Buscar a los desaparecidos, casi siempre, forma un entramado de cuerpos en movimiento. Cuerpos en los que la persona desaparecida habita, se hace presencia, es evocada como parte de un vínculo de afectos y valores que no se rompen, que desafían el paso del tiempo. Así pudimos atestiguarlo entre los días 2 y 6 de octubre pasados cuando, una vez más, fuimos tras los pasos del internacionalista vasco Pedro Baigorri y los luchadores colombianos Tomás Arévalo y Remberto Artunduaga, muertos y desaparecidos por el ejército colombiano el 6 de octubre de 1972 en la zona rural del municipio de Curumaní, en el departamento del Cesar. Por primera vez, en esta historia de búsqueda, se encontraron los familiares de Pedro Baigorri, sus sobrinos Peio Mendia Baigorri y Gurutz Mendia Baigorri, con los familiares de Tomás Arévalo, su hermana Olides Arévalo y Nuria Martínez Arévalo, Manuel Racero Arévalo y Félix Racero Arévalo, hijos de Olides. Los cuerpos aproximaron distancias, se encontraron, se abrazaron con fuerza, nos conmovimos hasta las lágrimas. La memoria está viva, los muertos no se nos mueren. Los familiares estuvieron a solas para conversar. Seguramente Tomás y Pedro fueron invocados, hablaron de la gran amistad que los unía, reconstruyeron sus luchas, sus compromisos políticos y probablemente los detalles del hecho atroz en el que fueron asesinados.
Este encuentro de los familiares fue organizado por la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas (UBPD), institución derivada del acuerdo de paz entre las FARC y el Estado colombiano, quién también invitó al colectivo Ceiba de la Memoria, que ha acompañado el trabajo de memoria en la región. Nuestras conversaciones tuvieron lugar tanto en la ciudad de Valledupar, capital del Cesar, como en el municipio de Curumaní. En este último escuchamos los resultados técnicos del equipo médico forense sobre el avance de las investigaciones en varios osarios en los que se presume estaría el cuerpo de Pedro Baigorri o de Tomás Arévalo. El resultado, luego de explicar detalles anatómicos, es que los restos óseos examinados no disponen de suficiente material genético como para determinar la identidad de Tomás Arévalo o de Pedro Baigorri (de Remberto Artunduaga aún no tenemos muchas informaciones). Los antropólogos y médicos forenses sintieron la misma frustración y la misma incertidumbre que sintieron familiares y todos los involucrados al escuchar este informe.
Luego sucedió algo que pareció escapar de los informes técnicos forenses. Conversamos, junto a los familiares y a los funcionarios de la UBPD, sobre la existencia de un relato de la memoria que palpita más allá de los cercos de la historia institucional: la experiencia de los vencidos que ha terminado por movilizarnos. Pudimos percibir que el sufrimiento de las víctimas de la historia es una experiencia común, como bien nos lo dice Walter Benjamin. Esa idea, sentida como experiencia en el cuerpo, tuvo eco en nuestro encuentro. Sentimos que no solo nos convocaba el repudio a la indiferencia, también los valores e ideas políticas que animaron las acciones de Pedro Baigorri y Tomás Arévalo. En nuestros diálogos entendimos que las respuestas de la búsqueda no son exclusivamente un veredicto técnico forense, sino más bien que estas vienen en complicidades que se entretejen, voluntades que germinan mediante vínculos que terminan contribuyendo a apaciguar heridas.
Al día siguiente, el día 5 de octubre, nos reunimos en el cementerio de Curumaní, donde fueron inhumados los cuerpos de Pedro Baigorri, Tomás Arévalo y Remberto Artunduaga, para acompañar a la familia Baigorri a instalar un hilarri, una estela funeraria vasca con los nombres de Pedro, Tomás y Remberto. En aquel momento tuvimos la sensación compartida de que hay unas voces que se niegan a apagarse, es un extraño atributo de la memoria que perdura. Lo digo porque mientras se instalaba el hilarri comenzaron a aparecer personas diciendo que conocieron a Pedro Baigorri y a Tomás Arévalo. El señor Sebastián Mejía, por ejemplo, quien fue el primero en hablarnos del lugar en el que desaparecieron a Pedro Baigorri y quien habilitó este camino de búsqueda, recordó que siendo apenas un niño conoció a Baigorri, dijo que recordaba su altura y su bella sonrisa. Otra señora dijo que no olvida su barba roja, otra dijo que al vasco no le gustaban las pachangas y no bebía licor, otro dijo que recordaba el olor aromático de la picadura de tabaco de su pipa, incluso apareció el alcalde del pueblo y dijo que creció escuchando las historias sobre Tomás Arévalo y sus luchas por la tierra, su esfuerzo por dignificar la vida de los campesinos y su logro al conseguir que el colegio de Curumaní lleve el nombre de Camilo Torres Restrepo. Todas estas narraciones se escucharon mientras se preparó la instalación del hilarri, confirmando que ahora Pedro Baigorri, Tomás Arévalo y Remberto Artunduga tienen un lugar de memoria donde rendirles ofrendas y dejarles flores. Se ha contrariado a quienes quisieron imponer el silencio.
En este acto de memoria estuvo presente José Trinidad Navarro, un hombre que escuchó desde niño a su abuelo narrar todas las noches el ataque militar que sufrieron Tomás Arévalo y Pedro Baigorri. Una vez más, los cuerpos se encuentran, las voces de la memoria persisten. La finca de su abuelo fue muy cerca del lugar en el que fueron asesinados. De modo que junto a José Navarro, junto a los familiares Baigorri y Arévalo, junto a los funcionarios de la UBPD y del colectivo Ceiba de la Memoria, resolvimos ir al lugar de los hechos, exactamente a la finca La Cigüeña, entre las veredas Nueva Idea y Casa de Piedra. Allí rememoramos de nuevo los hechos sufridos, hablamos con pobladores que recordaban a Tomás y a Pedro, reconstruimos sus acciones de combate, que se trataron exclusivamente de robar una farmacia para distribuir medicamentos y un mercado para distribuir comida entre los pobladores. En un instante de esta visita, José Trinidad Navarro, Peio Mendia Baigorri y Gurutz Mendia Baigorri, se quedaron a solas, al borde de la quebrada San Pedro, todos entendimos que era un momento íntimo en el que seguramente José Trinidad Navarro sintió el deber de transmitir toda la narración que su abuelo dejó bajo su cuidado. Los recuerdos forman una trama que se aviva entre los cuerpos. Vimos que Gurutz, como si quisiera darle forma material a los vínculos creados, guardó algunas piedras del lugar para preservarlas en el País Vasco.
Al regresar a Curumaní supimos de algo imprevisto, era como si lo insólito quisiera seguir habilitando caminos. Los funcionarios de la UBPD nos dijeron que las actividades realizadas en Curumaní animaron a muchas otras personas a aproximarse y preguntar por sus desaparecidos. De modo que la pregunta por ¿dónde están?, se amplificó, se volvió multitud. La búsqueda de Pedro Baigorri y sus compañeros terminó por darle vida a nuevas acciones humanitarias de búsqueda. Ahora son más de 40 familias las que buscan a sus seres queridos desaparecidos en la región de Curumaní. Esta realidad me ha hecho pensar, ya para finalizar, sobre la responsabilidad que los vivos hemos asumido con los muertos.
Además de los familiares y la UBPD, otras personas, entre ellas quienes integramos el Colectivo Ceiba de la Memoria, personas en el País Vasco, periodistas e investigadores, hemos acogido la necesidad de disputar la presencia de Pedro Baigorri y Tomás Arévalo en la historia. Cada uno, bajo su buen proceder y compromiso, ha aportado en la reconstrucción y la búsqueda, nos hemos movilizado desde una misma posición, viendo la historia desde la perspectiva de los muertos. Quizás esto nos permite comprender, como bien apunta Vinciane Despret en su libro A la salud de los muertos (2022), que los luchadores sociales que invocamos aún poseen, después de fallecidos, su propia “manera de ser”. Es decir, en la búsqueda ellos nos han enseñado que tienen un lugar concreto en la historia, y que nuestros trabajos de memoria tal vez no sean más que el camino posible con el que les ayudamos a “terminar aquello para lo que estaban hechos”, como diría Despret.
El hecho de que hayan aparecido más de 40 familias buscando a sus desaparecidos en el mismo lugar, que el recuerdo de Pedro Baigorri y Tomás Arévalo anime valores sociales y políticos entre los pobladores, parecen demostrarnos que sus presencias siguen interviniendo en la historia, como en este caso, impulsando nuevas acciones humanitarias. Mejor dicho, Tomás y Pedro nos ayudan a encarar nuevos desafíos políticos, como si los valores que los movilizaron hubieran sido plantados en tierra fértil. La historia continúa componiéndose con ellos aún estando muertos.
¿Cómo leer el hecho de que los restos de Pedro Baigorri y de Tomás Arévalo continúen a la espera de ser hallados e identificados? No dejo de pensar en otra pregunta: ¿No contar con un veredicto forense para rescatar sus restos, tiene que ver con que su lugar de actuación, las luchas que decidieron asumir y los ideales que los animaron, continúan presentes en esta región del Caribe de la que forman parte?
Al final de los encuentros en Curumaní, en un momento final de nuestras conversaciones, citamos unos versos de José Emilio Pacheco con los que solemos invocar a Pedro Baigorri, a Tomás Arévalo y a Remberto Artunduaga:
Despedida
Fracasé. Fue mi culpa. Lo reconozco
Pero en manera alguna pido perdón
o indulgencia:
Eso me pasa por intentar lo imposible.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.