Difícil sería encontrar un mensaje presidencial tan fuera de foco como el que leyó el presidente Sebastián Piñera ante el Congreso Pleno en Valparaíso. Cuando en el país está en desarrollo una crisis institucional -que tiene por los suelos el prestigio de los políticos y los partidos, y el del propio mandatario-, el jefe del […]
Difícil sería encontrar un mensaje presidencial tan fuera de foco como el que leyó el presidente Sebastián Piñera ante el Congreso Pleno en Valparaíso. Cuando en el país está en desarrollo una crisis institucional -que tiene por los suelos el prestigio de los políticos y los partidos, y el del propio mandatario-, el jefe del Estado se corre por la tangente con un mensaje que da la espalda a la realidad.
Para disimular lo vacuo del mensaje la ceremonia del 21 de mayo estuvo rodeada de una parafernalia en que ni siquiera faltó el acarreo de gente para vitorear al mandatario y a sus ministros. También actuaron los «jefes de barra» que sincronizaron las tandas de aplausos para calentar el gélido ambiente que produce la incredulidad. La presencia de una familia modesta -siguiendo la fórmula de la «señora Juanita» creada por Lagos hace un decenio-, en la que cada uno de sus miembros estaría recibiendo los beneficios de las políticas sociales del gobierno, puso la «nota humana» a la perorata. La tradicional ceremonia estuvo precedida por un artificial clima de tensión entre gobierno y oposición. Los opositores habían amenazado boicotear con interrupciones el discurso del presidente. No obstante, como se preveía, invocando enaltecedores principios republicanos, la oposición -como correspondía- fue a calentar sus asientos del Congreso Pleno, se tragó completo el mensaje y hasta le puso buena nota porque prosigue en la huella de los gobiernos de la Concertación. El presidente no se hizo cargo en el mensaje de la crisis política, social e institucional que vive el país. Sencillamente no hubo una parte política que esbozara caminos de salida para una situación que se hace cada vez más delicada. Mientras gobierno y oposición fingen riñas de zarzuela, en las calles se multiplica la protesta social. En Freirina, por ejemplo, hubo violentas protestas por el funcionamiento de una gigantesca planta faenadora de carne de cerdos -propiedad del consorcio Agrosuper, importante avisador de los medios de comunicación, que demoraron en informar del suceso- que contamina con moscas y olores nauseabundos al valle del Huasco. Poco antes, una marcha de cien mil estudiantes en Santiago, que tuvo también réplicas en provincias, demandó el fin del lucro en la educación. Se produjeron, además, por distintos motivos, cortes de caminos con barricadas de fuego en dos lugares del sur. En todos estos casos, la represión policial fue violenta y con una actuación orientada a provocar la ira de la población.
El presidente Piñera en vez de centrar su intervención en el análisis de la crisis de la sociedad chilena, prefirió explayarse dos horas en un relato idealizado de los logros y de lo que aspira hacer en su gobierno, antes de entrar en las penumbras de la historia. En su mensaje hubo cero política y cero reflexiones de estadista, a pesar de la toga republicana con que se invisten hoy gobierno y oposición. Nada dijo de la crisis del modelo neoliberal que se aplica desde la dictadura militar-empresarial. Optó por anunciar bonos paliativos de las carencias que padece el pueblo como producto de las desigualdades que genera ese modelo. Tampoco meditó el presidente sobre la crisis capitalista mundial y el derrumbe neoliberal en Europa, que amenaza a economías abiertas y dependientes de mercados externos, como Chile, que marcha a remolque de la economía china, devoradora de materias primas pero en paulatino proceso de estancamiento. Nada dijo el presidente de que el país continúa rigiéndose por la Constitución de Pinochet -maquillada por el gobierno de Lagos- que consagra un sistema electoral binominal que es una camisa de fuerza hasta para los partidos que lo propugnan. Tampoco habló de la necesidad de dotar de mayor autonomía a las regiones para terminar con el centralismo que ahoga al país. El mensaje y su explotación mediática pusieron en evidencia el supremo esfuerzo que hace el gobierno por conquistar apoyo mediante una política que la oposición, por pudor, no se atreve a calificar de «populista». Al mismo tiempo, La Moneda busca recomponer sus relaciones con sectores de la oposición para asegurar la continuidad del modelo.
Pero la crisis institucional es tan profunda, que se agravará si no hay un cambio de rumbo. Lo saben tanto la derecha que está en el gobierno como la derecha que aspira a regresar a La Moneda para que nada cambie. Las poses «republicanas» que adopta la llamada clase política para ocultar su incapacidad para enfrentar la crisis institucional, no impedirán que la protesta social siga aumentando. La cohesión que intentan articular estos próceres de cartón piedra para salvar una institucionalidad desvencijada y corrupta, puede alcanzar éxito transitorio debido a la ausencia de una alternativa política y electoral democrática y popular. Pero los problemas de la sociedad chilena no se resuelven con bonos, como hacía Michelle Bachelet y ahora Piñera. Requiere de un proceso de cambios profundos que cuente con una dirección político-social inspirada en valores de clase muy diferentes a los de los actuales partidos de gobierno y oposición.
«Punto Final», edición Nº 758, 25 de mayo, 2012 www.puntofinal.cl