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Las elecciones de noviembre, un nuevo desafío para el movimiento social

Fuentes: Rebelión

El escenario preelectoral está marcado por la presencia insoslayable de la movilización social. Las tensiones que la irrupción de las masas provoca en el sistema de alianzas de los principales partidos políticos son más evidentes en el pacto Alianza por Chile que en la Nueva Mayoría. De un modo u otro, estos partidos están obligados […]

El escenario preelectoral está marcado por la presencia insoslayable de la movilización social. Las tensiones que la irrupción de las masas provoca en el sistema de alianzas de los principales partidos políticos son más evidentes en el pacto Alianza por Chile que en la Nueva Mayoría. De un modo u otro, estos partidos están obligados a definiciones programáticas que den respuesta a las demandas sociales. Sin embargo, los consensos al interior de cada bloque no parecen ser tan fáciles.

Ya hemos abordado en otro lugar la crisis de la derecha y sus dificultades para lograr un consenso en torno a las elecciones. Tampoco se ha dado a conocer algún programa de gobierno. A pesar de ello, podemos reseñar algunos aspectos en los que habrá consenso: la mantención del modelo económico y sus consiguientes políticas en materia de salud, educación, vivienda y pensiones; seguirán defendiendo el mismo código laboral y realizando las mismas acrobacias para fijar un salario mínimo, y abogarán por un fortalecimiento de las políticas de seguridad ciudadana para reprimir la movilización popular. Con todo, hay dos cosas que amenazan ser conflictivas en materia programática: las reformas al sistema político con el tema del binominal a la cabeza, y una eventual reforma tributaria. Ambos temas ya han generado no pocas fricciones entre RN y la UDI. La derecha ha puesto la carreta delante de los bueyes cuando decidió realizar primarias y nominar uno, dos… y así ya van tres candidatos, antes de zanjar sus diferencias estratégicas en torno a un programa común. Por cierto, esas diferencias responden en buena parte a que en Renovación Nacional hay un cierto convencimiento de que es necesario renovarse o morir.

Distinta es la situación de la Nueva Mayoría. Ya desde enero de este año existe un documento programático conocido como Compromisos para el Chile que queremos. Es un primer acuerdo, pero en él ya se incorporan un conjunto de demandas que le vienen impuestas desde la calle. En dicho documento se mencionan ideas como la de un Nuevo Estado que propiciaría un nuevo modelo de desarrollo, una discusión en torno a los conceptos de Estado Plurinacional, Multiétnico y Multicultural, un nuevo Código del Trabajo, una reforma estructural del sistema tributario para garantizar el financiamiento de una educación pública gratuita y de calidad en todos sus niveles, la creación de una AFP estatal u otro mecanismo y un fortalecimiento de la salud pública, entre otros aspectos. Nadie niega que los anteriores gobiernos de la Concertación han formulado propuestas similares y que los resultados no han sido satisfactorios. De otra manera, no se repetirían en el actual Programa.

Es bien cierto que las demandas de los movimientos sociales interpelan a los partidos de la Nueva Mayoría antes que a la Alianza. Pero unos y otros se harán eco de ellas durante la campaña. En fin, que a la clase política, la calle se le está metiendo por la ventana.

Mirado desde los movimientos sociales, las líneas programáticas más importantes son una nueva Constitución Política elaborada mediante un proceso constituyente, una educación Pública gratuita y de calidad, la re-nacionalización de los recursos naturales, en especial el cobre, para financiar políticas sociales, un nuevo sistema de pensiones y una mejor salud pública. Por último, sin ser exhaustivos, debemos señalar la demanda de un nuevo código laboral y el reconocimiento inclusivo de las minorías étnicas. Y hay más…

Buena parte de estas demandas están incorporadas al documento programático de la Nueva Mayoría. Sin embargo es evidente que el acuerdo no recoge el sentir de la calle cuando no es capaz de incorporar la demanda de nacionalización del cobre para financiar la gratuidad de la educación pública. Se contenta con un compromiso de ejercer plenamente la soberanía sobre los recursos naturales, lo que no significa necesariamente nacionalizar la explotación de los recursos naturales.

Tampoco es claro el acuerdo en torno a las demandas que el movimiento social ha levantado en relación con los sistemas de salud y de las pensiones. Se mantendrán las AFP, pero coexistirá con un sistema público de pensiones. Se mantendrán las ISAPRES, pero también un sistema público de salud. Considerando que ambos sistemas han estado en la base del nuevo modelo de acumulación capitalista a nivel mundial, no parece probable que en la Nueva Mayoría, con su rica variedad ideológica, pueda consensuar rápidamente sobre los límites que se debieran establecer a estos fondos de inversión.

En estas y otras materias, el acuerdo programático también se encontrará con problemas a la hora de materializarlo en políticas concretas. Pero de todas las dificultades, una es particularmente seria: la redefinición del Estado. Coexisten visiones que van desde el Estado del Bienestar, donde encontramos socialistas, comunistas, algunos radicales, otros ppde, hasta un Estado liberal, donde hay democratacristianos, ppde, algunos radicales y algún que otro socialista. Y esta diferencia hace difícil una redefinición del modelo de Estado y, por tanto, del modelo de desarrollo. Se puede decir que el bloque se ha mantenido unido precisamente gracias al status quo que brinda, paradójicamente, el modelo Guzmán-Pinochet.

Pero también coexisten en el bloque opositor intereses, compromisos y estilos muy diversos: junto a dirigentes surgidos de la movilización social como Vallejo o Cariola, encontramos a políticos de viejo cuño como René Cortázar, Girardi, Farcas o Zaldívar. En los primeros está la impronta de la juventud, el compromiso con el movimiento estudiantil y las demandas del movimiento social en su conjunto. En los segundos, las huellas de actos de corrupción.

Estas dificultades no son el fin del mundo, pero reflejan de modo palmario lo que está en la base de las dudas de muchos ciudadanos hacia la política de la Nueva Mayoría: ¿Por qué razones esta vez deberían los movimientos sociales confiar en que se llevarán a cabo las reformas que durante tiempo se han visto postergadas?

No son pocos los que piensan abstenerse en los comicios de noviembre, y no les faltan buenas razones para ello. Otros miran con buenos ojos depositar su voto a favor de candidaturas alternativas. Tampoco a estos le faltan buenas razones. Finalmente, están los que han venido luchando desde el movimiento social y que, con mayor o menor convicción, votarán desconfían de un eventual gobierno de Michelle Bachellet.

A nuestro juicio, la contradicción entre partidocracia y democracia que ha marcado todo el periodo de transición a la democracia se ha agudizado, y el momento actual parece el más propicio para, al menos, liquidar los bastiones más representativos del modelo Guzmán-Pinochet.

Un poco de historia servirá para mirar la coyuntura actual en perspectiva. No es la primera vez que el movimiento social se enfrenta a disyuntivas similares. En 1988, el pueblo movilizado se debatió entre el asistir a un plebiscito o abstenerse y denunciar lo que entendió como un fraude. La alegría ya viene, se decía en 1988… y si bien, finalmente, se celebró el triunfo del NO y la luego, en 1989, la victoria de la Concertación, que se entendió como el triunfo de la gente, pronto se descubrió que la alegría no había llegado, que se trataba de una alegría en la medida de lo posible. El movimiento social fue encapsulado y reemplazado por operadores políticos. Los avances democratizadores fueron pocos, lentos y se tuvo que pagar un alto precio por ellos. Razones históricas para sentir que se está a las puertas de una nueva traición-decepción.

Hasta que llegaron los pingüinos en el 2006, la alegría no empezó a asomar en las calles. Así llegamos a la actual coyuntura. De la mano de un movimiento estudiantil infatigable, del surgimiento de líderes de nuevo cuño en el mundo laboral, y del renacer de las luchas seculares del indomable pueblo mapuche, se viene consolidando un movimiento social amplio y heterogéneo que demuestra una creciente capacidad de unificación de las demandas. Los estudiantes ya no están solos y buena prueba de ello se verificó en el Paro Nacional del 11 de Julio de este año. La conflictividad laboral crece y logra no pocas victorias. Dirigentes naturales, surgidos de esas luchas, disputan hoy, y muchos de ellos con posibilidades ciertas de éxito, un lugar en el Parlamento que hasta ahora está cautivo en manos de los demócratas de sillón y dieta. No es el mejor de los mundos posibles, pero es mejor que todo lo vivido hasta el 2006.

¿A quiénes se enfrenta la esperanza de recuperar la alegría?

En primer lugar, a los guardianes del modelo Guzmán-Pinochet. Sin duda, ahí están la UDI y RN, con los matices ya descritos. Junto a ellos, no necesariamente con ellos, los que se benefician del modelo, entre los que es fácil distinguir políticos ligados a la Concertación y algunos que siguen en la Nueva Mayoría. También están, por supuesto, los grupos empresariales y un grupo de ciudadanos que ha logrado posicionarse en el mundo laboral y social gracias a su vinculación con los grupos anteriores.

En segundo lugar, se enfrenta a los que han secuestrado la gestión de las demandas sociales durante estos 25 años. Son los políticos de la Concertación que han vivido de la democracia en la medida de lo posible, los que no han sabido ni querido responder con actos creíbles a la voluntad que el pueblo depositó en ellos en cada elección. No se trata de una condena global, cada cual sabe lo que ha hecho y, lo que es más importante, el pueblo, más temprano que tarde, los pondrá en su sitio. Son los que se amparan en la institucionalidad vigente y no mueven un dedo por cambiarla, los que acusan de fumar opio a los que reclaman una Asamblea Constituyente o descalifican las demandas de una política estatal que asegure pensiones dignas para el pueblo con razonamientos neoliberales. Son los que pondrán objeciones a un nuevo Código del Trabajo, a un salario mínimo digno, pero no vacilarán en promover subidas de salarios para sus señorías. Este grupo es un escollo que permanece aparentemente en el campo aliado, por decirlo de alguna manera, y por lo mismo, es más peligroso que el defensor abierto del modelo. A raíz de la presencia de este grupo en la Nueva Mayoría, muchos luchadores desconfían y levantan las banderas del abstencionismo o las de candidatos alternativos. Ya hemos dicho que no les falta razón.

En tercer lugar, aunque no en importancia, la esperanza de la alegría se enfrenta a sus propios fantasmas. Aquí se encuentran luchadores que no creen posible depositar su confianza en un bloque en el que existen el tipo de personajes que hemos señalado en el párrafo anterior. También están los que han vivido con rabia y pena estos años de inmovilismo y han dado por terminada la fiesta, los que creen que aun votando por los candidatos de la Nueva Mayoría no alcanzarán el quorum requerido para realizar los cambios constitucionales, los que creen que incluso así la voluntad popular será traicionada. Repitamos que no faltan razones para convivir con estos fantasmas.

No son pocos obstáculos. Pero preguntemos esto: ¿hay alguna posibilidad de superarlos? Y si la hay, ¿qué es necesario e imprescindible hacer? La respuesta obliga a definir el escenario en que se podría dar la victoria del movimiento social. Sólo se nos ocurren dos escenarios: el de la calle y el de las urnas. Esta es claramente una disociación artificial, pero las examinaremos por separado atendiendo a que la percepción de muchos actores tiende a separarlos, e incluso a presentarlos como contradictorios. El presidente de ICARE señaló no hace mucho, la calle no puede gobernar. Michelle Bachellet presenta un sesgo similar cuando agradece a los jóvenes el apoyo que le brindan los jóvenes dirigentes que vienen justamente de la calle, como si de la noche a la mañana estos jóvenes se hubiesen acomodado en un sillón y estuvieran disfrutando de una dieta… nunca más olor a lacrimógena…

La calle es el espacio público por excelencia. Allí se verifican nuestras experiencias colectivas, colaborativas y de conflicto. La calle es, por otro lado, el espacio a ocupar cuando en los despachos rechazan nuestras demandas o, simplemente, no nos reciben. Pero aun en el mejor de los casos, derrotar al enemigo en la calle, es una situación excepcional. Ocurre pocas veces en la historia, y no parece que en nuestro país se den las condiciones para una victoria, al menos, en el corto plazo.

Las urnas son el símbolo de las reglas del juego impuestas por los herederos de la dictadura. En ellas depositamos una voluntad y con ello, declaramos que, en ese acto entregamos a otro la representación de nuestra voluntad. Enajenamos el trocito de soberanía que nos corresponde. Y es justo ahí donde podemos empezar a perderla. La historia nos ilustra con ejemplos de los más variados y no sería ni el primero ni el último caso.

De todos modos, preguntémonos si por estos medios hay alguna posibilidad de ganar. Desde el punto de vista de la historia electoral reciente, no cabría abrigar muchas esperanzas, salvo quizá, por la contundente victoria de Bachellet en las primarias de junio. Asunto controvertido y difícil de extrapolar, porque no podemos saber si esas cifras representan una tendencia fiable de superioridad sobre los adversarios de la Alianza. En noviembre las papeletas contendrán otros nombres y lo que estará en juego será una cosa bien distinta. En cuanto a las anteriores elecciones, no se prestan para cálculos muy optimistas, salvo las municipales, pero tienen en su contra la baja participación.

De tal manera que la única posibilidad de vencer en las urnas es una cuestión de probabilidades matemáticas. Esto es, que ese universo de alrededor de 7 millones de votantes, diera al traste con los cálculos de unos y otros y se manifestara a favor de las candidaturas que recogen, en sus programas, las demandas sociales. Pero claro, son sólo especulaciones matemáticas.

Exploremos ahora ambos escenarios de manera conjunta. Muchas de las personas que participan en los movimientos sociales pertenecen al universo de los que no votan, incluso, los habrá que no han votado nunca. No conocemos el número exacto, ni siquiera aproximado de ellos, pero los suponemos partidarios de los cambios por los que vienen luchando en la calle. Pregunta: y si, luego de reflexionar sobre la mejor manera de mantener la presencia del movimiento social en la escena política, deciden que lo necesario e imprescindible en la coyuntura actual es votar en noviembre…, sin miedos, con la rabia de siempre, con la conciencia de siempre y con la convicción de que ese voto, de resultar ganador, obligará a su representante a cumplir el mandato que le ha dado, y lo obligará a el mismo, al dueño de ese trozo de soberanía, a defender su mandato, a controlar a su representante desde el primer día y, a no dudarlo, desde la calle. Y si además de ello, arrastra a otro que ha perdido también la confianza y ni siquiera está en la calle como el, y entre unos y otros sumamos y sumamos… No sabemos si lograremos con ese último esfuerzo derribar el edificio Guzmán-Pinochet, pero sabemos que de no hacerlo, ese edificio seguirá allí y los movimientos sociales habrán perdido una buena oportunidad de imponer su agenda. En estos momentos en que el enemigo da muestras evidentes de agotamiento, la calle y las urnas deberían expresarse de manera conjunta y contunde. Los importantes avances que han resultado de la movilización social deben traducirse en cambios significativos en lo político-institucional. No se interprete que postulamos aquí un Parlamento para Bachellet, se trata de un Parlamento al que se le pueda exigir desde la movilización el cumplimiento de sus compromisos con las demandas sociales. En suma, un parlamento para la gente. Porque es posible que ahora sí, la alegría llegue.

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Post Scriptum/ Al momento de publicar este documento recupero dos noticias que indignan, pero que, lamentablemente corroboran lo dicho antes sobre los enemigos de las demandas populares. Frei Ruiz-Tagle asegurando que el PDC no será un dique de contención, que su partido es y será de vanguardia, pero que entrarán a la Moneda para gobernar con Bachellet… Sabemos que su declaración es una advertencia: estará ahí para que el movimiento social no cope la agenda de transformaciones. La segunda noticia, la decisión del PS, y probablemente de la DC, no está confirmado aún, de presentar candidato a diputado por Santiago para competir con Giorgio Jackson. Conclusión: a estos enemigos del pueblo hay que combatirlos en su propio terreno… todo santiaguino decente debe ir en noviembre a ganarse en las urnas al diputado que necesita: Jackson.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.