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El director Samuel Sebastian realiza la película “La larga noche de la imaginación”

«Las personas refugiadas arrastran su conflicto a los países de destino»

Fuentes: Rebelión

Es una película de 93 minutos protagonizada por personas refugiadas, pero en la que también se aborda la trata de personas o la represión policial. «La larga noche de la imaginación», filme todavía no finalizado del que es guionista, realizador y coproductor Samuel Sebastian, integra diferentes asuntos en una trama que persigue una idea: además […]

Es una película de 93 minutos protagonizada por personas refugiadas, pero en la que también se aborda la trata de personas o la represión policial. «La larga noche de la imaginación», filme todavía no finalizado del que es guionista, realizador y coproductor Samuel Sebastian, integra diferentes asuntos en una trama que persigue una idea: además de las guerras, los conflictos en el mundo proceden en gran medida de la falta de entendimiento entre los seres humanos; por ejemplo en Europa occidental, se produce una manifiesta incapacidad para la relación con otras culturas. Tal vez por ello en la película aparezcan diálogos en seis idiomas: kurdo, árabe, inglés, castellano, ruso y ucraniano.

El filme se empezó a gestar en 2011, cuando Samuel Sebastian terminó de rodar «La pausa de los muertos» y se presentaba esta película en diferentes festivales, entre otros el Cinema Vérité de Teherán. «Era un momento complicado, porque el régimen iraní estaba represaliando a muchos cineastas», explica el director. Un grupo de realizadores protestaron y de manera solidaria retiraron sus películas, de hecho, finalmente no se celebró el festival. Este episodio le hizo reflexionar al director de «La larga noche de la imaginación» sobre los motivos de la censura y las libertades creativa y de expresión, «que también son reprimidas en el mundo occidental, por ejemplo, ciertas marcas o bancos nunca son criticados en los medios de comunicación», explica Samuel Sebastian. Su idea era producir un documental para que los cineastas iraníes pudieran plantear su punto de vista, pero estos prefirieron no participar, bien por miedo, bien porque entendían que eran las películas y los personajes los que deberían hablar. Entonces se fue abriendo camino una idea «alternativa», una película de ficción.

Coproducido por Besafilms, «La larga noche de la imaginación» es el último trabajo de Samuel Sebastián, aunque en 2016 ya tiene previsto el rodaje de un filme de ciencia ficción, «4BY», y grabar otro entre Israel e Inglaterra -«Heridas de guerra»-, una historia de amor que se desarrolla entre algunas de las minorías oprimidas de Israel, en concreto, judíos etíopes y beduinos. El realizador y guionista vivió en 2014 durante seis meses en Kampala, tenía la idea de la película en la mente, y de vuelta a Valencia redactó los primeros borradores del guión. Un taller de audiovisuales que impartió, al año siguiente, en el Centro Español de Ayuda a los Refugiados (CEAR) de Valencia le ayudó a rematar los cimientos de la película.

En cualquier producto cultural resulta decisiva la perspectiva o punto de partida del autor, las coordenadas en las que sitúa su pensamiento y que determinan los perfiles de su obra. «Considero que cuando se tratan asuntos de una sociedad que no es la occidental, muchas veces se hace desde nuestro punto de vista», reflexiona el autor de «La larga noche de la imaginación». Es decir, «se hacen películas no de África, sino de hombres blancos que viajan a este continente». Agrega que se trata de una idea muy decimonónica, pero que se mantiene -en audiovisuales y libros- en el siglo XXI. Aunque hay también ejemplos de lo contrario: los libros de Kapuscinski, como «Ébano», «que dan voz a esas sociedades normalmente despreciadas en nuestro acervo cultural». Películas como «Memorias de África», dirigida en 1985 por Sydney Pollack y protagonizada por Meryl Streep y Robert Redford, pueden ser, a juicio de Sebastian, «una buena historia de amor pero no hablan del abuso colonial». Late el eurocentrismo.

Durante su estancia de seis meses en la capital ugandesa, el cineasta sólo conoció a personas «blancas» durante la última semana. En un país como Uganda, de 236.000 kilómetros cuadrados, con 56 lenguas y 54 tribus, «cada una de ellas cuenta con un sentimiento identitario muy fuerte». Pone el ejemplo de los Luo, tribu que se extiende entre Kenia y Uganda y Tanzania, de la que forman parte personajes conocidos como la familia paterna de Barack Obama o actrices como Lupita Nyong’o, quien ganó el Oscar a la mejor actriz secundaria por la película «Doce años de esclavitud». «Conocí a mucha gente Luo que se sentían muy orgullosos de ello, cada tribu se saluda de una manera diferente, tienen su lengua, canciones o forma de bailar». Y el director trasciende del ejemplo concreto a la categoría: «Nosotros vemos siempre a África como un conjunto, sin que nos preguntemos por los matices y las diferencias en el continente».

A pesar de su agnosticismo, el autor y guionista incluye la religión en sus filmes. Uno de los tres personajes centrales de «La larga noche de la imaginación», Azad (Mem Hassaf) es en la ficción un director de cine, de 30 años, kurdo y musulmán. Sufre torturas en una prisión de su país de origen (no se especifica el nombre), y está a punto de morir. Se da la circunstancia de que los carceleros eran asimismo musulmanes, lo que le genera una crisis de fe. Cuando llega a Valencia como refugiado, al principio del filme, se resquebrajan sus creencias religiosas. Azad se encuentra en el centro de refugiados con Karim (Joanes Boachie-Agyemang), de 64 años, que vive la fe de otro modo. Se trata de un hombre sabio, irónico y melancólico, «de un islamismo tal vez más africano, animista, diferente al de Oriente Medio», define Samuel Sebastian. Azad cuenta que cuando vivía en el Kurdistán transitaba por la calle con el Corán en la mano, «igual que muchos musulmanes», porque le inspiraba. Observa el agudo contraste cuando se le considera un yihaddista si hace lo mismo en occidente; mientras, en Europa uno puede portar con absoluta normalidad una Biblia por la vía pública.

En la literatura y en el cine los personajes representan conceptos y símbolos de la realidad. De Karim se aporta intencionadamente escasa información, se le vincula a la idea de África en sentido extenso, «un continente que está muy lejos de nosotros y al que damos la espalda». El personaje -«de una cultura y una sabiduría que ya quisiéramos para nosotros», apunta el realizador-, representa la perspectiva de la unidad «panafricanista», una idea que trasciende las fronteras actuales del continente. Se sobreentiende en la película que Karim llega al estado español, como refugiado, procedente de un país en guerra. Además vive inmerso en un gran conflicto interior, en parte porque siente que habita en un mundo donde no se le quiere. A pesar de ello, quedan las enseñanzas de Karim: muchas de las cosas por las que sufre el hombre occidental no son realmente tan importantes. Todo es pasajero, salvo la relación con dios o la muerte. El triangulo protagonista se completa con una tercera refugiada, en la ficción y en la realidad, llamada Tatyana (Elena Shukina). Esta joven ucraniana de 25 años trata de encontrar a su hermana, secuestrada por una mafia del este de Europa y obligada a ejercer la prostitución.

«Nuestra imagen de las personas refugiadas está muy condicionada por los medios de comunicación», concluye Samuel Sebastián. Para los medios informativos resulta más relevante el drama de la huida («es lo que más llama la atención») que la vida cotidiana en los países de destino. Como personas refugiadas, no sólo han de renunciar a una parte de su identidad, sino que probablemente no puedan retornar a su país. Además, los conflictos se arrastran muchas veces, también, al territorio de llegada. Por ejemplo, Azad tuvo que abandonar su país sin poder terminar una película, lo que tampoco pudo hacer en España. Pero en el Kurdistán era una persona reconocida, y allí podía desarrollar su trabajo.

El autor de «El primer silencio» (2006) y «La pausa de los muertos» (2011) no elude el debate sobre el cine «crítico» y «social». Sostiene que hay una parte del denominado cine «social» más preocupado por lanzar respuestas que por plantear preguntas. Él se sitúa en el lado contrario, le interesa cuestionar, «abrir grietas por las que el espectador pueda encontrar conclusiones, porque yo tampoco encuentro las respuestas». Si en «La larga noche de la imaginación» el protagonista hubiera sido un personaje occidental, aunque fuera colaborando con las personas refugiadas, «eso ya condicionaría al espectador». ¿Dónde queda el compromiso del autor? «Entiendo que el compromiso es individual, de cada uno con su creación». Sebastian considera asimismo que lo que se consideraba cine «social» en el neorrealismo italiano posterior a la segunda guerra mundial, «ha de evolucionar, en el siglo XXI, hacia historias y películas más globales».

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.