él me contó su experiencia con los cacos en la Alemania de hoy.

«En realidad no puedo quejarme demasiado de mis ladrones, confesaba. Es cierto que han violentado mi puerta, pero me roban algo y se van. Y punto. Pero por ahora nunca ha habido destrozos. Diríamos que, dentro de lo posible, mis ladrones son buenos chicos.

En los últimos años me han entrado tres veces. Invadir una vivienda o sufrir la entrada de cacos forma parte de la vida diaria en Berlín. Luego llega la policía, que es siempre gente amable. Y esa pequeña charla con los agentes constituye la parte más simpática del robo. Te cuentan otros casos mientras buscan de manera rutinaria las huellas dactilares. Casi toda banda tiene su firma, como cualquier artista. La policía casi nunca pilla a nadie, lo confiesan sin ambages. Blindar el piso de manera absoluta es casi imposible y además muy costoso. Yo me protejo no poseyendo cosas valiosas. Se debe dejar siempre algunos euros sobre la mesa de la cocina cuando uno se marcha de viaje, unos 100€; los cacos se dan por satisfechos y se marchan en paz. Además ahora un tal Draghi presta dinero a 0% de interés en la Comunidad Europea, quiere que gastemos el dinero en cosas caras. Lo siento, pero no.

Cuando regresé del último viaje habían forzado de nuevo el timbre de mi puerta, que por lo visto debe esconder algo valioso y fácilmente vendible, de ahí que los ladrones lo forzaran y extrajeran lo apetecible. Es verdad que resulta molesto.

Paré poco en casa y fui al sur de Alemania

Al anochecer me encontraba sentado en el bar del hotel viendo la televisión. El hotel se halla cerca de la estación de trenes, de Bahnhof; había un grupo de jóvenes sentados en el mismo bar, conversaban en inglés aun cuando era claro no era su lengua materna. Tenía la chaqueta junto a mí, sobre un taburete del bar. A la mañana siguiente me di cuenta que alguien había extraído la cartera y la había vaciado.

De nuevo la policía de la estación resultó muy amable, me dijo: «No sabe usted el trajín por aquí en los últimos tiempos». Hay bandas tan perfectas en su trabajo que los policías poco podemos hacer. Y aun cuando lo veas son superiores, para cuando los agarras ya ha volado la mercancía. Sólo la formulación de la denuncia me llevó una hora. Creo que la mejor solución sería que el Estado colocara a estas bandas en puestos responsables de la policía. ¿No hay un dicho Americano: If you can’t beat them, buy them? ¿Si no puedes vencerlos, cómpralos?

Una de las bandas más exitosas de la estación de Munich, me contaba el policía, constaba de tres mujeres apátridas, una abuela y dos nietecillas. La abuela caminaba con bastón pero manejando las manos era más ágil que Billy el Niño con el colt. Por su condición de apátrida no se la podía expulsar, la edad era también un obstáculo para emprender algo con ella. El policía hizo, eso sí, un par de observaciones. Las cámaras, que vigilan la estación, son baratas y malas y ofrecen imágenes borrosas. Cámaras que, por ejemplo no encuentras en tiendas y negocios de prestigio como Rossmann, porque son mucho mejores. Y la abuela lo sabe, por eso hay robos que ocurren en Alemania en estaciones de trenes pero no, por ejemplo, en Rossman.

Y no, no es propaganda barata. Escribo esto el 1 de mayo, y el refrán americano esculpido en el corazón del empresario frente al trabajador digno: el If you can’t beat them, buy them, me ha recordado aquel del campo de concentración nazi: «Die Arbeit macht frei«.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.