Son perros de amor y de odio o quizás todo y nada a la vez…
Lanzados a un abismo indescifrable deambulan ciegos, a ratos mudos y asquientos de sí mismos. Poseídos por sus dolores cargan consigo el sangriento y desmedido pisoteo que los determinó previo a ser engendrados.
En sus odiosas miradas van clamando una piedad insípida, inservible. Han sido caratulados en girones de papel, ocultos como rastrojos bajo la despiadada alfombra de la historia, donde jamás han cabido ni cabrán. Allí tampoco importan, la trascendencia les fue prohibida y solo hubo para ellos un mecer, un vaivén golpeado por ráfagas de un vacío vomitivo. Mientras, un ángel moribundo, doliente, derrotado y nauseabundo, avanza descalzo por la marquesina bajo latigazos interminables que un demonio sediento le propina.
Es por eso y más que ellos son la manifestación de la barbarie más pura y trágica. Allí se rinden y redimen una y otra vez, una y otra vez, hasta sucumbir tristes y desgreñados; haraposos y sin paz. Ellos solo saben de sentencias. La única pizca de lo que pudo ser amor se extravió en el heroico gesto de querer vencer. Son estropajos. No hubo para ellos ningún acertado ni cierto destino. Fueron concebidos en el final, en el ocaso ardiente e infernal de los atardeceres a los que nadie les convocó ni consideró; son apenas un trozo de miseria asignada a moretones, un latir mal seriado que luego se hizo escupitajos en la forma y fondo de sus sentencias. Fueron convertidos en cosas inmerecidas, inservibles y vanamente fructíferas. Su salvación nunca estuvo disponible. Ni lágrimas ni espanto ni tímidas sonrisas quedaron para ellos.
Sobre ellos siempre caen latigazos lanzados al azar por ese demonio baboso de odio, que siempre es germen de más y más odio, allí sobre la marquesina. Luego hace un alto y reposa sediento sobre la ira que encarna. No es la muerte ni la vida; es un todo y nada a la vez.
Y todavía cuando el inquebrantable amor de la humanidad consigue darles una tregua, esos seres no cuentan con fuerza alguna y en la vertiginosa caída sucumben ante estocadas que rasgan sus pechos secos por la mísera sobrevivencia que como opción tienen.
¿Será posible que ese amor, esa diminuta posibilidad que les fue prohibida, de la que fueron despojados de un tirón, pueda brindarles un trocito de vida por infructuoso que sea? ¿Habrá acaso una salida? ¿Será que la redención salpicará para ellos, aunque sea un soplo de vida? ¿Son la nada? ¿La humanidad les reconocerá al menos una baldosa, por mortuoria que sea, sobre la alfombra de la historia?
Porque en ese abismo impío, burlón y despótico, ellos son perros. Se lamen, se mordisquean una y otra vez como rito voraz y holocáustico. Y en cada lamiscar se perdonan, para luego batirse en un duelo constante de muerte. A cada tarascón hacen latir sus fauces inundadas desde siempre por el resentimiento que con toda justicia padecen, aún sin comprenderlo. El abismo los sacude sin miramientos y así van ladrando; perdidos, ensangrentados.
Son perros de amor y de odio o quizás todo y nada a la vez…
Periodista-Prisionero Político.
Cárcel-Empresa Stgo 1.
Julio de 2024.