Por primera vez, uno de los jerarcas alemanes de Colonia Dignidad reconoció que allí se asesinó a «una treintena» de prisioneros. Gerhard Mücke, el guardaespaldas de Schäfer, declaró en la cárcel ante el ministro Jorge Zepeda que fue testigo directo del hecho. Los cuerpos fueron enterrados en una fosa y desenterrados con una retroexcavadora en […]
Por primera vez, uno de los jerarcas alemanes de Colonia Dignidad reconoció que allí se asesinó a «una treintena» de prisioneros. Gerhard Mücke, el guardaespaldas de Schäfer, declaró en la cárcel ante el ministro Jorge Zepeda que fue testigo directo del hecho. Los cuerpos fueron enterrados en una fosa y desenterrados con una retroexcavadora en 1978.
Colonia Dignidad se parece a Macondo. O se parecía. Porque de las fantasías de los Buendía en ese pueblo fantasma con nombre de finca bananera de la colombiana Aracataca, en la finca chilena de los alemanes del río Perquilauquén, todo lo que un día pareció imaginación resultó ser más verdad que la soledad de Macondo. Todo lo que un día, un año, diez años, treinta o cuarenta años atrás se dijo (cien años es mucho), ahora es certeza. Aun lo más increíble, o lo más indecible, como los que siguen hoy traficando en las sombras con los reyes del macrocrimen, de empresa a empresa, con operaciones encubiertas, caballeros elegantes de buen decir, de buen ganar, a quienes resulta muy difícil cazar.
En los últimos días, uno de los jerarcas alemanes más siniestros de aquel pudorosamente llamado «enclave alemán», reconoció por primera vez ante un juez que en Colonia Dignidad se exterminó a un grupo de prisioneros políticos. Y que él fue testigo de ese crimen masivo. «Una treintena», dijo. Vio cómo una máquina retroexcavadora esperaba que los cuerpos cayeran al suelo para echarlos dentro de una fosa, debidamente abierta para ese fin. En la mortandad participaron alemanes de Dignidad y «uniformados», reveló el jerarca.
El hombre dijo que, luego, en 1978, año coincidente con el inicio de la «Operación retiro de televisores», ordenada por el ex dictador Augusto Pinochet, los cuerpos fueron desenterrados con la misma retroexcavadora y hechos desaparecer, esta vez para siempre.
Gerhard Mücke Koschkitze, el «tío Mauk», que fue el guardaespaldas de Paul Schäfer, ahora preso igual que su jefe, habló. Es la primera confirmación de los crímenes dentro de la finca alemana hecha por un testigo directo de la propia jerarquía de los fabricantes de la rica miel y los embutidos Drei Spitze, entre otras cosas. Si Mücke participó o no en la matanza se trata de una versión todavía no confirmada. El depositario de esta declaración fue el juez Jorge Zepeda, hombre que maneja la información de su proceso con mano de hierro, protegido por el secreto y misterio del antiguo sistema procesal penal.
Lo que Mücke dijo es absolutamente coincidente con todo lo que se sabe sobre la variable criminal de Colonia Dignidad durante la dictadura. Amparada por el mismo Pinochet, la DINA, los antiguos gremialistas de Jaime Guzmán Errázuriz, hoy principalmente en la UDI y algunos en RN, y apoyada desde hace muchos años por empingorotados juristas de la plaza, de todos los colores del arco iris, que los han defendido por décadas traficando influencias a su favor en las cortes. Influencias que, por lo demás, nunca pudieron ser efectivas sin «la comprensión» de algunos señores magistrados.
LA BÚSQUEDA
La revelación del «tío Mauk» hecha al juez Zepeda hace pocos días en la Cárcel de Alta Seguridad, donde permanece recluido procesado como autor de secuestro y desaparición de tres militantes del MAPU, traerá como consecuencia, además de lo que corresponda penalmente -si es que hubiera dado los nombres de los autores de la masacre-, que el juez Zepeda ordene en los próximos días la apertura de esa fosa, cuyo lugar ya está fijado. Se buscará si existen pequeños fragmentos óseos de las víctimas que pudiesen haber quedado producto de la remoción con la máquina retroexcavadora. Si se encuentran piezas óseas, éstas se someterán a pruebas de ADN para verificar la identidad.
Mücke habló de «una treintena». Y la única, o más próxima pista, dice relación con los 34 desaparecidos de Parral. O sea, ahí no más, a 40 kilómetros de la colonia. Otros prisioneros que desaparecieron fueron transportados hasta el «Estado dentro del Estado» individualmente, como por ejemplo Álvaro Vallejos Villagrán.
La búsqueda tras los fragmentos óseos se efectuará con «Arturito», la máquina inventada por el ingeniero Gabriel Vargas, que recientemente aportó datos para ubicar el cuerpo de Luis Francisco Yuraszek, instrumento con el cual se pueden detectar, entre otros, restos humanos, o se hará con el trabajo más tradicional de arqueólogos.
Han sido muchos torturadores quienes han declarado que en Colonia Dignidad hubo prisioneros políticos y a distintos jueces en varios procesos. Entre ellos, el «Guatón» Osvaldo Romo, los ex agentes Luz Arce y Samuel Fuenzalida, y el macabro «doctor Mortis», de nombre Osvaldo Pincetti Gac.
Un careo judicial entre el «tío Mauk» y el «doctor Mortis» existente en el proceso que instruye el juez Zepeda, realizado tiempo antes de las últimas declaraciones de Mücke, es revelador. Pincetti fue aquel que se encargó de dopar, o de matar, inyectando a los presos que desde Peldehue eran subidos a los helicópteros del Comando de Aviación del Ejército para lanzarlos al mar atados a trozos de rieles. Ello está suficientemente establecido en el proceso sobre los crímenes de calle Conferencia y en el crimen de Marta Ugarte, operación que fue repetidas veces comandada por el suicidado coronel (R) Germán Barriga Muñoz.
Esta vez, Pincetti encaró a Mücke acusándolo de haberle proporcionado una droga para administrarla a un grupo de prisioneros en Colonia Dignidad, lo que, por cierto, en ese momento el «tío Mauk» negó. Lo que ni Schäfer ni el finamente llamado «doctor Hopp» admitieron hasta hoy, lo dijo su guardaespaldas, el de las manotas, el campesino rechoncho y malhablado.
HERMANADAS EN LA SANGRE
De esta manera, la fosa que será abierta en Colonia Dignidad se viene a hermanar en la sangre con las de Chihuío, Calama y Peldehue. En todas ellas sucedió exactamente lo mismo: los prisioneros fueron asesinados, lanzados dentro y desenterrados con maquinaria pesada después de la orden dada por Pinochet en 1978 de manera cifrada, mediante criptogramas descifrados en cada regimiento por los respectivos departamentos de Inteligencia. Terminada la dictadura, las fosas fueron ubicadas, abiertas, y se hallaron piezas óseas, a veces diminutas, que mediante el examen de ADN permitieron reconocer las identidades de las víctimas, contrastando las muestras con las de familiares.
Después de 1990, en Calama fueron reconocidos 13 de los 26 asesinados por la Caravana de la Muerte. En Chihuío se confirmaron las identidades de los 17 campesinos que sufrieron igual destino a manos de los hombres que dirigía en Valdivia el ex senador designado Santiago Sinclair, que en 1973 era comandante del Regimiento Cazadores. Y en Peldehue, mediante similar excavación y búsqueda dirigida por la ministra Amanda Valdovinos, se hallaron restos que permitieron identificar a 14 de los desaparecidos de La Moneda. Todos desenterrados, todos lanzados al mar.
Esta vez podría caer quien fuera el jefe de la Brigada Regional Sur de la DINA con sede entonces en la calle Unión 262 de Parral, coronel hoy retirado Fernando Gómez Segovia. Hasta hoy, a Gómez Segovia la justicia no le ha podido echar el guante.
En la investigación existen antecedentes de cómo los prisioneros fueron trasladados en camionetas cerradas desde esa casa en Parral hasta Colonia Dignidad. Quienes manejaron esos vehículos viven todavía en Parral. Al igual que un testigo que, siendo amante de una agente que operaba en calle Unión bajo el mando de Gómez Segovia, por lo que, según él, «pasaba todo el día metido en esa casa», presenció varias veces cómo sacaban detenidos que eran llevados a Dignidad. Pero este hombre, quien conversó en dos oportunidades con LND pidiendo reserva de su nombre, dice no haber podido reconocer a ninguno de los prisioneros, por lo que no sabe si, entre ellos, iban los desaparecidos de Parral.
El «tío Mauk», que siempre dijo a los jueces ser un «simple pintor de brocha» («yo pinto murallas no más»), parece haber perdido en la cárcel el miedo a su jefe «Pastor» (Schäfer en alemán), de aquel castigo que éste le propinó en 1956. En Heide, cerca de Bonn, un día Schäfer dijo a Mücke, de 23 años: «Tú está dudando, y por eso yo te castigo a 60 días de ayuno». Él cumplió la penitencia en el pueblo de Grosschwüter y volvió fiel al lado de su jefe. Era el tiempo en que se agrupaban para viajar a Chile. El episodio siempre lo recordó Ida Gatz, una alemana que sufrió el encierro en Dignidad de su hermana Hilde. En 1945, Ida conoció a Mücke. Y juntos conocieron a Schäfer tres años después, en Gartob. Antes que iniciaran el siniestro camino chileno.