Si bien existe un relativo debilitamiento del pacto binominal de clase en que se apoyó el neoliberalismo chileno desde 1990 y han aparecido en escena actores como MEO, Parisi, Velasco y Orrego que intentan seducir a los jerarcas del capital financiero ofreciendo un nuevo pacto de alianza económico-política a la vez que garantías de sosiego […]
Si bien existe un relativo debilitamiento del pacto binominal de clase en que se apoyó el neoliberalismo chileno desde 1990 y han aparecido en escena actores como MEO, Parisi, Velasco y Orrego que intentan seducir a los jerarcas del capital financiero ofreciendo un nuevo pacto de alianza económico-política a la vez que garantías de sosiego de una «clase media» cada vez más crítica y demandante, en paralelo se prepara una reinvención del conglomerado que más estabilidad y «paz social» ha brindado a los intereses de la gran patronal. La derecha dura, toma nota del escenario desfavorable y prepara una resistencia represiva para bloquear todo avance social.
La agenda gatopardista y la revalidación del consenso
La Concertación de Partidos por la Democracia, devenida hoy Nueva Mayoría, bautizo asumido en la prensa por el presidente del PS y por Camila Vallejo, tiene en Bachelet y su capital electoral la opción preferente y virtualmente incontrarrestable de triunfo que aseguraría un nuevo periodo de estabilidad macroeconómica y gobernabilidad para el modelo.
Es así como en Agosto, Bachelet recibe la venia de la Confederación de la Producción y el Comercio (CPC) y la del mayor banquero nacional, Luksic: «ejecutivos del banco afirmaron que no ven ningún riesgo mayor de la nueva administración y que su equipo es políticamente del centro, por lo que no se anticipa un impacto significativo para el sector bancario» [1] .
Por supuesto, los ejecutivos no tienen ninguna razón para dudar de o «temer» las iniciativas emanadas desde el equipo que marcará la esencia del futuro gobierno bacheletista: el equipo económico. Son conocidos rostros del poder. Llevan décadas dando muestras de buena conducta y rodeados de un aura técnica, han movido los engranajes neoliberales en la dirección de la profundización del modelo. El equipo definitivo es coordinado por el economista socialista Alberto Arenas (ex JJCC-MDP y reinventor del sistema de AFP) e integrado por los ex ministros Eduardo Bitrán (artífice del sistema de concesiones viales y vinculado a Salcobrand) y René Cortázar, (lobbysta y empleado de Lucksic) el ex presidente del Banco Central José de Gregorio (acérrimo discípulo de economistas neoliberales) y los economistas Andrea Betancourt, Ricardo French-Davis, Oscar Landerretche, Guillermo Larraín y Andrea Repetto, todos neoliberales conversos.
Detrás de ellos, conformando un círculo ideológico-técnico regulador, estarán Eduardo Engel, neoliberal encubierto (si no se lo lee con atención en la 3a.), Andrés Velasco, el ex de Finanzas de Bachelet (un neoliberal-liberal valórico) y Alejandro Foxley del think tank DC Cieplan (cercano al ordoliberalismo alemán de la CDU de A. Merkel, ex ministro de la cartera entre 1990 y 1994. Cabe decirlo, este último fue elegido hace algunos días -junto con el actual de Finanzas, Felipe Larraín- por la institución empresarial Icare, destinatario del premio a la Institucionalidad Económica Chilena (los beneficiarios del modelo neoliberal le otorgan laureles dorados a los guardianes de la institucionalidad o modelo) [2] .
Tal es el círculo de hierro del que en el fondo dependen todas las demás iniciativas programáticas. Las propuestas que hasta ahora ha esbozado los equipos de la candidata buscan dar salidas institucionales a las contradicciones estructurales y demandas populares:
AFP’s: debate entre creación de una AFP estatal y aporte patronal o estatal al sistema sin transformarlo en absoluto.
Isapres: Mayor regulación al sistema, lo que en definitiva se traduce en medidas de ínfimo impacto en el acceso a la salud
Educación: Se hablará cada vez más de «avanzar hacia la gratuidad» y ya estableció que será un esfuerzo a 6 años, lo que excede el periodo presidencial y financiado con impuestos a profesionales y un alza tributaria sin focalizar en la gran empresa. No se contempla en absoluto eliminar los aranceles ni financiamiento basal completo a las universidades del Estado. Se insistirá más bien en otorgar más becas o más créditos blandos.
En cuanto a las llamadas «reformas políticas» -el sistema electoral, y la Asamblea Constituyente- podemos ver que ya se habla en este comando de reformas constitucionales, de avanzar en un mecanismo ad-hoc que fortalezca la «unidad nacional» y otros eufemismos para dilatar los cambios profundos y presentando los acuerdos ya conversados con la derecha y que tienen que ver con aspectos no fundamentales de la institucionalidad política como el número de miembros de la cámara baja.
De esta forma se construye la apariencia transformadora que en realidad sigue servil al dictado FMI-BID-BM, entidades que no permitirán cambios en las reglas del juego, menos aún en un contexto mundial de latente crisis. Las omisiones de este equipo, por ejemplo en materia de legislacion laboral son gigantescas.
Explícitamente, el PC, la Izquierda Ciudadana y el MAS han contribuido a validar esta nueva coalición, enfatizando que es algo distinto a la Concertación y presentándola como una «nueva alianza» con 3 pilares reformistas (educación, reforma tributaria, reforma constitucional) sin demasiada claridad sobre las formas de su consumación [3] .
La agenda del progresismo electoral o los huérfanos del poder
Es claro que sectores del PC, sobre todo los cupulares, buscan un acomodo y también pueden ser ubicados entre los despreciados por la elite patronal. No hay un sólo economista ligado al PC en el equipo de Bachelet y eso es una clara muestra de que al partido de Tellier le está permitido negociar uno que otro cupo parlamentario pero no entrometerse en la conducción política. Lo anterior coloca al PC en una situación de constante mendicidad en la que a cada momento renuncia a Recabarren.
Las implicancias de lo anterior son clave para interpretar la actuación del PC en términos de su evidente renuncia al proyecto político histórico que defendió hasta fines de la dictadura. Es probable que en la mente de más de algún dirigente honesto, la táctica electoral y las alianzas con el poder tengan como objetivo un camino largo de pequeños pasos para «cambiar las cosas desde dentro» en miras a un horizonte político de transformación. Pero en los hechos, la práctica política de la máquina electoral del PC demuestra que hace rato está más que dispuesta a abdicar cuando sea necesario ante la institucionalidad, ceder ante las presiones, entregar el apoyo electoral de sus plataformas sociales, contener a los movimientos cuando no derechamente entregarlos o venderlos, y, de tanto ignorarlo, lo más probable es que ningún militante del PC sea capaz de enunciar cabalmente cuál es su idea de una nueva sociedad, más aún cuando en sus discusiones congresales se desechó hablar de socialismo o comunismo como proyecto político. Es más, en sus enunciados programáticos, donde se plantea la conquista del poder por la vía electoral para instalar un «gobierno de nuevo tipo», el único eje central de transformación es la democratización (en abstracto) de los espacios de representación [4] .
Si con esto, lo que quiere decir el PC es que lo único que propone al pueblo es una nueva Unidad Popular, ya sabemos todo lo que se puede esperar después…
Hay que entender que el PC no ha estado por delante impulsando, sino atrás y conteniendo los movimientos sociales surgidos en el último tiempo. Un ejemplo claro de esto es su viraje táctico desde el arancel diferenciado hacia la educación gratuita cuando el movimiento estudiantil ya había instalado este último estandarte y así no perder su histórica plataforma ante los medios y el stablishment.
En este sentido, por más unidad de clase que se pretenda emprender, es claro que debe descartarse cualquier intento de unidad con las dirigencias o bases militantes del PC que reproduzcan concientemente las políticas entreguistas y conciliadoras de este partido.
Aspirantes a capataces…
La opción por «humanizar el capitalismo» de sectores como el de MEO proponiendo con algo más de «osadía» reformas mayores al modelo, no busca en absoluto transformaciones de fondo al mismo. Su énfasis está más bien orientado a la agenda valórico-política con iniciativas como la legalización del aborto o la marihuana, el voto de los chilenos en el extranjero, o el matrimonio homosexual. En sus enunciados estratégicos no existe otra cosa que no sea maquillar el modelo financiero, de afp’s, de isapres, o educativo. El «progresismo» que dicen encarnar estos proyectos consiste en tomar como un producto aislado cada demanda de la nueva agenda social y poner en vitrina un «paquete» atractivo y pirotécnico para venderlo con la técnica de marketing adecuada.
El factor Claude
Es difícil incluir íntegramente en esta categoría al importante movimiento electoral de corte «ciudadano» que ha levantado el candidato Marcel Claude. La dificultad radica en que amplios sectores populares o, por lo menos, grupos que participaron activa y muchas veces radicalmente en las luchas por la educación gratuita y en otros movimientos sociales, sumado a un gran número de ex militantes revolucionarios identificados con imaginarios del mirismo, rodriguismo u otros, se han comprometido en apoyar esta alternativa.
Entendemos que como proyecto, esta opción está lejos de representar una alternativa revolucionaria. Su concepción del poder, su diagnóstico de la realidad, su plataforma programática no están ligados a un análisis profundo del capitalismo como modelo explotador y estructurante que no admite reformas, sino una revolución para destruirlo y superarlo. Su discurso, si bien integra un relato histórico que intenta relevar la trayectoria, logros, mártires y símbolos del movimiento popular chileno, excluye concientemente a los compañeros combatientes que abrazaron la lucha armada sobre todo durante la dictadura y esto no puede ser casual. [5] Por lo demás, la concepción ideológica de su proyecto está más ligada al discurso ecológico-social de corte socialdemócrata y a los principios del Partido Humanista que lo apoya, basados en teorías político-misticistas.
Sabemos que su liderazgo efectivamente llena un vacío y ofrece una alternativa concreta para movilizar el entusiasmo e inquietudes populares, especialmente de amplios sectores medios y juveniles. Algunas de sus propuestas aparecen como las más «radicales». Pero sabemos también que este esfuerzo descansa básicamente en lo que entendemos por «izquierda confiada» [6] , es decir en la ilusión de que los cambios estructurales pueden hacerse desde el interior de la institucionalidad mientras la oligarquía contempla pasivamente…
Entendemos que la opción electoral no es descartable siempre ni es «antirrevolucionaria» en sí misma. Pero en las actuales condiciones, un esfuerzo de ese tipo, por lo demás inorgánico, espontaneísta, y que no constituye un proyecto más allá de lo meramente electoral, no puede ser respaldado desde una óptica revolucionaria. Creemos que, efectivamente, el grueso de los adherentes a esta candidatura son valiosos hijos del pueblo y buscan honesta y activamente cambios sociales radicales. Por lo tanto, uno de nuestros objetivos de la izquierda debería ser el llegar a ellos con un discurso y camino de largo plazo orientado a construir un proyecto revolucionario más allá de lo electoral.
La «no-agenda» del gobierno y la resistencia represiva
Anticipando la debacle que significaría duplicar una campaña presidencial, el ex candidato de RN renuncia definitivamente a sus pretensiones electorales llamando a la unidad del sector. La pérdida del llamado «centro social» que de alguna forma concitaba Longueira, ha obligado a la derecha a dirigirse con especial interés a su núcleo duro, que al parecer, como lo demuestran los resultados de las primarias, muestra un interés creciente en candidaturas como la de Velasco, Orrego o Parisi.
Es claro que no se produjo ni se producirá en los próximos meses un repunte de la aprobación gubernamental (32% en Julio según ADIMARK) y situaciones como el fracaso en el Censo terminan por sepultar la imagen de la gestión derechista.
Lo anterior, sumado al complejo clima interno de la alianza patronal gobernante plantea un escenario en que el ejecutivo evidencia un colapso de su agenda, una pérdida de iniciativa, (el llamado síndrome del «pato cojo») y se queda sin mayor margen de acción al haber agotado casi todos sus «proyectos estrella».
La implicancia de este cuadro de aquí hasta el fin de la actual administración se relaciona con que la centralidad de su preocupación estará por un lado en «amarrar» los proyectos de ley ya ingresados al Parlamento (como la llamada Ley Hinzpeter o la que autoriza las semillas transgénicas), asegurar las condiciones de un retiro digno tras el desalojo de la Moneda (instalar puestos clave en ministerios, garantizar negocios o traspaso de fondos públicos a privados) afinar tratados de libre comercio internacionales, evitar los doblajes en las parlamentarias, y por otro, de ignorar, contener, reprimir y aplastar los movimientos sociales que asomen la cabeza.
Tal como en los últimos 23 años, la derecha vuelve a ser el dique de contención más duro para neutralizar la agenda progresista y la del movimiento social y, con la cooperación de la supuesta contraparte binominal, le tocará a futuro convertir cada aspecto de las reformas de la nueva agenda en reciclados rentables cuando no en utopías e imposibles.
Con la certeza de que pasarán bastante tiempo sin acceder nuevamente a la cabeza del Ejecutivo, los líderes de la derecha muestran signos de división y constantes roces. Lo anterior no les ha impedido emprender las alianzas electorales, especialmente para la campaña parlamentaria en la que temen se concreten aproximadamente 12 doblajes de la actual oposición [7] . Se diría que a este sector, por diversos factores donde se incluye cada vez más el acceso a redes sociales y a más fuentes de información, le está siendo cada vez más difícil presentarse con su discurso patronal, paternalista, conservador y moralizante y ciertos personajes se dan cuenta de ello generando disputas internas. Sin embargo, hay que tener en cuenta que la derecha en Chile, como expresión formal de la patronal es muchísimo más que sus representantes políticos y su hegemonía se relaciona con amplios círculos de influencia en todos los niveles, los medios de comunicación, y en gran parte del sentido común.
El consenso a salvo
Las conclusiones del periodo desde el punto de vista de la dinámica del bloque en el poder pueden puntualizarse así:
– Existe efectivamente una adecuación relativa de la agenda y correlación de fuerzas del poder originada tras la contundencia relativa y auge del movimiento social de los últimos años y esto permea el proceso electoral.
– El nuevo escenario incluye nuevos actores y alianzas involucrando a más sectores en disputa y haciendo ésta más amplia e intensa.
– Las interpelaciones al modelo y la adecuación relativa de la agenda del poder no alcanzan para erosionar los consensos básicos del sistema y más bien la respuesta es su revalidación y auto-legitimación.
– La Nueva Mayoría (ex Concertación + PC) representa la expresión concreta de esta revalidación.
[1] http://www.elmostrador.cl/
[2] http://www.rebelion.org/
[3] Entrevista a Camila Vallejo en Tolerancia Cero 18/08/13.
[4] www.pcchile.cl Documentos congresales.
[5] Discurso central durante inscripción de candidatura, disponible en http://www.youtube.com/watch?
[6] El término es de R. Agacino.
[7] Esta es la justificación «táctica» que esgrime el PC para haberse embarcado en una alianza con la ex Concertación.
Pablo Román – Corriente Político Sindical
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.