Hoy en la noche (jueves 20) la ciudadanía va a marchar por tercera vez por el centro de Bogotá, hasta la Plaza de Bolívar. Ya no será en silencio como la primera vez, ni con un desfile de quienes más han sufrido el conflicto armado como la segunda; esta es una marcha, organizada como las […]
Hoy en la noche (jueves 20) la ciudadanía va a marchar por tercera vez por el centro de Bogotá, hasta la Plaza de Bolívar. Ya no será en silencio como la primera vez, ni con un desfile de quienes más han sufrido el conflicto armado como la segunda; esta es una marcha, organizada como las anteriores, por estudiantes, y terminará en el centro de la Plaza, con una mesa que van a poner al lado de la estatua de Bolívar para simular un diálogo. El plan es que la gente se siente alrededor a esperar, con la paciencia de un negociador, hasta que se prenda una antorcha. Su idea es que no se apague hasta que haya un acuerdo.
¿Quiénes son los estudiantes?
Detrás de la marcha del silencio y de la marcha de hoy hay un grupo de 35 estudiantes de universidades de Bogotá. Desde Los Andes y la Javeriana, hasta el Rosario, la Nacional, la Pedagógica, la Piloto y la Libre.
Antes de ser tantos un grupo chiquito venía haciendo pedagogía de los acuerdos en los buses públicos. Eran Paula Salinas de Los Andes, Fabián Murcia y David Sánchez de la Distrital, y Eduard Murcia y Luisa Anaya de la Nacional. Todos estudiantes de pregrado que antes del plebiscito le explicaban a la gente los acuerdos.
«Nos dimos cuenta que los buses eran perfectos para explicarle a la gente lo que se estaba discutiendo y comenzamos», le contó a La Silla Paula Salinas.
Tras la derrota del Sí empezaron a pensar qué hacer para presionar por un acuerdo rápido desde donde fuera.
Fue entonces cuando apareció en el mapa Julián Carrero, estudiante de la Maestría en Construcción de Paz de los Andes. Paula le escribió por Facebook porque él publicaba varios comentarios diciendo que no era tiempo para sentarse a llorar, que había que hacer algo.
Lo que siguió, como dice Julián, fue «totalmente espontáneo»: usaron el chat que Paula había creado con sus amigos del bus para agregar a los amigos de Julián y a todos los que querían marchar.
Y comenzó a regarse la bola. Se reunían cuando podían. «Al principio no era algo organizado. Éramos todos queriendo hacer algo como sumando esfuerzos. La del silencio fue pura convocatoria por Facebook y Twitter que se sintonizó con el sentimiento de la gente de hacer algo. Lo que fuera», cuenta Julián.
Lo más curioso es que después de esa marcha, que llenó periódicos y pantallas de televisión, fue que comenzaron a entender que si querían seguir movilizandose, tenían que organizarse todavía más.
Eso ha cambiado. Él ya tiene tan clara la organización, que la pinta para explicarla. Pinta una bola con diez patas, que son los comités: Prensa, Comunicaciones, Jurídico, Regiones, Relaciones externas, Innovación, Pedagogía, Recursos Humanos y Financiero.
«Somos una organización descentralizada. Nadie tiene más poder que nadie», dice Paula. «Cada comité hace lo suyo y nos vamos contando por el grupo los avances. Así juntamos la plata, nos conseguimos las tarimas, hablamos con gente de otras ciudades», agrega Julián.
Mientras estaban en eso, por otro lado, otro grupo de estudiantes quiso hacer una marcha muy parecida a la de ellos. No tenían nombre. Eran solo un grupo de amigos que luego de ver la derrota del Sí en el Parque de los Hippies y llorar un buen rato, comenzaron a pensar en hacer algo. Ese algo es la marcha de hoy.
El de la idea inicial fue Juan Pablo Medina, un estudiante de economía de Los Andes que había trabajado con víctimas. «Me devolví a mi casa con una tristeza inmensa, me dio por grabar un video contando lo que sentía que al final nunca publiqué y después llamé a Maria Adelaida» le contó a La Silla.
Maria Adelaida es María Adelaida Melo, que ya se graduó de Ciencia Política en los Andes y se conoce con Juan Pablo por la universidad. «Cuando me llamó me dijo que quería hacer una marcha», cuenta. «Yo me reí al principio y después me puse a armar el evento en Facebook.»
El problema, cuentan ambos, es que tenían todas las ganas pero no experiencia en organizar marchas.
Pero en un almuerzo de La Silla Líder conocieron a Julián, el de la marcha del silencio.
«Ahí comenzamos a hablar de unir esfuerzos y nos dimos cuenta que teníamos una idea muy parecida de por qué movilizarnos», cuenta Julián.
La primera reunión de ambos grupos, los de la marcha del silencio y los que convocaron a la marcha de hoy, que llamaron «La Gran marcha Colombia pacífica», fue un sábado en el parque el Virrey.
Luego de ese encuentro Estefania Forero, también estudiante de los Andes y quien estuvo en esa reunión, habló con su papá para que les prestara su oficina para reunirse por las noches.
La Silla visitó ese «centro logístico». Cuando llegamos, casi a las siete de la noche, estaban todos sentados en una mesa de reuniones con sus computadores abiertos, revisando el evento en Facebook y hablando de los derechos de autor de una canción que habían usado para un video.
De todo el diseño de la página y de las pancartas se encarga Natalia Suárez, amiga del colegio de Juan Pablo y también estudiante de los Andes.
«Ya vamos en cinco mil asistentes en el grupo, pero ojalá vayan más. Tenemos toda la ilusión», dice Maria Adelaida.
Los estudiantes de la marcha del silencio los apoyaron y terminaron fusionados. Ahora comparten la estructura en comités y van todas las noches a la oficina del papá de Estefanía. A veces les dan las 2 o 3 de la mañana trabajando, dicen.
Cuentan que los han buscado políticos para sumarse, pero a todos les han dicho que no. No dan nombres porque «no queremos polarizar más de lo que ya estamos», dice Juan Pablo. Y frente a la pregunta sobre de dónde sacan la plata para coordinar todo, nos contaron que cada uno ha puesto lo que puede, que no han recibido plata de nadie más.
¿Quiénes son los que acampan?
La idea de acampar, al igual que la de marchar, fue espontánea.
La noche de la marcha del silencio Katherine Miranda, una activista y que trabajó con Antanas Mockus ayudándole a hacer la guerra de las almohadas, decidió quedarse a acampar cuando todo el mundo se fuera.
«Me traje dos carpas que tenía en mi casa de mis viajes al Tayrona, las armé y nos quedamos», le dijo Miranda a La Silla.
Esa noche, se quedaron con ella Manuel Llano, un publicista; Juliana Bohórquez, que es cineasta; Javier Escalada, a quien no le gusta que le digan español sino vasco; Alejandro Díaz, un artista plástico; y Julián Lozano, un ingeniero electrónico de 60 años. Los acompañaron en esa primera noche dos habitantes de calle.
«Esa noche no dormimos. Nos la pasamos hablando sobre cómo nos íbamos a organizar si esto se crecía y Javi, el vasco, que había participado en las acampadas de la Plaza del Sol que dieron origen a ‘Podemos’ en España, nos dijo que había que hacer un reglamento».
Y entonces empezaron, desde lo más básico: no se puede fumar, ni tomar trago, ni consumir drogas, ni tener sexo. Tampoco se pueden quedar a acampar niños.
Por lo de los niños, varios indígenas que se querían quedar desde la semana pasada no pudieron hacerlo.
Con el paso de los días fueron llegando más y más personas. Desde víctimas de Soacha como Isaac, un afrodescendiente que fue desplazado por la guerrilla y terminó viviendo en Cazucá; hasta una mujer que tiene el pelo de todos los colores, le dicen ‘La Pola’, fue desplazada en Antioquia y cuando vio las primeras imágenes de las carpas por televisión, se vino para Bogotá.
Hoy suman 16 días de acampar y ya son 200 personas durmiendo en 95 carpas. No reciben a nadie más porque desde la marcha de los indígenas y víctimas la semana pasada, un funcionario de la Alcaldía, según Katherine, les dijo que por seguridad era mejor no agrandar más el campamento.
Tienen comités de todo tipo para asegurar la convivencia. Van desde el de Comida y el de Donaciones hasta el de Convivencia y Felicidad’que, según Katherine, «resuelve problemas como que alguien no le preste las llaves del baño rápido a otro hasta si lo que debemos buscar es una Constituyente».
Desde el tercer día hay una persona que les lleva jugo de naranja todas las mañanas, y se comprometió a hacerlo hasta que paren de acampar.
«Cada media hora hay gente llevándonos cosas. Desde una cobija o una lata de atún, hasta un abrazo», cuenta Katherine.
Tienen además un perro callejero al que le pusieron Nobel porque llegó al campamento el mismo día que el presidente Santos se ganó ese premio.
Fuera de las lluvias por las noches, que ya les ha inundado varias carpas, y de tener que dejar todas las noches a su hija de 22 meses para irse a acampar, Katherine dice que lo más increíble que le ha pasado en estas tres semanas vino de alguien inesperado.
La semana pasada el sacerdote Antún Ramos, que estuvo en la iglesia de Bojayá el día de la masacre de decenas de civiles por las Farc, llegó a la Plaza sin previo aviso. Se le acercó a Katherine con algo enrollado en las manos. Eran 200 mil pesos. Le dijo que había recolectado esa plata entre las víctimas del pueblo donde arrasó el Sí.
Katherine no se los recibió y quedaron con el trato de que el padre usara la plata para comprar flores blancas y entregárselas a todos los que hicieron la vaca.
Hoy esperan a los estudiantes para que hagan su marcha. Hasta donde pudo confirmar La Silla, los estudiantes y los que están acampando no solo se van a encontrar allí, sino que quieren hacer un manifiesto conjunto sobre el significado de estas movilizaciones. Así no lo firmen, ya tienen un significado: son la muestra de una sociedad civil que no quiere parar de movilizarse.
Fuente original: http://lasillavacia.com/