A mediados de 2008, un año y medio antes de finalizar el primer gobierno de Michelle Bachelet, un grupo de políticos concertacionistas, de distintos partidos, llegó a un entendimiento para resolver mediante un acuerdo político el problema de la sucesión presidencial. Convinieron en que la coyuntura les exigía cambiar el rumbo que la presidenta había […]
A mediados de 2008, un año y medio antes de finalizar el primer gobierno de Michelle Bachelet, un grupo de políticos concertacionistas, de distintos partidos, llegó a un entendimiento para resolver mediante un acuerdo político el problema de la sucesión presidencial. Convinieron en que la coyuntura les exigía cambiar el rumbo que la presidenta había impreso a su gobierno. La rotación de tres ministros del Interior democratacristianos en tres años, había demostrado las dificultades para aunar criterios coherentes al interior de la coalición. Pero lo más relevante era la persistente voluntad de la presidenta de empujar la línea de los cambios más allá de lo que este grupo de políticos conservadores consideraba aceptable. Ya se atisbaba su voluntad de incluir al PC en la coalición gubernamental, y en el congreso del PS había afirmado la necesidad de una nueva Constitución. Para este grupo de grandes «accionistas» de la Concertación, Bachelet se dejaba arrastrar muy fácilmente por las demandas sociales, las que había que cortar en seco y rápidamente.
Los «autocomplacientes» coincidían en que la solución era convocar a un liderazgo conservador, fuerte y probado. El ex presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle cumplía ese perfil y además garantizaba que la DC se mantuviera dentro de la coalición, y renunciara a sus amenazas de llevar un candidato propio en la primera vuelta presidencial. De esa forma se procedió a montar una operación comunicacional basada en una idea fatalista: «no hay otro liderazgo posible». Frei debía ser candidato ya que no cabía otra alternativa. La prensa duopólica aplaudió en un primer momento esa tesis, ya que las encuestas mostraban la gran debilidad de Frei frente a los posibles candidatos de la derecha.
El entonces diputado PS Marco Enríquez-Ominami exigió competir en primarias abiertas, lo que no fue aceptado por los presidentes de los partidos. De esa manera MEO levantó su propia alternativa, que tuvo abierta simpatía de los medios de derecha, que vieron en esa candidatura una oportunidad de dividir el campo gubernamental. Por su parte el PC levantó al ex presidente del PS Jorge Arrate. Estas divisiones internas no intimidaron a los dirigentes partidarios que mantuvieron ciegamente su apoyo a Frei. El único que los cuestionó fue el presidente del Partido Radical, José Antonio Gómez, que exigió primarias. De mala gana, la Concertación organizó unas primarias acotadas a las regiones de O’Higgins y el Maule que terminaron con el presidente del PS, Camilo Escalona, insultando y golpeando en público a Gómez, que se mostraba indignado por el curso de unas elecciones amañadas y cocinadas para terminar de resolver lo que ya se había decidido en la cúpula partidaria. Todos recordamos el desenlace de esa triste aventura. Frei Ruiz-Tagle obtuvo en primera vuelta 29,6%, perdiendo 1.225.000 votos respecto a la primera vuelta de 2005.
LA HISTORIA VUELVE
A REPETIRSE
A mediados de 2016, un año y medio antes del fin del segundo gobierno de Michelle Bachelet, un grupo de políticos de la Nueva Mayoría, de distintos partidos, llegó a un entendimiento para resolver mediante un acuerdo político el problema de la sucesión presidencial. Convinieron en que la coyuntura les exigía cambiar el rumbo que la presidenta había impreso a su gobierno. La rotación de tres ministros del Interior democratacristianos en tres años, había demostrado las dificultades para aunar criterios coherentes al interior de la coalición. Pero lo más relevante era la persistente voluntad de la presidenta de empujar la línea de los cambios más allá de lo que este grupo de políticos conservadores consideraba aceptable: la inclusión del PC en la coalición gubernamental, y su obsesión por avanzar hacia una nueva Constitución. Para este grupo de grandes «accionistas» de la Nueva Mayoría, Bachelet se dejaba arrastrar fácilmente por las demandas sociales, las que había que cortar en seco y rápidamente.
Los «autocomplacientes» coincidían en que la solución era convocar a un liderazgo conservador, fuerte y probado. El ex presidente Ricardo Lagos cumplía ese perfil y además garantizaba que la DC se mantuviera dentro de la coalición, y renunciara a sus amenazas de llevar un candidato propio en la primera vuelta presidencial. De esa forma se procedió a montar una operación comunicacional basada en una idea fatalista: «no hay otro liderazgo posible». Lagos debía ser candidato ya que no cabía otra alternativa. La prensa duopólica aplaudió en un primer momento esa tesis ya que las encuestas mostraban la gran debilidad de Lagos frente a los posibles candidatos de la derecha.
Hasta este momento de la historia, todos los pasos, todos los gestos, todos los signos coinciden perfectamente, en un perfecto déjà vu, una de esas extrañas situaciones en que sentimos que ya hemos visto antes un suceso, especialmente si son sueños feos y horrorosos. Lagos huele, o más bien hiede, a Frei.
¿Qué ocurrirá con esta historia? El acuerdo transversal del «partido del orden», la derecha concertacionista, o como se estime llamarle, es tan explícito que no caben dudas. El senador Andrés Zaldívar ya lo dijo claramente: «No veo otra carta en la Nueva Mayoría». Lo mismo hizo Jorge Burgos: «No veo qué candidato propio podría llevar la DC». Ya es evidente que para la DC «real», la que controla la máquina del partido, la opción es la siguiente: o se acepta a Lagos incondicionalmente o levantan un candidato propio en primera vuelta de 2017. Para ese rol de espantapájaros hay varios nombres posibles: Ignacio Walker, Mariana Aylwin, Carolina Goic, etc.
El modus operandi del concertacionismo duro no es muy imaginativo. Los autocomplacientes poseen un extraño talento para demostrar que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. Es muy probable que veamos unas primarias malpensadas y peor implementadas, para despejar por secretaría las candidaturas de Isabel Allende y Alejandro Guillier. Y el duopolio periodístico seguirá alentando a Ricardo Lagos por una doble razón: no les incomoda como eventual presidente, pero mucho mejor aún, ven que es un candidato muy poco competitivo frente a Sebastián Piñera.
LA NUEVA DERECHA LAGUISTA
La única novedad en este déjà vu político es el surgimiento de una derecha radical que se declara explícitamente laguista. El que marcó la pauta fue Hermógenes Pérez de Arce, que ya ha hecho público su apoyo a Lagos afirmando que se debería «levantar un candidato capaz de detener la revolución marxista-leninista en curso, garantizar la autoridad, un relativo orden y diálogo (…) y en ese rol Lagos es un moderado menos izquierdista que Piñera, como ya lo probó en su gobierno creando menos ministerios y subiendo menos impuestos que éste (…) Tampoco aumentó la persecución a los uniformados en retiro ni los traicionó ni incrementó el número de sus presos políticos, como lo hizo Piñera (…) nunca criminalizó al gobierno militar en los términos odioso en que lo hizo Piñera en el cuadragésimo aniversario del 11, lo cual de paso, liquidó a la derecha en la elección de 2013».
Otro ultra que ha salido a apoyar a Lagos es César Barros, ex Patria y Libertad y ex gerente de La Polar, que declaró: «En ese sentido me gusta Lagos más que Piñera. Porque en ese aspecto es un gallo que tiene una actitud de estadista, que mira desde arriba las cosas, no le vienen con pelotudeces. Lamentablemente Sebastián es más permeable a querer ser amado… Yo soy de derecha, pero Lagos tiene una característica y es que manda. No tiene que bajar a conversar con el pueblo. Tiene esa cosa de que se acaben las insolencias». El ex diputado Jorge Schaulsohn, fundador de Chile Primero, votante de Piñera en 2010, también ha anunciado su voto por Lagos. E incluso Joaquín Lavín se subió al carro declarándose «tranquilo» ya que «si la elección es Ricardo Lagos-Sebastián Piñera, Chile puede estar tranquilo». Una afirmación muy parecida a la de Camilo Escalona, que ha señalado que «Yo pienso que Lagos le da seguridad al país». Y Jorge Burgos nos clarifica porqué nos da «seguridad»: «Hay que cambiar el rumbo y Ricardo Lagos tiene las características para hacerlo».
EL GOLPE POLITICO DEL
«SUPRA-PRESIDENTE» LAGOS
Lo que se ha tratado de ocultar en esta operación es la débil posición en que ha quedado la presidenta Bachelet luego del anuncio de la candidatura de Lagos. Como ya se ha analizado, las posibilidades del ex presidente de ganar unas elecciones son muy bajas. Pero por el momento ese factor es secundario para los intereses del neo-concertacionismo radical. El objetivo es otro. Debido a su baja aprobación en las encuestas, entre otros factores por las fallidas y contradictorias reformas en curso, los dirigentes partidarios consideran que Bachelet hoy no es capaz de liderar a la Nueva Mayoría. La irrupción de Lagos, aunque muy incierta en términos electorales, logra instalarse como un factor de ordenamiento político, en su calidad de ex presidente en un rol político activo. De esta forma, su candidatura ha operado como un «golpe» político al interior de la propia coalición de gobierno. Elegantemente, y sin romper la institucionalidad, por sobre la presidenta se ha instalado un «supra-presidente», que puede decidir lo que se puede o no se puede legislar durante los 19 meses de gobierno que restan a esta administración. Lagos ha pasado de ser un poder fáctico a ser un poder explícito, algo que los norteamericanos llaman un desission maker de última instancia. La derecha trató que el ex ministro Jorge Burgos ejerciera un rol de «tutor» de la presidenta, pero fracasó en cuanto Bachelet encontró una fórmula para sustituirlo. Ahora Bachelet no puede escapar al poder de este ex presidente-candidato al que no puede enfrentar ni desafiar, ya que ella misma le debe su liderazgo público: él fue quien la nombró ministra de Salud y Defensa y la instaló mediáticamente ante la opinión pública.
Seguramente los asesores de Lagos han reflexionado con mucha atención una frase del ex primer ministro español Felipe González sobre los ex presidentes: «No sabemos qué hacer con ellos porque son como jarrones chinos; son valiosos pero no se sabe dónde ponerlos». Si hay algo que sabe hacer Lagos, es saber dónde y cuándo ponerse.
Publicado en «Punto Final», edición Nº 860, 16 de septiembre 2016.