Corrían los años ochenta y el presidente Belisario Betancur abrió la mesa de negociaciones con la insurgencia de Colombia. El pueblo vibró esperanzado ante la posibilidad de construir un camino de reformas que condujera a la paz con justicia social. Mientras, las Fuerzas Militares, en contravía del Gobierno Nacional y de la opinión pública, tramaban […]
Corrían los años ochenta y el presidente Belisario Betancur abrió la mesa de negociaciones con la insurgencia de Colombia. El pueblo vibró esperanzado ante la posibilidad de construir un camino de reformas que condujera a la paz con justicia social.
Mientras, las Fuerzas Militares, en contravía del Gobierno Nacional y de la opinión pública, tramaban sabotear el proceso de paz para continuar la guerra contrainsurgente. Son conocidos los planes de la época. Centenares de miles fueron desplazados, desterrados, desarraigados. Fue destruido el tejido social, la posibilidad de trabajar, de producir, el 68% de propietarios desplazados por la violencia quedó en condiciones de indigencia, engrosando los cinturones de miseria de las ciudades grandes y pequeñas de Colombia. Miles de desaparecidos, asesinados, torturados; se produjo el genocidio contra partidos y organizaciones políticas como la Unión Patriótica.
La mayoría de colombianos y la opinión internacional desconocen los planes contrainsurgentes de las Fuerzas Militares de entonces contra las organizaciones guerrilleras. No se sabe por ejemplo, que se prepararon centenas de agentes cuyas misiones eran infiltrarse en las filas de las FARC y de otras organizaciones populares. Nadie creería que los entrenaban para matar comandantes, envenenar la comida de los combatientes, dañar las piezas de las armas, robar dinero. Otras misiones más sofisticadas tenían que ver con crear problemas entre los comandantes y la tropa guerrillera, lograr la insubordinación, la deserción, la traición.
En esas tareas ocuparon indiscriminadamente a mujeres y hombres, gente corriente de las regiones del país, desempleada, económicamente necesitada, también mucho lumpen. Jóvenes, la mayoría menores de edad, eran «sembrados» en las regiones, veredas y poblaciones por dónde la guerrilla hacía sus ingresos. Donde se violaban las normas de ingreso a las FARC, por ahí entraba la infiltración de agentes. Recibían el pago y el entrenamiento en los Batallones del Ejército.
Un caso particularmente aterrador, por la perversión sin límite, fue el de las niñas del Batallón Juanambú. Este hecho fue presentado ante una de las tantas comisiones de paz y de verificación del cese al fuego de la época. El Batallón Juanambú reclutaba niñas en un orfanato de Florencia, Caquetá, las entrenaba para infiltrarse en las estructuras guerrilleras. Las monjas del orfanato escogían a las menores de tal manera que cumplieran con los requisitos exigidos por los militares: bonitas, inteligentes, con buenas condiciones físicas.
En los dos años de entrenamiento aprendían a desnucar a un ser humano con un solo giro especial de la cabeza, a moler vidrío para echarlo en las comidas, a conocer y usar armas a la perfección. Lo peor era que las dejaban sin sentimientos, sin autoestima, sin pasado ni futuro, era la destrucción de cualquier tipo de humanidad. Matar y tomar la sangre de su propia mascota, buscar y tener sexo con cualquiera sin ningún criterio o compromiso, dejarse embarazar para salir de filas previo cumplimiento de la misión, mentir con desfachatez, con seguridad, mirando a los ojos.
Conocimos y sufrimos a las niñas del Juanambú: bonitas y muy jóvenes, habían dejado la niñez y la candidez en el Batallón, hábiles, sagaces y sin entrañas. Los guerrilleros las rehuían con cierto temor y con toda razón. A ese recuerdo me remonta la memoria cuando la falsi media presenta «las pruebas» contra nuestros compañeros revolucionarios.
La política de las FARC siempre fue transparente, justa y pública en relación al ingreso de las mujeres a la guerrilla, en primer lugar, tan voluntario como el de los mismos hombres. Con igualdad de derechos y deberes frente a la organización y la lucha, cosa que la sociedad colombiana no ha alcanzado. No en vano un muy alto porcentaje de mujeres hizo parte de las filas insurgentes. Fue en la militancia guerrillera donde se volvieron sujetos sociales conscientes de su papel en la historia del país, luchando hombro a hombre con los camaradas hombres. Tan queridas, apreciadas, respetadas, amadas y necesarias como tal vez no lo volveremos a ser jamás.
Esperamos que la Comisión de la Verdad y la Justicia Especial para la paz se ocupen, entre otras, de esta dramática historia de la guerra en Colombia, de las niñas del Juanambú. Que se establezcan responsabilidades frente a los métodos empleados en la confrontación armada para derrotar a la guerrilla, no todo se vale, jamás encontrarán un caso de guerrilleras infiltradas en las Fuerza Armadas cumpliendo este tipo de misiones. La valoración que tienen nuestros camaradas de lucha sobre las mujeres en general y las guerrilleras en particular jamás permitiría algo semejante.
La guerrilla de las FARC, sus comandantes y combatientes, jamás pudo ser derrotada precisamente porque se erigió como un colectivo revolucionario con principios y virtudes altruistas.
Fuente original: http://prensarural.org/spip/spip.php?article22521