Antes que la justicia está el honor, por honor se felicita y condecora. El honor se salva si no hay condena, aunque el crimen sea evidente. El expresidente Uribe, su staff y seguidores no están alineados con una defensa legal de la acusación por su crimen, según la ley establecida, si no que defienden el honor, si pierden el honor se acaba su mundo, su idea de estado y de poder, por eso lo defienden con todas las herramientas a su alcance. El honor y la patria alientan los gritos de guerra, y hace útiles a quienes necesitan un enemigo y una excusa de “inseguridad” para mantener la hostilidad y obtener victorias. Del honor fueron despojados los acusados por crímenes de guerra, o delitos asociados a ellos en los juicios de Núremberg (1945-1946), el juicio a Adolf Eichmann (1961) o los posteriores procesos en Alemania Occidental. allí se revelaron patrones en el comportamiento de los acusados, se reflejaron no solo estrategias legales, sino también mecanismos psicológicos y culturales usados para evadir la responsabilidad moral y jurídica, que hoy permiten comprender cómo individuos y estructuras de poder manipularon la verdad, la ética y la memoria colectiva.
Allí todos negaron su responsabilidad y obediencia jerárquica y cada acusado buscó transferir la culpa a figuras ya muertas o inalcanzables, todos sabían que solo existía la voz del Furher y asumían por juramento que su deber era guardarle a él absoluta lealtad. Los acusados, desde oficiales de las SS hasta burócratas, insistieron en que solo cumplían órdenes superiores, pero en el escenario colombiano será distinto, se guardara lealtad hasta el final, hasta que el Furher esté vivo. Conservando el honor y la lealtad han ido a la cárcel decenas de congresistas, militares de alto rango, jefes de seguridad de palacio, embajadores, ministros y abogansters, nadie dice quien dió la orden. En la «defensa de Núremberg», Eichmann, se describió como un «engranaje» dentro de una maquinaria estatal, desvinculándose de la dimensión criminal de sus actos, que como señaló Hannah Arendt (Eichmann en Jerusalén), su banalidad del mal radicaba en la normalización de la atrocidad mediante la burocracia.
Los acusados allí minimizaron su rol individual, redujeron su participación alegando ignorancia o roles técnicos. Rudolf Höss (comandante de Auschwitz) aunque admitió sus crímenes, intentó distanciarse de las ejecuciones masivas, atribuyéndolas a otros, los encargados de trenes o finanzas argumentaron que su trabajo era «administrativo», ignorando que facilitaban el genocidio. Lo común allá y aquí es que los acusados disocian entre acción y consecuencia, como táctica para eludir la responsabilidad directa. Alla y aquí hay una conducta férrea de negacionismo y de distorsión de los hechos. Niegan la existencia misma del hecho criminal, lo hizo Julius Streicher, editor del periódico antisemita Der Stürmer, quien aunque no participó directamente en asesinatos, fue condenado por incitar al odio y durante su juicio, intentó restar veracidad a testimonios y pruebas, que luego usaron como estrategia los grupos neonazis posteriores, otros como el médico Mengele, nunca enfrentaron el juicio, pero su fuga y silencio perpetuaron la impunidad como aquí ocurrió con Pretelt, Luis Carlos Restrepo, María del Pilar Hurtado y varios funcionarios y generales. Algunos acusados apelaron a un supuesto «deber patriótico» como Albert Speer, ministro de Armamento, que reconoció parcialmente su culpa, pero enfatizó su lealtad a Alemania, no al nazismo. Alvaro Uribe centró su política de seguridad en hacer coincidir estado-partido y él, en una unidad de poder, buscando con esta retorica confundir a los tribunales y a la opinión pública, para justificar que todo crimen fue en bien de la patria, aunque sea claro que la ideología no excusa la complicidad en ningún crimen. Esta narrativa sirve de apoyo de sus seguidores, que justifican el crimen con testimonios negacionistas y lenguaje deshumanizante hacia las víctimas, como ha ocurrido de manera repetida con congresistas tipo polopolo y otros que se refirieren a las víctimas como «amenazas» con odio y estigmatización.
Las Estrategias legales dilatorias son otra dimensión de la conducta común, mediante las cuales los abogados defensores cuestionan sistemáticamente, recusan, burlan y maltratan la jurisdicción de los tribunales, los jueces o la validez de las pruebas. En los juicios de Núremberg, se argumentó que los cargos por «crímenes contra la humanidad» eran retroactivos, y violaban el principio de legalidad. Aunque estos argumentos fueron rechazados, evidenciaron tensiones entre justicia y legalidad formal y en Colombia reciben el aplauso y parcialidad de los medios de comunicación a favor del acusado.
Las conductas de los acusados en los juicios del Holocausto ilustran la complejidad de atribuir responsabilidad y hacer justicia sobre sistemas como el organizado por la seguridad democrática que incluyó la reelección como estrategia de control totalitario del estado. Las estrategias de evasión dejan heridas en la memoria histórica, los juicios allí sentaron precedentes legales, como la invalidez de la obediencia jerárquica como defensa, y reforzaron la noción de que la conciencia individual debe prevalecer sobre órdenes inmorales. Aquí el acusado ocupa el máximo lugar jerárquico y sí es condenado será el honor el derrotado y la lealtad, su doctrina y su partido se vendrá abajo con él, porque los crímenes de la seguridad democrática no fueron solo de unos pocos, sino un colapso ético facilitado por la complicidad de muchos de estos comportamientos, con primer plano del primer expresidente acusado por ahora apenas por crímenes menores (injuria, calumnia, compra de testigos) aportantes a crímenes de guerra y lesa humanidad por ejecuciones extrajudiciales masivas, masacres, falsos positivos y otros. El juicio no solo esclarece el pasado, sino que advierte sobre los peligros de la indiferencia y la deshumanización que ha provocado el largo periodo de guerra y barbarie vivido.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.