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Las brujas vascas y Lancre

Fuentes: Gara

Por primera vez tenemos la oportunidad de acceder en castellano a una de las obras más referenciales sobre Euskal Herria. Se trata de «Tableau de l´incostence des mauvais anges et demons, ou il est amplement traite des sorciers et de la soricierie». Que en lenguaje llano, significa, en traducción libre por supuesto, la descripción de […]

Por primera vez tenemos la oportunidad de acceder en castellano a una de las obras más referenciales sobre Euskal Herria. Se trata de «Tableau de l´incostence des mauvais anges et demons, ou il est amplement traite des sorciers et de la soricierie». Que en lenguaje llano, significa, en traducción libre por supuesto, la descripción de la sociedad vasca que encontró el inquisidor que más personas mandó a la hoguera. El libro ha sido editado por la editorial navarra Txalaparta.

Quienes trabajamos con la historia o quizás habría que decir desde la historia, sabemos de sobra que el tropezar con estudios rematados como éste es excepción. Habitualmente tenemos que completar puzzles, reunir retazos y, desgraciadamente, interpretar todos esos elementos. Digo «desgraciadamente», porque cuanto más subjetiva sea una cuestión más espacio quedará para que las conclusiones sean dispares. Y, en la disparidad interpretativa, que no en la descriptiva, surge la intencionali-dad. Así es, en buena parte, la impresión moderna de nuestro pasado.

No aventuro nada al afirmar que se han construido sólidos castillos históricos a través de una o dos frases encontradas en un viejo archivo, a través de suposiciones originadas en el alineamiento de varias piedras… No es el caso. Los textos de Lancre son sólidos, imprescindibles para conocer creencias, vida cotidiana e, incluso, estados de ánimo. Pocas son las descripciones de los vascos en la Edad Media y ésta es, sin lugar a dudas, la más completa. Si además nos ubica en los límites de la trasgresión, ¿qué más se puede pedir?

Por eso, monografías como las de Lancre son un tesoro en bruto. Destinadas a ser trabajadas durante años, a ser pasto de la lupa y de los jóvenes investigadores que empiezan en este oficio tan sugerente. No hay que descubrir, el autor lo muestra, no hay que interpretar apenas, el autor lo hace por todos nosotros y por una buena parte de la humanidad, desde su época hasta la eternidad.

Para quienes desconozcan este clásico (1613) habría que avanzar que Pierre Lancre fue un inquisidor francés que viajó al norte del País Vasco en 1609 y dejó escrito el libro que ahora se edita y del que su compatriota Michelet diría: «Jamás los vascos fueron mejor caracterizados que en el libro de Lancre».

¿Quién era el autor, Pierre Lancre? Para nosotros los historiadores Lancre fue un sanguinario y fanático inquisidor. Apuntó que «la iglesia estaba cometiendo un gran crimen al no quemar a las brujas» y luchó con todas sus fuerzas para que la tendencia cambiara. Y no sólo lo logró sino que también peleó para que los defensores de las brujas, los que pensaban que la hoguera era un horror, cometieran un pecado mortal. O al menos que la jerarquía eclesiástica lo reconociera. Su abuelo fue un afamado vinicultor en la Baja Navarra. Tras la estela de los dineros amasados, su padre comenzó a firmar como señor de Lancre y él, que nació en Burdeos, siguió la costumbre. Pierre se hizo jesuita en Turín. En 1582 lo nombraron consejero del Parlamento de Burdeos y en 1609 aceptó mediar en un conflicto secular, el de los Urtubia con los vecinos de Donibane Lohizune. Se lo pidió el rey Enrique IV, cuyo capellán era Bertrand Echauz, de Baigorri, bajonavarro también. Los Urtubia, de Urruña, originarios de Alzate, en Bera, reclamaban los derechos de un puente. Las reclamaciones ocasionaron venganzas, detenciones, acusaciones y una sarracina en 1607 que doce caballeros embozados llevaron a cabo en San Juan de Luz.

Una historia más de las muchas que jalonan los conflictos banderizos de nuestro país. Sin embargo, el desenlace de ésta fue del todo diferente, convirtiéndose en el origen de la intervención de Lancre y, por extensión, de este libro. En uno de los testimonios sobre la agresión de los embozados, una de las denunciantes apaleadas afirmó que le obligaron a beber una pócima mágica. No era la primera vez que se cruzaban acusaciones de brujería en el conflicto de los Urtubia. Ni en otros. Incluso algunas mujeres habían sido llevadas a la prisión de Burdeos por tal motivo. Sin embargo, Lancre dio una trascendencia extraordinaria a la anécdota de la pócima y la convirtió en el arranque de la guerra banderiza.

De esa forma comenzó a investigar la brujería en esas tierras al norte del Bidasoa, con la ayuda de una joven vidente, de 17 años, llamada Morguy que lograba identificar, gracias a la coloración de la piel, a los humanos que habían sido ungidos por el demonio, el stigma diaboli, la marca del diablo. Marca que las brujas llevaban en lugares «muy secretos». Gracias a este procedimiento, y en sólo 4 meses, la Morguy y Lancre lograron desenmascarar a 3.000 brujos y brujas. Hombres, mujeres y niños. Y también sacerdotes.

Y lo que vio y lo que hizo lo dejó escrito. Así, su «Descripción de la inconstancia de los malos ángeles y demonios» es un trabajo cargado de intenciones. Dice, por ejemplo, que una asamblea de 12.000 personas se había reunido en la playa de Hendaia para celebrar un akelarre. La población de Hendaia entonces era la que habitaba en unos escasos caseríos, es decir, apenas llegaría al centenar. Lancre hizo de la mentira su Biblia y convenció a los parlamentarios de Burdeos de que el tema encomendado era bien grave. Y, por tanto, necesitaba de soluciones acordes.

En otro apartado de su informe, Lancre se refirió a que la abundancia de hechiceros y brujas en el País Vasco se debía a que las misiones católicas de las Indias y del Japón los había expulsado previamente de esas tierras y, por razones desconocidas, se habían refugiado en el país de los vascos. Dijo, también, que «muchos ingleses, escoceses y otros viajeros que vienen a cargar vinos a esta ciudad nos han asegurado haber visto durante su viaje tropas de demonios en forma de hombres espantosos que pasan a Francia».

Así, el inquisidor, ante el temor de que los brujos se trasladaran a Francia y contaminaran su saludable tierra, tomó una decisión traumática: de los 3.000 dete- nidos, 600 fueron llevados a la hoguera. La agonía más horrible que ha existido jamás, donde la víctima percibe la tortura, sin desfallecer, hasta que muere. Al- gunas de las brujas eran niñas que aún no sabían qué era la vida. Y Francia quedó libre del peligro vasco. Cierto, aunque no lo parezca.

Por encima de cualquier consideración al margen de las expuestas, la edición del libro de Lancre va a servir para acceder al origen y a las fuentes de la intolerancia religiosa. Cerca de 400 años después, las razones esgrimidas por el llamado «azote de la brujería» pueden parecer un tanto peregrinas. No hay que olvidar, sin embargo, que sirvieron para mantener a numerosas generaciones en la ignorancia y la sumisión, a través del terror. Desde el siglo XIII en Europa y desde el XV en la Península ibérica, la Inquisición fue el principal argumento de la curia católica para expandir y mantener sus creencias. La Descripción de la inconstancia de los malos ángeles y demonios es, en esta línea, un testimonio estremecedor. El paradigma.