>>Nuestros libros de Historia de segundo de bachillerato terminaban con el franquismo y la transición, pero nunca llegábamos a estudiarlo en clase.
>>»No es odio, es dignidad y justicia», describe con acierto mi abuela. Hubo un tiempo en que nadie podía imaginar que algo así sucediera. Hoy algunos aún están aquí para verlo, hay quien se ya fue.
>>Otros que son hoy pequeños y no entienden bien por qué tanto revuelo crecerán y seremos nosotras quienes se lo contemos. Les mostraremos las imágenes y les diremos: somos las nietas de las mujeres que Franco reprimió.
Dos televisiones encendidas, la radio puesta en la cocina. La casa de mis abuelos debe ser un estruendo. A mí el eco me llega a través del teléfono. Cuarenta años después Franco está fuera del Valle de los Caídos y yo les llamo. Ella está al borde del llanto, lleva meses repitiendo lo mismo: que no puede morirse antes de ver como el dictador abandona Cuelgamuros. Es jueves 24 de octubre de 2019, mediodía, y la profecía se ha cumplido.
El helicóptero arranca y se escucha en su salón a lo dolby surround. Todo el mundo lo sabía a comienzo de curso: nuestros libros de Historia de segundo de bachillerato terminaban con el franquismo y la transición, pero nunca se llegaba a verlo en clase. Si acaso rápidamente, en la última semana antes de ponernos a estudiar la prueba de acceso a la universidad. Dedicábamos muchísimas más clases a las monarquías absolutas y a las democracias censitarias del siglo XIX que a la historia reciente de nuestro país, la que aún se vivía en nuestras casas.
Era la historia que había partido a nuestras familias, que había infligido heridas que aún podíamos ver en las vidas de nuestras abuelas y abuelos. La que aún sostenía anécdotas y conflictos que escuchábamos en las comidas familiares. Y, sin embargo, era la historia que menos se nos explicaba, la que no alcanzábamos a escuchar en clase, la historia sobre la que no teníamos opción de hacer preguntas.
Casi supimos más del siglo XX español por los relatos familiares que por los libros de texto. Por eso, este jueves, la memoria de muchos se fue a sus abuelas y abuelos. Porque, contrariamente a lo que proclaman los nostálgicos del franquismo, la imagen del helicóptero sobre Cuelgamuros alivia, reconforta, pone otra venda sobre la herida. «No es odio, es dignidad y justicia», describe con acierto mi abuela. Hubo un tiempo en que nadie podía imaginar que algo así sucediera. Hoy algunos aún están aquí para verlo, hay quien se ya fue. Otros que son hoy pequeños y no entienden bien por qué tanto revuelo crecerán y seremos nosotras quienes se lo contemos. Les mostraremos las imágenes y les diremos: somos las nietas de las abuelas que Franco reprimió.
Ojalá que para entonces sí escuchen en clase de Historia con mayúscula las historias con minúscula de las mujeres a las que la dictadura rapaba y paseaba por las calles como castigo por transgredir su modelo de mujer. Las de las mujeres condenadas a ser el «ángel del hogar» del franquismo: no pienses, no leas, no desees, no sueñes, no aspires a ser más que un complemento del hombre, la madre de la familia, reza mucho, confiésate, ponte los rulos cuando él no esté en casa.
Ojalá que para entonces nos hayamos sacudido el franquismo de muchos otros lugares y las familias hayan podido encontrar y enterrar a sus muertos. De momento, el helicóptero sobre el Valle de los Caídos nos acerca a las abuelas, a las que están y a las que ya no. Somos las nietas de las mujeres a las que Franco arrebató su emancipación. No lo olvidaremos, no queremos volver a épocas oscuras. «No es odio, es dignidad y justicia».
Un grupo de mujeres rapadas durante la dictadura
BIBLIOTECA ‘MANUEL RUIZ LUQUE’ / MONTILLA (CÓRDOBA)