Nombrar al Movimiento Estudiantil chileno como un sujeto unificado lleva a equívocos. La diversidad de identidades y expresiones organizacionales que forman parte del activo movimiento estudiantil hace necesario reconocer el dinamismo y la vitalidad política de la juventud chilena. Al mismo tiempo, 2006, 2008 y 2011 son los años clave en el que los distintos […]
Nombrar al Movimiento Estudiantil chileno como un sujeto unificado lleva a equívocos. La diversidad de identidades y expresiones organizacionales que forman parte del activo movimiento estudiantil hace necesario reconocer el dinamismo y la vitalidad política de la juventud chilena. Al mismo tiempo, 2006, 2008 y 2011 son los años clave en el que los distintos sectores convergieron en la calle.
Al principio, fueron los estudiantes secundarios quienes, conscientes del problema del endeudamiento, intentaron frenar la tramitación de la Ley de Financiamiento y Acreditación, que buscaba crear más formas de financiamiento privado al muy privatizado sistema educacional chileno. Lo que quedaría como el «movimiento pingüino» fue diluido por el pacto entre la Concertación y la Alianza, quienes por medio de diversas mesas de negociación integraron a distintos representantes de los estudiantes para discutir un proyecto de ley que no dejó contento a nadie. La llamada LOCE reformó bajo los mismos parámetros privatizadores el legado pinochetista en materia educacional.
Ya en 2008, los universitarios se sumaron con fuerza mediante masivas marchas callejeras, que dejaron con poco aire al gobierno. Fueron momentos de consolidación, en donde las juventudes comunistas (JJCC) realizaron un trabajo quirúrgico que terminó con la dirigencia de importantes federaciones, como la Universidad de Santiago y la de Chile. Por otro lado, el movimiento Nueva Acción Universitaria (NAU) avanzaba en la Católica, destronando a los gremialistas, herederos del ideólogo de la dictadura Jaime Guzmán.
Sin embargo, no fue hasta 2011 que el movimiento estudiantil no provocó un verdadero remezón en la política chilena. Aquel año, las marchas se volvieron cada vez más constantes y masivas. Al mismo tiempo, la represión fue endureciéndose en forma ascendente. Ese año encontró grandes figuras carismáticas, lideradas por Camilla Vallejos, Karol Cariola y Camilo Ballesteros, de las JJCC. Giorgio Jackson (NAU) y Francisco Figueroa (Autónomos) además de José Ancalao, de la Federación Mapuche de Estudiantes (Femae), sólo por nombrar algunos.
En la actualidad y con la entrada del Partido Comunista (PC) al pacto Nueva Mayoría, las JJCC pagaron duros costos en cuanto a representatividad universitaria. Esto se debe a que Michelle Bachelet es vista con amplio recelo por la mayoría del estudiantado del país, especialmente en las universidades del Estado. Por lo tanto, el apoyo de los jóvenes comunistas a la plataforma de la ex presidenta los hizo retroceder hasta el tercer puesto en las últimas elecciones de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (FECH), la más antigua organización estudiantil del país, quedando atrás de los anarquistas organizados y de los autónomos.
Un fenómeno interesante que se está dando en Chile es el reiterado avance de figuras femeninas en puestos de poder. Si bien el país aún mantiene altísimas tasas de discriminación hacia el género femenino y la falta de políticas en materia de justicia e igualdad es sumamente grave, pueden distinguirse varios rostros femeninos de amplio alcance político y mediático.
Sumadas a las ganadoras para dirimir la primera magistratura del país (Bachelet y Matthei), encontramos a Vallejos y Cariola como nuevas diputadas. Asimismo, Roxana Miranda, por el movimiento de pobladores, y Eloísa González, en estudiantes secundarios, se suman a Natividad Llanquileo, vocera de la Coordinadora Arauco Malleco (Mapuche).
A esta lista de mujeres dirigentes, la política del movimiento estudiantil suma a Melissa Sepúlveda como nueva presidenta de la FECH y a Naschla Aburman en la FEUC (Universidad Católica), las dos universidades más antiguas y prestigiosas del país. La primera irrumpe con un discurso de raigambre anarquista, retomando la dirigencia de la vida universitaria desde 1922, última vez que la federación fue dirigida por una organización de este tipo. La segunda derrotó por pocos votos al gremialismo que, después de un período de descomposición, volvió con fuerza a los primeros lugares de la católica.
Aburman, representante de la NAU, encarna un proyecto de centro-izquierda de tendencia progresista, con amplios nexos con Acción Democrática, organización que llevó a Giorgio Jackson al parlamento. Se plantean como una estructura que traspasa el ámbito universitario y que busca posiciones de poder. En cambio, Sepúlveda representa posiciones anarquistas y libertarias, dándose a conocer como organización antisistema apenas contabilizados los votos que le otorgaron el triunfo, haciendo un llamado a no votar en estas elecciones presidenciales.
Así, el movimiento estudiantil, con su rica gama de identidades y complejos entramados políticos, se volvió un actor fundamental de la política chilena. Las elecciones de las federaciones son seguidas por los medios y la elección de Sepúlveda en la FECH y Aburman en la FEUC promete mantener caliente la movilización, aunque con menos masividad y probablemente más protesta.
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