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Ánalisis y recuerdos de una militante

Las intervenciones de fundos en el gobierno de la Unidad Popular

Fuentes: Rebelión

Las intervenciones de fundos se hacían por el Ministerio del Trabajo. Yo trabajaba allí con Julio Benítez, un muy buen compañero que era el subsecretario. El ministro era José Oyarce, comunista. LA LEY DE FREI Íbamos a una tarea muy concreta: intervenir todos los predios agrícolas que procediera y que pudiera. Este sistema se consideraba […]

Las intervenciones de fundos se hacían por el Ministerio del Trabajo. Yo trabajaba allí con Julio Benítez, un muy buen compañero que era el subsecretario. El ministro era José Oyarce, comunista.

LA LEY DE FREI

Íbamos a una tarea muy concreta: intervenir todos los predios agrícolas que procediera y que pudiera. Este sistema se consideraba como un complemento de la reforma agraria. No hay que confundir las expropiaciones de fundos con las intervenciones. Las expropiaciones las hacía la Corporación de la Reforma Agraria (CORA), por causa legal, mediante el debido proceso.

Para las intervenciones resulta que en la Ley de Reforma Agraria dictada por Frei, había un artículo que disponía más o menos lo siguiente: si un predio agrícola se paralizaba ilegalmente, el gobierno podía nombrar un interventor para resolver el conflicto a la brevedad posible. Éste podía darle algunas instrucciones al dueño, y si no eran acatadas, asumía la administración del predio para poner fin al conflicto. Los interventores generalmente habían sido militares que echaban a andar el fundo sin considerar en absoluto los intereses de los campesinos.

Pero este artículo lo pudimos aprovechar. Cuando se paralizaba un fundo, se nombraba un interventor nuestro, que tenía que ser funcionario público, preferentemente un técnico agrícola, quien finalmente tomaba la administración y hacía lo que correspondiera.

Curiosamente, esta disposición legal, la primera vez que la aplicamos no fue en un predio agrícola, sino en un complejo agro-industrial: PURINA. Julio Benítez me mandó allá porque la empresa estaba tomada. Era una tremenda trasnacional que fabricaba alimentos para animales.

Les expliqué a los interventores como era la cosa. Ahí mismo redactamos las instrucciones, que eran como veinte peticiones, todas de grueso calibre, pero había que asegurarse de que no las pudieran cumplir.

Cuando los gringos recibieron el petitorio me hacían reproches, decían que esto era ilegal, etc., etc. Pero era perfectamente legal, de modo que se fueron furiosos, supongo que a reclamar a su embajada o algo así.

Los interventores y los obreros dichosos y yo, para qué les digo. Me sentía la dueña del mundo. De una plumada les habíamos quitado PURINA a los yanquis, se la habíamos entregado a los obreros. Fue una de las satisfacciones más grandes de mi vida. Después vendrían las dificultades, los tropiezos, el sabotaje, en fin todo eso. En esos primero días de la Unidad Popular yo me sentía en el séptimo cielo, pensaba que estaba construyendo el mundo nuevo.

Esa misma sensación la tuve después cada vez que se intervino un predio y se lo entregamos a los campesinos, y los vi organizarse y tomar las riendas del fundo, sabiendo exactamente lo que tenían que hacer.

INTERVENCIONES DE FUNDOS

El procedimiento era así: se paraba el fundo, nombrábamos un interventor, éste le daba instrucciones imposibles al dueño y cuando el momio no las cumplía, el interventor tomaba la administración y ¡Vamos pa’ lante!

Uno de los problemas era que todos los funcionarios del área agrícola del Ministerio del Trabajo eran opositores, pero tenían derecho a la inamovilidad. Los dejábamos congelados, pero al estar las plazas ocupadas, no podíamos nombrar a nadie, no había quien ayudara.

Los campesinos pronto agarraron la onda. Llegaban a mi oficina desde los lugares más lejanos, a pedir y después a exigir que se interviniera el fundo tal, casi siempre por las mismas razones. A mí me daba gusto verlos, porque hacía tan poco tiempo que se habían comenzado a organizar, tenían tan poca experiencia, y sin embargo eran aguerridos, exigentes. Hasta tiempos muy reciente, los campesinos se paraban fuera de la casa patronal y esperaban horas que el patrón se dignara atenderlos. Se sacaban el sombrero y lo sostenían con las dos manos sobre el pecho, siempre tenían la vista baja y decían «Sí, su merced…mande, patrón.» Ahora, en los comienzos de la Unidad Popular, venían compañeros de la Federación Ranquil -de izquierda-, otros de la democracia cristiana, porque en materia agrícola Frei había establecido la «libertad» sindical, había varias federaciones y organizaciones diversas.

Al principio los campesinos llegaban recelosos, desconfiados. También era una experiencia nueva para ellos. No sabían bien qué se podía esperar de este gobierno. Me acuerdo de uno que era dirigente de una federación de la democracia cristiana, la «Triunfo Campesino» que era muy entaquillado; era joven, bien plantado, lo estoy viendo. Me decía «Señora, HAY que intervenir el fundo XXXX en Talca, porque ya está paralizado». Yo le contestaba: «Señora no, compañera. Y por favor, explíqueme por qué HAY que intervenir ese fundo».

Para no alargarme, diré que terminé siendo amiga de todos ellos; se transformaron en mis compañeros del alma, porque eran los únicos en quienes me podía apoyar y ellos sabían que yo era casi la única que los apoyaba, porque este asunto de las intervenciones agrícolas cada vez gustaba menos en el gobierno.

Las razones que me daban para pedir la intervención eran generalmente las mismas o muy parecidas: el dueño había desmantelado el fundo, se había llevado la maquinaria, las herramientas y los animales para Argentina. Los campesinos se estaban muriendo de hambre; querían la intervención para tratar de echar a andar el predio. Yo les decía «Conforme, allá vamos». ¿Qué otra cosa podía hacer?

La intervención había que hacerla por decreto. Estos decretos tenían la característica especial de que se empezaban a cumplir antes de la toma de razón por la Contraloría. Primero lo firmaba el ministro y después el presidente. Siempre firmó, nunca dejó de hacerlo, aunque fueron cientos los decretos que le llevamos entre Julio y yo.

Es verdad que fuimos más allá de lo previsto; pero no fue aquello lo que provocó el golpe. Creo que hiciéramos lo que hiciéramos, el desenlace iba a ser el mismo, a no ser que el gobierno se vendiera totalmente a la derecha y a los yanquis -antes se decía al imperialismo- lo que no era concebible.

Al principio se intervenían predios de 500, 300, 100 hectáreas. Los campesinos se los tomaban y exigían que se intervinieran. Después los fundos eran de 60, 50 hectáreas. Y se intervenían, voy a decir por qué: porque con cada fundo intervenido nos echábamos unos pocos enemigos en contra -el dueño y su familia- pero adquiríamos el apoyo incondicional, hasta la muerte, de 50, 100, 200 campesinos. Ese simple cálculo aritmético era lo que me movía; entonces creía que tenía razón y todavía lo creo. Los dueños de fundo saboteaban todo, no producían. Lo que querían era joder al gobierno.

Además los campesinos necesitaban hacer producir el fundo como fuera para proveer a su subsistencia, era para ellos un asunto de vida o muerte. Y trabajaban, sin herramientas, sin nada, prácticamente con las uñas.

En síntesis, se puede concluir que la presión popular excedía en mucho a lo que la administración del gobierno podía conceder.

Pero una cosa, eso sí: siempre atendí cuidadosamente y respetuosamente a todos los dueños de fundo que iban a mi oficina a reclamar. Les trataba de explicar lo que era la política del gobierno en materia de reforma agraria, etc. etc. y destinaba horas a hablar con ellos. En suma, les decía: «No es nada personal, sólo es política».

Yo no era insensible a sus lamentaciones, pero no cambiaban en nada mi camino. Los abogados momios venían a reclamar, vociferaban, me amenazaban. Pero nunca me ofrecieron dinero, nunca trataron de comprarme.

El asunto se me fue complicando y complicando en la Contraloría. La que atendía estos casos allí era aquella abogada que después fue ministra de justicia de Pinochet: Mónica Madariaga. Cada día me pedía nuevos y diferentes requisitos para cursar los decretos. O sea que la propia Contraloría actuaba en contra del gobierno.

Después comenzaron a rechazar los decretos, es decir no tomaban razón, los devolvían, con lo cual se armaba tremendo enredo. Porque era un decreto que ya se había empezado a cumplir, el interventor había asumido la administración, había pedido plata al Banco, había vendido en verde las futuras cosechas, etc., etc. No había vuelta atrás, por lo cual no quedaba más remedio que hacer un decreto de insistencia, que lo tenía que firmar el presidente Allende y todos los ministros. Y así se hacía.

Las condiciones de tensión nerviosa en que trabajábamos eran de espanto. Por un lado los campesinos, que por muy amigos que eran, a veces metían la pata, hasta me llegaron a tomar la oficina para exigir la intervención de un predio minúsculo; por otro lado los momios y sus abogados, por otro la Contraloría, por otro los interventores, que requerían apoyo, había que gestionarles los créditos en los bancos, conseguirles abogados que los defendieran de las demandas de los dueños, y suma y sigue.

Nunca me sentaba. Trabajaba parada, tanta era la tensión nerviosa y las preocupaciones. Pero yo estaba segura de lo que había que hacer y lo hacía. No tenía ninguna duda teórica, política ni moral. Creo que fue eso lo que me salvó del derrumbe. Ahora, después de tantos años, cuando lo vuelvo a pensar, me pregunto: ¿Hice bien, me equivoqué? ¿Fui una irresponsable, contribuí en lo que me tocaba, a la caída del gobierno de la U.P.? Y me contesto: No, hice lo que había que hacer, para eso me habían puesto allí.

LOS INTERVENTORES

Bueno, en total creo que se intervinieron unos 600 fundos en todo el país, de diferentes tamaños, formas y colores.

Al principio los interventores venían a Santiago para que yo los instruyera y les explicara cómo era el asunto. Les decía: «Mira, no tienes que preocuparte de nada. Los campesinos lo saben todo. Ellos conocen el predio y saben muy bien lo que hay que hacer. Tú ponte de acuerdo con ellos, que constituyan un comité de administración que lo haga todo, y tú nada más firmas.» Claro que esto no era tan cierto, pero así los iba convenciendo. Les seguía diciendo: «Tienes que tomar la administración del fundo, porque si no, la intervención no sirve para nada. Para eso le tienes que dar al dueño unas instrucciones que no quiera o no pueda cumplir».

Pues ya a los dos o tres meses entre las organizaciones campesinas y los funcionarios de la Unidad Popular se había corrido la voz. Ellos mismos redactaban sus «instrucciones», agregándoles una fraseología divertida: «siendo tal hora, en tal lugar, XXX el señor interventor… viene a darle a usted… las siguientes instrucciones ineludibles, insoslayables y obligatorias…» Era para morirse de la risa.

Cuando llegaban los abogados de los momios a mi oficina, a reclamar enfurecidos, y me mostraban las «instrucciones» del interventor, yo tenía que hacer muchos esfuerzos para no soltar la carcajada.

Había algunos interventores que administraban varios fundos. Pero en total, deben haber sido cerca de 400 interventores, entre ellos algunas muchachas.

Pero no sólo era buscarlos, convencerlos. También había que conseguirles plata en los bancos, porque el fundo estaba en la ruina, buscarles abogados para los juicios que les metían los momios. Yo hacía lo que podía, que era bastante poco, la verdad.

EL GOLPE

Después del golpe el asunto se puso trágico, naturalmente. Los campesinos estaban en esa lucha de clases y seguramente sabían que podían perder la vida. Ellos estaban dispuestos a jugársela. Pero los interventores no eran campesinos, eran funcionarios. Sin embargo a casi todos estos interventores los mataron. Y en esos asesinatos no sólo participó el ejército y los carabineros, sino los propios dueños de los fundos intervenidos. Tenían un gran odio contra estos muchachos.

Muchas veces me he dicho: Debí prever lo que iba a pasar, a mí no me ocurrió nada porque estaba en Santiago y me pude asilar, pero a ellos… Debí advertirles, quizás algunos se hubieran podido salvar.

Pero la verdad es que en Chile nos habían enseñado que los militares eran muy legalistas, apegados a la Constitución, que siempre defenderían a un gobierno democráticamente elegido. Es decir, nos habían lavado el cerebro desde niños. Esa podría ser una excusa, pero en realidad para mí no lo es, siempre me he sentido responsable de esas muertes.

 

 

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.