El ministro Alejandro Foxley expone por la prensa sus apreciaciones sobre el valioso rol que viene jugando el Presidente de Venezuela, Hugo Chávez, por ayudar a detener el proceso de desestabilización democrática en contra del Presidente Evo Morales. Este desatino del Canciller Foxley no es nuevo y es atingente recordar otro episodio similar en que […]
El ministro Alejandro Foxley expone por la prensa sus apreciaciones sobre el valioso rol que viene jugando el Presidente de Venezuela, Hugo Chávez, por ayudar a detener el proceso de desestabilización democrática en contra del Presidente Evo Morales. Este desatino del Canciller Foxley no es nuevo y es atingente recordar otro episodio similar en que la prudencia está exenta de sus palabras y dichos.
Corría el mes de mayo de 2006 y en la vecina Bolivia su Parlamento y Presidente habían acordado la histórica nacionalización de todos los yacimientos de hidrocarburos del país. El día después de la firma de dicha Ley de nacionalización aprobada por el pueblo boliviano con un contundente 89% de adhesión, nuestro Canciller Alejandro Foxley declaró a la prensa: «Tenemos una preocupación porque los esquemas de integración están siendo cuestionados…Esta es una situación que si se mantiene como está, América Latina en su conjunto va a tener menos crecimiento económico, más desempleo y más desigualdades».
A pesar de las duras y temerarias declaraciones de nuestro Canciller, que sobrepasaban incluso las opiniones de los dueños de las empresas que el Gobierno boliviano nacionalizaba -la brasilera Petrobrás y la española Repsol- nadie le pidió explicaciones de porqué opinaba en un asunto interno y de alta sensibilidad para toda Bolivia. Tampoco tuvo que soportar solicitudes de disculpas para con el pueblo, parlamento y Presidente de Bolivia. Por tanto, el inefable Canciller Foxley, de nuevo lanzaba sus opiniones personales sin medir las consecuencias que ellas pueden acarrear con países vecinos o amigos. Todo esto, por supuesto, muy distante al espíritu y acción ejemplar que recientemente han tenido los mandatarios convocados y reunidos por la Unasur.
Veamos ahora si Alejandro Foxley tiene autoridad para decir que «no va entrar en polémicas inútiles» cuando responde -de nuevo por la prensa- y confirma que no se disculpara ante el gobierno Bolivariano de Venezuela por sus declaraciones en un canal de TV y ampliamente difundidas por otros medios de comunicación en que confiesa que por un momento temió que la exigencia del líder venezolano de condenar a EE.UU. hiciera fracasar la reunión de la Unasur porque a éste «le gusta el protagonismo».
Y, de nuevo, el Canciller con pasmosa tranquilidad contraataca en una entrevista del diario La Tercera (21/9) en que explica que él tiene experiencia en temas difíciles, cuando en la campaña del No había que entenderse con quienes apoyaban a Pinochet. Y esa lección la aplica en todas partes. A reglón seguido el periodista le pregunta que la experiencia de lidiar con Pinochet ayuda hoy a negociar con Chávez. A lo cual el Canciller dice simplemente que «No es lo que estoy diciendo». Francamente este juego de palabras y mensajes subliminales por medio de una entrevista escrita habla muy mal de un Ministro encargado de cuidar criteriosamente las relaciones exteriores de Chile.
Nadie puede discutir o desaprobar que Alejandro Foxley tenga su opinión política sobre temas internacionales u otros. El asunto es que un Canciller tiene el mandato Constitucional de entregar opinión como representante de todo los chilenos. Además, desde el momento en que acepta un cargo de confianza exclusiva de la Presidenta, debe ser más cuidadoso aún para que no quede la duda o sospecha de que esas opiniones en un sentido u otro la puedan involucrar en las buenas relaciones que a nivel de Gobierno se tiene con países latinoamericanos amigos.
Pero en esta oportunidad Alejandro Foxley fue más lejos. En la misma entrevista dice: «Hay caminos al desarrollo que son francamente muy distintos: hay países que están en un proceso de instaurar asambleas constituyentes y de aprobar nuevas constituciones, lo que es bien distinto a lo que viven en Chile, Brasil, Perú o Colombia, donde existen democracias muy consolidadas y economías globalizadas…». Para cualquier observador neutral y objetivo estas declaraciones son una demostración del estilo Foxley, es decir, se puede opinar y analizar desde una óptica personal tal o cual proceso político-económico de un país, pero por ningún motivo aceptar un esquema parecido si trata de una visión política distinta porque allí si se trataría de un «intervencionismo».
Este doble standard es inaceptable y compromete los grados de credibilidad de nuestro servicio exterior en momentos especialmente delicados por los sucesos que se vienen registrando en Bolivia. También pueden motivar opiniones muy críticas dentro y fuera de Chile, cuando por ejemplo el Canciller Foxley dice que Chile tiene una democracia muy consolidada. Esto no es así ya que todavía vivimos bajo una Constitución heredada de la dictadura y, aunque ha sido reformada en reiteradas oportunidades, todavía permite un sistema electoral binominal rechazado mayoritariamente por la ciudadanía en forma transversal. Además de otros graves excesos que permite esta Constitución del 80 cuestionada por prestigiados juristas-constitucionalistas y desde su propio partido; la Democracia Cristiana.
Nadie tiene derecho a opacar la brillante reunión de los presidentes de la Unasur celebrada recientemente en Santiago y su valiosa declaración de La Moneda. Menos aún cuando en Bolivia recién comienza el diálogo para alejar los intentos de golpe alentados por sicarios y mercenarios que ya han cobrado decenas de muertos y cientos de desaparecidos. Por lo tanto, en este grave escenario, resultan insultantes los dichos del Canciller Foxley y su excesivo apego a los dictados de Washington. El mundo sabe bien que los líderes de la Casa Blanca no respetan los acuerdos ni los derechos humanos, más bien patrocinan procesos confrontacionales y reñidos con el diálogo y la paz.