“¡Niágara poderoso! / ¡adiós! ¡adiós! Dentro de pocos años / ya devorado habrá la tumba fría / a tu débil cantor”.
Heredia
Cuando uno enfrenta la realidad de la vida de cada ser humano puede lograr conocer la esencia y motivaciones que sostienen en última instancia su existencia. Hay seres tan ambiguos que seguramente será difícil descubrirlas. Pero en otros, quizás la mayoría, ello se transparenta o puede ser escrutado de las más variadas formas. Decía José Martí que “el hombre es un instrumento del deber. ¡Así se es hombre!, refiriéndose a aquellos para los cuales “toda la vida es deber”. De esa calidad humana están formados y forjados los seres humanos reales e históricos o sus iguales de ficción y literarios, ambos dignos de ser amados.
El primer personaje de este relato es el cubano José María Heredia, considerado el primer poeta romántico de América. Deslumbrado por la belleza de las cataratas, escribió en 1824 uno de sus poemas más conocidos “Oda al Niágara”, cuyos fragmentos también recoge la placa conmemorativa cerca de ese espectacular salto de agua.
En el enorme muro que rodea el mirador de las Cataratas del Niágara existe sólo una tarja —colocada allí en nombre del pueblo de Cuba el 3 de julio de 1999— donde aparece la efigie de José María Heredia con una inscripción sobre el poeta, quien además fue periodista, dramaturgo y abogado cubano, con una amplia y fecunda cosecha en esos campos.
Según José Martí: “El primer poeta de América es Heredia. Sólo él ha puesto en sus versos la sublimidad, pompa y fuego de su naturaleza. Él es volcánico como sus entrañas y sereno como sus alturas…“despertó la pasión por la libertad en el corazón de los cubanos”.
Se cumplió el 220 aniversario del nacimiento de Heredia, nacido en Santiago de Cuba, el 31 de diciembre de 1803 y cuyo fallecimiento, víctima de la tuberculosis, a la edad de 35 años, fue en Ciudad de México, el 7 de mayo de 1839. Su casa natal en Santiago aún se conserva en la calle que lleva su nombre.
En esa calle y a una cuadra de allí viví durante cuatro años con mi esposa e hijo en la época de estudiante universitario.
Sobre Heredia y dos poemas coyunturales cabe señalar que se produjeron durante su estancia en Nueva York cuando visita distintos lugares de los Estados Unidos, entre ellos las Cataratas, momento que le inspira su “Oda al Niágara”. Supo algún tiempo más tarde que había sido condenado al destierro, lo que impedía su regreso a Cuba, y que le incita la escritura de su poema “El desterrado”.
He aquí una estrofa de ambos poemas heredianos.
ODA AL NIÁGARA
“¡Niágara
poderoso! / ¡adiós! ¡adiós! Dentro de pocos años / ya devorado
habrá la tumba fría / a tu débil cantor. ¡Duren mis versos
cual
tu gloria inmortal! ¡Pueda piadoso viéndote algún viajero, / dar
un suspiro a la memoria mía!”
EL DESTERRADO
¡Cuba,
al fin te verás libre y pura! /Como el aire de luz que espiras,
/
cual las ondas hirvientes que miras / de tus playas la arena besar.
/
Aunque viles traidores te sirvan, / del tirano es inútil la saña, /
que no en vano entre Cuba y España / tiende inmenso sus olas el mar.
El otro personaje de real-ficción es Leandro, personaje de mi novela publicada en el 2003 con el título “Y miro desfilar mi vida”. La nota del editor señala que la obra presenta diferentes momentos en la vida de in luchador inmerso en la clandestinidad. Este personaje narra sucesos de su acción revolucionaria, y otros participantes en los hechos relatan sus versiones acerca de los mismos, aportando matices sobre el protagonista. Es además, una novela donde se funden el amor a la patria y el amor indestructible por una mujer.
Años antes yo había visitado Toronto, sede de un evento científico mundial, y había tenido la experiencia de la visita a las “Cataratas del Niágara”, y todavía impresionado por la misma hube de colocar al personaje Leandro en el mismo escenario y circunstancias en el capítulo 28 y final de la novela. He aquí la mezcla de la realidad y la ficción de este asunto.
Capítulo 28 de la novela “Y miro desfilar mi vida”:
“El autobús partió a las nueve de la mañana del Royal York Hotel, una construcción de estilo antiguo en la ciudad de Toronto. Pronto recorríamos la calle Wellington, para luego tomar la calle York hasta City Hall. El chofer brindaba por la amplificación algunas informaciones sobre la excursión turística que se iniciaba. Una parte de los turistas, principalmente los de habla hispana, trataban de captar algo de las explicaciones en inglés, mientras observaban a través de los cristales el paisaje citadino. Yo permanecía tranquilo en uno de los asientos traseros y escuchaba los comentarios de una familia española sentada a mi izquierda.
Entonces recordé a una pareja de españoles que había visto el día antes en la torre de Toronto. Recordaba la visión de la ciudad desde el restaurante situado a 350 metros. A través de los cristales veía a mi derecha el conglomerado de edificios entre las brumas que envolvían los rascacielos. Permanecí abstraído un largo rato y pensaba en parte de lo visto.
Finalmente me concentré en el camino hacia las cataratas del Niágara, con sus granjas, huertos, viñas y sitios históricos.
Era octubre y el otoño imprimía sus asombrosas tonalidades al paisaje. Me sentía hechizado por aquel mundo fantástico de colores entre amarillo y rojo. Luego comenzó el desfile en la ciudad Niágara-on-the-Lake: el monumento a Sir Isaac Brook, en el sitio donde ocurrió la batalla de Quenston Heights; el canal Welland, parte del sistema de la vía marítima del San Lorenzo, el Hotel Sheraton Brook; y al fin estábamos en las cataratas. Pensé en Heredia y en su canto al Niágara. Era un espectáculo imponente, con las impresionantes vistas de las gargantas, remolinos y corrientes.
Los turistas se dispersaron por los miradores y trataban de captar con todas sus sensaciones la fantasía y belleza del paisaje. Después contemplábamos un arco iris y sentíamos de frente las salpicaduras del agua esparcida por los saltos enormes. Me desplacé hacia un extremo, donde un muro circunvalaba la orilla de una garganta inmensa. Entonces alguien se acercó a mi lado y dijo:
– Tranquilito, Leandro. Ya has visto las cataratas desde ambos lados. Mañana regresas a casa, a tu Cubita la bella.
Creo que el mundo se me vino encima. Vi frente a mí la orilla americana de las cataratas. Y me dio por reír y reír como si estuviera loco, en el mismo instante en que me pareció ver el rostro de María en la parte más alta del arco iris.”
Wilkie Delgado Correa. Doctor en Ciencias Médicas. Doctor Honoris Causa. Profesor Titular y Consultante. Profesor Emérito de la Universidad de Ciencias Médicas de Santiago de Cuba. Premio al Mérito Científico por la obra de la vida.
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