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Encuesta CASEN

Las cifras engañosas de la pobreza

Fuentes: El Siglo

Aunque el informe de MIDEPLAN destaca como un hecho «notable» el que «la distancia en el quintil más rico y el más pobre ha disminuido al mismo nivel presentado en el año 1994», hay que llegar a la penúltima página del informe sobre la encuesta para descubrir que ese «notable» nivel significa que el 20% […]

Aunque el informe de MIDEPLAN destaca como un hecho «notable» el que «la distancia en el quintil más rico y el más pobre ha disminuido al mismo nivel presentado en el año 1994», hay que llegar a la penúltima página del informe sobre la encuesta para descubrir que ese «notable» nivel significa que el 20% más pobre percibe ahora 14,3 veces menos ingresos que el 20% más rico y que, por añadidura, la cifra es peor a la registrada en 1990, cuando el mismo índice era de 14,0 veces.


Como una «señal auspiciosa para Chile» calificó el Presidente Ricardo Lagos las últimas cifras dadas a conocer por la Novena Encuesta de Caracterización Socioeconómica Nacional (CASEN). Efectuada a fines de 2003, la muestra arrojaría, según aseguró el Mandatario, datos suficientes para construir «un país que crece y se moderniza» y que «le sigue ganando la batalla a la pobreza».
El Jefe de Estado, quien llegó a La Moneda el 2000 de la mano del slogan «Crecer con Igualdad», dio rienda suelta a su optimismo y se jactó ante las cámaras de que desde ese año «121 mil personas de carne y hueso dejaron de estar viviendo bajo la línea de indigente».
Para Lagos, la conclusión del estudio realizado por el Ministerio de Planificación y Cooperación «es muy clara: son los programas públicos los que están funcionando adecuadamente para corregir las desigualdades del mercado. Si la salud o la educación dependieran exclusivamente del mercado, se mantendrían las diferencias entre el 20 por ciento más rico y el 20 por ciento más pobre».
A dos meses de las elecciones municipales, el festejo de Palacio en torno a estos cálculos fue aprovechado por la derecha, no para criticar, sino para reinstalar su consuetudinaria exigencia de mayor flexibilidad laboral, mientras el timonel del Partido Socialista, Gonzalo Martner, abrazó los cómputos como «una gran noticia», en el sentido de que se estaría «logrando aminorar la brecha de la desigualdad en nuestro país».
Tanto aplauso compartido en la materia tuvo su fiel correlato en la prensa, que inscribió los números de la encuesta CASEN como un éxito del modelo y llevó incluso a El Mercurio, en su edición del domingo 22 de agosto a publicar un reportaje que bosqueja el perfil del pobre en Chile, como para que el lector ABC1 sepa identificarlo si se encuentra con uno de ellos.
Claro está, ni Lagos ni el MIDEPLAN inventaron las cifras. Efectivamente, la definición oficial de pobreza pasó, en términos absolutos, del 20,6%, en el año 2000, al 18,8% (2.907.700 personas) que registra la encuesta CASEN para el 2003, mientras que, en el mismo período, la indigencia pasó del 5,7% al 4,7% (728.100 personas). ¿Qué entendió el gobierno por pobreza e indigencia para establecer la línea de corte entre quienes están y quienes no están en tales categorías? Los hogares pobres «son aquellos cuyos ingresos no alcanzan para satisfacer las necesidades básicas (alimentarias y no alimentarias, N. de la R.) de sus miembros», señala el informe, que inmediatamente traduce esa afirmación en números, indicando que la «línea de pobreza» asciende a $43.712 per cápita en la zona urbana, y a $29.473 en la zona rural.
En tanto, por hogares indigentes el Ministerio de Planificación y Cooperación entiende aquellos que «aun cuando destinaran todos sus ingresos a la satisfacción de las necesidades alimentarias de sus miembros, no logran satisfacerlas adecuadamente». De acuerdo a la consideración gubernamental, la «línea de indigencia» alcanza a $21.856 en la zona urbana y a $16.842 en la zona rural.

Distorsiones metodológicas

«Se está utilizando una metodología de cálculo que no corresponde en lo más mínimo a las cifras reales que arroja el país», advierte, respecto de la fórmula de estimación que contempla CASEN, el director del Centro de Estudios Nacionales de Desarrollo Alternativo (CENDA), Hugo Fazio. El economista alude, en primer lugar, al razonamiento que sigue el gobierno para fijar el monto de la «línea de pobreza». Dicha cifra sería el equivalente al ingreso que requiere un individuo -según parámetros de la OMS y de la FAO- para satisfacer sus necesidades básicas alimentarias y no alimentarias.
Sin embargo, lo que se hace en Chile es multiplicar por 2 el costo de la canasta alimentaria básica, ejercicio que da por sentado que ambos tipos de necesidades básicas tienen el mismo peso en el consumo de las personas. Puesto que para nuestra realidad se asemeja más a una proporción de 60/40 que a la dudosa conjetura de 50/50, de cuya base parte el estudio, lo cierto es que el factor multiplicador con el que se establece la «línea de pobreza» ya no podría ser igual a 2, sino mayor que 2, diferencia que, obviamente, tendría un impacto muy significativo en los resultados de la encuesta divulgada por el MIDEPLAN.
En segundo término, y tal como lo han apuntado los más diversos analistas, en la metodología que emplea CASEN queda relegado a un plano muy secundario el grado de movilidad que se produce entre quienes dejan de ser pobres o indigentes y aquellos que comienzan a serlo, en circunstancias que dicho fenómeno es una constatación de altísima incidencia en la realidad nacional. Es decir, hecha sobre la base de un cálculo sustantivamente cuestionable, la encuesta añade un sentido estático a la interpretación de las cifras, constituyendo una fotografía del momento que no dimensiona desplazamientos ni tendencias dentro del proceso.
Por otra parte, el enfoque en el cual se centra la encuesta de Caracterización Socioeconómica Nacional tiene su asiento en la dimensión subjetiva que preconizan desde el debate económico los defensores del modelo neoliberal, en el sentido de que las cifras de ingreso que arroja son aquellas que percibe el individuo y su respectivo hogar, haciendo absoluta abstracción de la redistribución que tiene lugar entre los factores productivos propiamente tales, y que son los que explican los resultados que exhibe CASEN persona a persona, casa a casa, repartidos por deciles o quintiles de ingreso.
Esta «estructura ausente» en el análisis actual es el que se conoce como distribución funcional del ingreso, cuyas estimaciones dejaron de ser publicadas hace algunos años por el Banco Central. Pese a ello, en noviembre de 2000 la Unidad de Estudios Prospectivos de MIDEPLAN y el Departamento de Economía de la Universidad de Chile publicaron un interesante «Estudio sobre la Distribución del Ingreso: Estructura Funcional en 1987-96 y Proyecciones».
El texto valora este enfoque en tanto «la distribución funcional puede ser entendida como un determinante de la distribución personal del ingreso» y «permite también conocer los ingresos de la propiedad que no se distribuyen a los hogares y que toman la forma de utilidades retenidas en las empresas».
Al recoger la «evidencia internacional sobre la distribución funcional del ingreso», el documento concluye que «la participación del trabajo aumenta con el nivel de ingreso per cápita». Respecto de la evolución histórica que dicho índice ha tenido en las últimas décadas en Chile, tal vez la curva que describe explique por qué este análisis ha desaparecido del discurso oficial: «Un estudio sobre la distribución funcional del ingreso muestra -observa el economista Jacobo Schatan (Portal del Pluralismo, 16 de junio de 2004)- que la relación entre la masa salarial y los excedentes de explotación (masa de ganancias de las empresas más ingresos de los profesionales y trabajadores por cuenta propia) había cambiado radicalmente en el curso de los últimos 30 años, en detrimento de los trabajadores.
Mientras en 1970 la masa salarial era 38% mayor que la masa de excedentes, hacia 1997 la relación se había invertido y la masa salarial era un 28% menor que las masas de excedentes y es probable que ahora, varios años más tarde, la cifra sea todavía menor».

Problemas de fondo

Reducida entonces la noción de pobreza e indigencia de CASEN a un razonamiento cuya matemática deja escaso espacio a las sonrisas con que el estudio fue presentado en sociedad, la situación vuelve al punto desde el cual, ecuaciones más, ecuaciones menos, el modelo chileno no ha logrado despegar. «Lo más grave que se desprende de la encuesta es que el gobierno ha reconocido que la distribución del ingreso hoy día es peor que cuando comenzaron los gobiernos de la Concertación», señala Hugo Fazio.
Aunque el informe de MIDEPLAN destaca como un hecho «notable» el que «la distancia en el quintil más rico y el más pobre ha disminuido al mismo nivel presentado en el año 1994», hay que llegar a la penúltima página del informe sobre la encuesta para descubrir que ese «notable» nivel significa que el 20% más pobre percibe ahora 14,3 veces menos ingresos que el 20% más rico y que, por añadidura, la cifra es peor a la registrada en 1990, cuando el mismo índice era de 14,0 veces.
De igual modo, el gobierno intenta poner de relieve el «impacto distributivo del gasto social», cuyo monto evidentemente se incrementa en la medida en que tales asignaciones recaen en los deciles de ingreso más bajos. La fórmula, que suma a los ingresos autónomos del individuo aquellos que corresponden a los subsidios monetarios (pensiones asistenciales, asignaciones familiares, subsidio único familiar, subsidio de cesantía, etc.), puede ser considerada válida en la medida en que tales aportes se traducen en ingresos, pero, en cambio, la misma estimación no considera los impuestos, que precisamente en Chile constituyen una proporción cada vez mayor del ingreso de las personas conforme su aplicación avanza en dirección de los deciles de ingreso más bajos.
Por ello, sostiene Fazio contrariando las cuentas de Lagos, «la focalización del gasto no mejora la distribución». Tampoco ésta ha mejorado a raíz del crecimiento económico del país -cuya proyección para este año se empina por encima del 5%-, ni gracias al superávit comercial de 232,4 millones de dólares. La desigualdad empeoró con y sin los tratados de libre comercio con Europa y Estados Unidos.
La distribución del ingreso retrocedió 14 años en su abismo pese al sostenido superávit fiscal que tanto enorgullece a Hacienda y aplaude el FMI. La distribución del ingreso empeoró, mientras en los últimos dos años el nivel de ganancias de las sociedades abiertas se incrementó en más del 100%. Chile seguirá siendo finalista en el ránking internacional de la desigualdad (12° lugar, según el Informe 2003 de Desarrollo Humano del PNUD), porque el laguismo optó por quedarse sólo con la primera mitad de su slogan de campaña y eso implica que el combate ya no es contra la pobreza, sino contra los pobres.