La argentina Rita Segato lleva quince años poniendo el dedo en la llaga. La línea de estudio que alumbró entrevistando a violadores en las cárceles de Brasilia, actuando como perito en los femicidios de Ciudad Juárez y en el caso Sepur Zarco, que reparó a un grupo de mujeres maya q’eqchi’ víctimas de torturas sexuales por el Ejército guatemalteco, le permitió identificar las estructuras elementales de la violencia.
Segato señaló tres procesos: la aparición de un tipo de crimen, el expresivo; el crimen utilitario, y la presencia de un mandato de violación que forma parte de los mecanismos de fraternidad masculina.
Ahondando, estableció su teoría del desdoblamiento paramilitar del Estado, sobre todo en Latinoamérica -evidente en Colombia, Centroamérica y México-, que implica una tercerización del control de la vida «de sectores cada vez más amplios de población», dijo a Brecha.
«En nuestro continente el Estado se funda para recibir la herencia colonial. Su finalidad es administrar, desde el exterior, la riqueza de los pueblos. Se funda trasladando la gestión del otro lado del Atlántico hacia el territorio, un cambio de manos que inventa naciones. Ese es el error fundacional, en el que un Estado continuista, siempre colonial, inventa naciones extremadamente vulnerables a la inflación del control paraestatal de la vida», explicó.
Nada sustituye a su lectura, pero van unas pastillitas de sus reflexiones actuales planteadas en una exposición que dio en el Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades (Ceiich), de la mexicana Unam, y en una charla posterior que sostuvo con Brecha.
El origen histórico del binarismo
«Una de las cosas que estoy pensando con mayor empeño y gran dificultad, y es indispensable, es el gran fracaso en los intentos de los barbudos por tomar el Estado y, a partir de él, de su burocracia y blindaje, reconducir la historia a un mundo más beneficioso y de más bienestar para más personas. Esos intentos de toma del Estado han fracasado sin excepción», comienza diciendo la antropóloga ante un auditorio estudiantil mayormente femenino.
Insiste en descartar la «intención utópica» y rígida de un molde preciso de sociedad imaginada, para echar mano al «tránsito hacia horizontes abiertos» que enunció el recientemente fallecido Aníbal Quijano, otro teórico latinoamericano fundamental.
«Ese Estado burocrático va apareciendo en mis textos como el último momento de la historia patriarcal. La burocracia, en una definición mía muy poco weberiana, es aquel blindaje del poder en que se transforma la manera protocolar de los hombres en las sociedades tribales, aquella faena de parlamentación, primero entre casas, luego entre pueblos, con el frente colonial y luego el estatal», sostiene.
«La conversación masculina siempre ha tenido un formato retórico protocolar, pero en el tránsito de la historia hacia la colonial modernidad el protocolo político del mundo comunal se transforma en burocracia», señaló.
Vuelta a Quijano. La «colonial modernidad» es el concepto con el que Segato sigue la línea abierta por el teórico peruano: «La colonización fue indispensable para la modernización. No hay posibilidad de modernidad sin colonización. Lo que inventa la modernidad es el proceso colonial», explicó la argentina en diálogo con Brecha.
La tarea de «parlamentación» a la que refiere puede verse claramente en el personaje del «palabrero» en la película Pájaros de verano, de Cristina Gallego y Ciro Guerra, un policial finísimo que tiene como protagonistas a los wayuu de la Guajira colombiana, en el extremo norte de América del Sur.
Vuelta a Segato: «En la transición a la colonial modernidad se impone una estructura donde se abre una esfera pública y un sujeto universal (y esto el feminismo lo ha dicho durante mucho tiempo) que va a ser el vocero de las verdades de interés general, la política, la economía. La sociedad dual del mundo comunal se transforma así en el Hombre con mayúscula, sinónimo de humanidad y vocero enunciador de todo lo que pretenda ser dotado de politicidad, que secuestra todo lo político».
Segato señala que, aunque existía previamente un orden jerárquico de prestigio entre los géneros, al operarse el secuestro de lo político «el espacio doméstico colectivo, plenamente habitado, donde muchas deliberaciones tenían lugar, se transformó en esa cosa miserable que hoy es la familia nuclear y su pequeño espacio despolitizado, residual con relación a la política, al margen. Un resto de la vida real, que es lo que sucede en la esfera pública y el mundo del Estado».
En esa expulsión de la política que sufrió la vida familiar, el espacio doméstico nuclear «se privatiza y se transforma en el espacio de lo íntimo, cosa que la vida comunal no tiene. Ahí se perdió la politicidad femenina. Entonces pasamos a elogiar la vida privada. En esa idea morimos las mujeres».
El mandato de masculinidad
«Son muy bonitinhas las minorías políticas, las identidades políticas, pero en realidad son colocadas ahí por un error de lectura de la estructura que se impone en la transición a la colonial modernidad. Aunque parezca escandaloso, creo que la fórmula de la transversalización es eufemística, consolida la idea de un centro y sus minorías, y por eso es insatisfactoria», dispara la entrevistada, contra la perspectiva más extendida en los estudios recientes (y financiados) del feminismo.
Segato dice que la perspectiva transversal «consolida la minoritización de nuestro tema y nuestra posición en el mundo» porque afianza la «asimetría binaria» entre los temas netamente políticos y «el resto». Deconstruir este proceso, dice, es «un proyecto fundamental».
«Esto siempre ha sido un escándalo, porque numéricamente no somos minoría, porque nuestros intereses han sido despolitizados y expulsados del reino de lo plenamente político. Es por eso también que no podemos llevar nuestra vulneración a la justicia, que a los jueces les cuesta entender que el crimen sobre las mujeres es un crimen sobre un sujeto plenamente político, porque nosotras no somos ciudadanas» (véase recuadro).
«Esa asimetría está sustentada en el mandato de masculinidad», dijo para introducir su segundo concepto central actual y traerlo al auditorio con la anécdota que va a continuación. Segato explicaba un día sus estructuras elementales en una charla en Buenaventura, «un lugar muy violento» en la costa del Pacífico de Colombia «habitado por poblaciones negras desde hace 200 años». Desde 1991 «esas poblaciones tienen derecho constitucional a alojarse en ese lugar. Sólo que en un momento, ese pequeño puerto se ve interesantísimo para construir allí el ombligo del Acuerdo Transpacífico, estratégico para el comercio con Asia». Y las poblaciones fueron masacradas.
Segato describió escenas de horror, como descuartizamientos, crucifixiones y las mil y una maneras de la «extrema crueldad arbitraria». «Hay bandas contratadas por el interés inmobiliario para desplazar a esta gente y dejar esos espacios para la toma del capital y la construcción de estos emprendimientos. Allí una muchacha me preguntó cómo parábamos esta guerra para la que no hay acuerdo de paz ni armisticio posible.» Segato le respondió: «La única manera es desmontando el mandato de masculinidad».
En el continente hay una «mano de obra bélica reclutable» entre niños y jóvenes, porque «están formateados por el mandato de masculinidad en su versión hipertrofiada del tiempo presente», dice la argentina. «La posición masculina se ha precarizado por el efecto de intemperie de la vida laboral. Esa seguridad proveedora del hombre de familia no pueden tenerla más. Y eso es violentogénico», sostuvo. «No podemos ver cuánto la violencia intrafamiliar forma sujetos violentos y es violentogénica con relación a todos los crímenes que ocurren en toda la vida social.»
El «carácter totalizante» de lo binario que domina la esfera pública, sostiene Segato, enmascara los crímenes de género relegándolos a una condición menor, cuando son centrales en la reproducción de la violencia.
Sin embargo, advierte, los hombres mueren muchísimo antes de lo que deberían. «La hipertrofia y el mandato producen niños asesinos que empiezan a matar a los 10 y 14 años y que se perciben como machitos cuando ya mataron. Es una mano de obra bélica y perecible, obsolescente al extremo.»
Las cifras de muertes masculinas por enfermedades cardíacas evidencian vidas sujetas a la presión: «No poder estar a la altura de la exigencia de potencia, control y dominación, aunque demostrar potencia todo el tiempo lleva a una infelicidad permanente», dijo.
La antropóloga concluyó con un mensaje para los hombres: «Lo que quiero decirles es que están haciendo un mal negocio. Es político y estratégico convencerlos de esto, porque lo pagamos todos. Ese es mi discurso. La manera de parar la guerra es desmontar el mandato de masculinidad, y una de las formas de desmontarlo es atravesarles un espejo que les muestre que las primeras víctimas son ellos».
Sin justicia para las mujeres
Cuando Rita Segato llegó a México acababa de emitirse en Argentina el fallo sobre el caso de Lucía Pérez, una adolescente de 16 años que fue violada y asesinada, pero que la justicia no consideró que hubiera sufrido femicidio. Los autores del crimen fueron procesados sólo por vender drogas.
«La niña fue empalada, murió de un paro cardíaco causado por el dolor, y no fue considerado un feminicidio. Las mujeres golpeamos a la puerta del Estado y de la justicia y no entramos, porque no hemos pensado lo suficiente para deconstruir la falacia que está por detrás de lo político. Todo lo que nos pasa no es del orden de la ciudadanía, no es del orden de la política, porque la estructura lo ha exiliado al margen de lo íntimo», sostuvo.
Segato fue la primera en señalar que detrás del crimen sexual no se encuentra la libido, sino un «crimen netamente político». «¿El empalamiento es una relación sexual? Todo lo que nos pasa a nosotras es libidinizado y acorralado en el residuo de vida que es lo íntimo, el deseo sexual, cosas que la justicia y el derecho no pueden alumbrar plenamente. Creo que una política a partir de ahora debe consistir en deconstruir el binarismo que está ahí.»
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