A despecho de los datos superficiales, el ciclo histórico abierto con el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, en abril de 1948, podría empezar a cerrarse con la muerte de Manuel Marulanda, aparentemente por causas naturales, el 26 de marzo pasado. El asesinato de Gaitán embargó la posibilidad de un gobierno democrático de mayorías e instauró […]
A despecho de los datos superficiales, el ciclo histórico abierto con el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, en abril de 1948, podría empezar a cerrarse con la muerte de Manuel Marulanda, aparentemente por causas naturales, el 26 de marzo pasado.
El asesinato de Gaitán embargó la posibilidad de un gobierno democrático de mayorías e instauró el terrorismo de Estado del que las FARC son una creación dialéctica. La muerte de Marulanda, ocurrida al margen de la ofensiva militar impulsada por Alvaro Uribe y sin conocer la derrota, podría desencadenar dinámicas políticas que favorezcan la confluencia entre la oposición de masas y la oposición armada en Colombia, caso en el cual el objetivo estratégico de las FARC estaría cumplido, y la derrota de los sectores más reaccionarios, violentos y corruptos de la sociedad colombiana, de los cuales Uribe no es sino el más emblemático exponente, sería irrevocable.
Aunque nadie puede garantizar ese desenlace, el que tampoco sucederá mañana, es, con todo, la salida más probable -o más bien la única- del prolongado y sangriento conflicto colombiano.
A contrapelo de las apariencias, lo contrario, vale decir, una victoria estratégica en lo político y militar del régimen criminal de Alvaro Uribe Vélez, es lo que no tiene posibilidad alguna de acaecer, a pesar del, o más bien debido al, apoyo del imperialismo norteamericano y la creciente autonomización y potenciamiento del estamento militar colombiano.
Conflicto sin salida militar
La primera hipótesis de trabajo, compartida por todos los analistas serios y de algún rigor y honestidad intelectual, es que el conflicto de Colombia no tiene solución militar.
Las FARC no son una narcoguerrilla terrorista acorralada e impulsada por la ambición de una cúpula delirante y obsoleta, como plantea la intoxicante propaganda oficial.
Las FARC son un movimiento político y militar, representante de un sector específico de la sociedad colombiana, como el campesinado desplazado de sus tierras, excluido y masacrado por decenas de años de paramilitarismo; dotado de un programa político que ha perseguido con ejemplar tenacidad, y que en sus 44 años de lucha ha construido lo más parecido a un ejército popular y alternativo que registre la historia moderna.
Las FARC son un ejército popular que en sus 44 años de historia ha aprendido una táctica de lucha que domina en forma magistral, basada en la movilidad y en el conocimiento del territorio, heredada directamente de la genialidad de Marulanda.
Reveses
Es verdad que su muerte, aunque paralela a la ofensiva frontal ordenada por Uribe, coincide con una serie de reveses encajados por las FARC en el último tiempo, entre ellos, los asesinatos de los miembros del Secretariado, Raúl Reyes e Iván Ríos; la captura de información de inteligencia clasificada; la infiltración incluso a nivel de cuadros de dirección y la deserción de un cierto número de combatientes, entre ellos Nelly Ávila Moreno, alias «Karina», con grado de comandante.
Por más que la confluencia de estos factores, en el contexto de una ofensiva militar que ya se prolonga por seis años, apoyada por recursos económicos casi ilimitados y un imponente potenciamiento de la capacidad operativa de las fuerzas armadas del Estado, configura una de las etapas más críticas de la historia de las FARC, no es la primera ni determina en modo alguno su derrota. En términos comparativos, mucho más comprometedores para su supervivencia fueron los golpes propinados a las FARC en los albores de su historia, cuando recién estaba construyendo su experiencia de combate.
El propio Marulanda decía que la peor crisis en la historia de las FARC fue la caída de la columna de Ciro Trujillo, en 1966, ocasión en que la organización perdió el 70% de la fuerza acumulada en el proceso de lucha. Sólo en 1974, con motivo de la Quinta Conferencia, Marulanda pudo decir: «ahora sí calculo que nos hemos repuesto de esa terrible enfermedad que casi nos aniquila a todos».
Enseñanzas
De todas sus crisis las FARC supieron sacar enseñanzas, y esta no será una excepción. Lo probable es que en el ámbito estrictamente militar sobrevenga un repliegue táctico en el tiempo y el territorio, dedicado al análisis del nuevo modo de combate del enemigo, caracterizado por la movilidad y el poder aéreo. El repliegue táctico es una necesidad forzada por la captura de inteligencia clasificada desde el computador de Raúl Reyes. Es cierto que el régimen de Uribe ha generado una odiosa campaña de propaganda contra Hugo Chávez, a propósito del famoso computador de Reyes, pero también lo es que en él se encontraba todo el esquema de claves y codificación encriptada para las comunicaciones internas de la organización, y que la reconstrucción de uno nuevo tardará meses, periodo durante el cual la fluidez del mando se verá severamente limitada.
Datos de superficie
Según un reporte de Alfredo Rangel, director de la Fundación Seguridad & Democracia, y columnista del diario El Tiempo, las FARC han perdido el 30% de su contingente; sus ingresos han caído en un 50%; su presencia territorial se ha reducido en un 40%; su capacidad operacional bajó a la mitad y nunca había tenido una pérdida de mandos tan significativa como en los últimos dos meses, de lo que concluye: «Ahora las FARC tienen el tiempo en contra. Su debilitamiento será progresivo e irreversible, y mientras más débiles estén, menos podrán lograr en una negociación con el Estado. Por eso deberían acelerar el inicio de unos diálogos de paz con el Gobierno Nacional».
Esos son, precisamente, los datos de superficie aludidos inicialmente.
Rangel se desdice de afirmaciones anteriores, como cuando planteó que en una guerra que se prolonga ya por 44 años, el tiempo es una de las variables estratégicas fundamentales, que favorece al que no pierde y perjudica al que no gana.
Factores decisivos
Con abstracción de que provienen de un analista que se plantea desde las coordenadas del sistema, los datos que enumera serían decisivos sólo en la medida en que se cumplan dos condiciones.
Primero, que el objetivo de las FARC apuntara a tomar el poder por la fuerza de las armas. Segundo, que el avance de las fuerzas del Estado estuviera respaldado por una legitimidad democrática.
Rangel sabe, pero simula ignorar, que ninguna de esas dos premisas es cierta.
En larga conversación con quien suscribe, Raúl Reyes fue claro, categórico y hasta majadero, en explicar que aún cuando llegasen en algún momento a un pie de fuerza como para tomarse el poder por medios militares, eso no entraba dentro de los planes de las FARC porque su objetivo estratégico consiste en un régimen democrático de nuevo tipo, construido por y con las mayorías, y no ganar una guerra que no conduce a la paz. A mayor abundamiento, aseguró que las FARC tienen toda la paciencia del mundo para esperar la maduración de conciencia de los sectores populares, porque sin ellos no se puede construir la Nueva Colombia que reposa en su plan estratégico.
La segunda premisa es tan falsa como la anterior.
Los actuales y transitorios índices de popularidad de Uribe no pueden confundirse con legitimidad democrática ni podrán ocultar, en el mediano plazo, la descomposición moral de su régimen corrupto, inficionado por el paramilitarismo y el narcotráfico.
Terrorismo de Estado
Como analista serio, conocedor de la historia de su país, Rangel no puede ignorar que negociación en condiciones de debilidad con un régimen de terrorismo de Estado, fundado en la hipocresía de clase y el asesinato de campesinos y opositores, sin ninguna necesidad de que pertenezcan a la guerrilla, equivale a mandar al matadero a la eventual instancia negociadora.
Algunos datos para refrescarle la memoria.
Desde el 2002 a la fecha, más de quince mil campesinos, sindicalistas, trabajadores de derechos humanos, periodistas y militantes de partidos políticos han sido asesinados. Regiones enteras han sido arrasadas, sus poblaciones desplazadas y contaminadas las tierras de cultivo con herbicidas tóxicos. Más de cinco mil cuadros del movimiento popular, militantes del Partido Comunista y de las propias FARC-EP, fueron asesinados por paramilitares cuando se intentó abrir camino a la paz, la reconciliación y la democracia en Colombia, a mediados de los años 80, entre ellos tres candidatos presidenciales, dos senadores, tres diputados y numerosos candidatos a alcaldes.
Y no es que se trate de prácticas del pasado.
Sólo en lo que va del presente año, 28 dirigentes sindicales y de organizaciones políticas y sociales han sido asesinados, entre ellos tres militantes del Partido Comunista.
Según un reporte del senador Jorge Robledo, en 2002, cuando Uribe asume el poder, los sindicalistas asesinados en Colombia fueron el 85% de los ocurridos en el mundo; en el 2003 constituyeron el 73%; en el 2004 el 66% y en el 2005 el 61%.
El informe anual de Amnistía Internacional, dado a conocer el pasado 28 de mayo a nivel mundial, señala de modo textual:
«Los miembros de las fuerzas de seguridad ejecutaron extrajudicialmente al menos a 280 personas en el período de 12 meses concluido en junio de 2007. Los militares presentaban a sus víctimas, en su mayoría campesinos, como «guerrilleros muertos en combate».
En Colombia la exclusión está tan arraigada en el nivel cultural, que incluso analistas serios, como Rangel, tienden a soslayar esos antecedentes con pavorosa superficialidad.
Corrupción desenfrenada
En la actualidad 63 congresistas, casi todos de la coalición de gobierno, están bajo investigación por sus vínculos con los grupos paramilitares, acusados de 5.800 asesinatos, y más de 118.000 desplazamiento de campesinos con despojo de tierras, a los que se acusó de colaborar con la guerrilla.
Treinta y dos de dichos congresistas se encuentran en prisión, entre ellos el senador Mario Uribe, primo del mandatario.
En días recientes, y en una nueva muestra de su típico doblez, Uribe traicionó y extraditó a Estados Unidos a 14 de sus ex aliados paramilitares por el cargo de narcotráfico. Con ello, se congracia con su patrón, pero fundamentalmente, busca obstaculizar severamente las investigaciones por las masacres de campesinos inocentes y, desde luego, encubrir sus propios nexos con el paramilitarismo y el narcotráfico.
Escenarios posibles
Si es verdad que el pueblo colombiano está agotado con la guerra, como efectivamente lo está, no tardará en comprender que, para ocultar esa corrupción rampante, lo único que puede ofrecer Uribe es la intensificación de la guerra, intoxicado con, y prisionero de, la noción del «éxito» de su política de «seguridad democrática».
El tiempo se encargará de demostrarle al pueblo colombiano, en forma paralela pero inevitable, que aún con los cuantiosos subsidios del imperialismo, el costo económico de seis años de guerra no se puede asumir sin un deterioro sostenido de los indicadores sociales y la calidad de vida de los sectores más vulnerables, al tiempo que el incremento del presupuesto bélico estimula la corrupción a gran escala de los venales mandos militares, que para justificar sus bonos de desempeño, necesitan más asesinatos de campesinos acusados de guerrilleros.
El tiempo le ofrece una posibilidad de crecimiento al Polo Democrático, una coalición de fuerzas de izquierda y de centro izquierda, que ya desplazó al Partido Liberal como segunda fuerza política del país.
En la medida en que consolide su crecimiento, puede ser percibido como una alternativa de poder, proceso que ocurriría al unísono y en sintonía con el avance democrático en los países de la región. Y si eso sucede, las FARC no tardarán en notificar al pueblo colombiano que con el Polo Democrático están dispuestas a negociar, al tiempo que el pueblo caerá en cuenta que esa es la única posibilidad para que, en palabras de Gironella, en Colombia estalle la paz. Y cuando eso ocurra, el legado de Marulanda empezará a cerrar el ciclo histórico inaugurado con el asesinato de Gaitán.
Futuro inmediato de las FARC
Entretanto, y en lo relativo al futuro inmediato de las FARC, caben las siguientes predicciones analíticas.
Primero, se replegarán a una fase defensiva en lo profundo del territorio, en búsqueda de ganar tiempo, recomponer las estructuras de mando, analizar el nuevo modo de combate del enemigo y esperar la maduración de conciencia y el avance político del movimiento popular no armado.
Segundo, buscarán culminar la liberación de los prisioneros civiles, operación deliberadamente torpedeada por Uribe con el ataque al campamento de Raúl Reyes. En primer término, porque se convencieron de que su retención sólo les trae perjuicios en materia de opinión pública; pero en lo fundamental, porque quieren enviar una señal negociadora por encima del régimen de Uribe. Probablemente, no sea inmediata, en consideración a la seguridad de los prisioneros, en especial de Ingrid Betancourt, porque saben que su muerte es un objetivo buscado por Uribe, quien teme su competencia en una elección presidencial. En tal sentido, no es descabellado anticipar una liberación unilateral, pero en territorio de Venezuela o Ecuador.
Tercero, con el fin de demostrar la preservación de su capacidad de combate, tampoco es descartable alguna operación de cierta envergadura, que represente un golpe de efecto, como en su momento lo fueron los combates de Las Delicias y Patascoy. En Colombia, las condiciones que dieron origen a las FARC se mantienen inalteradas; por lo que mal puede pronosticarse su derrota estratégica o su capitulación. En el futuro inmediato de la guerrilla más antigua del mundo, lo más probable es un repliegue táctico en el tiempo y el territorio.
En consecuencia, el conflicto colombiano todavía es una historia en búsqueda de final.