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Las mentiras de Patricio Aylwin

Fuentes: Diario Red Digital

Cuando se tiene tejado de vidrio, como Patricio Aylwin, en el golpe de Estado de 1973, y el quiebre de la democracia que aún se prolonga hasta hoy, es peligroso entregarse al juego lanzar peñascazos al voleo. En la edición del domingo 27 de mayo, del diario español El País, Aylwin suministra una serie de […]

Cuando se tiene tejado de vidrio, como Patricio Aylwin, en el golpe de Estado de 1973, y el quiebre de la democracia que aún se prolonga hasta hoy, es peligroso entregarse al juego lanzar peñascazos al voleo. En la edición del domingo 27 de mayo, del diario español El País, Aylwin suministra una serie de opiniones que no se avienen con los hechos, y peor aún, perpetra groseras tergiversaciones de la historia que no se pueden dejar pasar, más aún cuando la mayoría de la actual población de Chile no había nacido el 11 de septiembre de 1973. A Aylwin es fácil refutarlo por dos vías: el contraste de sus conceptos con la realidad del Chile actual, y la abundante evidencia documental.

Aylwin disparó primero. Ahora no se puede quejar.

De entrada, afirma con notable soltura de cuerpo que «es evidente que los chilenos se reconciliaron». Lo en realidad evidente es que Aylwin carece de la virtud de la empatía para situarse en el lugar de los demás.

¿Cómo se puede hablar de reconciliación cuando todavía hay 2.025 personas detenidas desaparecidas?

¿Cómo se puede hablar de reconciliación cuando de alrededor de cinco mil causas de violación de derechos humanos, hay sólo 66 victimarios en prisión?

¿Cómo se puede hablar de reconciliación, cuando la derecha no sólo no sólo no ha pedido perdón ni ha reconocido sus responsabilidades, sino que ahora en el Gobierno sigue violando derechos humanos en forma masiva, y aplicando técnicas conspirativas, como la actual campaña contra la ex Presidenta Michelle Bachelet?

Pocas líneas después, con el fin de justificar el injustificable concepto de la «justicia en la medida de lo posible», el desideratum de la cobardía de la «transición», afirma con no menos descaro:

«No habría sido viable juzgar a Pinochet. Habría dividido terriblemente al país e, incluso, puesto en peligro la continuidad del Gobierno».

Aylwin es deshonesto al desconocer que eso fue el producto del trato de la transición con Pinochet. Que haya sido explícito o implícito, carece de importancia. El hecho es que el 16 de octubre de 1998, Pinochet fue detenido en Londres, donde pasó 503 días preso; y a su regreso, se le iniciaron numerosos procesos, tanto por violación de derechos humanos como por corrupción, producto de lo cual perdió su cargo como senador vitalicio, sin que en este país se haya movido una hoja y, menos, se hubiera registrado alguna amenaza seria de «terminar con el Estado de derecho», como alguna vez amenazara el propio Pinochet, ante el pavor de Aylwin y su entonces Ministro de Defensa, Patricio Rojas.

En consecuencia, la siguiente afirmación de Aylwin en la entrevista al diario El País, «Pinochet no fue un hombre que obstaculizara las políticas del Gobierno que yo encabecé», es derechamente una mentira.

Salvo que el «boinazo» del 19 de diciembre de 1990, y el «ejercicio de enlace» del 28 de mayo de 1993, acciones ambas percutadas por el propio Pinochet en las barbas del Gobierno de Aylwin, destinadas a impedir la investigación de los pinocheques, un caso de masiva corrupción que tenía como protagonistas al mismo Pinochet y especialmente a su hijo mayor Augusto Pinochet Hiriart, hayan sido poco más que desfiles militares.

¿O esos antecedentes no son verdaderos, señor Aylwin?

En rigor, las palabras de Aylwin sobre Pinochet en el diario El País, muestran despuntes del síndrome de Estocolmo, que como ser sabe, consiste en una reacción psíquica en virtud de de la cual la víctima de un secuestro, o persona retenida contra su propia voluntad, desarrolla una relación de complicidad con el secuestrador:

«Pinochet representaba, por una parte, orden, seguridad, respeto, autoridad. Y, por otra, una economía de mercado que iba a permitir la prosperidad del país. Esos fueron los dos factores definitorios, y por eso Pinochet fue popular. Era un dictador, pero popular».

A reglón seguido, expresa su sorpresa por las millonarias cuentas de Pinochet en el Banco Riggs:

«La verdad es que a mí me sorprendió. Primero, porque nunca tuve antecedentes. Segundo, porque, en la historia de Chile, ningún presidente había salido más rico al finalizar su Gobierno».

Y claro, como no va a manifestar sorpresa, si la inmensa mayoría de las maniobras perpetradas por Pinochet para ocultar su fortuna malhabida, ocurrieron durante el Gobierno de Aylwin, bajo la ignorancia y/o complicidad de él mismo y de su ministro de Defensa.

Sin embargo, Aylwin perpetra violaciones inaceptables a principios como la verdad histórica y la honestidad intelectual, cuando, a título de escopeta, se entrega a denostar en forma gratuita a Salvador Allende, su Gobierno y su memoria.

De entrada, profiere: «Allende terminó demostrando que no fue buen político, porque si hubiera sido buen político no habría pasado lo que le pasó».

Allende era tan mal político, que hoy es símbolo y bandera de millones de personas empeñadas en construir un mundo mejor.

Allende era tan mal político, que el proceso que él encabezó, frustrado por una conspiración cerril y criminal, de la que Aylwin participó con pleno conocimiento de causa, hoy florece en múltiples procesos emancipatorios en América Latina, que buscan lo que Allende nunca transó y fue capaz de garantizar al precio de su vida: socialismo impulsado por la acción consciente de mayorías.

En cambio, si Aylwin es rescatado para la posteridad en virtud de su galimatías de la «justicia en la medida de lo posible», puede darse con una piedra en el pecho».

Pero ya donde su insolencia es intolerable, es cuando afirma con esa permanente semi sonrisa:

«El golpe se habría producido sin la ayuda de Estados Unidos. Estados Unidos (…) la DC no tuvo ninguna participación».

Hasta donde se sabe, el señor Aylwin profesa la religión católica, y por tanto no debiera ignorar el octavo de los diez mandamientos de la ley: «no levantarás falsos testimonios ni mentirás».

La evidencia de la participación de la democracia cristiana en la conspiración contra el Gobierno de Salvador Allende y el régimen democrático que culminó el 11 de septiembre de 973, es tan profusa, conocida e indesmentible, que mejor Aylwin se hubiera atenido al consejo del Quijote, en el episodio de los martillos de Batán: «peor es meneallo, amigo Sancho».

El informe de la Comisión del Senado norteamericano presidida por el senador por Idaho, Frank Church, sobre las ilegales y encubiertas acciones de la CIA en Chile, datan de una época tan temprana como 1964, y entre muchas otras cosas, prueba que sin la conspiración orquestada por el Gobierno de Nixon, el golpe no se habría producido.

Aquí van algunas referencias textuales de dicho informe, relativas a la responsabilidad de la democracia cristiana en la conspiración que acabó con la democracia en 1973, la cual, dicho sea al pasar, todavía no ha sido restaurada, al menos no en un estándar que merezca tal calificación:

«Entre los años 1962 y 1969, Chile recibió indirectamente más de un billón de dólares en ayuda directa de los Estados Unidos, préstamos y subvenciones incluidas. Chile recibió más ayuda por habitante que cualquier otro país del hemisferio. Entre 1964 y 1970, entre 200 y 300 millones de dólares en crédito de corto plazo fueron continuamente facilitados a Chile desde bancos privados americanos».

«La Agencia Central de Inteligencia gastó más de $2.6 millones en apoyar al candidato Demócrata Cristiano, en parte, para prevenir el ascenso a la presidencia del marxista Salvador Allende. Más de la mitad de la campaña del candidato demócrata cristiano fue financiada por los Estados Unidos, a pesar de que él no fue informado de esta ayuda. Además, la Central proporcionó el apoyo a un gran número de estudiantes, mujeres, grupos de profesionales y campesinos, todos ellos pro-demócratas cristianos».

«En una secuencia de decisiones entre 1971 y 1973, la Comisión 40 autorizó cerca de $4 millones para partidos de la oposición en Chile. La mayor parte de este dinero fue al Partido Demócrata Cristiano (PDC), pero una parte considerable fue entregada al Partido Nacional (PN), un colectivo conservador más radicalmente enfrentado al gobierno de Allende que el PDC. También se hizo un esfuerzo para dividir la dirección de la coalición Unidad Popular introduciendo elementos para romperla. El apoyo con fondos a gran escala a partidos políticos entre 1970-73 no fue, sin embargo, algo sin antecedentes, si bien se podría decir que a una escala más modesta. En 1962 el Grupo Especial (predecesor de la Comisión 40) autorizó varios cientos de miles de dólares como esfuerzo para fortalecer el PDC en previsión de las elecciones de 1964».

«El 14 de septiembre (de 1970, n. de la r.) la Comisión 40 acordó que debería ser llevada a cabo por la CIA una campaña de propaganda para hacer hincapié en el daño que ocasionaría a Chile estar bajo el gobierno de Allende. La campaña fue incluida en los esfuerzos tácticos para conseguir la reelección de Frei. De acuerdo a un informe de la CIA, la campaña buscó crear preocupaciones acerca del futuro de Chile sí Allende era elegido por el Congreso; la propaganda se diseñó para influir a Frei, a la elite chilena y los militares chilenos».

«El Plan de Acciones I y el II, (que terminó con el asesinato del general Schneider; n.d la r.) de hecho, se movieron juntos después del 15 de septiembre. El embajador Korry, que estaba formalmente excluido del Plan de Acciones II, fue autorizado a fomentar un golpe militar, asegurándose que Frei conviniera con esa solución. En la reunión de la Comisión 40 el 14 de septiembre, él y otro «miembro indicado de la misión de la Embajada» fueron autorizados para intensificar sus contactos con oficiales militares chilenos para estimar su voluntad para apoyar el «Gambito por Frei». El embajador fue también autorizado para hacer sus contactos con los militares chilenos enterados de que sí Allende conseguía el cargo, los militares no obtendrían más apoyo militar (MAP) de los Estados Unidos».

«Más de la mitad de las fondos aprobados por la Comisión 40 dieron apoyo a partidos políticos de la oposición: el partido demócrata cristiano (PDC), el partido nacional (PN), y varios grupos de disidentes. Cerca de medio millón de dólares se canalizaron a grupos de oposición durante el mandato de Allende. A comienzos de 1971 las subvenciones de la CIA posibilitaron que el PDC y el PN compraran sus propias empresas de radio y periódicos. Todos los partidos de la oposición recibieron dinero antes de las elecciones municipales de abril de 1971 y para las elecciones al congreso en julio. En noviembre de 1971 se aprobaron financiaciones para reforzar al PDC, al PN y a grupos disidentes. También se hizo un esfuerzo para generar una fractura de la coalición UP. Los fondos de la CIA apoyaron a los partidos de la oposición en tres elecciones en 1972, y en las elecciones al congreso en marzo de 1973. El dinero suministrado a partidos políticos no solo servía para apoyar a candidatos en varias elecciones, sino para posibilitar a los partidos a mantener una campaña en contra del gobierno durante la legislatura de Allende, instando a los ciudadanos a demostrar su oposición en una amplia variedad de maneras».

«Existen también efectos a largo plazo en las acciones encubiertas. Muchos de ellos pueden ser adversos. Esto afecta a los americanos al ser unas instituciones extranjeras. Las instituciones chilenas a las que los Estados Unidos más favorecieron pueden haber sido desacreditadas dentro de su propia sociedad por el hecho de su apoyo secreto. Particularmente en Latinoamérica, incluso la sospecha de apoyo de la CIA puede ser el beso de la muerte. Podría ser el irónico final de una década de acción encubierta en Chile si esa acción destruye la credibilidad de los Demócratas Cristianos Chilenos».

Si el señor Aylwin tiene antecedentes que desmientan ese informe, como no sea la vaga invocación de que «no tiene ninguna razón lógica echarnos la culpa», es el momento que los desclasifique. Y si no es capaz de hacerlo, mejor se atenga al sabio refrán de que para mentir y comer pescado, hay que tener mucho cuidado. A sus 83 años, es aconsejable que el ex- presidente, vinculado de muchas y extrañas maneras a los últimos 50 años de nuestra historia, permanezca en el claustro de sus cuarteles de invierno.