Hace dos décadas que Xosé Tarrío González escribió «Huye, hombre, huye», libro editado en Argentina y traducido al francés, griego, inglés, italiano y alemán. Hijo de una familia pobre de San Pedro de Visma (A Coruña), este preso rebelde murió el dos de enero de 2005. Sufrió partes, sanciones, cacheos, palizas, vejaciones y traslados, pero […]
Hace dos décadas que Xosé Tarrío González escribió «Huye, hombre, huye», libro editado en Argentina y traducido al francés, griego, inglés, italiano y alemán. Hijo de una familia pobre de San Pedro de Visma (A Coruña), este preso rebelde murió el dos de enero de 2005. Sufrió partes, sanciones, cacheos, palizas, vejaciones y traslados, pero nunca cejó en la resistencia y los intentos de fuga (los periódicos informaron con gran alarma de su huida del Ferry que lo trasladaba de Tenerife a Cádiz, en agosto de 1991). Participó en motines y plantes contra las cárceles – por ejemplo en Tenerife II- y la degradación de la vida en su interior. El libro «Que la lucha no muera. Ante la adversidad: rebeldía y amistad», publicado en 2015 por la Editorial Imperdible y presentado por El Punt (Espai de Lliure Aprenentatge) de Valencia, destaca que fue uno de los primeros reclusos a quien el Estado español sometió al régimen FIES (Fichero de Internos de Especial Seguimiento), sistema denunciado por su particular dureza y por tratarse de una cárcel dentro de la cárcel. Xosé Tarrío entendía la prisión como «el basurero de un proyecto socio-económico determinado, al que arrojan a todas aquellas personas que molestan dentro de la sociedad: por eso la cárcel alberga principalmente pobres…», según escribió en «Palabras de guerra». Con 17 años ya fue objeto de la primera condena, a seis meses. Ni siquiera pasó un año, cuando por un robo sin violencia la pena ya se elevó a dos años y medio.
Publicado por primera vez en formato fanzine por «Veganismo es respeto» (mayo de 2009), «Que la lucha no muera» incluye textos, poemas y reproducciones de los cuadros de Xosé Tarrío, además de un capítulo con los recuerdos de compañeros, amigos y familiares. El libro de la editorial Imperdible caracteriza a Xosé como «un anarquista de pura cepa» y un «insurrecto» que pasó por numerosas cárceles del estado. En total, casi 17 años entre rejas, la mayor parte en régimen de aislamiento y sometido a control directo. A ello cabría sumar el paso previo por reformatorios e internados de menores. Aunque en mayo de 2003 resultara excarcelado, cuatro meses después la policía le detuvo bajo la acusación de tres robos. Denunció torturas durante tres días y un corte en el brazo por el que requirió hasta 60 puntos. Y retornó a la prisión, tras un juicio en el que pese a las irregularidades denunciadas fue condenado a 10 años y medio.
Enfermo de sida, Xosé Tarrío no murió por esta razón sino «de torturas y de cárcel», afirma su madre, Pastora González, en la introducción del libro. «Yo nunca había visto el cuerpo de mi hijo así; estaba todo cortado, desde el estómago hasta las rodillas y desde el codo hasta las muñecas (…); del terror tan grande y lo mal que lo pasan dentro, se ven ellos mismos obligados a cortarse; muchas veces para que no les peguen, porque al tener sida, saben que donde hay sangre no se atreven a ir». En junio de 2004 ingresó gravemente enfermo en el hospital, pero tras una leve mejoría Tarrío volvió a la cárcel y de nuevo a urgencias, con la mitad de su cuerpo ya paralizada. Tal vez todo obedecía a que se le considerara un preso «Peligroso», es decir, de aquellos «que tienen dignidad y denuncian las palizas y torturas cometidas en la cárcel», explica Pastora González. «Mi hijo entró a cumplir dos años y medio y lo tuvieron 12 años en FIES». El Comité de Apoyo a Xosé Tarrío de A Coruña recordaba el mismo día de su muerte cómo «Xosé entró en la cárcel a los 19 años por ser pobre; sólo consiguió salir con un pie puesto ya en la tumba».
En un artículo publicado por «La Lletra A» en mayo/junio de 1996, el preso caracterizó al Estado y la Sociedad. A instituciones, religiones, leyes y líderes atribuye la transformación de hombres y mujeres, «por medio del esclavismo», en seres «aberrantes» y despersonalizados. Así, a las personas se les controla, encuadra y deshumaniza, con lo que se logra el fin principal: hacerles creer que no pueden gobernarse a sí mismos. En un texto difundido en 1998 con el título de «¿Qué es la prisión?», el preso gallego explica sin rodeos el origen y sentido del Fichero de Internos de Especial Seguimiento (FIES). Diseñado por quien después fue ministro del Interior del PSOE, Antoni Asunción, el FIES «comenzó a aplicarse en 1991 tras la reorganización de la Asociación de Presos en Régimen Especial (APRE)», integrada por reclusos con conciencia sobre la realidad de las prisiones. De hecho, agrega Tarrío, el FIES fue «planeado y ejecutado con el fin de destruir la asociación APRE, y de separar del resto de la población reclusa a los considerados más conflictivos o especialistas en fugas». Además el FIES «sigue a una oleada de motines y secuestros de carceleros y autoridades carcelarias y judiciales, que tratan de llegar a la sociedad y pedir una mejora en las prisiones». Entre 1991 y la publicación del artículo, Xosé Tarrío González destaca la muerte de cuatro presos FIES. «A un quinto le pusieron sogas en su celda, y le pegaron cada día hasta que se ahorcó en 1995 en Jaén II».
En el número ocho de la revista «Ardi Beltza» (2000), el autor de «Huye, hombre, huye» apunta el sentido de lo que oficialmente se considera evolución de las cárceles. Han pasado de presidio a prisión, y después a centro penitenciario con la perspectiva de la reinserción social; «y dícese (sonrío) haber erradicado de ella la tortura y el mal trato como método». La presentación en El Punt corre a cargo de Adelaida Artigado, autora de un libro con 80 relatos cortos sobre las prisiones, «Un latido de distancia» (Tokata, 2014). Una de las piezas trata sobre las memorias de un médico que realiza prácticas en una «miserable prisión». ¿A qué se ven expuestos en la cárcel los llamados «grupos de riesgo»? A morir colgados en un arrebato de desesperación, por sobredosis, a romperse la mano en un acceso de ira; a la muerte, desangrados, tras cortarse la vena para que les atienda un médico; a contagiarse de tuberculosis, de sida o a abrirse la cabeza contra una puerta para desahogarse, tras la denegación de un permiso.
En otro de los relatos Adelaida Artigado se centra en la situación de los presos en «régimen especial» (módulo de aislamiento). «¡Al fondo de la celda! ¡Las manos delante, que se vean! ¡Agache la cabeza con la barbilla al pecho! ¡Saque el colchón y la manta! ¡Desnúdese! ¡Póngase en cuclillas! ¿Tiene hambre? ¡Pues hoy toca huelga de hambre forzosa!» Hay un momento en que el diálogo alcanza el delirio: «¿Viste la patada que le metí en las costillas? ¡Y yo en las pelotas! ¡Estuvo bien, estuvo bien!». Las palabras suceden al apaleamiento de un recluso. «¡Queda avisado!» «¡Está terminantemente prohibido hasta respirar fuerte!»
La autora de «Un latido de distancia» recoge la conclusión sobre las cárceles de la madre de Xosé Tarrío: «Sólo sirven para destruir física y psicológicamente. Acaban con los presos y sus familiares». Pastora González forma parte de la asociación de madres solidarias y combativas «Nais Contra a Impunidade», constituida en 2012. El pasado mes de noviembre el periódico Diagonal informó de que un juzgado de A Coruña condenó a 15 miembros del colectivo de mujeres a multas de 720 euros (por persona), por un delito de injurias a la guardia civil. Los jueces castigaban así, varios años después, la concentración que tuvo lugar en octubre de 2010 en la iglesia coruñesa de Arteixo. Las activistas pedían entonces explicaciones por la muerte de un joven de 22 años, Diego Viña, mientras se hallaba bajo custodia en 2004 en un cuartel de la institución armada.
El libro «Que la lucha no muera» recoge poemas de Tarrío. Uno de ellos lo dedica a «quienes quisieron pero no pudieron»: «Quisieron embrutecernos y despertaron ternuras / Quisieron encarcelarnos y florecieron libertades como flores. / Quisieron matarnos a ojos del mundo y brotó de los labios la sonrisa, la vida». La mayoría tienen como destinataria a su madre: «Sólo un amor permanece. Duradero y fiel en mi corazón. Por encima de los tiempos. Por encima de penas y muros». En uno de sus textos («La mujer en la sociedad capitalista») defiende la equiparación entre el patriarcado y el fascismo. En «Drogas, dolor y sangre», señala la realidad en los patios de las prisiones: «Hay más heroína que nunca». A los doce años de estancia en las celdas de castigo, Xosé Tarrío González le dirige a Mumia Abu-Jamal, periodista condenado a cadena perpetua en Estados Unidos, «todo mi amor libertario y hermano». Además del desprecio al sistema socioeconómico y judicial norteamericano. «Hoy todos debemos ser Panteras Negras, Zapatistas, Libertarios, Comunistas, Socialistas, Feministas, Gays, Pobres, Vagabundos, Mendigos, Emigrantes…».
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