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Las calles vacías, confinados como castigo

Fuentes: Rebelión

El coronavirus llegó a España después de haber pasado por Wuhan, por Corea del Sur y por algún otro país más. Con estos antecedentes y experiencia ha sobrado tiempo para haber tomado medidas, pero ni se tomaron entonces ni se están tomando ahora, medidas que no sean la de confinar a la población, además de cargarle con la responsabilidad de evitar su propagación. La solución, el Gobierno impuso el estado de alarma movilizando para ello a todas las fuerzas del Estado, incluyendo a una parte del Ejército, pero sin embargo nada de intervenir servicios, actividades o empresas estratégicas, como podrían ser las fábricas de equipos de protección individual, (EPIs), como mascarillas, batas, pantallas, etc., ni tampoco laboratorios para fabricar test de detección de las personas infectadas, ni se han intervenido hospitales privados. No se sabe bien qué se ha hecho o si se ha dejado a la libre iniciativa y a la conveniencia o al interés de los “mercados”. Es más, se han descubierto especulaciones y trapicheos delictivos de los que no se sabe cómo ha sido posible dado el estado de alarma. El control solo se realiza sobre la población, de lo demás, nada, al día de hoy, casi un mes después de la alarma, no se dispone ni de mascarillas siquiera.

Con estas medidas, sin los EPIs adecuados o inexistentes, el contagio de los trabajadores de la sanidad está asegurado y si añadimos que apenas se disponen de test, los infectados son una buena fuente de transmisión de la enfermedad para todos, hasta para los confinados. Las residencias de ancianos están pagando muy caro la falta de previsión del Gobierno.

Residencias en donde hablar de confinamiento es absurdo porque confinados ya lo están, lo mismo que los hogares con familias extensas y con viviendas de reducidas dimensiones. Lo mismo se puede decir de todas las personas que han de trabajar de cara al público. En todas estas situaciones y condiciones, nada de mascarillas adecuadas, nada de test, ¿para qué? Confinamiento.

El miedo es la reacción más normal ante cualquier amenaza, el miedo no es malo, nos hará actuar con cautela. Pero cuidado, con el miedo sacan provecho los que lo provocan y llega a convertirse en pánico cuando se hace colectivo. Con miedo inducido, y mucho más con pánico, las personas son muy manipulables y hasta podemos acabar identificándonos con el represor –síndrome de Estocolmo– y aplaudiendo la innecesaria ocupación policial y militar de las calles. Todo hace presagiar que va a ser necesario que todos estemos sobrados de miedo el día después.

En la anterior crisis se dijo que habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades, pero, sin embargo, a los únicos que rescataron fue a los bancos, por supuesto, y además les concedieron barra libre para desahuciar y hasta para negarse reiteradamente a devolver el dinero de las cláusulas suelo. Sobran ejemplos.

Está por ver qué medidas y a quién cargará el Gobierno tanto la crisis que ya teníamos encima como la añadida de la pandemia. Todo apunta a que el recurso al miedo, acompañado de la correspondiente represión, puede ser una buena salida de la crisis con la que volver a la normalidad, cuando precisamente el problema era la normalidad, la de la precariedad, mientras, la brecha social sin freno alguno seguirá aumentando. Es el modelo adoptado de libre mercado al que nos debemos (al que se deben).

Las medidas tomadas hasta ahora por el Gobierno ante el coronavirus y ante la precariedad social que el parón laboral está provocando, han seguido el patrón neoliberal del que no se han salido ni un milímetro. Tampoco cabría esperar mutación alguna en un Gobierno que no ha dejado de apostar por medidas políticas y económicas dictadas por Bruselas, la Troika y su troupe, llámese EEUU, OTAN, etc. En este sentido nada es censurable, el Gobierno ya es un integrante nato del sistema, que se lo pregunten al González-Solana de ayer o al Borrel de hoy.

Terminada la pandemia y finalizado el confinamiento, todo seguirá igual, nada apunta a que haya cambio alguno de modelo, porque parece que nada tiene por qué cambiar, solo que la brecha entre pobreza y riqueza se incrementará, no se ven indicios que puedan hacernos pensar otra cosa. El Gobierno no tiene dinero, es más, tendrá menos del que tenía, serán las secuelas de semanas con merma de ingresos de la actividad económica, que parece pueden llegar al 0,75% del PIB por cada semana de confinamiento, de parón.

El equilibrio presupuestario del Gobierno solo puede salir de más recortes en las prestaciones sociales o de poner en su sitio al fraude, a la elusión fiscal, a la evasión, a los paraísos fiscales y a enfrentarse a una progresión razonable de los impuestos, pero nada de todo esto está en primera línea del programa del Gobierno, ni se menciona, ni por los “progresistas” ni por la oposición que no tiene más espacio, que es mucho, que el que le va dejando generosamente el Gobierno progresista cuando cede y cede a posiciones cada vez más neoliberales. El poder (económico) manda mucho, manda todo.

Cuando para detener la pandemia se relegan los procedimientos científicos como son los test (junto con los EPIs) para identificar a los contagiados y tratarlos adecuadamente y se recurre solamente al confinamiento con el despliegue de todas las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, incluyendo al Ejército, es que las soluciones en las que se piensa para salir adelante pasan solo por la represión en primerísimo lugar. Pero, cuidado, ahora es por la pandemia, mañana será por las movilizaciones sociales, si las hay o para cuando las haya. Y puede haberlas porque impera el “equilibrio presupuestario” al que el Gobierno se debe -éste y los anteriores-. La ley neoliberal es la que rige religiosamente nuestra Constitución y los principios rectores de la Unión Europea. Amén ha de ser, dicen.