Siempre con un punto de vista certero y nada domesticado, Santiago Alba Rico, uno de los guionistas del mítico -y tantas veces añorado- programa La Bola de Cristal, y autor entre otros de los libros Leer con niños (Caballo de Troya), Capitalismo y Nihilismo (Akal) o Iraq, un cuento para niños, este último en formato e-book, descargable gratuitamente desde la red, reflexiona sobre la literatura como «el único camino posible, al mismo tiempo, hacia el mundo común y hacia uno mismo. Pero nos quedamos en medio: el centro comercial, el parque temático, la televisión», asevera el escritor. En unos meses la editorial Hiru añadirá un nuevo título a esta interesante bibliografía, El naufragio del hombre.
¿Por qué es necesario leer con niños?
Es necesario jugar con niños, correr con niños, cocinar con niños, viajar con niños, porque los niños, como decía Lucrecio, atemperan la brutalidad de los mayores y obligan a tomarse en serio los objetos. Son grandes condensadores de realidad. En cuanto a los libros, lo he dicho alguna vez, son relojes. Y leídos en voz alta nos sacan del tiempo rápido, uniforme, de la digestión -es decir, del consumo- para inscribirnos en el tiempo del relato, el único medio ecológico donde criaturas y acontecimientos cobran sentido.
¿Por qué crees tú que sigue fortaleciéndose el empeño en gestionar contenidos para adultos, jóvenes y niños? ¿Existe la literatura para niños o jóvenes más allá de la literatura específica para jóvenes o niños?, ¿Qué perdemos con esa epistemología esquelética?
Me temo que esos cortes -de edad, de género, de etnia- tienen que ver sobre todo con la explotación especializada de franjas de consumo. El resultado es la enorme hipocresía de una sociedad que se sentimentaliza en lugares separados, a determinadas horas, mientras apoya guerras o desprecia a los inmigrantes y entrega a sus niños, en una especie de sacrificio ritual, a las multinacionales capitalistas. Por lo demás, los criterios para establecer estas separaciones son errados. Si pensamos en el cine, creo que las películas de Walt Disney, como los libros de Sade, deberían estar reservadas para adultos bien preparados que pudiesen protegerse de sus hechizos corruptores. Lo que sí es claramente para adultos es el mundo; y no hay apenas adultos para gestionarlo o analizarlo.
¿La literatura del aburrimiento actual puede acabar por invisibilizar a la literatura que reconocerá a esta época cuando el tiempo de las modas y los géneros simplones acabe?
El problema en el capitalismo es siempre de superproducción paradójica: demasiado trigo y al mismo tiempo hambre, demasiada leche y sed, demasiados libros e ignorancia. La buena literatura es incompatible con un mercado que quema más libros que el régimen nazi y que no permite que lleguen a cristalizar tradiciones, escuelas, corrientes, miradas comunes. Y la buena literatura no puede salvarse a sí misma; debe salvarse con todo lo demás.
¿Por qué es tan necesario aburrirse en la época en la que estamos viviendo?
Nos han robado nuestros medios de producción pero también nuestros medios de ocio y conocimiento, completamente estandarizados en el exterior al servicio de la llamada industria del entretenimiento. Nos obligan a divertirnos como nos obligan a trabajar. Aburrirse es la condición para la recuperación del tiempo; es decir, de la narración y la conciencia. Es el único camino posible, al mismo tiempo, hacia el mundo común y hacia uno mismo. Pero nos quedamos en medio: el centro comercial, el parque temático, la televisión.
¿El concepto entretene, que sorpresas nos guarda en su seno?
Yo diría que, asociado a la llamada industria del entretenimiento, tiene el sentido muy claro de quedarse en el camino, de quedarse a medio camino. Se nos entretiene, se nos mantiene con vida -como se habla de manutención de un cuerpo o un motor- en una especie de pasillo donde no pasa nada: donde las cosas y sus imágenes se limitan a pasar delante de nuestros ojos, sin que podamos atraparlas o compartirlas.
Si la cultura es entretenimiento y nada más, ¿para qué sirve la cultura? ¿La cultura necesita de su articulación práctica para sobrevivir o eso tan solo es un lastre para la cultura?
El peligro está en confundir cultura con mercancías culturales, las cuales -como todas las mercancías- son la negación misma de la cosa que nombran y parecen llevar dentro. De hecho, verdadera cultura, hoy en día, sólo se produce contra el mercado, incluso cuando, a veces, es asimilada o difundida por él. Como el mercado no es puritano acepta también las cosas buenas. Pero las cosas buenas nacen siempre en otra parte. «Cultura» es cualquier operación orientada a reproducir el medio propiamente humano de la humanidad y por eso es más «cultural» una madre que cose un botón que la llamada Alta Costura. Cultura es Costura y la baja, que alimenta todas, siempre se olvida.
Los personajes de La Bola de Cristal lanzaron semillas de pensamiento que hoy por hoy están de plena actualidad. La generación entretenida y concienciada con aquel programa infantil, ¿reconoce como mentores a los creadores de aquel programa?
Lo he dicho otras veces: La Bola de Cristal reunió en una encrucijada muy volátil dos corrientes destinadas a separarse e incluso a enfrentarse con el tiempo. Hoy la mitad de los espectadores del programa recuerdan y se identifican con la movida; la otra mitad con sus contenidos políticos, muy críticos y subversivos. Salvo excepciones, los cantantes de La Bola son hoy de derechas; los que fuimos sus guionistas cada vez más de izquierdas. Hay, sí, una media generación que, casi obligada por la televisión que se hizo después, reconoce su deuda política con un programa fresco y chapucero que trataba a los espectadores, también a los niños, como mayores de edad.
¿Hacia donde camina la lectura de este mundo?
No hay que equivocarse: a la lectura nunca le ha ido demasiado bien. Leer es un trabajo y ya Cicerón se quejaba de lo poco que leían los romanos cultos. Ha sido sin embargo una posibilidad maravillosa -de democratización y racionalización de la humanidad- que no llegaremos a agotar. Mucho antes de que el mundo entero esté alfabetizado y mucho antes de que sea realmente «letrado», se nos exige incorporarnos a un nuevo paradigma -el digital- del que sólo sabemos que subvierte nuestra forma de abordar la realidad, y de abordarnos a nosotros mismos.
¿Qué opinión te merecen los conceptualizadores de la literatura como un arte inútil?
Lo malo es cuando se dice eso en su favor, para defender la presunta independencia o pureza de la literatura. En todo caso, incluso esos piensan que la independencia y la pureza son útiles en este mundo. Por lo tanto la pregunta es: ¿útil para qué? ¿Util para quién? ¿Son la independencia y la pureza más útiles en este mundo que el compromiso político y la conciencia de los vínculos?
Frente al infierno o el paraíso de unos y ceros y de libros electrónicos, ¿cómo puede el libro en papel seguir alimentando el fuego con sus historias?
Lo que está en peligro es la categoría misma de historia (y de Historia) y no sólo a manos de los 1 y los 0, aunque el formato digital, mucho menos trabajoso para el usuario que el libro, se presta muy bien a una economía basada en rupturas permanentes, en procesos inacabados, en presentes puros jamás cristalizados en consistencias duraderas (eso que los antiguos llamaban «cosas»). Un libro es más «cosa» que un CD y toda «cosa», no hay que olvidarlo, es ya una historia, transporta una historia: la historia, al menos, de cómo se hizo y de cómo llegó a formar parte de este mundo.
N.B. Esta entrevista es una versión ampliada de la entrevista publicada en el Correo de Andalucía.
Fuente: http://www.elcorreoweb.es/cultura/081337/peliculas/walt/disney/deberian/reservarse/adultos