Recomiendo:
0

Las benditas bombas

Fuentes: ELN Voces

«La palabra ‘terrorismo’ empezó a ser empleada a fines del siglo XVIII y originalmente denotaba los actos violentos del gobernante, dirigidos a asegurar la sumisión popular. Evidentemente, este concepto no favorecía en nada a los autores del terrorismo de Estado, pero como estos tenían el poder en sus manos, y estaban por consiguiente en condiciones […]

«La palabra ‘terrorismo’ empezó a ser empleada a fines del siglo XVIII y originalmente denotaba los actos violentos del gobernante, dirigidos a asegurar la sumisión popular. Evidentemente, este concepto no favorecía en nada a los autores del terrorismo de Estado, pero como estos tenían el poder en sus manos, y estaban por consiguiente en condiciones de controlar el sistema de pensamiento y expresión, se renunció al sentido original de este este concepto y el término ‘terrorismo’ se aplica hoy principalmente al ‘terrorismo al por menor’ que cometen individuos o grupos. Mientras en otros tiempos el término se aplicaba a emperadores que molestaban a sus propios súbditos, en el mundo de hoy su aplicación se restringe a los asaltantes que molestan a los poderosos».

Noam Chomsky [1]

Las primeras bombas estallaron en Colombia colocando en práctica las instrucciones del general Yarborough, de las Fuerzas Especiales o Boinas Verdes de los Estados Unidos, quien en 1962 capacitó a los militares colombianos para «impulsar sabotajes y/o actividades terroristas paramilitares contra los partidarios conocidos del comunismo» [2]. Esto ocurrió dos años antes del nacimiento de las guerrillas revolucionarias de las FARC y del Ejército de Liberación Nacional.

Más adelante, el ELN comenzó a usar el sabotaje con explosivos contra las instalaciones de las empresas petroleras transnacionales.

En el apogeo de los carteles de la cocaína, el uso de bombas de gran poder fue característico de Pablo Escobar; incluido el atentado contra un avión de pasajeros, que ahora recientemente se ha venido a conocer, que se trató de un fallo de la aeronave y que no fue un ataque con bomba.

También con una bomba la agencia de espionaje estatal (DAS) atentó contra Vargas Lleras, uno de los actuales candidatos presidenciales de la derecha.

Con otra bomba, los esbirros del régimen atentaron contra el senador Navarro Wolf, en los años 80.

Una reflexión en la historia de la guerra

MK, «Lanza de la Nación» (Umkhonto we Sizwe), comandada por Nelson Mandela, fue la organización armada dentro del Congreso Nacional Africano (CNA), que desarrolló acciones de violencia legítima contra el régimen opresor surafricano. Uno de los autores que recientemente estudia las denominadas Guerras Justas, Alex J. Bellamy [3], señala cómo el MK puso bombas «en las casas de negros que apoyaban al gobierno y de otros opositores del CNA»; así como hubo «atentados con bombas en dos bares de Durban que eran frecuentados por blancos». «Las bombas estaban diseñadas para matar al mayor número posible de personas, con balas y trozos de metal en su interior… En 1985, una bomba del MK mató a 19 no combatientes en el cuartel general de la Fuerza Aérea sudafricana en Pretoria» (pág. 239).

Esa etapa de violencia signada por el apartheid o segregación racial, terminó; el CNA se impuso como principal fuerza política y es hasta el día de hoy la que gobierna ese país africano. Mandela, además de ser Premio Nobel de Paz en 1993, ha pasado a la historia como uno de los grandes luchadores por la libertad y dignidad humanas. La Asamblea de las Naciones Unidas proclamó su cumpleaños, el 18 de julio, como el Día Internacional de Nelson Mandela, por su contribución a la lucha contra el apartheid.

Bellamy señala en su libro que, aunque varios hechos del MK fueron calificados de «terroristas», opinión que mantienen unos pocos autores, está claro que la lucha del CNA era justa, y que «La guerra de guerrillas era limitada y regulada cuidadosamente». Este analista, al igual que otros investigadores, retoman criterios o principios del Derecho Internacional Humanitario, o más ampliamente del derecho en la guerra, relativo a los medios o métodos empleados (en latín: ius in bello), e indican dos conceptos claves: proporcionalidad y debido cuidado, que se refieren a las medidas adecuadas para minimizar la pérdida de vidas de no combatientes. Además, Bellamy anota que los ataques del CNA o del MK a los no combatientes «fueron esporádicos, lo cual permite suponer que no fueron sistemáticos»; y que existe evidencia de que «el entrenamiento provisto por el MK estaba dirigido a la destrucción de propiedad clave para el régimen y no a matar a no combatientes» (cit. Pág. 240).

En la historia de los conflictos armados podemos hallar numerosos ejemplos no sólo de organizaciones armadas rebeldes que han estado inmersas en resolver dilemas entre eficacia y ética en la guerra, sino de momentos y decisiones históricas de alianzas o centro de poder, como lo fue el lanzamiento por los EE.UU de bombas atómicas sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, al término de la Segunda Guerra Mundial, en agosto de 1945. En la primera, en pocos segundos, y con las quemaduras a 130 mil de heridos al poco tiempo, se acabó con la vida de 166 mil personas. En un acto validado cuando no aplaudido hasta al día de hoy. El presidente estadounidense Harry Truman se justificó, al atacar la segunda ciudad y producir 80 mil muertos con dicha arma nuclear: «La usamos para acortar la agonía de la guerra, para salvar las vidas de miles y miles de jóvenes estadounidenses».

Fue el uso de un Arma de Destrucción Masiva, en el que claramente sus ejecutores ni se preocuparon por discriminar entre combatientes y civiles. Fue un salto de la barbarie ya conocida y que se había echado a andar con otro tipo de bombardeos: lo que se descargó con la bomba atómica en unos segundos, era la sumatoria de cientos de bombardeos con aviones B29, utilizados por EE.UU, con lo que arrasó otras 70 ciudades japonesas; como lo hizo luego con esos aviones también en Corea hasta 1953.

Ese cuadro de horror hay que verlo asociado al crecimiento exponencial de la vasta industria armamentística hasta el día de hoy, tiempo en que nos llega el debate de Hiroshima, que pone al descubierto razones económicas, geoestratégicas, de venganza y de afirmación de un pensamiento hegemónico ante la opinión pública, o sea sobre los verdaderos motivos de EE.UU. para aplicar esa arma de guerra. Cadena que se reedita en muchas guerras, entre ellas la confrontación en Colombia.

Bombas buenas y bombas malas

El debate sobre «bombas buenas» y «bombas del terror» no es nuevo, como ya hemos visto. En Colombia lo tenemos presente. Así, recientemente, el ELN fue objeto de severas críticas, unas con cierto o supuesto aire moral y pulso normativo, ampliadas por los parlantes mediáticos que señalaron cómo en los ataques insurgentes a estaciones de la Policía nacional, por el uso de explosivos, incurrimos en actos «terroristas» o violamos presuntamente el Derecho Internacional Humanitario.

La primera razón esgrimida es que la Policía nacional no es un cuerpo de combatientes. Esto es falso. Porque el papel real que cumple esta policía militarizada, adscrito al Ministerio de Defensa, es de represión militar a la protesta social y de componente activo en operaciones militares de contrainsurgencia.

Segundo: que en nuestra guerra irregular, de resistencia, popular o de guerrillas -no circunscrita sólo a los campos o zonas rurales-, el uso de explosivos resulta condenable. No así, el uso de bombas que los poderosos emplean para acabar no sólo con insurgentes sino para arrasar la vida campesina, indígena y de comunidades negras, lejos de la tibieza urbana y sus burbujas, para las que se pide inmunidad olvidándose del país campesino.

Un tercer motivo: el altísimo costo económico, pues se depreda en aventuras militares el erario público, el dinero del presupuesto nacional, en aplicación y desarrollo de tecnologías e industrias modernas al servicio de un orden de dominación, que se ensaña y que usa fuerza desproporcionada, con carga de inteligencia múltiple y en planeación y ejecución sistemática de la violencia, articulada a estrategias de multinacionales y de otros gobiernos, limpiando zonas donde no se busca el bienestar y preservar o dignificar la vida humana, sino la destrucción de tejidos sociales colectivos para dar paso a voraces intereses del gran capital.

Ganancias y guerra

Esas «bombas morales» antes eran Made in USA; y lo siguen siendo algunas. Pero luego, hace más de diez años, algunas de esas «buenas armas» pasaron a ser industria nacional: «Planeación Nacional y el Ministerio de Defensa alertaron sobre el alto costo de seguir adquiriendo bombas de fabricación norteamericana MK81 (250 libras), MK82 (500 libras), BDU 33 y CFB27-300, a un promedio de 6 mil por año. Sólo para 2008 la Fuerza Aérea presentó un plan de compras que superó los 15 mil millones de pesos. Cinco años antes el requerimiento presupuestal 021 del Ministerio de Defensa a Planeación Nacional era de 3.700 bombas a un costo de 3.103 millones de pesos» [4].

Reseña la información acá citada que «se confirma que en abril de 2008 se entregaron a la Fuerza Aérea colombiana, 1.500 bombas de 250 y 500 libras de «propósito general», con «ahorros totales por más de 1.950 millones de pesos frente al precio de importación, lo cual contribuye a la autosuficiencia y al desarrollo tecnológico de Indumil». Los artefactos empezaron a ser usados en operaciones reales y las calificaciones tanto de los pilotos como de las tropas que hicieron barridos en las zonas de operaciones fueron «excelentes por objetivos cumplidos»». Hace ocho años de esa información, que ya apuntaba: «Ahora los aviones bombarderos cuentan con mayores recursos de precisión: radares de última generación, cámaras multiespectro, sistemas de detección por calor Flir, sensores de radiofrecuencias, aerofotografía satelital, radiogoniometría. Todo puesto al servicio de precisar las coordenadas sobre las que se van a dirigir las bombas con rayos láser».

Y se subrayaba cómo el 29 de abril de 2009, el hoy presidente Santos, actuando como ministro de Defensa, «confirmó la fabricación de bombas contramarcadas como IMC XUE, ya no sólo de «propósito general» (PG), sino «prefragmentadas» (PF), con una onda explosiva más letal…». Se explicaba cómo ese año «La producción de bombas era intensa»: «el Ministerio de Defensa, la FAC e Indumil firmaron el contrato interadministrativo directo 324, por un valor de 3.459 millones de pesos. Se trata de565 bombas de 250 libras (PG), cada una a un precio de 5 millones 278.327 pesos más IVA. Fueron entregadas en el primer semestre de este año [2010] en las bases aéreas de Palanquero (Cundinamarca) y Apiay (Meta), desde donde despegan hoy en día [2010] más bombarderos junto con las de Tres Esquinas y Larandia, en las selvas del sur del país. Las de 500 libras cuestan 7 millones la unidad / El proceso ya es motivo de análisis internacional. Un informe de julio del Observatorio del Cono Sur para Defensa y Fuerzas Armadas reporta: «La Industria Militar de Colombia comenzó a fabricar bombas ‘inteligentes’ y explosivos biodegradables» (…) Juan Manuel Santos dejó consignado que la efectividad de los diseños es tal que, una vez quede cubierto el suministro para el conflicto interno, se iniciará «la fabricación en serie y comercialización» a nivel latinoamericano, incluso de bombas de mil libras».

Los indefensos

Las bombas de las clase dominantes resultan no sólo bendecidas -no se olvide que obispos o sacerdotes católicos efectivamente desde hace décadas han bendecido las armas oficiales en ceremonias militares-, sino altamente rentables y por supuesto «justificables», tanto para sectores de la opinión pública, como por políticos y organismos que condenaron acciones guerrilleras del ELN, pero guardaron absoluto silencio en las recientes acciones de bombardeo contra nuestras unidades rebeldes en Chocó, Antioquia, Sur de Bolívar, Norte de Santander y otras zonas del país.

Esas voces no tienen reparo alguno en señalar que es condenable que el ELN ataque a policías en formación y armados a plena luz del día, asumiendo la guerrilla riesgos evidentes por la desventaja de la que se parte, mientras enmudecen cuando se descargan de modo premeditado y de forma absolutamente segura, con total ventaja o superioridad material, decenas de bombas sobre campamentos guerrilleros en plena noche, cuando existe objetivamente uso excesivo de la fuerza gubernamental y estado de indefensión de nuestros combatientes, apenas minúsculos puntos en la selva en la que sobrevuelan decenas de aviones y helicópteros con los más modernos recursos de guerra, apoyados por circuitos satelitales, asistidos por bases de los EE.UU.

Esas son operaciones bélicas que el ELN no ha protestado, por razones de coherencia y de honor militar, pero que resultan incomparables a las nuestras. Son indiscutiblemente distintas, por el número de vidas perdidas o sacrificadas y lo son también por dos razones adicionales. Una, muy importante, por la legitimación que el régimen hace extendiendo y profundizando una cultura de muerte que vitorea esas bombas, enseñando trofeos de guerra, pero escondiendo las causas que generan la confrontación, no resolviéndolas. Es la celebración del más fuerte y de su ley, que busca encorvar servilmente a millones de colombianos para que alaben el «buen éxito militar» con el que se ovaciona el hoy ministro Villegas y los mandos militares y policiales que se felicitan por la muerte de guerrilleros y guerrilleras.

La autocontención

El ELN educa a sus integrantes en la limitación de la guerra, en la regulación, en la auto-contención, con consideraciones éticas y reglas sobre la proporcionalidad de la fuerza y el debido cuidado, para no afectar civiles innecesariamente valorando la situación de ataque al adversario y el resultado previsto.

En la actual etapa de los diálogos que desarrollamos, mirando a la posibilidad de un nuevo Cese al Fuego Bilateral Temporal y Nacional, la discusión sobre las acciones ofensivas de cada parte, debe comprender no sólo la parálisis de ataques con explosivos a bases militares o policiales, de hecho y jurídicamente blancos u objetivos legítimos, que pudiera realizar el ELN, sino el no empleo en absoluto de ningún tipo de arma o procedimiento equivalente por parte del régimen.

Notas

[1] Noam Chomsky. A propósito de Irangate: Libia en la demonología de Estados Unidos. Pueblos, Bogotá, 1987.

[2] Suplemento secreto: Informe de la visita de asesoría militar a Colombia realizada en febrero de 1962, por el General Yarborough, Director del Centro de Investigaciones de Guerra Especial de Fort Bragg (Carolina del norte), del Ejército de los EEUU; archivado en la Casilla 319 de los Archivos de Seguridad Nacional de la Biblioteca Kennedy. Citado por Michael McClintock en Instruments Statecraft, Pantheon Books, New York. 1992, pag 222.

3] Añex J. Bellamy. Guerras Justas. De Cicerón a Iraq, FCE, Madrid, 2009.

[4] http://www.elespectador.com/impreso/mono-jojoy/articuloimpreso-227496-bombas-acabaron-jojoy.

Fuente: https://www.eln-voces.com/index.php/voces-del-eln/militancia/1507-las-benditas-bombas